23

Kate

Mientras que la cena de gala fue del agrado de Álex, para mí fue todo lo contrario. Las palabras de Dania dan vueltas por mi mente sin parar cuando bajo a desayunar. Puede que Álex nunca me deje volver a tener una vida, y puede que no me ame jamás. Cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que el amor no forma parte de la ecuación. ¿Me habría arrancado de todo y de todos los que significan algo para mí si me amase de verdad? Lo dudo. El amor no es egoísta. La obsesión, por otra parte, sí lo es.

En cualquier caso, estoy impotente al respecto y no puedo cambiar mis circunstancias. Tengo las manos atadas.

—¿A qué viene esa cara tan larga? —me pregunta Tima cuando entro en la cocina—. ¿No lo pasaste bien en la elegante fiesta de anoche?

Le sonrío con honestidad.

—No exactamente.

Él es la única persona en San Petersburgo con la que me puedo relajar. Delante de todos los demás, tengo que llevar una máscara. No me fio de que sepan cómo me siento. Tristemente, eso incluye a Álex.

—¿Fueron las mujeres unas zorras? —pregunta, poniendo un bol de avena delante de mí cuando me siento a la mesa.

—Solo una en particular.

Se cruza de brazos y me mira con una sonrisa comprensiva.

—Déjame adivinar: Dania Turgeneva.

Le miro sorprendida.

—¿Cómo lo sabías?

—La he estado observando cuando viene por aquí con su padre. Le ha estado lanzando intensas señales al Sr. Volkov.

Me acerco la miel.

—¿Qué clase de señales?

—Las señales que una mujer le lanza a un hombre para hacerle saber que está disponible y dispuesta.

—Ah. —Reflexiono sobre eso mientras le echo miel a las gachas—. Me dijo que ella y Álex estaban prometidos en plan matrimonio concertado.

—¡Ja! —resopla él—. Estoy seguro de que a ella y a su padre eso les encantaría.

Meto la cuchara en el bol y cojo una cucharada de frutos secos y frutas del bosque junto con la avena.

—Entonces, ¿no es verdad?

—Si lo fuera, tú no estarías aquí. —Me guiña un ojo—. No hagas caso de nada de lo que la señorita Turgeneva te diga. Los celos hacen que la gente se vuelva desagradable. ¿No tenéis alguna frase que dice algo así? Además, el Señor Volkov nunca la ha llamado kiska. Nunca ha usado esa expresión cariñosa con nadie más.

He buscado la palabra. Significa gatita. Al principio pensé que era algo peyorativo, como reducir a una persona al papel de mascota, pero luego leí que el término se usa cariñosamente con alguien por el que sientes algo, especialmente por parte de un hombre con su pareja femenina.

—Gracias —le digo con una sonrisa de agradecimiento, y no solo quiero agradecerle el consuelo y el desayuno. Él ha convertido la cocina en mi refugio dentro de la casa.

—Come —me ordena con fingida severidad, igual que mi madre solía hacer cuando era pequeña.

Todavía no puedo creer que Álex vaya a llevarme a verla por Navidad. Parece irreal, y me preocupa que cambie de idea si pasa algo en el frente de la seguridad.

Tima prosigue con la preparación del almuerzo, y me deja terminarme mi desayuno en silencio. Cuando acabo, lavo mi bol y me llevo un tazón de café a la biblioteca, donde como siempre hay un fuego encendido. Por un instante, no me decido sobre cómo entretenerme. No hay ningún hombre quejándose de nada en mi puerta esta mañana. Casi me he puesto al día con todas las temporadas de Downtown Abbey. Mi trabajo siempre me ha mantenido ocupada. Apreciaba el tiempo libre que tenía y lo empleaba para ver mi madre y a mis amigos o para recargar las pilas vegetando en el sofá. Desde que llegué aquí, he estado casi todo el tiempo vegetando, y se está volviendo algo monótono. Lo único positivo de tener tanto tiempo libre es que mi régimen de ejercicio está volviendo a su cauce, pero ahora mismo no me apetece ni hacer pesas ni nadar.

Me instalo con un libro en el sofá, pero para cuando me he terminado el café, mi cabeza vuelve a estar dando vueltas. No puedo dejar de pensar en lo que me dijo Dania, que estoy minando los esfuerzos de Álex por encontrar al hombre que está tratando de matarle. ¿Y si está en lo cierto? ¿Y si él está empleando la mayor parte de sus recursos para protegerme en lugar de encontrar a su enemigo? ¿Nos está haciendo un favor a alguno de los dos teniéndome aquí?

Es duro enfrentarse a la respuesta porque me importa. Y porque me importa, la verdad duele.

Debo de haberme quedado traspuesta porque me despierto en el sofá y me encuentro tapada con una manta. Alguien ha dejado el libro que estaba leyendo en la mesita de al lado. También ha sido tan considerado como para poner un marcapáginas donde me he quedado leyendo.

Pestañeo y me siento. No llevo puesto el reloj pero puedo calcular la hora por el hecho de que las cortinas están cerradas. Ya debe de haber oscurecido ahí fuera. Lena siempre echa las cortinas cuando se pone el sol. Llevo durmiendo desde esta mañana, y toda la tarde. Llegamos tarde a casa anoche y tampoco dormí mucho cuando nos metimos en la cama. Di muchas vueltas, repasando la escena con Dania en el baño y la forma en que Álex demostró que era mi dueño en el coche.

Aparto la manta a un lado y me pongo de pie. Me ruge el estómago, recordándome que me he saltado el almuerzo. Estoy a punto de encaminarme a la puerta cuando esta se abre y Álex entra.

—Estás despierta —dice él. Justo venía a ver cómo estabas.

Le miro sorprendida. ¿Qué está haciendo en casa tan temprano? Sigue llevando la ropa de la oficina: pantalones azul marino y una camisa blanca a medida. Nunca llega antes de cenar.

—¿Qué hora es? —pregunto.

Él mira su reloj.

—Un poco más de las cinco.

—¿Por qué estás en casa tan pronto? —La preocupación me hace un nudo en el estómago al recordar el incidente con mi madre—. ¿Qué ha pasado?

—Nada —responde él con una sonrisa, cerrando la puerta antes de acercarse hacia mí—. No tienes de qué preocuparte. —Inclina la cabeza para mirarme y me coge la cara con las manos—. Parece que te he estado descuidando si crees que algo malo ha debido de pasar para que yo vuelva a casa temprano.

Le observo titubeante.

—No es propio de ti.

Su sonrisa se hace más tierna.

—No siempre va a ser así. Sé que últimamente me ha pasado mucho tiempo en la oficina, pero los preparativos para la gala y la diligencia debida para el negocio conjunto han estado consumiendo gran parte de mi tiempo.

—Y encontrar al tipo que te quiere muerto —digo yo, y mi cuerpo se tensa automáticamente al pensarlo.

Él me observa con una suave luz en sus ojos y me acaricia la mejilla con el pulgar.

—Por eso he vuelto temprano. Hoy hemos hecho un avance.

Mi respiración se acelera.

—¿Sí?

—¿Recuerdas el informador que conociste en la fiesta de Nueva York?

—¿Adrian? ¿Ese hombre del que me dijiste que no debía fiarme?

—Pues sí, ese. Me ha conseguido cierta información que esclarecerá un poco lo que está pasando.

Trago saliva.

—¿Puedes fiarte de él?

—No. Es un hombre carente de lealtad que no se alía con nadie. Su única alianza es con el dinero, pero la información que entrega siempre es correcta. Por eso se ha labrado una sólida reputación como informante.

—Ya veo —digo, aunque no lo haga. No me fiaría de alguien así, pero supongo que Álex tiene más experiencia en asuntos poco ortodoxos y es mejor juez de eso que yo—. ¿Cuándo lo sabrás?

—Esta noche, espero —dice con los ojos brillantes.

Saberlo parece entusiasmarle, pero a mí solo me estresa más.

—Eh, relájate —me dice, bajando su mano a mi hombro y masajeándome los músculos tensos—. Yo me encargaré de todo. —Baja la cabeza y añade con tono suave—: Yo cuidaré de ti.

Me roza la boca con la suya, apenas dejando que nuestros labios se intuyan. Está probando las aguas, midiendo mi reacción. Anoche no hicimos el amor, y no fue porque él pensara que yo estaba cansada y estuviese siendo considerado conmigo. Fue por la forma en que me poseyó en el coche: autoritaria y posesiva. Con la intención de demostrar que le pertenezco. No fue un intercambio de deseo mutuo ni una expresión de afecto. Fue un castigo. Una lección. Él quería que el mensaje calara. Quería que recordase que marcharme no era una opción. Ni ahora, ni nunca.

Me echo hacia atrás, poniendo distancia entre nosotros antes de que me bese más profundo. Sigo estando dolida por dentro por lo de anoche, pero no solo por cómo me trató él en el coche sino también por lo que transpiró de la fiesta. Me siento confusa en todos los sentidos. Estoy hecha un lío, y enterrar la cabeza en una niebla de lujuria no me ayudará a aclararme.

Álex me agarra por la nuca con fuerza, manteniéndome en posición mientras él apunta al blanco y reclama la posesión de mis labios, sin aceptar un no como respuesta. Cuando le empujo por los hombros, me agarra por la muñeca y me conduce de vuelta al sofá.

Vuelvo la cara a un lado y susurro, con tono de protesta:

—Álex.

—Dime que me deseas —me pide él, soltando mi muñeca para extender una de sus grandes manos por la parte baja de mi espalda. Él aprieta nuestros cuerpos uno contra el otro, dejándome sentir la dureza de entre sus piernas—. Porque, por todos los demonios, yo a ti sí.

Esas palabras no deberían prender una chispa en mi vientre. No deberían calentar mi cuerpo y hacer que me humedezca, pero no puedo evitar esa reacción mía a él. De una manera carnal, el afecto físico es un bálsamo para mis sentimientos heridos. Es cierto que necesito algún tipo de mimos. A pesar de que mi mente me advierta de que no es demasiado sabio, mi corazón quiere que él me abrace. Especialmente ahora. Especialmente después de lo de ayer por la noche.

—Katyusha —murmura él acariciándome la sien con la nariz—. No voy a forzarte si esto no es lo que deseas, pero me estás torturando.

Anoche, permití que pasara porque algunas batallas no vale la pena lucharlas. Esta vez, no se trata de elegir sabiamente mis batallas, sino de necesitar algo como sustituto del amor. Cuando él me toca, no solo me hace olvidar. Me hace creer que lo que hay entre nosotros va más allá de la pura necesidad física. Por eso no pongo objeciones cuando él me abre la cremallera de la falda y me la baja por las caderas. Cuando alcanza el borde de mi jersey, levanto los brazos, obediente. Me va quitando prenda a prenda, hasta que acabo allí de pie, desnuda frente a él.

Aunque no haga frío en la habitación, me estremezco un poco. Él debe de haber avivado el fuego cuando me tapó con la manta. Las llamas están ardiendo con fuerza. Su calor deja un agradable brillo en mi piel. Él pasa su mirada sobre mí, de arriba a abajo. El calor de sus ojos me calienta más que el fuego y el deseo que demuestra abiertamente causa que unas chispas eléctricas me recorran por todas partes. Con un solo paso, él reduce la distancia entre nosotros y me agarra tan de repente que una exclamación ahogada se escapa de entre mis labios.

Él me rodea el rostro con las manos y me besa salvajemente. Abstenerse ayer por la noche lo ha vuelto más hambriento de lo normal. Se quita la chaqueta sin romper el beso, devorando mi boca mientras se desabotona la camisa y tira hacia abajo del dobladillo del pantalón. La hebilla de su cinturón hace un ruido metálico y se abre. Ya está quitándose los zapatos sin manos mientras se baja la cremallera.

Un instante después, él también está desnudo, cerniéndose sobre mí con su cuerpo perfecto y su fuerza masculina. No queda ninguna barrera entre nosotros, al menos no del tipo físico. A nivel emocional, las hay en abundancia, pero él no me da tiempo de sopesarlas. Va directo a matar, metiendo una mano entre mis piernas mientras me sostiene un pecho con la otra y continúa besándome.

Me esperaba que fuese impaciente, pero el hombre que me está consumiendo con bien practicada habilidad es alguien que siempre tiene el control. Abre mis pliegues con un dedo para comprobar mi excitación y gruñe al encontrarme mojada. Mi pezón se endurece contra su palma cuando él masajea suavemente mis curvas y empieza a mover su dedo sin prisa.

Levanta la mano de mi pecho, cierra sus dedos alrededor de mi cuello y utiliza su ventaja para apretarme contra él. La postura presiona mis senos directamente contra su pecho. Con un mordisquito final, suelta mis labios y me mira a los ojos, estudiando el caos que está sembrando al meterme dos dedos bien adentro.

Mis músculos internos se tensan en torno a la intrusión. Una chispa de excitación nerviosa prende en mi vientre cuando él aprieta una fracción más los dedos alrededor de mi cuello.

Skazhi mne trakhnut’ tebya —dice contra mis labios, una frase que me ha enseñado a decir en la cama. Pídeme que te folle.

Ya khochu chtoby ty trakhnul menya —respondo yo con mi ruso mal pronunciado. Quiero que me folles.

Una mirada de depredador se mezcla con la satisfacción masculina de sus ojos. Cuando saca la mano de entre mis piernas y me aplica una suave presión en el hombro, yo me arrodillo de buen grado.

Su polla está orgullosamente enhiesta, gruesa y dura. Mientras la agarra por la base, me dice con una voz ronca por la lujuria.

—Lubrícala bien, kiska.

Yo entiendo la petición. Sé lo que quiere.

Se queda ahí de pie estoicamente mientras yo humedezco mis labios y los abro para acomodar su ancha circunferencia. Relajo la mandíbula y me la meto en la boca. Él me observa sin perder un segundo la atención mientras yo dibujo la punta de su polla con la lengua antes de metérmela más adentro. Él me sostiene la cabeza por detrás con una de sus grandes manos, mientras sujeta la base de su polla con la otra y empuja hacia el fondo de mi garganta.

Yo respiro por la nariz cuando él se desliza dentro y fuera. No está yendo tan adentro para hacer que me entren nauseas. Él pivota las caderas a un ritmo pausado, tomando mi boca con empentones lentos y poco profundos. Cuando yo empiezo a moverme a su ritmo, él suelta su polla para acariciarme la mejilla. Es una caricia suave y de aprecio, animándome a tragar más.

Nunca me obliga a tomar más de lo que puedo. No me está asfixiando ni estirando dolorosamente mi garganta, pero sin embargo el esfuerzo hace que mis ojos lagrimeen. Chupársela me excita, haciéndome que me moje todavía más. Él está demostrando el control más exquisito, sin perder ni pizca de él, pero el sabor terroso de su fluido preseminal en mi lengua me dice que mi actuación no le está dejando indiferente.

Me agarro de su muslo para mantener el equilibrio y le acaricio el pesado saco de entre sus piernas. Una resbaladiza gota de líquido salado sale disparada contra mi lengua. Su expresión sigue siendo estoica, pero la línea de su mentón se endurece cuando aprieta los dientes.

Doblo mi velocidad, chupándole más deprisa. Quiero que él me ceda su poder. Quiero que pierda este asalto y se corra en mi boca, pero él tiene otras ideas. Retuerce mi larga melena en su puño y me aparta con cuidado la cabeza hasta que su polla se escapa de entre mis dedos con un pop.

Baja la vista para ver el resultado de mi trabajo. Su polla está húmeda y resbaladiza. Cogiendo un cojín del sofá, lo tira en la alfombra delante de la chimenea.

Cuando vuelve a mirarme, sus ojos están en llamas y su voz ronca por el deseo.

—Ponte a cuatro patas para mí.

Me agarra de los codos y me levanta para ayudarme a cumplir sus deseos. Tampoco es que yo necesite que me anime a hacer lo que dice. Mirando al fuego ardiente, me arrodillo sobre el cojín y apoyo las palmas de las manos en la alfombra.

—Junta las rodillas —dice él por detrás de mí.

Yo sigo también esa orden.

Él me pasa una mano por la espalda, empezando en la parte más baja y terminando entre mis omóplatos.

—Ahora apoya tus codos en el suelo.

Yo doblo los brazos y apoyo mi peso en los antebrazos. Esta posición pone mi culo en pompa, presentando mis dos orificios para su uso. Sé lo que se avecina. Ya hemos hecho esto bastantes veces antes. Lo único que tengo que hacer es apoyar mi cara en un brazo, cerrar los ojos, y dejar que él manipule mi cuerpo. A Álex le gusta estar al mando, pero no es un friki del control en la cama. Cuando yo necesito tomar el mando, él me anima a hacerlo. Le encanta cuando estoy encima. Pero esta noche, yo necesito esto. Necesito evadirme, y solo puedo hacerlo cuando él expande mis límites hasta que el mundo que nos rodea deja de existir.

Algo caliente y aterciopelado me roza el clítoris, haciéndome dar un respingo. Abro los ojos y levanto la cabeza para volverme a mirarle por encima del hombro. Él está frotando la punta de su polla contra mi clítoris, masajeándolo en círculos con la cantidad justa de presión. Yo me muerdo el labio, luchando contra el placer que ya se enrosca en mi vientre como la llama de un fuego. No quiero correrme demasiado pronto, pero no puedo evitarlo. Me encanta que me toquen como a un instrumento musical, arrodillada en posición sumisa, con Álex arrancando de mi cuerpo las reacciones que él desea a voluntad y a su ritmo.

Esta noche, quiere que me corra deprisa. Separando mis pliegues con los pulgares, desliza lentamente su polla dentro. La presión hace curvarse los dedos de mis pies. El placer es distinto del de antes, pero no menos intenso. Él se mueve con lentos empentones, dejándome tiempo para ajustarme, y cuando mis músculos internos se suavizan alrededor de la intrusión, el empieza a moverse más adentro y más rápido.

Su frente se cubre de perlas de transpiración. Su pecho poderoso se ve perfectamente definido a la luz del fuego. Unas sombras oscuras le cubren la cara y las hendiduras de sus bíceps cuando me agarra con una mano por la cadera y mete la otra entre mis piernas. Quiero ver este espectacular show, pero cuando él me pellizca el clítoris entre los dedos, mi cuerpo se arquea de placer. Mi cuello ya no puede sostener más el peso de mi cabeza. Dejo caer mi cara sobre el brazo, experimentando la tensión de mis músculos con todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.

No tengo que decirle cuándo me corro. Estoy apretándole fuerte, con todo mi cuerpo atrapado en el éxtasis. Antes de que el clímax me haya soltado del todo, él sale, dejándome vacía, pero no por mucho tiempo. Una presión familiar se acumula en mi entrada trasera. El orgasmo se disipa, dejando mi cuerpo como de gelatina y flexible tras de sí. Ese es el momento en el que él decide penetrarme, utilizando mi humedad como lubricación. Le acepto sin dificultad, y mi trasero se estira para dejarle pasar tal como ha sido entrenado.

Este placer también es diferente. Es más oscuro. No viene sin dolor, pero esas molestias solo encienden de nuevo mis terminaciones nerviosas, volviendo cada centímetro de mí hipersensible a sus movimientos y a sus caricias. Clavo las uñas en la lana áspera de la alfombra cuando él se mete tan adentro que su entrepierna está apoyada entre mis nalgas. Respiro rápido y con dificultad, y la forma en que absorbo aire dentro de los pulmones es incontrolable. Inhalo el olor a lana de la alfombra, y el del humo del fuego, y cada detalle sensorial impacta en mi mente. Mi deseo sube a la estratosfera y mi cuerpo saciado reclama una nueva liberación.

Cuando él empieza a moverse por fin, dentro y fuera, yo abro los labios para soltar otro mudo jadeo. Me trago mis gemidos mientras él golpea contra mí, meciendo mi cuerpo con un ritmo mucho más fuerte. Tengo ya suficiente experiencia en nuestros juegos anales para tolerarlo. Me muero por hacerlo, incluso. El dolor se intensifica hasta que se vuelve uno con el placer, y yo ya no puedo decir si estoy cayendo o volando. Lo único que todavía registra mi consciencia es la extrema necesidad de correrme.

Tener un orgasmo de esta forma es mucho más poderoso. Se siente más adentro. Dura más. Cuando me rompo por fin, una oleada de intenso placer me desgarra. Igual que un océano violento, me hace pedazos contra las rocas y lanza los restos flotando hasta la costa. Mi mente está medio presente y medio flotando, solo parcialmente consciente de que Álex sigue ahí moviéndose entre mis nalgas. Él dice algo en ruso, pero mi cabeza está demasiado embotada para traducir sus palabras. Empuja hacia dentro una última vez antes de quedarse inmóvil, con su firme cuerpo clavado profundamente en el mío. Un calor líquido me llena, bañando mi piel tirante y dejando un ligero escozor.

Sin energía alguna, solo puedo arrodillarme ahí y dejar que el extraño híbrido de placer y dolor me devore. Él se inclina hacia mí, cubriéndome la espalda con su pecho, y me besa en el cuello. Me mantiene caliente con su cuerpo y me pregunta algo... cómo lo llevo, creo. Incapaz de reunir los retazos suficientes de mi fuerza para responderle, dejo que me acaricie el costado mientras finjo que estoy a salvo en el capullo que forman sus brazos. Él me dice lo bien que lo he hecho, y más palabras de elogio, pero yo solo puedo internalizar las sensaciones y otro tipo de aguijón que reverbera en mi corazón.

—No te muevas —dice, dándome un beso en la sien.

Doy un respingo cuando él sale de mí. Debo de estar realmente cansada porque a pesar del hecho de que llevo todo el día durmiendo, vuelvo a tener la mente nublada. Apenas puedo centrarme en mirar como Álex atraviesa la estancia, coge una caja de pañuelos de papel de la mesita de café y se arrodilla detrás de mí. Después de limpiarme, coge la manta del sofá, me rodea con ella y me levanta en sus brazos.

—¿Adónde vamos? —pregunto cuando él me saca de la habitación.

Sin dejarse intimidar por su falta de ropa, él se dirige al baño más cercano, que es el que hay junto a la piscina. Por suerte, no nos encontramos con nadie por el camino.

Luego se prodiga en tiernos cuidados. Me lava el pelo y el cuerpo en la ducha antes de secarme delicadamente con una suave toalla. Cuando los dos estamos vestidos con un par de albornoces esponjosos, me lleva a su dormitorio y me mete en la cama con instrucciones de descansar mientras él va a por la cena.

No puedo soportarlo. No puedo soportar la incertidumbre. En contra de mi mejor buen juicio, abro la boca, porque necesito saberlo. Tengo que saber si Dania me estaba mintiendo.

—¿Álex?

Él se detiene en el umbral y se vuelve a mirarme.

Yo me preparo para recibir una humillación.

—¿Tú...?

El teléfono de la mesilla se pone a sonar con un sonido agudo.

Frunciendo el ceño, él se acerca y contesta.

—¿Sí? —Su voz tiene cierto tinte de irritabilidad.

Su ceño se hace más marcado según escucha. Después de un momento, dice con la mandíbula en tensión:

—Ya veo.

Levanta la vista casualmente hacia mí y me pilla mirándole. Me da la espalda y prosigue con voz tensa:

—Eso no será necesario. Ya no estoy en la oficina. Te llamo en cinco minutos. —El teléfono hace un clic cuando él devuelve el inalámbrico a su base.

Yo me sujeto la manta contra el pecho.

—¿Va todo bien?

Cuando él se vuelve a mirarme, su expresión está controlada, pero hay arrugas de preocupación visibles alrededor de sus ojos.

—Ha habido una complicación. Me temo que esta noche no tendré la información sobre el hombre que va tras de mí.

Una piedra cae en mi estómago.

—Lo siento.

Él me dirige una sonrisa tensa.

—No es culpa tuya. Te traeré la cena, pero no cenaré contigo. Tengo que encargarme de esto.

Yo saco las piernas por el borde de la cama.

—Yo iré a por la cena.

—No —me dice él en tono autoritario. Luego, más suave, añade—: Quédate en la cama, mi amor. Necesitas descansar.

—¿Hay algo que yo pueda hacer? —pregunto, con el efecto aletargante del orgasmo desapareciendo por la nueva ola de tensión que trae consigo el miedo.

—No, pero gracias. —Él mira su reloj—. Querías preguntarme algo antes de que sonara el teléfono.

Yo doblo las rodillas y me cojo las piernas.

—No era nada importante.

—Hablaremos de ello más tarde.

Yo asiento, aunque no tengo tal intención. Mi valor me ha abandonado ya, y a la luz de esa llamada de teléfono, tenemos asuntos mucho más serios de que preocuparnos que de si Álex me quiere o no.