24

Álex

Cuando bajo, Tima todavía sigue en la cocina. Le indico que prepare una bandeja para Katerina y un sándwich para mí. Mientras lo hace, yo cojo una camiseta y un pantalón de chándal del armario del gimnasio y me visto. Cuando regreso a la cocina, la comida está lista.

Después de llevarle la bandeja a Katerina, que sigue medio dormida en la cama, me despido de ella con un beso y me voy a mi estudio. Sobre el escritorio hay un sándwich gourmet y un vaso de agua. Marco el número de Adrian y doy cuenta del sándwich en tres largos bocados mientras espero a que responda.

Él descuelga después de muchos timbrazos.

—¿Qué cojones ha pasado? —pregunto, engullendo el agua.

—Alguien más aparte de nosotros quería encontrar a Mukha. Cuando yo he llegado, él ya estaba muerto.

—Joder. —Estrujo la servilleta en mi puño—. ¿Cómo?

—Una bala en la nuca.

Eso suena a Vladimir Stefanov. Es su estilo favorito de ejecución. A él le gusta disparar a la gente entre los ojos, pero cuando sus hombres siguen sus órdenes, lo hacen a la manera poco honorable, sin mirar a la cara a la persona a la que matan.

—He conseguido registrar el sitio antes de que llegase la policía —continua Adrian—. No había ni rastro de ningún ordenador ni portátil. Se habían llevado todo su equipo. Si Mukha había hecho una copia física del archivo, quien se lo haya cargado se lo llevó.

Aprieto los dientes.

—En otras palabras, esto acaba en vía muerta. —Literalmente.

—Más bien sí —dice Adrian con resignación—. ¿Hay alguna otra cosa que pueda hacer por ti?

—No por ahora. —Me aparto del escritorio y me levanto. Mantén los oídos abiertos. Si por un casual te topas con algo útil, quiero saberlo.

—Lo haré —me asegura él antes de colgar.

¡Joder!

Doy un manotazo en la mesa. Mukha era mi única pista sobre lo que se está cociendo con Stefanov. Sigue sin haber ni rastro de Besov. Según el hombre que vigila su apartamento, no ha vuelto a casa. Eso me deja con una sola alternativa, un último recurso. Tendré que conseguir la información del mismo Stefanov. No soy contrario a la idea de torturar a ese hijo de puta, pero no podré fiarme de la basura que salga por su boca. Tenía la esperanza de tener la información antes de encargarme de él. Si está yendo tan lejos para ocultarla, es muy probable que no me la dé aunque le arranque las uñas una por una.

Me acerco a la ventana y corro la cortina. Está oscuro, y la nieve cae iluminada por el resplandor amarillo de los potentes focos del jardín. Al otro lado del río, hay alguien con un par de binoculares sentado en una habitación del piso superior de un bloque de apartamentos, informando a Stefanov en este preciso instante de la actividad de mi casa. Esa idea me hace desear salir ahí afuera y cortarle la garganta a esa cucaracha antes de tirar su cuerpo en la puerta de Stefanov y conseguir la puta información que quiero. Sin embargo, si he aprendido algo en la vida, es que las guerras se ganan a base de paciencia y no mediante actos impulsivos. Todavía hay tiempo. Stefanov todavía no ha hecho su jugada. Le daré hasta después de Navidad, hasta que hayamos ido a visitar a Laura en los Estados Unidos. Después de eso, se acabó la diplomacia.

Suelto la cortina y llamo a Nelsky. Ya no son horas de trabajo, pero mi jefe de seguridad atiende mis llamadas las veinticuatro horas.

Él responde con voz temblorosa.

—¿Señor Volkov?

—¿En qué estado estamos con lo de encontrar ese archivo?

Él traga saliva de forma audible.

—Nada todavía, señor.

Mi genio se desboca.

—¿Para qué cojones te pago, Nelsky?

—Lo hemos intentado, señor. Nuestro hacker no encuentra nada.

—¿Vale la pena el puto espacio que ese hacker está ocupando en mi oficina?

—Es bueno, señor. —En todo caso, suena inseguro—. El mejor.

—Entonces será mejor que demuestre que lo es. Consígueme algo o no te molestes en aparecer por la oficina cuando yo regrese la semana que viene.

—Sí, señor. Gracias, señor. Trabajaremos sin descanso.

—Hazlo —mascullo entre dientes antes de pulsar con fiereza el botón rojo para desconectar la llamada.

Demasiado alterado para dormir, abro mis correos en el móvil. Hay un mensaje de Konstantin Molotov. Su hermano Nikolai está por fin preparado para firmar los papeles y formalizar la empresa conjunta. La única pega es que quiere encontrarse conmigo en persona para hacerlo, lo que significa que tendré que ir a su remota finca en Idaho. Nikolai está en copia, así que respondo al correo, agradeciéndole a Konstantin la presentación y sugiriendo que Nikolai y yo nos encontremos el día después de Navidad. Katerina y yo vamos a estar en América igualmente, y bien podría matar dos pájaros de un tiro.

Nikolai contesta de inmediato, confirmando la reunión y diciéndome que me enviará cómo llegar y las instrucciones de seguridad.

Bien. Igual que yo, debe de ser un maniático de la seguridad. Pero claro, dada la posición que tenemos, no nos queda otra elección. No hemos llegado tan lejos sin vigilar nuestras espaldas.

Voy hasta la bandeja de los licores, me sirvo una copa doble de vodka y me lo bebo de un trago. Después de otro doble más, apenas siento que me haya hecho efecto. Lo que necesito es una buena pelea con mis hombres.

Puede que no esté más cerca de conseguir la información que quiero pero, archivo o no archivo, Stefanov estará muerto antes de Año Nuevo. Eso sí que puedo garantizarlo.