La vibración de mi móvil en la mesita de noche me despierta. Tengo el sueño ligero. Estar siempre alerta forma parte de mi programación. Lo cojo y miro la pantalla. Es Nelsky. Apenas son las cinco de la mañana aquí, pero en Rusia ya es mediodía.
Me desenredo con cuidado de Katerina. Sus rasgos están iluminados por la suave luz azul del termómetro electrónico de la nevera. Parece tranquila mientras duerme. Vulnerable. Le echo a su cara un último vistazo, me levanto sin ruido y voy al baño, donde cierro la puerta antes de encender la luz. Es seguro hablar aquí. Dimitri barrió las habitaciones en busca de cámaras y dispositivos de escucha anoche mientras cenábamos.
Mi vientre se tensa de expectación al responder. Nelsky no me llamaría a las cinco de la mañana por motivos frívolos.
—Espero no haberle despertado, señor —dice con un timbre de soprano en su voz.
—¿Qué es lo que ocurre? —pregunto, mirando mi reflejo en el espejo.
—Lo hemos encontrado, señor.
Me quedo helado. El tiempo se detiene.
—¿Señor? El archivo. Hemos encontrado en archivo.
Mi corazón se pone a mil, golpeteando con latidos triunfales dentro de mi pecho.
—¿Dónde?
—En iCloud, señor. Mukha escondió allí una copia, tal vez para usarla como seguro si su vida resultaba estar en peligro.
No es que le sirviera de gran cosa.
—No ha sido fácil —prosigue Nelsky—, pero nuestro hacker al final consiguió desenmarañar los hilos cibernéticos suficientes para conducirnos hasta él.
—Doy por sentado que ya lo habéis descargado y habéis borrado el original.
—Sí, señor. No podemos arriesgarnos a que alguien más lo encuentre.
—Buen trabajo —digo, sin elevar la voz para no despertar a Katerina—. Envíamelo.
Él suelta una tos.
—Todavía hay un pequeño escollo que superar antes de poder enviárselo, señor.
Yo aprieto los dientes.
—¿Qué escollo?
—El archivo está encriptado y no sabemos descifrar el código. —Entonces añade apresuradamente—: no todavía.
—Joder —maldigo entre dientes.
—En cuanto haya algún avance, se lo haré saber.
—Hazlo. —Me paso una mano por la cara—. A cualquier hora del día o de la noche.
—Sí, señor.
—Y, ¿Nelsky?
—¿Señor?
—No estás despedido.
Él suelta una risita nerviosa.
Yo cuelgo.
Tras respirar hondo unas cuantas veces, proceso las novedades. El archivo está en mis manos. Por fin. Si ese hacker a quien pago una fortuna cada mes vale la pena, pronto tendré la información. Aunque tengo la sensación de que no me va a gustar nada lo que encuentre.
Apago la luz y vuelvo a la cama. El colchón se hunde un poco cuando me meto dentro junto a Katerina.
Frunciendo el ceño, ella abre los ojos, pestañeando.
—¿Álex?
Mi nombre en sus labios me caldea el pecho y me endurece la polla. La rodeo con mis brazos y la beso en la frente.
—Vuelve a dormirte, kiska.
—¿Va todo bien?
—Sí.
Me resulta fácil mentirle. Si el precio de su tranquilidad es faltarle a la verdad, llevaré encantado la carga de ese pecado.
Su voz está espesa por el sueño.
—¿A dónde has ido?
—Solo he ido al baño a por un traguito de agua.
—Hay botellas en la nevera. —Se hace una bola más cerca de mí, metiéndose debajo de mi brazo—. ¿Quieres que te traiga una?
Su ofrecimiento me hace sentir calor de una forma diferente, que rara vez, o más bien nunca, experimento. Nadie más intenta cuidar de mí sin esperar nada a cambio.
—No, kiska —digo con voz suave, apretándola más con los brazos—. Estoy bien.
Ella se acomoda con un suspiro, apoyando su mejilla en mi pecho. Es tan mona cuando está así... medio dormida y sin acordarse aún de estar enfadada conmigo. Ahora que tengo por fin ese puto archivo, sus sentimientos negativos serán pronto cosa del pasado. La ataré a mí de todas las formas imaginables. Nunca será capaz de marcharse, pero la haré tan feliz que estará demasiado obnubilada para darse cuenta de lo bien que tejo mi telaraña a su alrededor. Y aunque lo haga, estará demasiado eufórica para que le importe. Le daré todo lo que su corazón desee, todo lo que un hombre con dinero y poder es capaz de dar. Aunque las cosas materiales no son tan importantes para ella. Está claro que sí le gustan los vestidos y los zapatos bonitos, y hasta esas joyas que dice que son demasiado caras. Pero lo que realmente desea son cosas sencillas: un trabajo que le gusta, un hogar feliz, amigos, una familia.
Yo le daré una familia.
Pronto.
En cuanto me haya deshecho de la amenaza contra nuestras vidas.
Solo pensarlo me la pone dura. Mi media erección se convierte en una completa que forma una tienda en mis pantalones de pijama. Paso una mano por la curva de su columna y levanto la camisola de seda que es la parte de arriba del pijama de ella. Ella se aprieta más a mí, y pone su muslo sobre el mío.
Ese permiso no verbal es todo lo que necesito. Hay un súbito incendio en mis venas, una necesidad urgente de plantar mi semilla dentro de ella. Es distinto del deseo que siempre siento por ella o de la necesidad compulsiva de demostrarle afecto constantemente. Es algo más primitivo y al mismo tiempo, más una decisión consciente. Esto no es ningún impulso. En el fondo de mi mente, siempre he sabido que era aquí a donde nos encaminábamos. Y ahora que mi cuerpo y mi mente han cobrado consciencia de mi determinación, estoy impaciente por perseguir esa meta.
Meto una mano por debajo de la goma de sus shorts y recorro la raja de su trasero antes de cogerle una de las nalgas. Ella arquea las caderas, frotando el dulce premio de entre sus piernas contra mi muslo. Está tan mojada que puedo sentir su excitación a través de la tela de mi pijama. El hecho de que yo la excite, que su cuerpo esté creando toda esa crema y miel para mí, satisface un lado primitivo de mí que ni siquiera sabía que poseía.
Rodeo su estrecha cintura con mis manos y la levanto sobre mí de forma que su cuerpo está estirado encima del mío, con sus muslos cabalgando mis caderas y sus pechos aplastados contra mi torso. La arrastro un poco, deslizando su coñito sedoso sobre mi polla dura como una roca. Cuando ella se levanta sobre sus brazos, las puntas extendidas de sus senos me acarician el pecho a través de la seda de la camisola. Cojo su cara entre mis manos y la beso con fuerza, tal vez con demasiada fuerza, pero ella me devuelve el beso sin dudar, enredando su lengua en la mía. Las profundidades de su boca son dulces, sus gemidos afrodisíacos.
Cuando le agarro por la goma de sus pantalones cortos, ella cierra las piernas para que pueda bajárselos por las caderas. Se los dejo justo por debajo del culo, demasiado ansioso por alcanzar lo que buscaba para desnudarla por completo. Me tenso y no rompo el beso mientras paso una mano por sus nalgas y entre sus piernas. Doblo un dedo para abrirle los pliegues. No está solo húmeda. Está chorreando. Por mí.
Me muero por sumergirme en ella, pero antes quiero ver lo que le hago. Ralentizo el beso y junto nuestros labios una última vez antes de sacarla de encima de mí y sentarme contra el cabecero. Ella mira confundida como aparto las mantas.
—Ven aquí —digo, señalando mi regazo.
Ella coge el elástico de sus shorts, con la intención de quitárselos, pero yo meneo la cabeza y enciendo la lamparita de la mesilla para ver mejor.
—Pon tu coño en mi regazo, kiska. —Mi voz suena ronca por la lujuria—. Quiero verlo.
Ella parece titubeante.
—Con el culo en alto —digo, asegurándome de que mis instrucciones quedan claras.
Ella se muerde el labio, sopesando mi orden por un instante antes de preguntar:
—No me vas a pegar en el culo, ¿verdad?
Divertido, arqueo una ceja.
—No a menos que tú quieras que lo haga. ¿Quieres?
—¡No! —dice ella rápidamente.
—Entonces túmbate.
—Ella mira mi entrepierna, donde la punta de mi polla está empujando el elástico de mis pantalones y apretándose contra mi vientre.
—¿No quieres quitarte eso?
Sus ganas hacen que mis labios dibujen una fugaz sonrisa de satisfacción.
—Dentro de un momento.
Lentamente, ejecuta mi orden, observándome con cautela mientras se coloca sobre mi regazo de forma que su coñito está apoyado en mis piernas con su culo hacia arriba en el aire. Hay algo perverso sobre tenerla presentada así, con los pantalones cortos bajados hasta los muslos y el trasero desnudo. Me gusta que no lleve bragas debajo de esos pantaloncitos de pijama de seda. Me gusta poder verlo todo desde este ángulo.
Pongo la palma de mi mano sobre su espalda y le acaricio la suave piel. Se le pone la piel de gallina por todo el cuerpo cuando acaricio sus firmes nalgas. Su coño desnudo reluce por la humedad, con los gruesos labios inferiores hinchados y rosas. Dibujo su hendidura lentamente, haciéndola estremecerse. Ella dobla los codos y descansa la mejilla en un brazo, mirándome, pero no puede ver lo erótica que es la vista cuando abro esos bonitos labios con los dedos en forma de V para revelar la pequeña perla oculta debajo. Paso el pulgar de mi mano libre sobre el botoncito. Hasta el más ligero roce le hace dar un respingo. Ella aprieta las nalgas cuando aplico más presión.
Aparto la mirada del trabajo de mis manos para calibrar su expresión. Sus ojos están cerrados y sus labios ligeramente abiertos. Su respiración es rápida. Vuelvo a centrar mi atención entre sus piernas y froto más rápido y con más presión. Ella levanta su culo un poco, con un movimiento involuntario que me da mejor acceso, suficiente para recoger algo de su humedad. La mantengo abierta entre mis dedos y con mi otra mano palma arriba le hundo dos dedos dentro. Ella es tan sexy con su culo en mi regazo y mis dedos en su coño que un chorro de fluido preseminal salta de la punta de mi polla.
Nunca habría pensado que me correría bajando los pantalones a una mujer y haciéndole que se corriera con los dedos en mi regazo pero aquí estoy, a punto de eyacular en mis pantalones, porque esta no es una mujer cualquiera. Esta es mi mujer. No rompo el ritmo de mis dedos mientras levanto la otra mano y me chupo el pulgar. Lo lubrico bien antes de empujar contra su otra entrada. El tenso anillo se suaviza fácilmente, dejando que mi pulgar entre hasta la primera falange. Solo hacen falta unos pocos movimientos para que ella llegue a dónde yo quiero llevarla. Casi exploto cuando se corre con un gritito, apretando mis dedos con sus músculos internos. Si esto no es la cosa más sexy que jamás haya visto, no sé lo que es.
Las réplicas siguen recorriendo su cuerpo mientras le quito los shorts. Pierdo el tiempo justo de bajarme mis propios pantalones por las caderas antes de levantarla y sentarla cabalgando mis muslos. La sujeto por la cintura y la ayudo a colocarse sobre sus rodillas. La sostengo en su sitio con una mano y agarro la base de mi polla con la otra para colocarla ante su entrada. Ella hace el resto del trabajo, bajando sobre mí. Con cada centímetro que entro en ella, mis pelotas se tensan más. No voy a durar mucho, pero da igual. Por eso me he ocupado primero de su placer.
Ella se echa hacia atrás, meciéndose suavemente con las manos apoyadas en mis piernas. Sus pezones son dos duros puntitos visibles a través de la seda de su camisola. Sus pechos rebotan con sus movimientos, y el hecho de que no estén a la vista hace que la imagen sea aún más sexi. Me concentro en el triángulo de entre sus piernas, en cómo se estira su coñito para acomodar mi polla.
No hace falta más. La agarro por la cintura para sostenerla y meneo las caderas, poseyéndola con empentones duros. Mi cuerpo se llena de sudor mientras me la follo, reclamando todo lo que es mío. Los juegos preliminares me han excitado demasiado. El orgasmo se acumula en la base de mi columna mucho antes de que esté preparado. Dos empentones más y el dulce e insoportable placer inunda mi cuerpo y hace que me estalle la cabeza. Estoy jadeando, perdido en el momento, olvidándome de detalles tan cruciales como de estar alerta.
La rodeo con mis brazos y la aprieto contra mi pecho. No quiero salir. Mi cuerpo está saciado. Debería haberme quedado satisfecho dejando marca de mi posesión en ella, pero ahora que la idea de antes ha echado raíces, quiero más. Lo quiero todo con ella, incluyendo la familia que pensé que nunca tendría. No descansaré hasta que lo tenga, hasta que la haya ligado a mí sin opción de escape. Antes de que eso suceda, tengo que ponerle un anillo en el dedo. El que he traído conmigo no es todavía el que la atará a mí, pero por ahora tendrá que servir.
A regañadientes, la aparto a un lado. El sexo con Katerina siempre es fantástico, pero nuestro sexo matinal es especialmente intenso. Después de limpiarla la convenzo de que se duche conmigo y luego la traigo de vuelta a la cama. Todavía es temprano, pero ninguno de los dos está lo bastante cansado para volver a dormirse.
Después de ponerme un par de pantalones de chándal y una camiseta, saco dos vasos de leche caliente de algarrobas de la máquina del pasillo y las llevo de vuelta a la habitación.
Ella me sonríe cuando le ofrezco la bebida.
—Siempre me mimas de más con el desayuno en la cama. —En broma, añade—: ¿Te das cuenta que me he acostumbrado y que ahora esperaré que sea así de por vida?
De por vida. Joder, sí.
—Puedo vivir con eso.
Dejo mi vaso en la mesilla y cojo la caja envuelta para regalo de mi bolsa. Vuelvo a la cama con ella y le digo:
—Feliz Navidad.
Ella mira la caja que he dejado en su regazo, mordiéndose el labio.
—Eh, —Le aparto un mechón de pelo de la cara—. ¿Qué sucede?
Su sonrisa se torna triste.
—Yo no te he comprado nada. Lo habría hecho, pero...
No dice que eso es porque le he quitado el acceso a su dinero y su libertad para ir a donde quiera.
—En Rusia no celebramos la Navidad en esta fecha. —Es una mala excusa, un débil intento de apartar el dolor que hay por debajo de lo que no me dice, pero me digo a mí mismo que esta situación solo es algo temporal—. Además, no necesito nada.
Ella me mira rápidamente.
—Eso da igual. Hacer un regalo no va de dar nada que la otra persona necesite.
Yo hablo con palabras suaves y tranquilizadoras.
—Lo sé, mi amor. —Mi sonrisa es de consuelo—. Pero aprecio la intención. Eso es lo único que importa.
A juzgar por la arruga que se ha formado entre sus cejas, ella no está de acuerdo. Como no quiero estropear el momento de después de nuestro sexo alucinante con una discusión, opto por cambiar de tema.
—¿Es que no vas a abrirlo? Ya sé que tú sabes lo que es, pero me pareció un momento apropiado para dártelo.
—Gracias —dice ella, haciendo un tremendo esfuerzo para no dejarme ver la tristeza que aún reina en sus ojos.
Yo digo con tono despreocupado:
—Ábrelo antes de agradecérmelo.
Ella rompe el papel de envolver y levanta la tapa de la caja.
—Es realmente exquisito.
Saco el anillo de la caja y le cojo la mano para ponérselo en el dedo.
—Los rubíes te quedan bien.
—Entonces, ¿por qué es este anillo? ¿Un regalo de Navidad?
—Sí —digo, haciendo que mi lengua articule fácilmente otra mentira más.
—No deberías haberlo hecho.
—Quería hacerlo. —Y eso no es mentira.
—Gracias otra vez. —Ella sostiene la mano a la luz, examinando el anillo.
—Y otra vez, de nada, de verdad.
—¿Y los regalos que hemos traído para Joanne, June y las chicas de Urgencias? —Su tono se llena de esperanza—. ¿Haremos un desvío pasando por Nueva York?
—No. —Intento suavizar el golpe—. Leonid ya envió ayer los regalos desde el pueblo.
—Ya veo. —Ella asiente un par de veces—. Ha sido una buena idea. —Ella deja el vaso de papel en la mesilla y sale de la cama.
—Katyusha.
—Voy a vestirme —dice, sin mirarme—. Mi madre siempre se levanta temprano. Me gustaría desayunar con ella.
Me cuesta hasta el último gramo de fuerza de voluntad que poseo y más no salir tras ella, pero algo me dice que tengo que concederle un momento a solas. Por cerca que estuviésemos durante el sexo, ella vuelve a apartarse de mí. Su comportamiento solo me confirma lo que ya sabía. Katerina no es una mujer a la que se pueda comprar con regalos y mantener contenta colmándola de joyas.
Lo que ella necesita son cosas que el dinero no puede comprar, como la libertad que todavía no puedo darle... y que nunca seré capaz de darle si ella no me dice que sí.