28

Álex

Volamos hasta un aeródromo privado del norte de Idaho, donde dejo a una Katerina enfurruñada en el avión, con bastantes hombres para vigilarla. No le digo adónde voy, ni le cuento nada sobre el contrato que estoy a punto de firmar con Nikolai Molotov. Si lo hiciera, tendría que contarle por qué no la llevo conmigo, y no quiero que se preocupe ante la idea de que no me fío de Nikolai. Aunque llevo meses trabajando con Konstantin y no tengo ningún motivo para pensar que su hermano me desea ningún daño, no pongo mi fe en nadie a quien no conozca en persona.

No me marcho hasta que hemos colocado alarma por todo el perímetro e Igor tiene vigilancia vía satélite en su portátil. Una conexión segura me manda la información al móvil. Aparte de mí, Igor y el piloto, nadie más conoce nuestro plan de vuelo. Es improbable que nadie venga a por nosotros aquí, pero repito mis instrucciones, ordenándoles a los hombres que protejan a Katerina con sus vidas. Igor me asegura que seguirá el protocolo en el mismo instante en que vea cualquier movimiento en los alrededores, lo que quiere decir que enviará un equipo de reconocimiento para averiguar quién se acerca. El piloto está preparado para despegar en caso de emergencia. Sus órdenes son marcharse de inmediato si hay alguna amenaza. Yo ya encontraré cómo volver. Sé cómo cuidarme solo.

El trayecto en coche hasta la finca es tenso. Yuri está al volante y Leonid preparado para disparar. Es un día frío y gris, con una espesa niebla en el aire. Apenas puedo ver nada a diez metros.

Mientras vamos subiendo montaña arriba, llamo a Igor.

—¿Qué tal está ella?

—Sigue enfadada —dice él con tono brusco.

—Lo superará. —Aunque pueda verlo por mí mismo en el móvil, le pregunto—: ¿Y qué hay de la vigilancia?

—Todo está yendo como la seda.

Sus palabras no me tranquilizan. No me gusta estar separado de mi kiska.

Leonid me mira de reojo desde el asiento delantero cuando cuelgo, con su cara de hombre corpulento formando un ceño. No le gusta el hecho de que esté prácticamente teniendo a Katerina presa. Mis hombres la respetan. Ha llegado a caerles bien. Bueno, mala suerte. No pienso correr riesgos respecto a su seguridad. Leonid y todos los demás pueden ir y joderse.

Me dirijo a Yuri con tono brusco.

—¿Cuánto falta?

Él le echa un vistazo rápido al GPS.

—Diez minutos.

La carretera sube en zigzag montaña arriba. Exactamente diez minutos después, llegamos a una imponente verja metálica. Al acercarnos, la pesada puerta se abre hacia un lado, mostrando más bosque espeso y una carretera estrecha y sin asfaltar.

¿Por qué se esconde Molotov en este sitio en medio de la nada? Supongo que el aislamiento permite mejores medidas de seguridad, incluso mayores que las que tengo en mi residencia de San Petersburgo. Tal vez deba construirme unas instalaciones en medio de la nada yo también y mantener a Katyusha en ellas. Por su seguridad.

Yuri aparca junto a una casa moderna. Las luces brillan doradas a través de los amplios ventanales. Al ver todas esas ventanas me entra un picor de inquietud que se arrastra entre mis omóplatos. Sin persianas ni cortinas, los que hay dentro son un blanco fácil para cualquier acosador o asesino. Si la reputación de Nikolai Molotov de ser un hijo de puta desconfiado es cierta, estos cristales serán a prueba de balas. Aun así, nunca me ha gustado estar a la vista de cualquiera.

La puerta principal se abre, y Molotov en persona sale por ella.

Leonid me sostiene la puerta del coche. Me sigue con Yuri mientras me acerco y le estrecho la mano a Molotov.

Molotov nos conduce adentro e invita a mis hombres a tomar algo en la cocina mientras él y yo vamos a su estudio.

—Pasa —me dice, apartándose para dejarme entrar.

El paisaje que muestra la ventana está oculto por la niebla. Unos cuantos reflectores colorean los senderos del jardín con una luz esmeralda. Las vistas en un día despejado deben de ser espectaculares.

—Siéntate —me dice, dirigiéndome a una mesa redonda de conferencias cerca de su escritorio.

Cuando me siento, saca una botella de vodka de una cubitera y nos sirve dos chupitos.

—Creo que tienes un asesino a sueldo yendo tras de ti.

Le miro con los párpados medio bajados.

—Las noticias vuelan.

—En nuestros círculos. —Deja un vaso frente a mí y se sienta en la silla de detrás del escritorio—. ¿Estás haciendo progresos en encontrar al hombre que te quiere muerto?

Inhalo profundamente y exhalo por la nariz mientras le observo. Como ya he dicho, no me fío de cualquiera, no fácilmente.

—De hecho, sí.

Cuando no explico nada más, él pregunta:

—¿Y quién es esa persona que te quiere muerto, si puedo preguntarlo?

Mi sonrisa se convierte en una mueca.

—No, no puedes.

—Entonces, ¿puedo preguntar el por qué? —Recorre el borde del vaso con un dedo—. ¿Poder?

—El poder siempre es un buen motivo para matar.

Una sonrisa se dibuja lentamente en su rostro. Sabe que no le voy a decir nada.

—¿Por qué tantas evasivas?

Mi tono se llena de impaciencia.

—¿Por qué tanta curiosidad?

—Me gusta saber con quién hago negocios. —Se reclina en su silla y me estudia con una mirada inquisitiva—. No hace demasiado, estabas paseando a una mujer por Nueva York, una mujer que te llevaste a Rusia contigo. Katherine Morrell, ¿verdad? Ha salido en todas las revistas de cotilleos.

Yo agarro el vaso con más fuerza.

—Si aprecias en algo tu vida, no volverás a pronunciar su nombre.

—Ah, así es la cosa —dice él y asiente con la cabeza, no mostrando su acuerdo sino más bien su comprensión—. ¿Qué ha pasado? ¿El que te persigue fue a por ella para llegar hasta ti?

Si aprieto más fuerte el vaso, se va a romper.

—Ah —dice él cuando yo no respondo—. Veo que estoy en lo cierto.

Yo entrecierro los ojos y digo con un tono contenido:

—Pareces muy interesado en asuntos que no te conciernen.

Él me observa un instante, a la vez pensativo y atento.

—Tienes un montón de enemigos.

Arqueo una ceja.

—Igual que tú.

—Este negocio conjunto te garantizará una alianza con mi familia. Hasta cierto punto. ¿Es esa la auténtica razón de tu interés por el proyecto de Konstantin?

—También te asegura a ti una alianza conmigo. ¿Es por eso que vas a firmar los papeles?

Él sonríe por cómo se la he devuelto. El silencio se alarga unos instantes antes de que la tensión se esfume y una atmósfera más amistosa la sustituya.

—¿A qué vienen todas estas preguntas, Nikolai? Creía que estabas contento con mis condiciones. ¿O es que tienes dudas?

Él se acerca el vaso y dice:

—Solo me aseguro de que seguirás estando vivo para que el proyecto arranque de verdad.

Le lanzo una mirada fría.

—No tengo ninguna intención de morir.

—Bien. —Levanta su vaso—. Por nuestros objetivos mutuos.

Yo choco mi vaso contra el suyo.

—Por la empresa conjunta.

Nos bebemos el licor de un trago al unísono. Cuando dejo mi vaso vacío a un lado, él coge una carpeta de su cajón y la desliza por su escritorio.

Yo abro la tapa. Mientras leo el contrato, él me sirve más vodka. Satisfecho de que todo está tal como habíamos acordado, cojo un rotulador del bolsillo y firmo mi nombre.

—Esto requiere de otro brindis —dice él.

Después de que él firme, bebemos dos veces más. Cuando él coge la botella para una cuarta ronda, me pongo en pie.

—Será mejor que me vaya. —Me abrocho la chaqueta—. Tenemos un largo viaje por delante.

Él se levanta también.

—Hay mucho espacio aquí si quieres quedarte a dormir.

—Gracias, pero prefiero volver.

Él sale de detrás de su escritorio y me dice:

—Te acompaño a la puerta.

Salimos cruzando el salón donde Yuri y Leonid están viendo la tele mientras se llenan los carrillos con un surtido de aperitivos.

En la puerta principal, me detengo.

—Dime una cosa, Nikolai.

Él espera.

—¿Qué está haciendo un hombre que supuestamente ama la ópera más que nadie aquí en medio de la naturaleza?

Su mirada se carga de tensión.

—Me gusta pescar.

Vale. ¿Tiene esto algo que ver con la joven esposa americana con la que se casó no hace mucho? De cualquier forma, todo hombre tiene derecho a tener sus secretos, así que lo dejo ahí. Estoy a medio camino del coche cuando él habla.

—Es mi turno de preguntarte algo, Álex.

Me detengo y le miro.

—¿Por qué elegiste el proyecto de Konstantin? —me pregunta—. Hay un centenar de otras inversiones con un perfil de riesgo mucho más bajo.

—Porque todo el mundo se merece energía a precios asequibles.

Él suelta una risa grave. Yuri y Leonid se unen a él. Y yo también. Dejad que piensen lo que quieran. No necesitan saber que lo digo de verdad. Según mi reputación, no tengo corazón.

Justo cuando nos estamos subiendo al coche, me suena el teléfono.

Es Igor.

Cada músculo de mi cuerpo se torna rígido. Contesto a la llamada antes incluso de que Leonid haya cerrado mi puerta.

—¿Que sucede? —pregunto con voz tensa.

—Todo va bien por aquí —me dice Igor—. Kate está sana y salva. Ha pasado algo en San Petersburgo. —Hace una pausa, y su silencio denota lo grave del tema—. Me han llegado noticias del hombre que está vigilando la casa de Stefanov. He creído que querrías saber esto.

—Espera. —pongo el móvil en modo altavoz para que Leonid lo oiga también. Si están pasando cosas malas, me ahorraré tiempo si no tengo que repetir el mensaje—. ¿Qué ha pasado? —Suelto con brusquedad mientras atravesamos la verja de la finca de Molotov.

—Stefanov ha ejecutado a Pavlov y se ha cargado a toda su plana mayor.

¿Qué cojones?

—¿Que ha hecho qué?

—Eso no es todo. —Otra pausa—. Ha decapitado el cuerpo y ha dejado el cadáver sin cabeza de Pavlov en la puerta de su casa, aparentemente para enviar un mensaje.

—¿Qué mensaje?

—Sostiene que Pavlov le ha traicionado —dice Igor—. Que le ha vendido.

Leonid cruza la vista conmigo en el espejo retrovisor.

—Stefanov no quiere dejar cabos sueltos.

Exactamente lo que yo pensaba.

—¿Qué es lo que vio nuestro hombre? —pregunto.

—Dice que primero llegó Pavlov y después sus lugartenientes. No los vio marcharse pero alguien sacó sus coches de allí. Entonces es cuando sospechó que algo estaba ocurriendo. Poco después, sacaron los cuerpos de la casa a plena luz del día, para que todo el mundo lo viera. Él informó a su superior, que envió un dron. Tenemos imágenes de cómo tiraron el cuerpo en la puerta de Pavlov.

Ese es un mensaje muy potente. Todo el mundo en Rusia se lo pensará dos veces antes de traicionar a Stefanov. Puede que haya organizado la masacre para que parezca una ejecución justificada de la bratva, pero el hecho de que haya silenciado a Pavlov significa que se está poniendo nervioso.

Bien.

Tengo el presentimiento de que se avecina más acción.

Apenas puedo esperar.