31

Kate

—¡Espera! —grito, volviendo a ir tras Álex.

—Por todos los santos, Katerina —casi ruge él—. Vete a nuestra habitación y quédate allí.

Yo lo alcanzo y le agarro de un brazo.

—Cuéntame qué es lo que pasa.

Él se da la vuelta y dice con los ojos entornados.

—No me hagas decírtelo otra vez. Si no puedes seguir mis órdenes, yo mismo te encerraré allí.

¿Que hará qué? Esto es llevar el juego a una nueva dimensión de caer bajo.

Yo me pongo muy derecha.

Tu habitación, querrás decir, porque nunca ha sido nuestra.

Él le echa una mirada a Leonid que pasa por nuestro lado en el pasillo a paso ligero. Cuando Leonid ya no puede escucharnos, Álex dice sin gritar:

—No tengo tiempo para juegos de palabras. —Se suelta de mi mano y prosigue su camino.

Yo le adelanto corriendo y me paro en el marco de la puerta de la cocina, bloqueándole el paso.

—Si estás planeando salir de esta casa, primero tendrás que pasar por encima de mí.

—Katerina. —Él aprieta la mandíbula—. No pienso ponerte una mano encima a la fuerza, así que por favor, échate a un lado.

Cuando yo no me muevo, él se va en dirección contraria, hacia la entrada principal de la casa.

Yo me quedo paralizada allí mismo, boquiabierta. ¿Qué mosca le ha picado? Entiendo que está bajo un estrés enorme, pero eso no es motivo para comportarse como un gilipollas. Quiero respuestas, pero obviamente ahora no es el momento de presionarle.

Inhalo unas cuantas bocanadas profundas de aire, me muerdo la lengua y voy con decisión hacia las escaleras mientras Álex atraviesa el vestíbulo. Justo cuando llego al pie de las escaleras, se abre la puerta y entra Igor. Álex se detiene.

—Tienes visita —dice Igor, cerrando la puerta tras de sí—. Mikhail y Dania están ahí en la verja.

Álex se pellizca el puente de la nariz y levanta la cara para mirar al techo.

—Joder. Vaya mierda de momento inoportuno.

Igor pasa su peso de un pie al otro.

—¿Les digo que vuelvan más tarde?

Álex suelta un suspiro antes de volverse otra vez hacia Igor.

—No. —Su mandíbula adquiere un gesto de firmeza y él se queda mirando fijamente a la puerta como si pudiese ver a través de ella—. Mikhail considerará un insulto que no quiera recibirles. Que pasen. —Vuelve la cabeza hacia mí y me dice con gesto tenso—: Será mejor que te quedes un poco por aquí antes de ir a nuestra habitación.

Yo aprieto los puños. Me estoy hartando de ser tratada como la subordinada de Álex. Puede que él sea uno de los hombres más poderosos del mundo, un oligarca hecho a sí mismo, pero yo todavía soy dueña de mí misma. He trabajado mucho para conseguir mi independencia y mi seguridad en mí misma. No le permitiré que mine esas cualidades solo porque tenga más poder que yo.

Antes de que pueda abrir la boca para protestar, Igor abre la puerta, y yo veo cuatro coches que están aparcando en la entrada. Igual que nosotros, Mikhail y Dania viajan con guardaespaldas. Un hombre sale del primer coche para abrir la puerta trasera del segundo. Una pierna esbelta y pálida aparece y luego sale Dania, con una falda tal vez un poco demasiado corta. Ella estira grácilmente su cuerpo y se pasa una mano por la cadera para enderezar su falda. Con un traje chaqueta entallado de dos piezas de color rojo, tacones altos a juego y un abrigo de piel sobre los hombros, es el epítome de la elegancia. Su postura es regia mientras espera a que su padre rodee el coche. Rodeados por hombres vestidos con ropa militar negra con un logo de un laberinto, que supongo que es el emblema de Mikhail, se acercan hasta la puerta.

Es demasiado tarde para escapar, además de que no pienso dejar a esa tía sola con Álex. No confío en ella ni de lejos. Su discurso del baño sigue resonando claramente en mi mente.

Álex ofrece una mano cuando Mikhail llega junto a él. Aparte de la rigidez de sus hombros, nada más traiciona su estrés. Su cara tiene una expresión tranquila y sus modales son calculados: una máscara que ha practicado mucho.

—Mikhail. Esta es una sorpresa inesperada.

Tres guardias se quedan afuera. Cuatro entran en la casa antes de que Igor cierre la puerta. Se quedan firmes cerca de la entrada, intentando confundirse con el mobiliario.

Mikhail estrecha la mano de Álex.

—No pudiste venir a cenar, y no hemos oído nada de ti desde entonces. —Sus labios se tuercen mientras echa una mirada de reojo a su hija—. Dania insistió en que viésemos cómo estabas. Estaba preocupada. —Baja la barbilla y examina a Álex—. Ambos lo estábamos.

—Estábamos en los Estados Unidos —dice Álex—. Ya te lo dije.

—Sí, sí. —Mikhail se quita sus guantes de piel—. Sin embargo, no me dijiste que ya habías vuelto.

Lena aparece en el momento justo para apresurarse a cruzar el recibidor y coger los guantes y el abrigo de Mikhail.

—Dania —dice Álex, saludándola con un gesto de cabeza, pero no le besa en la mejilla cuando ella ofrece su cara.

No se me escapa la minúscula fracción de tensión de sus ojos.

—Espero que no te importe que hayamos venido de vista sin ser invitados —dice ella, sonriendo dulcemente a Álex.

—En absoluto —replica Álex, devolviéndole la sonrisa. Sus ojos no sonríen con su boca—. Recordaréis a Katerina.

Dania y Mikhail vuelven su atención hacia mí.

Mikhail me da un repaso de arriba abajo con gesto crítico al ver mi jersey demasiado grande que me deja un hombro al aire y mis leggings.

—Por supuesto. ¿Cómo estás, Kate?

Levanto la cabeza y me acerco con la espalda recta.

—Estoy bien, gracias por preguntar. ¿Y usted?

Él levanta los brazos y dice con una sonrisa condescendiente en los labios:

—Bien también, como puedes ver.

—Es agradable verte de nuevo —me dice Dania—. Estás... —Me pasa la vista por encima—. ¿Bien?

—Gracias —digo yo, imitando su tono edulcorado—. Tú estás... ¿formal? ¿Vas de camino hacia algún evento?

Lena, que está cogiendo el abrigo de Dania, intenta ocultar un resoplido burlón. Cuando Álex le lanza una mirada seca, ella se centra rápidamente en colgar el abrigo en el armario.

Dania suelta una risita.

—Esta es mi ropa de diario, querida.

Álex estira un brazo señalando el salón formal.

—¿Queréis pasar?

Él va delante.

Mirando alrededor, Dania le sigue justo detrás.

—Nada ha cambiado mucho por aquí. Ya sería hora de que alguna mujer redecorase esta antigualla de casa.

—Dania —dice Mikhail con tono de regañina—. Álex pensará que estás insultando sus gustos.

—Conozco los gustos de Álex —dice ella, meneando las caderas mientras le sigue hasta la sala—. Son modernos, como en su casa de Nueva York.

El golpe se me clava dentro, justo como ella pretendía. Su intención es recordarme que ella ha visto el interior de su casa, y más específicamente, el interior de su dormitorio. Fue antes de que él me conociera, pero aun así. Si pudiese sacarle los ojos ahora mismo, lo haría.

—¿Os apetece algo de beber? —pregunta Álex, haciendo un gesto para invitarles a sentarse en el sofá—. ¿Vodka?

—Té para mí si no te importa —dice Dania, sentándose junto a su padre—. Me muero de sed.

Álex se sienta en el otro sofá y me arrastra con él —dice a Lena, que está en el umbral con las manos dobladas por delante:

—Té y vodka, por favor. —Me mira y pregunta—: ¿Qué te apetece a ti, Katyusha?

—El té está bien, gracias —respondo.

—Ya sabes qué té me gusta, Lena —dice Dania—. Esa mezcla tan agradable de regaliz y verbena que tú preparas.

—Sí, señora —dice Lena, antes de salir de la habitación.

Dania se dirige a mí.

—Háblanos de tu viaje a los Estados Unidos.

Como no estoy de humor para hablarles de mi familia ni de mi vida personal, respondo de forma vaga:

—Fue genial.

Álex estira un brazo sobre el respaldo y me acaricia la piel desnuda del hombro con un dedo.

—Demasiado corto, me temo.

Mantenemos una charla trivial durante unos minutos, y entonces la conversación deriva hacia los negocios, lo que me deja excluida.

Lena llega con una bandeja que pone sobre la mesita. Sirve una infusión de hierbas de una pequeña tetera para Dania y me ofrece a mí una taza de Earl Grey. Después de servirnos a todos una porción del pastel de almendras de Tima, se marcha.

Álex sirve el vodka y le da un vaso a Mikhail. Parece temprano para beber licores fuertes, pero sé que es una costumbre rusa. Mikhail habla sin cesar de negocios mientras nos tomamos el té. Está en medio de una frase cuando Dania le interrumpe poniéndose en pie de golpe.

Se pone una mano en el estómago y dice:

—No me encuentro bien. Kate, ¿puedes acompañarme al baño, por favor?

—Por supuesto —digo, ya de pie.

Los dos hombres se levantan, con los ceños fruncidos.

—¿Llamo a un médico? —pregunta Mikhail.

—Solo son unas pocas nauseas, papá.

Me apresuro a ir tras Dania mientras ella corre hacia la puerta.

—Katerina es enfermera —dice Álex—. Si tenemos que llamarle, ella nos lo dirá.

Dania conoce la casa. Corre hasta el baño de invitados, golpeando la puerta contra la pared al abrirla.

La sigo y cierro la puerta por su privacidad. Su rostro está pálido y tiene la frente llena de gotas de sudor. Parece estar a punto de vomitar. Por si acaso, abro la tapa del inodoro.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunto—. ¿Solo tienes nauseas o también notas calambres en el estómago?

—Escúchame —me espeta ella, sobresaltándome al cogerme por los hombros. Prosigue con tono apresurado—. No tenemos mucho tiempo. Dentro de un momento, estaré enferma. Muy enferma.

Me aparto y miro su cara de aspecto febril.

—¿De qué estás hablando?

—El té. Lena me ha puesto algo.

—¿Qué? —exclamo.

Ella me da una sacudida.

—Escúchame. Esta es tu única oportunidad de escapar. —Señala con la cabeza hacia la cabina del inodoro—. Hay una bolsa detrás de la puerta. Cámbiate. Pronto esto será un caos. Parecerá como si estuviese a punto de morirme. Creerán que me han envenenado. Mi padre me va a llevar al hospital a toda prisa. Yo me subiré en el coche con él. Mientras todos están distraídos, súbete al segundo coche. El conductor es mi guardaespaldas. Túmbate en la parte de atrás. Él te llevará hasta el aeropuerto. Lena te ha preparado una bolsa. Está ya dentro del maletero y lleva dinero y un pasaporte falso.

Demasiado en shock para encontrar las palabras, solo soy capaz de mirarla fijamente.

—Es tu única oportunidad de marcharte de aquí —dice ella, soltándome los hombros—. No voy a envenenarme a mí misma dos veces por ti.

—¿Y qué hay de ti? —pregunto, luchando por procesar lo que está ocurriendo—. ¿Qué es lo que te ha dado Lena?

—No te preocupes por mí —me responde, secándose la frente con el dorso de la mano—. Era una dosis pequeña. Sobreviviré.

—No me puedo creer que hayas hecho esto —le digo, temblando de la cabeza a los pies—. Es tan peligroso e irresponsable...

—No dejes que haya sido en vano. —Me empuja hacia el inodoro—. Vete. Date prisa. Se nos está acabando el tiempo. —Cuando yo no me muevo, añade—: Es ahora o nunca, Kate. ¿Entiendes lo que te digo?

Mi cerebro se pone en modo negación, aunque mi formación médica me dicta que la ayude. Cuando sus hombros se inclinan hacia adelante y su pecho se eleva, la cojo por el brazo.

—Ven —le digo, conduciéndola hasta la taza—. Voy a llamar a Álex.

Ella me aparta de un empujón.

—Coge la puta bolsa, Kate. No seas idiota.

Miro la bolsa en el rincón detrás de la puerta.

—¿Cómo ha llegado hasta aquí?

—Mi guardaespaldas se la ha pasado a escondidas a Lena —dice ella, arrodillándose delante de la taza—. ¿Qué coño importa cómo ha llegado hasta aquí?

Le echo el pelo sobre los hombros y le digo:

—Es que no puedo dejarte así.

Ella suelta una carcajada.

—Ya tendré bastante gente preocupándose por mí. Tú solo... —Un vómito violento corta el final de su frase.

Le sostengo el pelo mientras vacía el estómago. Cuando ha pasado lo peor, corro hacia la puerta.

Alguien llama justo cuando estoy a punto de coger el pomo.

—¿Katerina? —me llama Álex—. ¿Va todo bien?

—No —digo, abriendo la puerta.

Álex y Mikhail están de pie al lado, con sus rostros tensos de preocupación.

—Parece veneno —digo con voz temblorosa—. Necesita ir a un hospital.

—Desayuno, papa —dice Dania con voz quejumbrosa desde el baño—. Blini.

Mikhail suelta una ristra de palabrotas.

Álex dice con voz tensa:

—Llamaré a una ambulancia.

—No —otra nausea estremece el cuerpo de Dania. Toma aire y dice—: quiero que me lleves tú, papá. No me fío de la ambulancia.

—Dile a tu chofer que arranque el motor —indica Álex a Mikhail—. Les diré a mis hombres que se aseguren de que las calles están despejadas. Será mejor que llames a tu casa por el camino y que consigas muestras de ese desayuno. Que registren la cocina, quizás.

Mikhail asiente antes de salir corriendo por el pasillo.

—¿Puedes defender el fuerte mientras yo hablo con los de seguridad? —Me pregunta Álex, con tono suave pero apresurado—. Enviaré a Igor para que lleve a Dania hasta el coche.

A mí se me hace un nudo en el estómago.

—Por supuesto.

Después de una fugaz sonrisa de gratitud, sigue los pasos de Mikhail.

Otro ataque de vómito deja a Dania derrumbada sobre el inodoro. No hay mucho que yo pueda hacer aparte de quitarle el pelo de la cara. Si la dosis de veneno que ha tomado no es letal, su sistema se librará de él en unas cuantas horas. Sin embargo, aun así tendrán que monitorizarla en el hospital para comprobar que no haya daños en sus órganos ni en su sistema nervioso. Probablemente le hagan un lavado de estómago para asegurarse, y la conecten a una vía de suero glucosado mientras le hacen pruebas. Después de pasar la noche en observación, le darán el alta y la enviarán a casa. Su vida volverá a la normalidad y su sufrimiento se habrá terminado.

Mis ojos bailan entre ella y la bolsa.

—Que te jodan, Kate —dice, con su pecho moviéndose arriba y abajo con respiraciones rápidas—. Te mataré si resulta que he pasado por todo esto para nada.

Mierda. No sé qué hacer. Ella tiene razón sobre una cosa. Esta es mi única oportunidad. No habrá ninguna otra. La casa está sumida en el caos, y yo estoy atrapada en ese mismo torbellino, obligada a tomar una decisión irreflexiva.

El instinto se apodera de mí y el modo supervivencia toma las riendas. Arrastro la bolsa desde detrás de la puerta hasta la zona de tocador del baño. Me tiemblan las manos al abrir la cremallera y mientras saco una camiseta negra, un chaquetón, un par de pantalones de camuflaje y una gorra con un logo en forma de laberinto.

¿De verdad estoy haciendo esto? Ya no estoy pensando de manera lógica. Mis acciones están siendo dictadas por la pura adrenalina. Me quito el jersey a tirones y me pongo la camiseta. No me molesto en quitarme los leggings. Solo me libro de mis zapatillas de deporte en dos patadas antes de subirme los pantalones de camuflaje que me quedan demasiado grandes. Estoy a mitad de hacerme un moño para esconder el pelo bajo la gorra cuando la puerta se abre hacia dentro.

El miedo me paraliza. Si Álex me pilla, no sé lo que me hará. Solo sé que ya es demasiado tarde. Soy culpable. Lo he sido desde el mismo instante en que abrí la cremallera de la bolsa.

Lena entra en el baño.

Suelto el aire que contenía, a punto de desmayarme de alivio.

—Vamos —dice Lena, sacando un par de botas militares de la bolsa—. Igor viene hacia aquí. Tienes que darte prisa. —Ella me entrega las botas y mete mi jersey y mis zapatillas en la bolsa—. Póntelas en la habitación de al lado. Yo esconderé tus cosas y me ocuparé de Dania.

Yo titubeo.

—Ahora, Kate —ordena Lena con voz severa, haciendo que entre en acción.

Actúo en piloto automático. Cojo las botas y echo un vistazo al otro lado de la puerta. Hay gran conmoción en el recibidor, con hombres corriendo en todas direcciones. La puerta delantera permanece abierta. Mikhail está en la entrada, poniéndose el abrigo mientras ruge órdenes en ruso a uno de sus hombres. Álex tiene el móvil pegado a la oreja, probablemente alertando a seguridad en casa de Mikhail o tal vez advirtiendo al hospital de la llegada de Dania.

Sin hacer ruido, atravieso rápidamente la puerta y entro en el salón de verano desierto que hay junto al baño. Es una de las muchas habitaciones que no usamos. Apoyo la espalda contra la pared detrás de la puerta, y cojo aire mientras escucho fuertes pisadas en el corredor. Reuniendo todo el coraje que poseo, me pongo las botas. Me tiemblan tanto las manos cuando me estoy atando los cordones que el resultado es como mucho un lío.

La voz de Igor resuena desde el baño de al lado. Está diciendo algo en ruso. Lena le contesta. Agacho la cabeza, oculto mi rostro tras la visera de la gorra, y salgo corriendo por la puerta. Mi corazón martillea con golpes ensordecedores dentro de mi pecho mientras camino con rapidez pasillo abajo.

En medio del jaleo, nadie levanta la vista cuando me uno a dos hombres armados con rifles. Igor sale del baño, llevando a Dania en brazos. Álex cuelga el teléfono y corre hacia ellos. Mikhail le sigue.

Yo aprovecho la oportunidad para deslizarme por la puerta principal. Los hombres de Álex están llevando detectores de metales y armas dentro. Después de lo que ha pasado, Álex se asegurará de que nuestra seguridad no se ha visto comprometida. Camino hacia los coches de la entrada con el corazón amenazando con salírseme del pecho a cada paso que doy. Es demasiado tarde para echarme atrás. Al haber entrado en acción, estoy colaborando con Dania. Puede que Álex piense incluso que yo he urdido este plan, pero no hay tiempo para sopesar las posibles consecuencias. Solo hay un camino hacia adelante, y es salir de aquí. Ya pensaré en todo lo demás cuando me encuentre en suelo americano.

La puerta trasera del segundo coche está abierta. El hombre que hay junto al coche hace un casi indetectable asentimiento con la cabeza al mirarme a los ojos. Yo vuelvo la cabeza para mirar atrás. Nadie me está mirando. Me deslizo en el asiento trasero, con la vista al frente. El hombre cierra la puerta. Cuando nadie grita y nada más sucede, me deslizo por el asiento y me tumbo . Hay una manta en el suelo que sobresale desde debajo del asiento del pasajero. Me tapo con ella, sin atreverme a respirar.

La voz de Mikhail me alcanza en mi escondite. Unos pasos hacen crujir la gravilla. Cuando me empiezan a arder los pulmones, me doy cuenta de que he estado conteniendo el aliento. Inhalo el aroma del asiento de cuero y un perfume de mujer que se ha pegado a la manta de cachemir. La lana forma una pequeña tienda de campaña cuando exhalo, y las ásperas fibras me hacen cosquillas en la nariz.

No estornudes, Kate. Por favor, no estornudes.

El motor se pone en marcha. El coche empieza a moverse lentamente. Cuento los segundos. Después de llegar a quince, cogemos velocidad. Cuanto más rápido vamos, más se me acelera el pulso.

El hombre está diciendo algo en ruso.

Suena algo así como Syad’. Levántate o siéntate.

Aparto la manta a un lado y miro al cielo a través de la ventanilla. El día está nublado. Parece como si fuese a nevar. Me enderezo. Seguimos en la ciudad, en un barrio que no reconozco, pero más adelante hay una señal con un símbolo de un avión dibujado.

Miro por el parabrisas trasero. No somos el único coche que hay en la carretera, pero no veo ninguno de los coches negros de Álex. No nos están siguiendo.

El interior del coche es cálido, y la chaqueta que llevo puesta es abrigada, pero aun así me estremezco. En vez de sentir alivio, una inexplicable sensación de vacío me asalta. Me siento a la deriva. Perdida. Destrozada y confusa. Todavía tengo que procesar lo que he hecho. Fue una decisión tomada en el fragor del momento, no algo que yo hubiese planeado. Y el estrés está lejos de haber desaparecido. Nada estará claro hasta que ponga los pies en el avión. En ese punto, seré libre. Eso es en lo que tengo que centrarme.

Hostia puta.

Dania lo ha conseguido.

Yo lo he conseguido.

Me froto la cara con las manos. Todavía no puedo creerme que esté fuera de la fortaleza de Álex.

Vuelvo el rostro hacia la ventanilla y miro al otro lado sin ver nada. Mis pensamientos se centran en el futuro, en lo que haré cuando llegue a casa. Haré saber a Álex que estoy a salvo. Al menos se merece eso. Pero le dejaré muy claro que no estoy dispuesta a ser una prisionera por más tiempo. Mientras él lidia con el asesino a sueldo, yo desapareceré y me tomaré un tiempo para pensar las cosas. Mientras tanto, no voy a darle vueltas a por qué Dania me ha ayudado. No lo ha hecho por motivos altruistas, eso seguro.

El conductor pisa el freno cuando llegamos a un semáforo. Está en verde. Un par de faros se aproxima desde el cruce dirigiéndose hacia donde el semáforo está en rojo para él, pero el conductor no reduce la marcha.

Pestañeo y frunzo el ceño. Demasiado tarde, me doy cuenta de que no piensa parar.

—¡Cuidado! —grito, intentando advertir a mi conductor.

Él gira bruscamente el volante hacia la derecha.

El coche nos golpea de lado, dándole a la puerta del pasajero. Los airbags se abren. El metal se dobla y los cristales se rompen cuando el impuso nos lanza contra el asfalto. Mi cuerpo sale despedido con fuerza contra la puerta cuando nuestro coche se dobla contra una farola.

Cada uno de los huesos de mi cuerpo me duele mientras yo parpadeo, en shock, luchando por procesar lo que ha ocurrido. El conductor del coche que nos ha dado se baja. Da la vuelta al nuestro hasta el lado del conductor. La ventanilla ha estallado por el impacto. La farola bloquea la puerta y el lado contrario del coche está tan dañado que no estoy segura de que pueda abrir esa puerta tampoco. Tendrá que llamar a los bomberos para que nos saquen.

Él se detiene delante de la ventanilla rota.

—Ayúdanos —digo con voz ronca, mientras me limpio con la mano algo húmedo que me cae por la mejilla. Todo mi cuerpo tiembla, y el frío del exterior de algún modo se ha metido en mi cuerpo, congelando mi interior y enmarañando mis pensamientos.

Él me dedica una sonrisa. Se saca de debajo del abrigo una pistola con un silenciador enroscado al cañón, empuja la pistola contra el airbag y dispara. Un grito se me queda atascado en la garganta. Un coche se detiene e nuestro lado, probablemente para ofrecernos su ayuda, pero los ojos del conductor se agrandan al ver la pistola. Arranca y se va sin decir palabra.

Yo me aparto velozmente hacia el lado contrario e intento abrir la puerta con manos temblorosas, pero está atascada.

El hombre pone dos dedos sobre el cuello de mi conductor, buscando su pulso.

Oh Dios. Quizás solo haya disparado al airbag para desinflarlo.

Levanto las manos con mi estómago agitado con una mezcla de terror y esperanza.

—Por favor. —¿Entiende este hombre el inglés siquiera? —Por favor, no nos hagas daño.

El hombre pone el cañón de la pistola contra la sien del conductor y aprieta el gatillo.