Igor sube los escalones de dos en dos y se detiene a mi lado, en el porche. Flanqueados por Dimitri y Leonid, vemos marcharse a Mikhail y su comitiva.
—¿Veneno? —pregunta Leonid—. ¿Quién querría envenenar a Dania Turgeneva?
Los coches salen por la verja. Sigo su rápida marcha con una mirada pensativa.
—Sea quien sea, es hombre muerto.
—Puedes apostar a que sí. —Dimitri menea la cabeza—. Nadie se mete con la princesita de Mikhail. No puedo creer que alguien haya sido tan estúpido.
—¿Y qué hay de la operación? —pregunta Igor—. ¿Todavía sigue en pie?
—No. —Me meto las manos en los bolsillos—. Vamos a esperar hasta que haya noticias sobre Dania. Sería poco respetuoso declarar una guerra en toda regla mientras la hija de Mikhail se está muriendo. Deberíamos esperar hasta que Mikhail sepa más acerca del veneno y de cómo ha ocurrido.
—¿Y qué hay de Kate? —Las cejas de Igor se unen en el centro de su frente—. ¿Tiene ella alguna idea de qué clase de veneno podría ser?
—Todavía no hemos tenido tiempo de hablar —le digo—. Manteneos alerta y doblad los guardias en torno a la casa. Hacédmelo saber si os enteráis de algo vía satélite. Yo voy a hablar con Katerina.
Los hombres asienten al unísono. Les dejo a cargo de la seguridad y regreso dentro de la casa. La puerta se cierra con un clic tras de mí y la cerradura electrónica emite un sonido agudo cuando el cierre se activa. Hay dos hombres vigilando la puerta. Otro más está de pie cerca del pasillo.
—¿Novedades? — pregunto al acercarme a él.
—No, señor —me responde él con la vista al frente—. Las habitaciones de abajo están limpias. Estamos revisando las del piso de arriba mientras hablamos.
Hago un barrido de la casa en busca de micros cada semana e inmediatamente después de haber tenido visita. Me fío de Mikhail, pero ser cauto no va a hacerme ningún daño. Especialmente a la luz de lo que acaba de acaecer.
Paso por su lado y me dirijo al baño de invitados. El aire huele fuertemente a lejía. Lena está fregando el suelo. Cuando me detengo en la puerta, ella levanta la vista.
—¿Has visto a Katerina? —pregunto.
—No, señor. Tal vez haya subido arriba.
De camino hacia el salón, miro en la biblioteca y en mi estudio. Las dos estancias están desiertas. El salón está vacío. Pruebo en la habitación que Igor convirtió en una clínica improvisada, pero cuando tampoco la encuentro allí, me dirijo al piso de arriba.
La casa es grande. Hay tres hombres revisando el segundo piso. Paso a su lado por el pasillo y abro la puerta de nuestro dormitorio.
Vacío.
Lo atravieso a grandes zancadas y entro en el vestidor.
Sin señales de ella.
Llamo a la puerta del baño.
—¿Katerina?
Ninguna respuesta.
Un mal presentimiento se extiende por mi estómago. Abro la puerta, sabiendo ya lo que voy a encontrarme.
Nada. Nadie.
Joder.
Saco bruscamente mi móvil del bolsillo y llamo a Igor, corriendo a la vez hacia las escaleras. Cuando él lo coge, yo le espeto bruscamente:
—Katerina ha desaparecido. Buscad en la casa, el jardín y los barracones.
—Sí, señor.
—Tú —digo, señalando a uno de los hombres que vigilan la puerta.
Él se pone firme.
—¿Ha salido la Señorita Morrell de la casa detrás de mí y del Sr. Turgenev?
—No, señor.
—Joder —maldigo entre dientes, corriendo hacia la cocina.
—¿Qué es lo que ocurre? —pregunta Tima cuando me detengo en medio de la estancia.
—¿Está aquí Katerina?
—No —dice él, frunciendo el ceño.
Todavía agarrando con fuerza mi teléfono, me paso nerviosamente los dedos por el pelo.
—Ha desaparecido.
Su cara se convierte en una mueca, con los ojos y la boca torciéndose hacia abajo.
—¿Hace cuánto?
—No más de diez minutos.
Él aparta un cuchillo de carnicero y apoya las palmas de sus manos en la encimera.
—Podría estar escondiéndose por la casa.
—Estoy haciendo que revisen toda la finca.
—Si no lo está... —Me mira por debajo de sus cejas.
—Entonces se escapó en medio de toda la emergencia con Dania. —Solo con decir esas palabras, me siento enfermo.
—No es posible que haya salido por la verja. Los guardias se habrían dado cuenta.
Aprieto los dientes.
—También la habrían visto si se hubiese metido en uno de los coches. Tiene que estar en la casa.
Él chupa aire y da un silbido.
—¿Qué? —pregunto.
—Si no está en la casa y nadie la ha visto marcharse, tendrás que asumir que se ha ido con Mikhail.
Doy un puñetazo en la mesa.
—Mikhail jamás haría eso. Sabe que le mataría.
—¿Y qué hay de Dania? —pregunta Tima, con sus ojos estrechándose hasta convertirse en dos finas ranuras.
—Dania estaba echando las tripas por la boca.
—Hay algo que no cuadra en toda esta historia del envenenamiento. —Él se endereza y se cruza de brazos—. Yo he envenenado unas cuantas veces en mis tiempos, y puedo decirte que si Dania hubiese tomado el veneno en el desayuno, los síntomas que tenía no se habrían presentado tres horas después. Se habrían manifestado casi de inmediato.
Me quedo inmóvil.
—¿Me estás diciendo que ha sido envenenada aquí?
—No es posible que haya sido el pastel. Lena ha traído cuatro platos vacíos de vuelta a la cocina, así que todos comisteis pastel, ¿verdad? ¿Qué comió o bebió Dania que nadie más probó?
Mis ojos se deslizan hacia el escurridor donde están las tazas de té y la tetera.
—Una infusión de hierbas.
La certeza se hunde en mi vientre como una roca. Lo sé instintivamente mientras me acerco al escurridor y levanto la tetera para mirar dentro.
—Lena ya la ha fregado —dice Tima—. Suele lavar la porcelana con lejía para quitar las manchas del té.
—Eliminando así cualquier rastro del contenido —digo despacio, con una furia incontrolable desplegándose en mi pecho.
Me lanza una mirada neutra.
—Exacto.
Mi voz suena tranquila, sin traicionar la violencia que me corre por las venas.
—Tráemela.
Tima rodea la encimera y se va pasillo abajo.
Llamo a Igor.
Él me responde diciendo:
—Todavía no hay ni rastro de ella.
—Comprueba todos los manifiestos de pasajeros para los vuelos domésticos e internacionales. Quiero hombres en cada estación y aeropuerto de San Petersburgo. Es posible que Katerina se haya marchado con el grupo de Mikhail.
—Joder. Me pongo con ello.
A continuación, llamo a Nelsky.
—Quiero los vídeos de vigilancia por satélite de mi casa de los últimos treinta minutos. Envíalos a mi móvil.
Cuelgo cuando Tima aparece arrastrando a Lena por un brazo.
Ella se suelta bruscamente de su mano y levanta la cabeza.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted, Señor Volkov?
Me acerco a la encimera.
—¿Cuánto llevas trabajando para mí, Lena?
—Desde que compró la casa, señor.
Cojo el cuchillo que estaba utilizando Tima y estudio el filo bajo la luz.
—Eso son ya unos cuantos años.
—Sí, señor —responde ella, mirando con superioridad hacia Tima, que se ha colocado con las piernas extendidas delante de ella, bloqueando a todos los efectos su camino si se le pasara por la cabeza salir corriendo.
—¿Eres leal, Lena?
Ella me mira directamente a los ojos.
—Sí, señor.
—¿A quién? —pregunto, limpiándome el cuchillo en la manga.
Ella traga saliva de forma visible.
Yo me acerco a ella.
—¿Eras leal con los anteriores propietarios?
—Lo era, señor —dice ella con voz temblorosa.
—¿Por qué? —pregunto, dando una vuelta a su alrededor.
—¿Señor?
—¿Por qué? —repito, poniendo énfasis en la pregunta—. ¿Qué hacía que fueses leal a ellos?
Ella parpadea.
—Eran descendientes de la familia real. Eran habitantes apropiados para esta casa.
Arqueo una ceja.
—¿Y yo no lo soy?
Ella suelta una risita incómoda.
—Usted es el nuevo propietario, señor.
Me detengo delante de ella y la miro a los ojos.
—¿Has envenenado a Dania?
Ella parpadea.
Mi paciencia se está agotando.
—¿Pusiste o no pusiste veneno en su té?
Ninguna respuesta.
Ella suelta un grito cuando la agarro por el pelo y la obligo a arrodillarse. Me coloco tras ella, le echo la cabeza hacia atrás y pongo el afilado cuchillo contra su cuello.
—Respóndeme, Lena, o te juro que te degollaré como a un cerdo.
Ella me agarra por el antebrazo e intenta apartarlo.
—Por favor, Sr. Volkov.
—Respóndeme. Ya sabes que nunca voy de farol.
—Fue idea de Da-dania —tartamudea ella, escupiendo saliva—. Me dijo que le pusiera ajenjo en el té.
—¿Por qué? —pregunto, apretando el cuchillo hasta que aparece una fina línea de sangre.
—Por favor... —Su garganta se mueve cuando traga saliva, y las lágrimas empiezan a derramarse por sus mejillas—. Ella quería ayudar a la Señorita Morrell a escapar.
La rabia hace que sus rasgos se vuelvan borrosos ante mis ojos.
—¿Le pidió Katerina ayuda a Dania?
—N-no lo sé —balbucea ella.
Le doy un tirón de pelo.
—¿Por qué lo has hecho?
Tima la mira con desdén, con su cara dibujando una expresión de asco.
—Porque es monárquica.
—Porque la Señorita Turgeneva es una señora adecuada para esta casa —grita ella—. ¡Por favor, solo intentaba hacer lo más correcto!
La suelto con un empujón.
Enciérrala en el salón de verano. Quítale el móvil y asegúrate de que no salga de la habitación.
—Será un placer —dice Tima, agarrándola por el brazo y poniéndola en pie.
Dejo esa tarea en las capaces manos de Tima y llamo a Yuri, Igor y Leonid. De camino al coche, informo a Dimitri de la situación y le pongo a cargo de la seguridad de la casa.
Leonid mira el GPS para encontrar la ruta con menos tráfico hasta el hospital, mientras yo llamo a Mikhail y le cuento lo que he averiguado.
Llegamos a Urgencias en tiempo récord. Mikhail espera fuera de la habitación privada de Dania, con la cara pálida.
—¿Qué tal está? —pregunto, señalando hacia la puerta con la cabeza.
—Se pondrá bien —dice él con cara compungida—. Pero no hablemos en el pasillo. Será mejor que entremos.
Dania está tumbada, más pálida que las sábanas blancas, con el cabello oscuro extendido sobre la almohada. Se yergue apoyándose en los codos cuando entramos mis hombres y yo y su padre cierra la puerta.
—¡Álex! —exclama, sorprendida. Qué agradable por tu parte que vengas a ver cómo estoy.
Yo aprieto los dientes.
—Déjate de gilipolleces, Dania. Lena me lo ha contado todo.
Su mirada se quiebra.
—No sé de qué estás hablando.
Le dirijo una mirada seria a Mikhail.
—Dania —dice él—, si te has envenenado a propósito para ayudar a Katerina a escapar, será mejor que nos lo digas ahora.
—¡Papa! —Le mira boquiabierta—. ¿Tú crees que yo me haría eso a mí misma?
—Te quiero, princesa, pero esta vez has ido demasiado lejos. No hay ni rastro de veneno en nuestra casa. —Añade con voz furiosa—. Lo que significa que me has mentido.
—Papá, yo no...
Él levanta una mano.
—Me has deshonrado a mí y has puesto una mancha en nuestro apellido. Si no me cuentas la verdad, no me dejarás otra elección que repudiarte. No serás nadie, estarás sola en las calles, sin nadie que te proteja y ni un penique a tu nombre.
Una expresión herida atraviesa el rostro de ella.
—Papá, por favor... Yo soy lo único que tienes. Mamá no...
—La verdad, Dania, y piénsalo detenidamente antes de abrir la boca y volver a soltarme otra mentira —dice Mikhail.
Ella se estruja las manos por encima de las mantas, y mira con gesto desesperado entre su padre y yo.
—Dinos lo que ha pasado —dice Mikhail—, y yo cargaré con la responsabilidad de tus actos.
Ella mira hacia la ventana.
—Dania —digo yo, con tono seco—. No tienes ni idea de lo que has hecho. La vida de Katerina podría estar en peligro en este mismo instante.
Cuando sigue sin decir nada, me vuelvo hacia la puerta.
—Así sea. Lo has elegido tú.
—¡Espera! —exclama, mirándome por debajo de sus pestañas.
Me detengo.
—Vale. Le pedí a Lena que pusiera unas gotas de aceite de ajenjo destilado al vapor en mi té. Solo estaba intentando ayudar a Katerina. —Dedica a su padre una mirada de súplica—. Tienes que creerme, papá.
Mikhail suelta una palabrota. Dania da un respingo cuando él le da una patada a la silla de las visitas.
—¿Cómo lo hiciste? —pregunta, con las fosas nasales dilatadas.
—Mi guardaespaldas le pasó a escondidas un uniforme a Lena cuando llegamos a casa de Álex. Kate se cambió en el baño. Mientras todo el mundo estaba distraído, se subió al coche que conducía mi guardaespaldas.
Aprieto los puños con tanta fuerza que me crujen los nudillos.
—¿Adónde la ha llevado?
Ella baja la mirada hacia sus manos.
—Al aeropuerto.
Saco el móvil del bolsillo y marco el número de Nelsky mientras digo entre dientes:
—¿Sin pasaporte?
Dania no me mira.
—Le conseguí un pasaporte falso. Lena le ha preparado una bolsa.
—¿A dónde vuela? —exijo saber.
—A América, supongo —dice Dania, mirándome a los ojos por fin—. Le metí dinero suficiente en la bolsa para comprar un billete a cualquier parte.
—Joder —digo, y me paso una mano por la cara.
—Nuestros hombres están en el aeropuerto —dice Igor, con su móvil ya en la mano—. Se lo haré saber.
—Esto ha sido un plan premeditado —dice Mikhail con los labios tensos, mirando a su hija con decepción.
Nelsky responde con voz aguda.
—¿Señor?
—Está en el aeropuerto. Destino desconocido. —No doy más detalles. Él sabe lo que tiene que hacer.
—Sé que mis disculpas no pueden compensarte por lo que ha hecho Dania —dice Mikhail, volviéndose hacia mí—. Tienes libre acceso a todos mis recursos. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte a encontrarla. Ten por seguro que Dania recibirá el castigo que merece. —Su mirada se endurece—. En cuanto a Lena, te dejaré a ti que te encargues de ella.
Una notificación suena en mi teléfono. Miro el mensaje. Es una actualización de Nelsky. Su equipo está comprobando las grabaciones de seguridad de las carreteras que llevan desde mi residencia hasta el aeropuerto, pero todavía no tienen nada.
Estoy temblando de ira y temor. Tengo ganas de estrangular a Dania y ver como se le escapa la vida de los ojos.
—Si algo le sucede a Katerina —le digo a Dania con un tono frio y peligrosamente tranquilo—, te haré responsable.
—Álex. —Mikhail abre las manos—. Dime qué puedo hacer para ayudar.
—Nada por el momento —le espeto. Luego salgo de la habitación y cierro la puerta de un portazo detrás de mí.
He recorrido la mitad del pasillo antes de que Leonid e Igor me alcancen.
—La encontraremos —dice Leonid—. Si va de camino al aeropuerto, no llegará lejos. Tienes contactos suficientes para evitar que el avión despegue.
Sí, es cierto. Pero aunque ya esté en el aire, la encontraré, y cuando lo haga, va a pagarlo muy caro.