Cuando me despierto, tengo la boca seca. Me cuesta un momento enfocar la vista. No conozco esta habitación. Una bombilla en el techo ilumina las paredes y el suelo de cemento. El único mobiliario es la cama en la que estoy tumbada.
Se me retuerce el estómago. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?
Intento sentarme, pero tengo los brazos sujetos por encima de mi cabeza. No puedo moverlos. Estiro el cuello y veo las esposas que tengo en las muñecas.
De golpe, lo recuerdo todo: el accidente, el hombre que disparó al conductor de Dania y luego me inyectó algo...
Se me acelera el pulso. ¿Qué es lo que quiere mí? O me ha secuestrado para pedir un rescate, o es el hombre que quiere a Álex muerto. En caso de que sea lo segundo, no tengo que pensar demasiado para saber por qué me ha capturado. Un escalofrío desciende por mi cuerpo.
¿Quién es? No saber nada solo empeora mi situación. El conocimiento es poder. Ahora mismo, no tengo ningún poder. Lo único que me queda es el control. Perder los nervios no es una opción. Tengo que respirar y mantener la mente fría para pensar en alguna forma de escapar.
Respiraciones profundas, Kate. Dentro y fuera. Céntrate.
El sonido de una llave girando en una cerradura me llega desde el otro lado de la puerta. Estiro el cuello para poder ver y evaluar el peligro. La puerta se abre y entra un hombre al que no reconozco. Lleva un chaleco tirante sobre su torso corpulento. Su cara redonda está enmarcada por un cabello ralo y gris. Me observa con los ojos entornados, avanzando hacia la cama.
Sea quien sea, este hombre es malvado. Es evidente por la excitación que recorre sus feos rasgos al verme así atada. Trago saliva, intentando ocultar mi miedo.
Él se cierne sobre mí y dice con un fuerte acento ruso:
—Debes de estar preguntándote qué estás haciendo aquí.
Incapaz de sostener más tiempo el peso de mi cabeza con solo los músculos del cuello, la dejo caer sobre el colchón.
—La cuestión se me ha pasado por la cabeza.
Él parece divertido.
—Tengo que felicitarte. Estás muy tranquila para alguien en tu situación.
No lo estoy, pero me alegra que él piense eso.
—¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
—Vladimir Stefanov. —Se sienta en el borde de la cama—. Eres una invitada en mi casa.
Me arrastro hacia el otro lado del colchón, tan lejos de él como puedo, mientras mis venas se llenan de un nuevo temor. He oído ese nombre antes. Álex me dijo que Vladimir Stefanov era el hombre que había pagado al tipo que intentó secuestrarme en Nueva York.
—¿Qué quieres de mí?
—Tú vas a traerme a Álex Volkov.
Aunque esa era la respuesta que me esperaba, me quedo helada.
—¿Cómo?
—Un intercambio. —Parece encantado consigo mismo—. Tú por él.
Se me seca la boca.
—¿Cómo sabes que Álex accederá a eso? ¿Quién dice que yo le importe tanto?
Stefanov suelta una risita.
—Oh, le importas. ¿Por qué si no volvió corriendo a Rusia para protegerte cuando mi hombre amenazó tu vida?
Yo cojo aire.
—Mi tarjeta de acceso al hospital. Fue cosa tuya.
—Sí —dice él, enfáticamente.
—¿Quién la cogió?
Él enarca una ceja.
—¿Recuerdas a Iván Besov?
Me cuesta un momento situar el nombre. Cuando caigo, exclamo:
—¿El hombre que se rompió la muñeca?
—Tuviste suerte de que resbalase en la nieve. —Stefanov dobla las manos encima de su estómago—. Esa parte no estaba planeada.
Me quedo todavía más fría cuando mis sospechas se confirman. Cuando el intento de secuestrarme en un callejón falló, este hombre, Stefanov, envió a Besov a secuestrarme mientras iba al trabajo.
¿Pero cómo ha sabido Stefanov que yo estaba hoy de camino al aeropuerto? Me da un vuelco el estómago. ¿Me ha vendido Dania?
—¿Cómo me has encontrado? —pregunto con voz trémula—. ¿Quién te ha contado a dónde iba?
—Uno de mis hombres estaba vigilando la casa de Volkov desde un edificio al otro lado del río. Vio a una persona pequeña entrando en la parte trasera de un coche y consiguió sacarle una foto. Imagina mi sorpresa cuando resultaste ser tú.
—Hiciste que nos siguieran. —La rabia se mezcla con mi miedo—. Ordenaste al hombre que me ha secuestrado que chocara contra nuestro coche. Podríamos haber muerto en ese accidente. —Mi voz sube de volumen—. Le disparó al conductor.
Stefanov se encoge de hombros.
—No te has muerto.
—Soy ciudadana americana —digo, con el corazón marcando un ritmo salvaje en mi pecho—. No puedes secuestrarme así, a plena luz del día.
—Tal vez no en América. —Sonríe—. Pero esto es Rusia.
Mi pulso se desboca.
—Álex no dejará que te salgas con la tuya.
—Lo hará. Esta vez, no tengo planes de fallar.
Sin aliento por el temor, le pregunto:
—¿Cómo se supone que funciona esto? ¿Qué viene ahora?
—Ahora esperamos a que llegue Álex. Y entonces... —Se acerca un dedo a la sien y finge apretar un gatillo invisible con el pulgar—. Pum.
Me cuesta toda mi fuerza de voluntad mantener la voz serena.
—¿Por qué? ¿Por qué quieres a Álex muerto? ¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero?
Se pone de pie.
—Si se tratara de dinero, solo tendría que haberte entregado por un precio.
—¡Espera! —exclamo mientras él se dirige a la puerta, pero se marcha sin una sola mirada más.
El horror me invade cuando la situación se vuelve terriblemente clara.
Álex y yo no saldremos vivos de aquí.