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Álex

Ha pasado una hora desde que salí del hospital, y sigue sin haber noticias del paradero de Katerina. Me paseo arriba y abajo por mi estudio, mirando mi teléfono y mi correo cada pocos segundos. El almuerzo que me ha traído Tima está sin tocar sobre mi mesa. Mikhail no dejará que la intromisión de Dania quede sin castigo, pero igualmente yo tengo ganas de matarla. Sigo sin decidirme sobre qué hacer con Lena.

Alguien llama a la puerta. Entra Leonid con rostro sombrío.

—¿Alguna novedad? —pregunto.

Él menea la cabeza.

—¿Y qué hay de Nelsky?

El móvil me vibra en el bolsillo. Lo saco y miro la pantalla. He estado desviando las llamadas de negocios al buzón de voz, porque prefiero dejar las líneas despejadas por si acaso alguno de mis hombres quiere informarme de algo.

El latido de mi corazón se acelera al ver el nombre en la pantalla.

—¿Han encontrado...? —prosigue Leonid.

Levanto una mano para que se calle.

—Es Igor.

La expresión de Leonid se torna tensa, reflejando lo que yo siento por dentro.

Paso el dedo por el botón de responder y pongo el móvil en modo altavoz.

—Dime que tienes noticias.

—No está en el aeropuerto —dice Igor con tono apresurado—. Nadie con su descripción ha pasado por el embarque.

Supongo que se habrá cambiado con ropa normal antes de entrar en la terminal. No sabemos lo que lleva puesto, pero mis hombres tienen su foto de carnet en sus móviles. Están interrogando tanto a los pasajeros como al personal aeroportuario, preguntando si alguien ha visto a la mujer de la foto.

—¿Y los parkings? —pregunto con brusquedad.

—Ni rastro del coche de Mikhail. —Hace una pausa—. Sin embargo, sí que hemos encontrado al conductor.

Agarro el móvil con más fuerza.

—¿Al guardaespaldas de Dania?

—Sí.

—Intercambio una mirada con Leonid y pregunto:

—¿Dónde?

—En el depósito de cadáveres.

Mi corazón se detiene de golpe.

Leonid se acerca más, y su gesto de preocupación se acentúa.

—Estoy aquí ahora mismo, con uno de los hombres de Mikhail —prosigue Igor—. Él ha identificado el cuerpo.

Yo le ordeno con brusquedad:

—Cuéntame qué ha pasado.

—Un accidente de coche, pero esa no ha sido la causa de la muerte. Alguien se lo ha cargado de un tiro en la cabeza.

—Joder. —Mi estómago se llena de hielo. Esta es mi peor pesadilla hecha realidad. Si algo le ha ocurrido a Katerina... no puedo ni imaginármelo. La rabia arde como el ácido dentro de mi pecho. —¿Algún rastro de Katerina?

—No —dice él, con pesar—. Pero encontramos la bolsa que nos dijo Dania con la ropa, el dinero y el pasaporte en el maletero.

Dania no mentía. Mi kiska iba en ese coche.

—¿Qué hay de las imágenes vía satélite? —pregunto, agarrando el móvil con fuerza—. ¿Hay algún testigo del accidente?

—Nadie informó del accidente cuando ocurrió —dice Igor—. Pasó más de media hora antes de que alguien llamara para avisar.

—Informa a Nelsky. —Cubro el micrófono con una mano y dirijo la orden a Leonid—. Quiero esas imágenes del satélite. Ahora.

Él se apresura a ir hacia la puerta.

—Se lo haré saber.

—Peina la zona del accidente —le digo a Igor—. Diles a nuestros hombres que empiecen la búsqueda en un radio de veinte kilómetros. Llama a todas las puertas y pregúntales a todos los que vivan en el vecindario si han visto algo. No les ofrezcas dinero. Te soltarán cualquier mentira de mierda solo por la recompensa. Recurre al miedo en su lugar. —Es más rápido.

—Hecho —dice él, y cuelga.

Yo cierro los ojos brevemente, rezando por que encuentre a Katerina antes de tener que hacerle a Laura la llamada que la destrozará como es bien seguro que también me destrozará a mí.

Una notificación suena en mi teléfono un segundo después. Miro la pantalla, pero no es la grabación del satélite que estaba esperando de Nelsky. Es una imagen de Katerina tumbada en un camastro dentro de una celda, esposada al cabecero. El mensaje de texto viene firmado por Vladimir Stefanov.

Hijo de puta.

Una furia que jamás había experimentado me inunda las venas, aun al mismo tiempo que el miedo me desgarra, frío y aterrador.

Leonid vuelve a entrar en el cuarto.

—Nelsky dice que tendrá las imágenes en cinco minutos. —Una mirada a mi cara le hace detenerse en seco—. ¿Qué sucede?

Vuelvo la pantalla del teléfono hacia él, temblando de rabia mientras le muestro la imagen.

Él se queda blanco como el papel.

—Joder.

—Armaos. —Aprieto los dientes tan fuerte que mi mandíbula parece estar a punto de desencajarse—. Vamos a ir a por Stefanov. Voy a traerla de vuelta.

Cuando doy un paso hacia la puerta, él me detiene poniéndome una mano en el pecho.

—Es una trampa.

Le agarro por la muñeca y aparto su mano.

—Claro que es una puta trampa.

—Señor Volkov —dice él con cautela, sosteniéndome la mirada—. Tiene que considerar el hecho de que puede que ella ya esté muerta.

Antes de que él pueda pestañear, le agarro por las solapas de la chaqueta y empujo su cuerpo con fuerza contra la pared.

—Está vivita y coleando. —Necesito creer eso.

—Por ahora, tal vez —dice él, sin inmutarse por mi gesto violento—. Una vez que Stefanov le tenga, ya no la va a necesitar a ella. Si lanzamos un ataque contra su casa, ¿qué le garantiza que Stefanov no va a cortarle la garganta? No creo que simplemente vaya a ondear una bandera blanca y a entregársela. Si cree que va a perder, preferirá llevársela consigo a la tumba que devolvérsela a usted.

No es eso lo que tengo en mente. No voy a entrar abriéndome paso a tiros y cruzar los dedos para que funcione.

Leonid ha debido de adivinar mis intenciones en mis ojos, porque se queda boquiabierto.

—Va a proponerle un intercambio —me dice, atónito—. Su vida por la de Kate.

—¿Qué otra cosa puedo hacer? —gruño, soltándole con un empujón.

—Piénseselo —dice, siguiéndome mientras yo recorro el pasillo—. Eso es lo que Stefanov espera que haga. Eso es lo que quiere.

—Entonces eso va a ser lo que tendrá.

Le envío un mensaje a Dimitri, diciéndole que reúna a los hombres, a los putos doscientos. Luego le mando un mensaje rápidamente a Igor para ponerle al día y para informarle de que nuestro punto de encuentro es la casa de Stefanov.

Fuera, Yuri está apoyado en el capó de mi coche. Él se endereza cuando me acerco. Compruebo que tengo el arma cargada y me subo al coche.

—Señor Volkov —dice Leonid.

Yo doy un portazo a la puerta, terminando la conversación.

Leonid se golpea la frente con una mano y se pasea junto al coche.

Yo bajo la ventanilla.

—¿Vienes o qué?

Él baja la mano hasta su cadera, mirándome con gesto derrotado.

—Trabajo para usted porque le respeto. Todos lo hacemos: Igor, Dimitri, y todos los guardias en plantilla.

—¿Te estás poniendo sentimental conmigo? —pregunto con una fría sonrisa.

—Ninguno de nosotros puede ser el líder que es usted. Es por eso que usted es el jefe. Es por eso que seguimos sus órdenes. Si muere, todo lo que ha construido habrá sido en vano.

Será para Katerina. Ya lo he dispuesto todo con mi abogado. Aunque no es que tenga intención de ponerle a Stefanov las cosas fáciles.

—Me voy. Si vienes, sube. Si no, me alegro de haberte conocido, amigo mío.

Soltando una maldición, él se sube al asiento delantero.

Yuri arranca el motor. No hablamos durante el trayecto. Yo miro hacia afuera, al paisaje que tan bien conozco pero, por dentro, me hierve la sangre.

Por el camino, recibo las imágenes de satélite de Nelsky en mi teléfono. Veo desarrollarse el accidente con los puños apretados, desde el momento en que ese cabrón les golpea con su coche hasta que lleva en brazos a una inconsciente Katerina hasta un camión aparcado a media manzana calle abajo. Desde allí, va directo a casa de Stefanov.

Svoloch —murmuro en voz baja, apretando tanto el teléfono que la carcasa de plástico se parte por la mitad.

—Hemos llegado —dice Leonid, apartando mi atención de la escena que estoy volviendo a ver en mi móvil.

Levanto la vista frente a las imponentes verjas de la casa de Stefanov.

—¿Vienen los hombres de camino?

—Estarán aquí en cinco minutos. Salieron justo detrás de nosotros. —Hay una súplica en su mirada—. No entre solo ahí dentro, Sr. Volkov.

Si no lo hago, Katerina está muerta.

No me molesto en responderle, y llamo a Stefanov.

—Volkov —responde Stefanov con tono jovial—. Estaba esperando tu llamada.

Mi voz está tensa por la furia reprimida.

—Quiero hablar con ella.

—Por supuesto que quieres. Un momento.

Se escuchan sonidos de pisadas y de arrastre, y luego su dulce voz se pone al aparato.

—¿Álex?

Me hundo en mi asiento, físicamente débil por el alivio.

—¿Estás bien?

Un sollozo ahogado.

—Voy a ir a por ti, Katyusha —le digo, con voz seca al imaginarme lo que Stefanov le habrá hecho o lo que todavía podría hacerle—. Aguanta por mí, mi amor.

—No lo hagas —susurra ella—. Es una...

—Como puedes ver —interrumpe la voz de Stefanov—, ella está vivita y coleando.

Voy a aplastar a ese hijo de puta.

—¿Cómo quieres que hagamos el intercambio?

—Ven solo y desarmado y la dejaré marchar.

Leonid, que está escuchando lo que decimos, menea la cabeza.

—¿Tengo tu palabra? —pregunto.

—Lo juro sobre la tumba de mi madre —dice ese gordo cabrón.

En ese caso...

—Ya estoy aquí.

Cuelgo y le paso mi móvil y mi arma a Leonid.

—Señor Volkov —dice Leonid con la voz cargada de súplica mientras coge ambos objetos—. Álex.

Abro la puerta y me adentro en la plomiza luz del día. Ha dejado de nevar por el momento. Una calma inquietante se ha extendido por el paisaje.

Leonid me sigue.

Cuatro hombres armados con rifles automáticos cruzan la verja hacia nosotros.

El que va delante dice:

—Tiene que venir desarmado. Sin teléfono.

Levanto los brazos y me quedo esperando, dándoles mi consentimiento para que me registren. El hombre que ha dado las órdenes le pasa su arma al hombre de su izquierda antes de cachearme. Cuando está seguro de que no llevo un micro ni armas ocultas, me indica que camine.

Leonid nos observa con una furia impotente reflejada en su cara.

—No me mires como si ya estuviese muerto —le digo, aligerando el ambiente con una sonrisa.

Él no me la devuelve. Me sigue la mirada con el mismo gesto con que alguien se quedaría mirando un desfile funerario.

Yo no titubeo. Leonid desaparece de mi visión periférica al atravesar las puertas de Vladimir Stefanov.