35

Kate

La puerta chirría al abrirse. Un guardia entra. Me encojo en la cama cuando se acerca, aplastando mi cuerpo contra el colchón. Sin mirarme, abre las esposas que tengo en las muñecas y se queda de pie a un lado. Otro guardia entra con una bandeja, y la deja en el suelo. Los dos hombres se van y un segundo después, el sonido de la llave al girar en la cerradura resuena en la celda.

Me froto los brazos para que la sangre vuelva a circular y me levanto. La luz de la habitación no es muy brillante, pero su radio es suficiente para iluminar el contenido de la bandeja. Me han traído comida: un sándwich y un vaso de agua.

No pienso tocarlos. Podrían contener droga. Además, soy incapaz de comer en el estado en que me encuentro. Al menos Stefanov todavía no me quiere muerta. Si así fuera, no me habría enviado comida. Necesita mantenerme con vida hasta que haya atraído a Álex a su trampa. En última instancia, yo ya estoy muerta, pero Álex sigue libre. Solo espero que sea lo bastante listo como para no caer en la trampa de Stefanov.

Miro a mi alrededor buscando una forma de escapar, pero la única manera es a través de esa puerta. Espero que esté cerrada y vigilada. Sin embargo, en cuanto la sangre vuelve a circular por mis piernas, corro hasta ella y pruebo el picaporte. La puerta no se abre.

Poso la mirada sobre la bandeja. Es metálica. Podría darle a alguien en la cabeza con ella. Si le golpeo con la fuerza suficiente, podría causarle una conmoción y eso haría que mi víctima perdiese el conocimiento. Dejar a un guardia inconsciente solo serviría para hacerme ganar tiempo, pero necesitaré más que una bandeja metálica para cruzar el umbral donde otro guardia me estará esperando.

Vuelvo a mirar a mi alrededor. Si hay cámaras, están bien camufladas. Aun así, no puedo arriesgarme. Tengo que asumir que mi secuestrador me está vigilando. En mis circunstancias, un estallido de agresividad sería el comportamiento más esperable.

Me pongo en posición y le doy a la bandeja una patada con todas mis fuerzas. Sale volando y golpea la pared con un fuerte ruido. El plato y el vaso se hacen añicos contra el cemento. El agua chorrea por la superficie gris y el sándwich se abre y quedan una loncha de queso por un lado y pan untado con mantequilla por el otro. El cristal cruje bajo mis botas cuando me acerco al revoltijo y me agacho en medio de él. Selecciono los trozos más afilados de porcelana del plato roto, los cojo discretamente y me los escondo detrás de la espalda. Entonces me alejo hasta el otro lado de la habitación, me siento en el suelo, y espero.

Cuando la puerta vuelve a abrirse, estoy preparada. Me levanto, sujetando los pedazos del plato roto a mis espaldas, pero en vez que entre un guardia a recoger la comida que he tirado como me esperaba, entran cuatro.

Mi corazón se pone al galope mientras me hago pequeñita en mi esquina y me callo, intentando no atraer su atención sobre mí.

El hombre que va delante mira el caos del suelo antes de levantar la vista hacia mí. Habla con un inglés cargado de acento.

—Eso ha sido una jugada estúpida. —Sus ojos no sonríen junto con su boca—. ¿Quién sabe? Podría haber sido tu última comida.

Me apetece apuñalarle en un ojo, pero me muerdo la lengua y aparto la mirada. Tengo que ser paciente y ganar tiempo.

El que se ha dirigido a mí se queda vigilando mientras los demás meten cubos y escobas dentro. Echan agua en el suelo y barren el revoltijo con sus escobas. Un aroma a cloro me alcanza la nariz. Stefanov debe de querer asegurarse de que en su prisión no hay ninguna enfermedad.

Como no me están atacando, me atrevo a mirar al que me ha hablado en inglés.

—¿Dónde estoy? —Miro a mi alrededor—. ¿Qué sitio es este?

—Estás en la casa de Vladimir Stefanov —dice regodeándose como si quisiera que la información me asustara.

Lo hace. También eso explica porque están limpiando. Los olores y las infecciones se extienden deprisa.

Ellos barren la vajilla rota y la comida estropeada. Cuando el suelo está limpio, recogen el agua, friegan el cemento con agua limpia y se van con sus cubos y escobas.

Una vez más, estoy sola. Solo entonces me doy cuenta de lo mucho que estoy temblando. Es una reacción natural ante el shock, pero no me gusta. Haciendo un esfuerzo por tranquilizarme y por mantener el calor, doy unas vueltas por allí y estiro mis músculos doloridos.

Mi aislamiento no dura mucho. Un sonido en la puerta me advierte. Retrocedo hasta la pared y agarro mis armas improvisadas mientras la adrenalina inunda mis venas. Un plan se forma en mi cabeza. Pediré un vaso de agua y apuñalaré en el cuello a quien sea que me lo traiga. No tengo ni idea de lo que me espera detrás de esa puerta pero tendré que jugármela.

Un rayo de luz cae sobre el suelo desde la rendija de la puerta que se abre. Me quedo inmóvil, ponderando el peligro, pero el hombre que entra no es ninguno de los guardias de Stefanov.

Es Álex.

El alivio y el miedo se enconan entre sí en mi pecho.

Él trastabilla cuando alguien le empuja, y entonces la puerta se cierra y la luz de fuera desaparece.

Sin palabras, solo puedo mirarle fijamente. A pesar de las circunstancias, el momento es dulce. Creía que nunca lo volvería a ver. Con su abrigo largo a medida y sus elegantes zapatos de vestir, se ve tan formidable como siempre. Lleva el espeso cabello oscuro peinado hacia atrás. Sus largas pestañas descienden cuando me mira de arriba abajo. En su cara son visibles los signos de tensión. Tiene los ojos azules marcando arrugas de preocupación, y la barba de un par de días que le oscurece la barbilla acentúa la palidez de su piel.

Su voz es ronca:

—¿Te han hecho daño?

La aspereza de ese tono es para mis oídos como el sonido del agua clara.

—No.

Me mira como si fuese capaz de consumirme entera.

—Ven aquí.

Yo no titubeo. Cuando él abre los brazos, dejo mis improvisadas armas en el suelo y corro a abrazarle. Su cuerpo es fuerte y cálido, y me envuelve el calor que emana de él. Inhalo el conocido aroma a cardamomo enterrando mi cara en el áspero tejido de lana de su abrigo. Me deja que me sumerja en su presencia antes de apartarme con el brazo para mirarme.

Me hace otra evaluación visual, escaneándome en toda mi extensión.

—¿Te han tocado?

—Estoy bien. —Mi voz es débil a consecuencia de mi alivio, aunque ese alivio vaya a durar poco.

Un músculo vibra en su mandíbula.

—Les mataré por haberte cogido. Lo juro sobre la tumba de mis padres.

Trago saliva para librarme de la sequedad mi garganta.

—¿Por qué has venido? Es una trampa.

Me muestra una sonrisa torcida.

—¿Creías que iba a dejarte aquí?

Le rodeo con mis brazos y aprieto la mejilla contra su pecho. Solo me doy a mi misma otro segundo para reconfortarme por su presencia antes de apartarme.

—Siento haberme escapado. No tendría que haberlo hecho. Es que todo fue tan rápido. No había tiempo de pensar.

Una sonrisa le suaviza los rasgos.

—Comprendo por qué lo hiciste. Yo te he puesto en una situación imposible. —Sus ojos se llenan de remordimiento—. De no ser por mí, no habrías acabado en este sitio.

—¿No estás enfadado conmigo?

—Estoy furioso, kiska —dice él con una voz baja y ronca—. Has puesto tu vida en peligro.

—Dania…

—Sé lo que ella hizo. Lo ha confesado todo.

—¿Está bien? —pregunto.

La línea de su mentón se endurece.

—Se pondrá bien.

Su cara baila delante de mis ojos.

—Vamos a morir, ¿verdad?

Él me frota los brazos con sus manos y me agarra con fuerza los hombros con los dedos.

—No voy a dejarte morir, Katyusha. —Me acerca más y me aprieta contra su pecho—. Me estaba volviendo loco de preocupación. No tienes ni idea.

Me libero de su abrazo y me voy al rincón.

—Mira —le digo, cogiendo mis armas del suelo—. He conseguido hacerme con esto.

Sus ojos se agrandan y luego se entrecierran mientras él se acerca a mí.

—No me decido sobre si debería sentirme orgulloso o pegarte por plantearte hacer algo tan peligroso. —Me coge las esquirlas de las manos y las estudia a la luz.

—Podemos cargárnoslos cuando abran la puerta —digo, esperanzada.

Nosotros no haremos nada. —Me clava una mirada intensa—. Tú te quedarás en una esquina, tan alejada del peligro como sea posible. Yo me encargaré.

Antes de que podamos discutir, se escuchan pasos al otro lado de la puerta.

Mi corazón se pone mil. Solo hay una razón por la cual los hombres de Stefanov puedan venir a por nosotros, y no es para traernos comida.