Érase una vez una noche oscura y fría, en la que un asesino ruso me raptó en un callejón.
Yo soy peligrosa, pero él es letal.
Ya me he escapado una vez.
Él no dejará que vuelva a hacerlo.
Suya es la venganza.
Mía es la traición.
Pero mías son también las mentiras que protegen a los que amo.
Nos han cortado usando el mismo patrón retorcido. Ambos despiadados, ambos heridos.
En sus brazos encuentro el cielo y el infierno: sus crueles y tiernas caricias me elevan tanto como me destrozan.
Dicen que los gatos tienen siete vidas, pero un asesino solo tiene una.
Y la mía le pertenece ahora a Yan Ivanov.
—He trabajado allí durante unos meses —respondo con voz temblorosa. Es fácil sonar aterrorizada, porque lo estoy.
Estoy con dos hombres que pueden querer matarme, y no estoy en condiciones de defenderme.
Lo único que me hace albergar esperanzas es que todavía no lo hayan hecho. Podrían haberme asesinado fácilmente en el callejón; no necesitaban traerme aquí para eso. Por supuesto, existe otra posibilidad, una que toda mujer debe considerar.
Pueden estar planeando violarme antes de matarme, en cuyo caso arrastrarme hasta aquí tiene mucho sentido.
La idea me revuelve el estómago, los viejos recuerdos amenazan con regresar todos de golpe a mi mente, pero por debajo del miedo y el asco hay algo más oscuro, infinitamente más jodido. El breve chisporroteo de excitación que había experimentado en el bar no era nada comparado con cómo me había sentido cuando el peligroso desconocido me atrapó contra la pared, acariciándome la cara con aquella cruel gentileza. Mi cuerpo, el cuerpo débil y arruinado que llevo todo un año odiando, cobró vida con tanta fuerza que fue como si por debajo de mi piel hubiesen entrado en ignición unos fuegos artificiales, haciendo que mi interior se volviese líquido y abrasando mis inhibiciones.
¿Había sido él capaz de notarlo?
¿Sabía lo mucho que yo deseaba que siguiera tocándome?
Creo que sí. Y más aún, creo que él lo quería. Sus ojos, de un verde duro como el de una piedra preciosa, me habían vigilado con la intensidad oscura de un depredador, absorbiendo cada temblor de mis pestañas, cada parón de mi aliento. Si hubiéramos estado solos, podría haberme besado, o matado, en el acto.
Con él, es difícil decir cuál.
—¿Te gusta? ¿O sea, trabajar en el bar? —pregunta el hombre tatuado, haciendo que vuelva a centrar mi atención en él. Él sí que es fácil de interpretar. Hay un interés masculino inconfundible en la forma en que me mira, un brillo evidente en sus ojos verdes.
Espera un segundo. ¿Ojos verdes?
—¿Vosotros dos sois hermanos? —suelto, y luego maldigo para mis adentros. Estoy tan cansada que no pienso claridad. Lo último que necesito es que estos dos imaginen que estoy recopilando información sobre ellos, o...
—Sí, lo somos. —Una sonrisa ilumina su rostro ancho, suavizando sus rasgos duros—. Gemelos, de hecho.
Mierda. No necesitaba saber eso. Lo siguiente será que me diga sus...
—Yo soy Ilya, por cierto —dice, extendiendo una gran zarpa hacia mí—. Y mi hermano se llama Yan.
Oh, mierda. Estoy tan jodida. Sí que van a matarme.
—Encantada de conocerte —digo débilmente, estrechando su mano en piloto automático. Mi apretón es tan flojo como mi voz, pero no pasa nada. Estoy interpretando a una damisela en apuros, y cuanto más convincente sea, mejor.
Lástima que el papel sea casi una realidad en estos días.
Ilya me estrecha la mano con cautela, como si tuviera miedo de aplastarme los huesos sin querer, y mis esperanzas se reavivan mínimamente. No sería tan cuidadoso conmigo si planearan violarme brutalmente y matarme, ¿verdad?
Como si leyera mis pensamientos, él me dirige otra sonrisa, una incluso más amable esta vez, y dice bruscamente:
—Lo siento por lo de mi hermano. Está acostumbrado a ver enemigos a la vuelta de cada esquina. Vas a salir de esto sana y salva, te lo prometo, malyshka. Necesitamos que te quedes aquí toda la noche por precaución, eso es todo.
Es extraño, pero le creo. O al menos creo que él no tiene intención alguna de hacerme daño. El jurado aún no ha emitido un veredicto acerca de su hermano... quien elige ese momento exacto para entrar, llevando una taza de té en una mano y dos cervezas en la otra.
Me quedo sin aliento cuando él, Yan, pone las bebidas en la mesa de café frente a nosotros y se sienta entre Ilya y yo, encajándose sin remilgos en el espacio demasiado pequeño. Instintivamente, me aparto alejándome hasta donde el sofá lo permite, pero eso es solo unos seis centímetros, y mi pierna termina presionada contra la suya, con el calor de su cuerpo quemándome incluso a través de las capas de nuestra ropa.
Se ha quitado la chaqueta invernal de ante que llevaba, y ahora va igual que cuando estaba en el bar, con sus elegantes pantalones de vestir y su camisa con botones. Salvo porque lleva las mangas enrolladas, exponiendo los antebrazos musculosos y ligeramente coloreados con un vello oscuro.
Es fuerte, este despiadado captor mío. Fuerte y magníficamente en forma. Su cuerpo es un arma mortal por debajo de esa ropa confeccionada y ajustada a medida.
—Té —dice con esa voz suave y profunda suya, tan diferente de los tonos más ásperos de su hermano—. Lo que ha pedido la princesa.
—Gracias —murmuro, alcanzando la taza. Mis manos tiemblan visiblemente, mi respiración es superficial y estoy sudando... y ninguna de esas cosas es teatro. Puedo oler el aroma limpio y masculino de su colonia; algo sensual y ligero, como a pimienta y sándalo, y su cercanía me inquieta, haciendo que mis entrañas se amotinen con una confusa mezcla de miedo y deseo. Incluso si él no fuera el peligro personificado, me sentiría atraída por su aspecto magnético, pero sabiendo lo que sé sobre él... sobre lo que hace y lo que podría hacerme… soy incapaz de controlar mi inexorable respuesta a él.
Incluso mi cansancio disminuye un poco, dejándome en un estado de inquietud y nerviosismo, como si me hubiese bebido dos litros de expreso.
Soy muy consciente de su mirada sobre mí cuando me llevo la taza a los labios y bebo un sorbo, reprimiendo un silbido por la temperatura hirviente del agua. Estoy tratando de no mirarle, de centrarme solo en mi té, pero no puedo evitar quedarme absorta en sus manos cuando él coge una de las cervezas. Sus dedos son largos y masculinos, y aunque sus uñas están bien arregladas, las callosidades en los bordes de sus pulgares desmienten la elegancia de su apariencia.
Este es un hombre acostumbrado a hacer cosas con las manos.
Cosas terribles y violentas.
A una mujer normal le repelería esa idea, pero mi corazón late más rápido, un pulso doloroso comienza a latir entre mis piernas y mi ropa interior se humedece con un calor líquido. La oscuridad en él me llama, haciéndome sentir viva de una manera que nunca antes había experimentado.
Es como si los iguales nos reconociéramos, lo que hay de malo en mí anhelando lo mismo en él.
Ilya recoge la otra botella con sus manos gruesas y ásperas, con algunos tatuajes en el reverso. No hay ningún artificio en él, ningún intento de ocultar lo que es por detrás de una elegante máscara.
—Por los nuevos amigos —dice, chocando su botella contra la de su hermano y luego, más suavemente, contra mi taza de té. Me arriesgo a levantar la vista hacia él, pero en vez de eso me topo con la dura mirada verde de Yan.
Miro deprisa hacia otro lado, pero no antes de que un rubor traicionero me suba por el cuello y me inunde el rostro.
—Por los nuevos amigos —repito, mirando mi taza como si pudiera ver mi destino escrito en las hojas de té. No estoy segura de querer que Yan sepa el efecto que tiene sobre mí, aunque probablemente ya lo sabe.
No estoy exactamente en mi mejor momento esta noche.
—Sí, por los nuevos amigos —murmura Yan y su gran mano aterriza en mi rodilla para apretarla ligeramente.
Sorprendida, le miro y veo cómo levanta la cerveza, y cómo su fuerte garganta se mueve cuando traga. Es una visión extrañamente sensual, y mi interior se tensa cuando él baja la botella y se encuentra con mi mirada, con los ojos oscurecidos e intensos, mientras la mano de mi rodilla sube unos centímetros por mi muslo, más cerca de donde estoy mojada y dolorida.
Oh, Dios.
Lo sabe.
Definitivamente, lo sabe.
—Ilya —dice en voz baja, sin dejar de mirarme—. Haznos un par de sándwiches, ¿quieres? Creo que Mina tiene hambre.
—¿En serio? —Ilya suena confundido cuando se pone de pie, y miro hacia arriba para encontrármelo frunciendo el ceño hacia nosotros... específicamente, hacia el muslo en que la mano de Yan descansa tan posesivamente. Lentamente, la tensión impregna su gran cuerpo, y sus manos se cierran a los costados mientras su mirada se dirige hacia la cara de su hermano.
—No creo que tenga hambre —espeta, con voz grave y dura. Sus ojos me atraviesan—. ¿Es así, Mina?
Trago con dificultad, sin saber cuál es la respuesta correcta. Si estoy leyendo esto correctamente, Yan acaba de reclamar una especie de derecho de adjudicación exclusiva sobre mí, una a la que yo daría pie si admitiera este deseo imposible.
¿Es eso lo que quiero?
¿Alejar al hermano que ha sido amable conmigo, para poder quedarme a solas con el hombre que ha propuesto tirar mi cuerpo al río?
—U... un sándwich estaría bien. —Las palabras no parecen ser mías, pero es mi voz la que las dice, aun al mismo tiempo que mi cerebro se apresura a averiguar las implicaciones—. Es decir, si no es demasiado problema.
Los labios de Ilya se hacen más delgados.
—Vale. Veré lo que tenemos en la nevera.
Y dándose la vuelta, se aleja, dejándome en el sofá con su hermano.
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