12

 

 

Justo en el momento en que Rastrillo comenzaba a desvestirse sonaron unos golpecitos en la entrada. Se volvió a subir los pantalones, se puso la chaqueta y dio varios pasos vacilantes en dirección a la puerta.

—Soy yo, Stina —se oyó decir a una voz lastimera.

Rastrillo se arregló rápidamente el pelo, se anudó el pañuelo al cuello y abrió.

—¡Bienvenida!

Nada más entrar advirtió el gesto de preocupación de ella.

—¿Un poco de champán?

Stina rechazó con la cabeza y se sentó pesadamente en el sofá.

—Así que elegiste la suite Bandera. Tiene un aspecto masculino —dijo ella pasándose un dedo sobre la ceja.

—Pensé que me iría bien este estilo depurado. Además, me recuerda a mi época de marinero.

Las mejillas de Rastrillo cogieron en ese momento un poco color.

—Uno puede darse la vida padre aquí, ¿verdad? Me he enterado de que los huéspedes que regresan al hotel siempre piden la misma habitación. Y los entiendo. No quiero ir a la cárcel. Prefiero quedarme en este sitio.

—Pero, Stina... Se trata justo de eso. Solo delinquiendo podremos vivir así de bien —dijo Rastrillo, y se sentó a su lado.

—No quiero robar de ningún modo —confesó Stina con un tono de voz atiplado—. No lo podemos hacer. No es lo correcto. No se les debe arrebatar cosas a los demás.

—Ay, mi queridísima Stina, ya no puedes echarte atrás porque nos lo arruinarías todo.

—Y mis hijos ¿qué? ¿Qué van a decir? Emma y Anders se avergonzarán de mí. Imagínate que me den la espalda para siempre.

—No lo harán en absoluto. Se sentirán orgullosos de ti. Piensa en Robin Hood, que asaltaba a los ricos. Los ingleses lo adoran.

—¿Quieres decir entonces que mis hijos me van a tener en gran estima por el hecho de robar como Robin Hood? Hacer de Robin Hood y desvalijar las taquillas del Grand Hotel no son precisamente la misma cosa...

—Te estoy diciendo que sí. Les robaremos a los que están forrados de dinero. La gente se muestra siempre indulgente cuando se despluma a los ricos. Anders y Emma también lo harán. ¿Te acuerdas de ese gran atraco a un tren en Inglaterra? A todos les pareció una proeza. El cabecilla es admirado por todo el mundo.

—Pero eso fue un robo de proporciones colosales. Nosotros únicamente vamos a robar un poquito.

—Sí, pero lo suficiente para acabar entre rejas.

—Bueno, mejor eso, naturalmente, que no un grillete electrónico en el tobillo, lo que me parece detestable. ¿Te imaginas ir a todos lados con uno de esos artefactos?

Stina miró con los ojos llorosos a Rastrillo, y este la consoló posando el brazo sobre su hombro.

—No te figuras lo valiente que todos pensarán que eres. Será un golpe histórico y tú vas a participar en él. Serás una leyenda.

—¿Yo?

—Sí, tú. La gente hablará de ti con respeto. Me siento orgulloso de ti y contentísimo de tenerte entre nosotros.

—¿Lo dices en serio?

Stina bajó la vista y Rastrillo advirtió que estaba a punto de triunfar. Sabía que tenía buena mano con las mujeres y prosiguió confiado en su victoria.

—Eres una mujer preciosa, ¿lo sabías? —Le sujetó la cabeza entre las manos y la miró profundamente a los ojos—. Creo en ti. Sé que eres capaz de hacerlo.

Entonces le acarició suavemente la mejilla, se inclinó hacia ella y la abrazó durante largo rato. Finalmente se puso en pie y levantó a Stina del sofá.

—Estaré contigo todo el tiempo. Puedes confiar en mí —le aseguró.

Tras darle un beso en la mejilla, la acompañó amablemente en el trecho que la separaba de la puerta.

 

 

Stina volvió a su habitación y pasó despierta un largo rato tendida en la cama con las manos sobre el pecho. Sonriente recordó lo tierno que había sido Rastrillo y lo segura que se había sentido cuando la abrazaba. Pero eso de robar... Sus padres habían sido pentecostalistas y le habían inculcado la importancia de actuar con propiedad. ¿Iba a renunciar ahora a todo ello? La habían obligado a ir un domingo tras otro a la iglesia, donde se aburría como una ostra. Si no hubiera sido por la música nunca lo habría soportado. En Jönköping todo se centraba en el movimiento de la Iglesia libre y en hacer las cosas como era debido. Cuando las aguas del lago Vättern refulgían con ese brillo plateado creía que Dios estaba de buen humor y que contenía el oleaje, pero si se levantaba un temporal y las grandes olas rompían burbujeantes contra la orilla temía que estuviera enfadado y que fuera a llevársela. No en vano sus padres habían afirmado que Dios la castigaría si hacía cosas malas, lo cual ocurría a menudo. Stina no pudo evitar esbozar una sonrisa en medio de la oscuridad.

Sus padres regentaban una tienda de telas que supuestamente ella heredaría. Y así habría sido probablemente de no haberse enamorado de Olle, el tenor del coro de la iglesia. Este quería siempre que subieran al castillo de Brahehus para contemplar las vistas sobre el Vättern. Eran unas ruinas fascinantes, con sus gruesos muros y sus ventanas cual ojos negros y vacíos, unos vestigios históricos que la asustaban y la seducían al mismo tiempo. Lo mismo que le pasaba con él. Después de unos pocos encuentros Olle se llevó a Stina detrás de unos arbustos. Y allí perdió ella su virginidad. Al igual que le sucedía en ese momento, no había sido capaz de resistirse a ese algo novedoso y apasionante. Pero cuando, transcurrido un tiempo, se descubrió que estaba embarazada, sus padres la obligaron a casarse con el muchacho. Cierto es que las cosas le habían ido bien a Olle y que habían nadado en la abundancia en todos sus años de casados. Pero el matrimonio nunca fue realmente feliz y, después de una vida de ama de casa, desempeñando labores representativas y demás obligaciones que detestaba, divorciarse supuso para Stina todo un alivio. Posteriormente, gracias al dinero que le correspondió por la separación, abrió una sombrerería y disfrutó de una vida nueva y más enriquecedora. Estudió historia de la literatura, y tenía el coro y los amigos, con los que se lo pasaba genial.

Stina cerró los ojos y pensó en Rastrillo. Si él se convertía en un delincuente ella también lo haría. Como en aquellas excursiones al castillo de Brahehus. Algo prohibido y emocionante.