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Cuando unas horas más tarde cogió el ascensor en compañía de los demás camino del spa, Märtha no dejó de palparse una y otra vez los bolsillos de su albornoz blanco de felpa. Ahí custodiaba las bolsitas de plástico con los polvos. Miró de reojo a Lumbreras, que había colocado la toalla del hotel en la parte superior de su bolsa de deporte para ocultar las herramientas. Parecía tan animado como un niño a punto de hacer una travesura. Y a decir verdad, reflexionó Märtha, ella también se sentía igual.

A fin de guardar las apariencias se ducharon y pasaron largo rato en la piscina, chapoteando aquí y allá a la espera de que se llenara de gente. Anna-Greta instaba constantemente a los otros a tener paciencia.

—Puede suponer una pulsera más —salmodiaba tan pronto como alguien sugería que pusieran manos a la obra.

Finalmente Lumbreras declaró que no soportaba esperar ni un minuto adicional, se aproximó a Märtha y le susurró:

—¿Tienes las bolsas?

Ella asintió con un gesto.

—Cuando la luz empiece a titilar, saca el polvo y échalo dentro de ese surtidor que arroja el vapor. Con rapidez, para que nadie se dé cuenta de nada.

—Vale... Ya he visto cómo lo hacen en el cine —respondió Märtha.

Mientras Lumbreras se alejaba por el pasillo situado junto a la recepción en dirección al cuadro eléctrico, Märtha acompañó a los otros al baño turco. El beleño atolondraría a los usuarios del spa y, antes de que estuvieran demasiado aturdidos, vertería también el cannabis en la boquilla de la columna de la sauna. Después, Stina y Anna-Greta saldrían renqueantes de esta y fingirían desmayarse al tiempo que Märtha se apresuraba a la recepción para dar la voz de alarma. Tan pronto como la recepcionista abandonara el mostrador, Lumbreras dejaría a oscuras toda la instalación y, asistido por Rastrillo, vaciaría la consigna. Ante la eventualidad de que estuviera demasiado oscuro, Lumbreras había instalado por si las moscas unos diodos en una de las zapatillas. A Märtha le preocupaba ligeramente que esto pudiera desenmascararlos, pero Lumbreras le garantizó que no pasaría nada. La zapatilla la utilizarían únicamente en caso de emergencia y, con todo el lío que se iba a montar, a nadie se le ocurriría preguntarse sobre la procedencia de ese haz de luz. Märtha, no obstante, creía tener la razón de su lado y consideraba que Lumbreras se equivocaba, que simplemente decía eso porque era hombre y tenía poca fantasía. Pero con la edad había aprendido que en ocasiones ceder resultaba más eficiente y sencillo.

Cuando entraron al baño turco sintieron el vapor caliente como una bofetada y la húmeda neblina apenas les permitió ver algo. Stina y Anna-Greta se sentaron en los bancos mientras Märtha examinaba a su alrededor. Parecía haber como mínimo una veintena de personas ahí dentro. Varios señores mayores, algunas abuelas y una pareja de mediana edad se habían apostado sobre los dos bancos en forma de media luna ubicados uno frente al otro. Märtha pensó entonces que debía fijarse bien en las personas que tenía más cerca para adivinar su reacción y sintió el roce de las bolsitas de plástico por debajo de su bañador. En realidad era Rastrillo quien debía haberse hecho cargo de esto, pero él sostenía que en la actualidad únicamente se dedicaba a las plantas vivas, y que no le interesaban las hojas resecas. Märtha enderezó la espalda. En cualquier caso, comoquiera que su amigo se había empecinado en su actitud, fue a ella a quien le tocó arrimar el hombro. La anciana se sentó en el extremo del banco, lo más cerca de la puerta como para poder aspirar un poco de aire fresco del exterior, y colocó a su lado la ramita de abedul. Se llevó la mano al escote. Con las bolsas de plástico sobre el busto su apariencia recordaba antiguos días de esplendor y se le escapó un suspiro lamentando que estuviera tan oscuro allí dentro.

—¿Cuánto tiempo tenemos que estar aquí? —musitó Stina.

—Muy poquito —la calmó Märtha—. Os indicaré cuando llegue el momento.

—No me parece a mí que aquí dentro se pueda estar mucho rato —agregó Anna-Greta tapándose la boca con la mano—. ¡Cuánto vapor! Qué barbaridad...

La bruma ocultaba la expresión de la gente y Märtha se sintió inquieta. Le costaría trabajo apreciar la reacción de los allí congregados. Apenas le había venido en mente este pensamiento cuando las luces empezaron a temblar. Lumbreras había cortado la corriente. ¡Perfecto! Era ahora o nunca. Märtha se palpó el interior del bañador y buscó a tientas las bolsitas. ¿Dónde las había puesto? En ese mismo instante advirtió que no llevaba las gafas consigo. Ella, que no había parado de predicar que hasta los detalles más nimios pueden echar por tierra el proyecto más ambicioso... En fin, la bolsa con el contenido más abundante era la de cannabis. En realidad solo le bastaba con saber eso. En ese momento se metió la mano directamente en el escote y empezó a trastear entre sus senos. Un hombre que estaba sentado frente a ella se la quedó mirando de hito en hito.

—Pensé que llevaba tres cuando salí de casa —bromeó Märtha.

El hombre la contemplaba como atontado.

—Vale, dos... —añadió ella.

Alguien se aclaró la garganta abochornado y otro individuo se puso a toser en medio de la neblina. Seguramente consideraban que las ancianas respetables no debían bromear con ese tipo de cosas. Märtha se indignó con ese pensamiento. A las personas mayores también les gusta pasarlo bien, se dijo. El vapor se volvía más denso por momentos y cada vez eran más los que se cubrían el rostro con las manos. Dentro se respiraba un aire tórrido y pegajoso y dos personas se levantaron para abandonar la sauna. Ya no podía esperar más. Märtha extrajo con cuidado la bolsita con polvo de beleño y la abrió. Solo necesitaba dar unos cuantos pasos para llegar a la columna negra y verter todo el contenido en el surtidor. Pero al sondear el interior de la bolsa con el pulgar y el índice no halló nada. Märtha retiró la mano. No le cabía duda de que había depositado el polvo ahí. Asombrada, volvió a introducir los dedos en la bolsa y cuando tocó el fondo sintió una especie de pegote resbaladizo. ¡Santo cielo! ¡Le había entrado agua a la bolsita de plástico! En la mente se le aparecieron de repente todas las personas que antes estaban nadando en la piscina desmayadas por el contacto con el beleño, pero en ese momento reconoció a un señor con el que casi había chocado en el agua y se tranquilizó. La mayor parte de la hierba seguía en la bolsa, a buen seguro. Simplemente se había mojado. ¿Habría perdido su fuerza? ¿Podría sufrir ella misma alucinaciones por lo que se había filtrado? Lo desconocía. Lo mejor era actuar rápido y luego salir corriendo para ducharse. Pero ¿y si quedaba tan poco beleño que no hiciera efecto a nadie? Rastrillo le había dicho que añadiera solo un poco de cannabis, pero ahora la situación había cambiado. Más valía que lo utilizara todo. Volvió a excavar en su escote y sacó la bolsita que lo contenía. Por suerte, seguía estando cerrada herméticamente. Märtha avanzó tambaleante hasta la columna y, justo después de que la boquilla exhalara un bufido de vapor ardiente, arrojó en su interior el beleño y el cannabis, ocultando todo con la ramita de abedul. Entonces volvió a sentarse al final del banco, lo más cerca posible de la puerta, y aguardó.