15
La señorita Barbro fumaba de pie en su apartamento de Sollentuna recién reformado. Le dio una profunda calada al cigarrillo y exhaló el último humo antes de apagar la colilla en la copa de vino y cerrar la ventana. Desde el mismo día en que el señor Mattson, el director, había tomado las riendas de El Diamante la enfermera había soñado con trabajar juntos. Ella y él. Su alianza les permitiría obtener grandes éxitos. Él tenía el dinero y, por tanto, la posibilidad de invertir. Ella podría gestionar las actividades. Pero el tiempo pasaba y empezaba a perder la paciencia. Quería hablar con él acerca del futuro, si bien era consciente de que debía avanzar con cautela para no espantarlo.
—Date prisa, cariño —la conminó el director de la residencia tendiendo los brazos.
El señor Mattson estaba tumbado, completamente desnudo, y no había que ser un Einstein para comprender lo que quería. Mientras daba los pocos pasos que la separaban de la cama pensó en su plan. Le haría adicto a los momentos que pasaba en su compañía. Entonces sí que sería capaz de lograr su meta. Ahora podía ser un momento oportuno para abordar el tema.
—Cariño, ¿verdad que estamos muy a gusto juntos?
El director la acercó hacia él, besándola a modo de respuesta, pero la enfermera se apartó hacia atrás y lo miró con gesto serio.
—Si nos pudiéramos ver más... Te echo de menos cuando no estoy contigo.
—Yo también te extraño, mi vida —repuso él mientras intentaba abrazarla nuevamente.
—¿Has pensado en lo de tu esposa? Quiero decir en lo del divorcio, ya sabes...
El señor Mattson se quedó parado un momento, para luego ceñirla con fuerza entre sus brazos.
—Pero, tontuela, un amor como el nuestro no necesilla consolidarse con los lazos del matrimonio. No nos hace falta. Nos tenemos el uno al otro.
El teléfono móvil del señor Mattson sonó sobre la mesilla de noche. A la segunda señal pareció dudar y a la tercera estiró el brazo.
—¿Diga? Ah, eres tú. Sí... Ah... ¡No me digas! ¿Estáis bien? Sí, ¿en serio?
Al percatarse de la voz aguda y penetrante al otro lado de la línea, la enfermera Barbro se puso en pie y se marchó a la cocina. No le gustaba escuchar las conversaciones con su esposa. Le recordaban que había otra en su vida. Y que a ella todavía le quedaba mucho camino por recorrer.
—¿Entonces os quedáis una semana más, cariño? Ya, ya, entiendo... Ay, querida, vaya mala pata. Y yo que había pensado invitaros a cenar a ti y a los niños...
Su mujer y los hijos se habían ido a Londres y, al parecer, no volverían en la fecha prevista. Tal vez ella y el señor Mattson pudieran compartir un poco más de tiempo. Por fin colgó el teléfono. Barbro volvió al dormitorio y él la recibió con los brazos abiertos.
—Cielo, mi familia está en Londres y no puede volver. Me voy a tomar unas vacaciones y podremos disfrutar juntos varios días.
—¡Fantástico! Y los viejos ¿qué?
—Buscaremos a otra persona.
—¿Nos lo podemos permitir?
—Querida, El Diamante S. A. es una máquina de hacer dinero. ¿Cómo se llamaba esa chica que ya te ha sustituido alguna vez? Mmm... Katja, ¿no es cierto? ¡Llámala!
El señor Mattson extendió de nuevo sus brazos y ya no tuvo que insistir más. Satisfecha, la enfermera Barbro se metió bajo la colcha y lo rodeó con los suyos.
Cuando Katja, la auxiliar de enfermería suplente, llegó a la residencia de mayores El Diamante el lunes por la mañana le pareció notar un silencio poco habitual. Los ancianos desayunaron y se congregaron en el salón principal como de costumbre, pero del grupito del coro no había ni rastro. Llegada la hora del almuerzo, al ver que seguían sin aparecer, Katja entró en sus habitaciones y descubrió que todo estaba limpio y ordenado. Pero faltaba su ropa de abrigo. Probablemente habían ido a cantar a algún lugar, se dijo. Recordaba haberles oído hablar de sus actuaciones en Strängnäs y Eskilstuna. Con toda seguridad a la señorita Barbro se le había pasado advertirle al respecto. Katja sonrió para sí misma. Tal vez fueran a interpretar «Dios encubierto», esa pieza que habían estado ensayando tanto tiempo. Les gustaba mucho cantar y bien se merecían esa alegría. Katja se tranquilizó de inmediato. Volverían en cualquier momento.