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La famosa estrella del pop que ocupaba la suite Princesa Lilian se acercó con paso tambaleante al bar y cogió una botella más de whisky. Llevaba su media melena rubia despeinada y los vaqueros caídos. Eructó, echó un vistazo a la etiqueta y optó por otra botella: un Macallan’s del 52. En el bar costaba a razón de 1.119 coronas el centilitro, así que le valdría. La descorchó, le dio un par de tragos y se la llevó al dormitorio, donde la colocó a un lado junto con un par de copas. La chica dormía profundamente y, tras dudar un buen rato, el cantante optó por ir a fumarse un cigarrillo. Reparó entonces en la botella de whisky del día anterior, que estaba en la mesilla de noche. El sorbo que le quedaba resultaría ideal como acompañamiento para su Marlboro.

Salió al balcón y aspiró el tibio aire a sus pulmones. La capital se estaba desperezando, el sol ya había iniciado su camino ascendente y los colores del cielo iban adquiriendo luminosidad. En las aguas que rodean al Parlamento vio a un hombre que tendía una red de pescador y le asombró que ello fuera posible en mitad de una gran urbe. Sí, definitivamente le gustaba Estocolmo. Estaba en el centro de una ciudad y al mismo tiempo en el campo. Además, actuar en Suecia le encantaba. Los suecos eran gente educada que aplaudía, mientras que en países como Italia o Francia te podían abuchear. De hecho, en Estocolmo acababa casi siempre ovacionado, y el público adoraba cualquier cosa que a él se le ocurriera. No era de extrañar que hubiera estado de fiesta la noche anterior. Se fijó en las botellas de whisky que su banda y él habían echado por la barandilla del balcón. Varias de ellas habían quedado tiradas sobre el borde del techo de chapa y otras dos habían ido a parar al canalón. No debería haber estado de parranda tanto tiempo. Tenía un concierto en Oslo esa misma noche y debía estar en forma, pero se había encaprichado con esa chica del bar Cadier del hotel y habían estado tomando una copa detrás de otra. Finalmente, como es natural, ella lo acompañó a la suite y había resultado ser una fuera de serie. El músico balanceó la botella de whisky sobre una mano mientras cogía el encendedor con la otra. Resacoso como estaba, fracasó varias veces antes de lograr atinar con el pulgar. Era un precioso mechero de oro que llevaba su nombre grabado. Colocó el cigarrillo sobre la llama, lo encendió y le dio varias caladas profundas.

Fumó con calma, siguiendo con la mirada el recorrido de las espumosas volutas de humo hasta su disolución y posterior extinción. Luego apagó el cigarrillo, se bebió el último resto de la botella y la lanzó por la barandilla del balcón. Oyó cómo golpeaba contra las otras dos. Entonces advirtió que una de ellas estaba sin abrir. ¡Qué demonios! De su boca salió una sonora carcajada. En el pasado había hecho equilibrios sobre parhileras y en una ocasión incluso montó una fiesta en un techo. Ahora ya no estaba tan joven ni a la sazón tampoco muy sobrio, precisamente. Pero ¡qué diantre...! Tenía que rescatar ese whisky, y aprovecharía para empujar las otras botellas dentro del canalón. La boca del tubo se hallaba pegada al borde de uno de los extremos del balcón. Si se tumbaba y estiraba el brazo podría... Dicho y hecho. Se estiró hasta alcanzar las botellas vacías, y justo cuando iba a echar uno de los cascos descubrió un cordón negro que conducía directamente al canalón. ¿Habría ocultado alguien ahí una botella de champán del bueno para su próxima visita? O, quién sabe, acaso un tipo con pasta había escondido en ese lugar unos pocos diamantes para pagar un cargamento de droga, una operación de compraventa de vehículos o algo parecido. Su fantasía se disparó, y eso lo armó de valor. Sin sujetarse con cuerda alguna se arrastró por el exterior de la barandilla y avanzó reptando. El cordón olía a alquitrán. En consecuencia, no podía llevar mucho tiempo allí. Como le picaba la curiosidad, lo agarró y tiró de él hacia arriba. Tras un crujido inicial se atascó, pero estaba tan intrigado que volvió a tirar, esa vez con todas sus fuerzas. Furioso, le dio un último empellón, pero no consiguió más que arrancar el cordón. Oyó entonces cómo ese objeto negro volvía a deslizarse, ahora hacia abajo, hasta detenerse una vez más. ¡Mierda!, gruñó para sí, asignando luego el mismo destino a las dos botellas vacías. Tras guardarse debajo de la camiseta la botella por estrenar inició una cuidadosa retirada hacia el balcón. Una vez allí logró dejar a un lado el licor y escaló hasta el otro lado de la barandilla. Después se puso en pie, se pasó la mano por la camiseta para limpiarse un poco y examinó su botín. No se trataba de un whisky de a tres mil coronas la copa, sino de un Lord Calvert de a ciento veinte. Tras soltar una retahíla de palabras malsonantes lo arrojó nuevamente al canalón y regresó a la suite. En ese mismo instante oyó ruidos procedentes de la habitación. La chica se había despertado y, de repente, el famoso artista recordó lo maravillosa que era y se apresuró a volver al dormitorio.