43
El período de prisión preventiva llegó a su fin y ahora le esperaba un nuevo destino. Lumbreras se encontraba en su celda hojeando los poemas que había recibido de Märtha. ¿Se atrevería a conservarlos? Tal vez en el nuevo centro se los requisarían y los analizarían, pero al mismo tiempo dudaba de que fuera capaz de recordar todo lo que le había escrito. Probablemente debería llevárselos. En el peor de los casos podría mentir diciendo que era él quien los había redactado.
Una vez más leyó los poemas. En los primeros Märtha se había centrado en el dinero oculto dentro del canalón, mientras que en los últimos había avanzado constructivas propuestas sobre qué destino otorgar a los millones. Aparte de dedicar dinero al cuidado de los ancianos, la cultura y los pobres, le había dado por ponerse sentimental. Sugería que era una pena la mala economía de los museos y proponía la posibilidad de devolver parte de la suma al Museo Nacional de Bellas Artes, tal vez mediante una donación anónima a la asociación de amigos de esa institución. «Abundante riqueza al arte reintegrada», o algo parecido en sus propias palabras. Luego, en el poema siguiente, había aludido a algo completamente distinto. «Descansen en paz los obsequios de Mammón en las aguas de la vida que se vierte», lo que él interpretaba como que deseaba dejar el dinero en el canalón después de todo, aunque tal vez se tratara de otra de las habituales pistas falsas de Märtha...
El asombro del sacerdote, que leía los poemas a hurtadillas, no había dejado de acrecentarse, por lo que Lumbreras se apresuró a explicarle que todo indicaba que Märtha no se sentía muy bien en la cárcel. En sus dos últimos poemas la anciana había dado una nueva vuelta de tuerca.
En una vida sin límites,
riqueza para todos.
El sol de la Tierra
a todos los dichosos
da la bienvenida.
Es decir, Märtha quería repartir dinero a todo el mundo y, además, tener suficiente como para viajar a lugares más cálidos. Aparte de ello, por lo visto, pretendía reactivar y mantener con vida el fondo de bienes robados.
El fondo amado del coro celestial
llena y mantén vivo.
La bondad divina
a todos provee.
Märtha parecía albergar grandes planes, pero tal vez fuera demasiado optimista, porque, aunque hubieran robado objetos de valor y dos famosos cuadros, evidentemente no serían capaces de llevar a cabo cualquier golpe. El mundo de la criminalidad era duro, incluso peligroso. Sin duda había resultado interesante probar lo que era una carrera delictiva, pero si las prisiones se parecían a los centros de detención provisional, obviamente estaban sobrestimadas. Si los cinco decidían volver a cometer actos ilegales, entonces todo debía funcionar a la perfección para asegurarse de que no los pillaran.
Lumbreras pensó en algunos tipos peligros que había conocido en el centro de detención. Juro, un yugoslavo corpulento y fuerte le había murmurado algo al respecto de un ambicioso atraco a un banco. Se había dirigido a él en croata, pero Lumbreras, que hablaba varios idiomas, lo había entendido todo. Su padre había ejercido de carpintero en la antigua Checoslovaquia y su madre procedía de Italia. Después de mudarse con sus progenitores a Suecia y recalar a Sundbyberg, habían hablado un montón de idiomas distintos, y Lumbreras tenía nociones de todos ellos. Desarrolló una gran afición por las lenguas y solía escuchar emisoras de radio extranjeras mientras trabajaba en el taller, porque eso a su juicio le permitiría aprenderlas sin esforzarse. Y hasta la fecha le había funcionado. Tampoco el croata se le daba nada mal.
El yugoslavo debió de observar a Lumbreras mientras este bosquejaba sus inventos, porque varios días después se le había acercado inesperadamente cuando estaban en el patio y le había susurrado al oído:
—Tú mucho sabes tecnología, ¿verdad?
—Eh... Bueno, no sé qué decirle. De pequeño jugaba con piezas de Lego. Eso es todo.
—No, no, tú inventor. Yo saber. Tú de puta madre cerraduras y alarmas.
¡Recórcholis!, se dijo Lumbreras, que deseaba mantener un perfil bajo como malhechor.
—En fin, de pequeño solo estudié a Christopher Polhem, y sus cerraduras tienen tres siglos de antigüedad —dijo Lumbreras con una sonrisita evasiva.
—Bancos, ya sabes —continuó el balcánico—. Malos, mucho malos. Llevan del Estado dinero cuando cosas mal, ¿entiendes? Pero repartir cuando cosas bien no quieren. Yo daré repaso, tú me ayudas.
—Ah, no me diga... pero hay otras maneras —interrumpió Lumbreras—. El Estado puede solicitar bonificaciones. Uno puede enriquecerse con ellas —explicó, intentando parecer un hombre de mundo. Había estado atento a los periódicos y comprendido que uno podía ganarse un buen pellizco con las bonificaciones. No estaba tan perdido en cuestiones de economía al fin y al cabo. El yugoslavo rió de buena gana y le puso la mano en el hombro.
—Tú sabes aquí en Estocolmo, oficina Handelsbanken en Karlaplan, ¿verdad? Cerca Valhallavägen y luego derecho aeropuerto. Pero ahí cerraduras mucho mucho chungas...
Lumbreras abrió los brazos en un gesto de lamento.
—Ese tipo de cerraduras no las conozco en absoluto.
Como no le apetecía para nada vérselas con la mafia yugoslava se mantuvo en lo sucesivo lejos del patio durante la hora del paseo. No obstante, vio que Juro seguía buscando la compañía de otros internos de la misma sección. Entre otras cosas le sacó todo tipo de información a un ex empleado de banca, un tipo imputado por delitos financieros que estuvo limpiando diversas cuentas durante años hasta que su esposa lo denunció.
Una semana más tarde el yugoslavo dejó el centro de detención preventiva y Lumbreras pudo por fin respirar tranquilo. Juro no le había quitado ojo en ningún momento y él había puesto todo su esfuerzo en parecer más tonto de lo que era. Como solía decir, el callado recibe información y el tonto habla por sí solo. Pero, en cualquier caso, algo le había quedado claro: Juro y sus compinches extramuros estaban planificando un importante atraco.
—A veces trincarte, no pasa nada. Descansar puedes un poco en cárcel. Luego recoger dinero —le había explicado el croata.
Lumbreras reflexionó largamente al respecto y se preguntó si no sería posible afinar un poquito más esa filosofía. Esto es, eliminar el elemento delictivo pero sin dejar de hacerse rico. Debía de ser la opción definitiva, pero aún no había logrado dar con la fórmula para ello. Necesitaba a Märtha. Juntos sin duda se les ocurriría algo.