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—Así mucho mejor. Ya no queda casi nada —constató el marinero Allanson dando una última vuelta a la caseta.

Sobre el suelo había una enorme ancla y una caja de cervezas, y en los estantes un par de redes, varias boyas y cañas de pescar. Por lo demás, todo vacío. Las bicicletas ya no estaban. Tampoco las motocicletas ni las dos motonieves.

—Qué bien que nos hayan pagado en euros como les pedimos. Las bicicletas infantiles y las de diez cambios se las han quitado de las manos. Los estonios están contentísimos —comentó Janson.

—Bueno, las motos también se han vendido bien —agregó Allanson—. Ahora volvemos a tener espacio aquí. ¿Qué te parece si hacemos una nueva excursioncita? De bicis y motos, por ejemplo.

—Pues sí, joder. ¿El sábado?

—Libro el fin de semana. Solo tengo que visitar a mi vieja en la residencia por su cumple. Pero luego...

—No creo que vayas a celebrarlo con ella hasta las cuatro de la mañana, ¿verdad? —ironizó Janson.

—Qué va —contestó Allanson mirando al suelo.

Solían meterse con él por ir a ver a su madre con frecuencia, pero la quería mucho. Y ella se alegraba tanto cuando iba a verla... Aunque por lo general al día siguiente ya se le hubiera olvidado.

—Pasaré un rato con ella y después iré a buscarte. Debería llevarle algo. El chocolate y las flores son tan previsibles...

—¿Flores? Se las regalarán de todas maneras. Mejor llévale esto. Parece totalmente nuevo y aquí solo estorba —dijo Janson dándole una patada al carrito de la compra negro colocado sobre el palé.

—¿El carrito? Mi madre es demasiado mayor para ir a comprar.

—Pero ¿no lo entiendes? Tienes que hacerle creer que sí puede hacerlo. Ese tipo de cosas hacen rejuvenecer a los ancianos. Y siempre puedes llenarlo con algo agradable.

Allanson observó el carrito de la compra con cierta renuencia, pero de inmediato se le iluminó la cara.

—Tiene una pila de mantas que va arrastrando de un sitio a otro. De hecho, el personal se ha estado quejando de eso. Ahora las podría llevar en el carrito.

—Exacto. Pero no te olvides primero de sacar los recortes de periódico.

—Claro. Aunque también debería regalarle alguna otra cosa —pensó Allanson.

—¿No me dijiste que les habían quitado los bollos y las galletas? Compra pan dulce y pastas para todos los residentes. Y ya aprovechas y te agencias algo rico también para nosotros.

A Allanson la propuesta le pareció excelente a juzgar por su gesto.

—Siempre se te ocurren ideas tan buenas...

Janson lanzó una risotada, cerró las puertas y echó el cerrojo a la caseta. Luego ambos entraron en el coche e hicieron su habitual recorrido por el contenedor y la oficina de objetos perdidos.