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Petra viajaba medio adormilada en el metro cuando vio los titulares que informaban del sonado robo de cuadros en el Museo Nacional de Bellas Artes. No habían pasado muchos años desde el anterior y se preguntó si habría sido la misma banda que había actuado de nuevo. Pero el diario no revelaba gran cosa. La policía se mostraba muy reservada al respecto y en un primer momento ni siquiera habían dado a conocer el nombre de las obras sustraídas. Al principio Petra no había prestado demasiada atención, porque su novio y ella habían tenido una bronca monumental, coincidiendo además con que se veía obligada a empollar a lo bestia por culpa de un examen muy importante. De hecho, había dejado por un tiempo el Grand Hotel y la limpieza. No fue hasta después de la prueba cuando retomó su vida y buscó a su novio. Dejaron las cosas claras e hicieron las paces y, para celebrarlo, se marcharon de vacaciones a Egipto tras hacerse con una oferta de última hora. Tras volver a casa descansada y con un atractivo bronceado, reanudó su habitual trabajo extra en el hotel.

Fue entonces cuando se enteró de que Monet y Renoir eran los autores de los dos cuadros robados. La joven fue a la biblioteca del Grand Hotel y hojeando ediciones anteriores de los diarios vespertinos vio las imágenes. No pudo evitar que se le escapara un jadeo. A excepción del sombrero y el bigote en la de Renoir, y de algunos veleros añadidos en el río Escalda, se parecían mucho a los cuadros que había retirado de la suite Princesa Lilian. Entonces estaba convencida de que eran reproducciones de mala calidad. Pero ¿y si no lo eran? Claro que, por otra parte, era muy extraño que los ladrones hubieran abandonado los cuadros en una habitación de hotel a unos cien metros del museo. Sin duda habrían sacado del país hacía ya tiempo aquellas obras. Sin embargo, ese pensamiento siguió rondándole la cabeza, porque, analizándolo con más detenimiento, las pinturas llevaban un marco de inusual calidad. Si bien, por otro lado, esa era una práctica habitual. Un buen marco podía dotar de una apariencia profesional a la peor de las reproducciones.

Petra se mordió las uñas, incapaz de concentrarse. Los cuadros habían desaparecido del carro de la limpieza, pero tal vez todavía estuvieran en el anexo. Le habría gustado preguntar a la gente, pero dudó si hacerlo. Si se trataba de los cuadros auténticos podría verse metida en un buen lío, ya que los había sustituido sin que se lo ordenaran desde arriba. Obras por un valor de treinta millones... Echó un vistazo a su alrededor. Se oía el murmullo de las conversaciones del bar y el de algunos clientes que comían en el Veranda. Si iba al Museo Nacional de Bellas Artes y solicitaba que le mostraran unas reproducciones del Renoir y del Monet podría compararlas con lo que recordaba de las obras de la suite. Se sonrió entonces de su propia ingenuidad. Bastaba con entrar en el sitio web del museo. Así pues, se puso en pie y se dirigió a la sala de ordenadores de la planta baja.

Tras navegar rápidamente a la página de la pinacoteca pinchó para acceder a las colecciones. No tuvo que hacer muchas búsquedas para encontrar los dos cuadros. Tenía junto a ella la impresora de color del hotel y pulsó el botón de impresión. Seguidamente guardó las copias en el bolso y entró de nuevo en el ordenador para borrar el historial de navegación. Con los papeles en el bolso se apresuró a bajar al anexo. Tenía que cerciorarse sobre los cuadros que había bajado de la suite y no le quedaba más remedio que tratar de hallarlos nuevamente. Debían de estar en alguna parte, porque le resultaba imposible creer que hubieran desaparecido así sin más. Siempre y cuando alguien no los hubiera descubierto y caído en la cuenta de que no eran reproducciones sin valor, sino cuadros tasados en unos treinta millones de coronas...