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—¿Te suena una chica de pelo rizado que mastica chicle?

El encargado del bar del Grand Hotel se dirigió a Petra, que en ese momento entraba en el ascensor con el carro de la limpieza. Estaba dando los últimos retoques a la suite Bandera y solo le quedaba el suelo. La joven se detuvo. ¿Una chica con el pelo rizado?

—No creo que sea ninguna de mis amigas.

—La mujer tenía unos treinta y cinco años. Habló de limpieza y se interesó por saber si había algún puesto de prácticas. Le dije que se pusiera en contacto con la jefa de los servicios de limpieza.

—¿Por qué no habló con ella directamente?

—Son muchos los que acuden al bar primero. Me preguntó qué tal era trabajar en el hotel y si conocía a las personas que se dedicaban a limpiar aquí.

—Menuda fisgona.

—Quería comunicarse con alguien del personal de limpieza, así que pensé que tú...

—¡Ni hablar! Tengo un examen pronto. Que hable con otro.

—Quizá fue una estupidez, pero ya le he dado tu nombre. A ti se te da tan bien tratar con la gente...

—Como te he dicho, es mejor que la remitas a otra persona. Lo siento.

Petra entró en el ascensor y mientras subía a la suite Bandera reflexionó sobre quién podía ser aquella chica del cabello rizado. Luego se encogió de hombros, metió el carro en la suite y echó mano a la aspiradora. Un momento más tarde se había olvidado por completo del asunto.

 

 

Liza salió a toda prisa del metro y miró a su alrededor. Dio la espalda a los edificios azul celeste de la universidad y se encaminó hacia los bloques de apartamentos de estudiantes. Durante los últimos días había estado siguiendo sigilosamente los pasos a las personas encargadas de limpiar en el Grand Hotel, pero no había hallado ningún cuadro hasta el momento. Había estado a punto de tirar la toalla cuando el encargado del bar le mencionó a una sustituta que estudiaba historia del arte.

—¿Cómo puedo ponerme en contacto con ella? —le preguntó Liza entonces—. Tal vez podamos compartir un puesto de jornada completa.

El encargado le dijo que no podía facilitarle el nombre de ninguna persona, pero Liza ya había reconocido su mirada. Era la habitual. Estaba más pendiente de su escote que de su cara. Sin dudarlo un instante le pidió un cigarrillo, se acercó un paso en actitud provocadora y se puso la mano en la cadera.

—¿Hay algún hotel por aquí cerca que esté bien y no sea demasiado caro? —preguntó.

El encargado del bar secó la misma copa de vino por segunda vez.

—Tienes el albergue juvenil Af Chapman, y también hay algunos lugares baratos en las afueras.

—Pero el albergue está lleno, y lo del hotel en los alrededores... ¿Qué te parece a ti? —dijo ella sentándose en uno de los taburetes del bar. Entonces colocó lentamente una pierna encima de la otra, y la falda se le subió hasta que quedó enganchada en el borde del asiento.

—Espera un momento. Yo te ayudo —dijo el encargado posando la copa y trasteando un buen rato con la tela de la falda hasta desprenderla del taburete—. Por cierto, creo que podría conseguirte algo barato en el anexo. Pero tienes que irte antes de que los obreros lleguen a las siete de la mañana.

—Con tal de que no cueste mucho...

—Nada es gratis —repuso él con un guiño.

Terminado el turno de noche fue a verla al anexo y a la mañana siguiente Liza conocía el nombre de todo el personal de limpieza del hotel. Unos días más tarde consiguió también el nombre de la sustituta, que residía en el distrito universitario de Frescati e iba a estudiar a la Biblioteca Nacional. Petra Strand solía pasarse el día allí hasta que cerraban, y no llegaba a casa hasta las seis de la tarde. Liza miró el reloj. Eran las cuatro y media. Por lo tanto, disponía de tiempo de sobra. Un momento más tarde había localizado ya la dirección y pudo comprobar que el nombre de la muchacha figuraba en el segundo piso, concretamente en el primer corredor a la izquierda. Tras subir la escalera echó una rápida ojeada a su alrededor para cerciorarse de que estaba sola. Luego fue corriendo hasta la puerta, insertó su peine de acero e hizo palanca. Un chasquido después y ya tenía vía libre.