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No podía ser cierto. La señorita Barbro temblaba de indignación. Los delincuentes de la pandilla del coro estaban de regreso. Por lo visto habían mostrado un comportamiento ejemplar en la cárcel y, tras unos meses en un centro de régimen abierto, se mudaban de nuevo a El Diamante S. A. El problema era que no habían dejado de pagar sus habitaciones y, de acuerdo a las normas de la Oficina de Asuntos Sociales, ella no podía negarles el acceso. Para colmo, Ingmar no lamentó el asunto; bien al contrario, se mostró satisfecho.
—¡Qué suerte para nosotros! —exclamó—. Seremos el centro de atención. Seguro que los medios de comunicación siguen a los viejos y realizan reportajes. ¿Puedes imaginarte una publicidad mejor? El Diamante S. A. será tan famoso en todos sitios que podremos aplicar un considerable incremento a la cuota. Cariño, tienes que fijarte en las posibilidades.
La enfermera trató de explicarle que aquellos cinco ancianos eran pésimos ejemplos para los demás y le advirtió del caos que podrían traer consigo, pero el señor Mattson reaccionó con cara de no entender nada.
—Querida, tu trabajo consiste precisamente en gestionar ese tipo de cosas. Es para eso para lo que se te paga. ¿No se te habrá olvidado la descripción de tus funciones? «Asistir y cuidar de los ancianos.»
—Pero ¡no de los delincuentes!
—Ya han expiado sus faltas y tienen todo el derecho a reinsertarse en la sociedad. Ahora podremos mostrar a todo el mundo lo bien que cuidamos de los pobres ancianitos marginados. Les prestaremos toda la asistencia y el apoyo que precisen.
—Pero si se escaparon...
—Precisamente por eso. Atiéndelos, ricura. Préstales tus cuidados. Este último es un término que las autoridades municipales quieren oír, ¿comprendes?
—¿Cómo...? —repuso la señorita Barbro esforzándose por respirar—. ¿No habíamos dicho que teníamos que ahorrar?
—Pero una palabra de ánimo, un gesto de cariño... Eso no cuesta dinero. A eso lo llamo yo cuidar. Y mientras tengamos a la prensa rondando por aquí debemos comportarnos de una manera ejemplar. Nuestra residencia de mayores debe ser un modelo que seguir. Nos vendrá bien cuando llegue el momento de inaugurar nuestros nuevos centros geriátricos. Tengo dos nuevas residencias de mayores a punto, y ahí queda mucho por hacer. Nos hace falta un esfuerzo de racionalización. Pensé que tú podrías preparar la operación y encargarte de la administración. Mientras tanto Katja puede hacerse cargo de El Diamante.
—¿Quieres que deje el Diamante?
Por la cabeza de la señorita Barbro pasaron mil pensamientos. ¿Había oído bien?
—No, no... Solo provisionalmente. Y no le des tantas vueltas, cariño. Pronto subirás de categoría y ocuparás un puesto de dirección. Tres centros de mayores rinden más beneficios que uno solo y ahora que voy a divorciarme necesitaré más dinero. Además, preciosa, supongo que querrás acompañarme en todo esto. Necesito a más personas en el equipo directivo. Como socios. Tú y yo.
Ingmar la estrechó entre sus brazos y a Barbro se le olvidó todo lo demás. Por fin había mencionado la palabra «divorcio» y había apuntado hacia un futuro juntos. Cuando la abrazó y le susurró al oído palabras ardorosas, ella presionó la palma de su mano contra el pecho de él y le dijo en voz baja:
—Pronto, Ingmar, pronto seremos tú y yo...