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Todo cambió después de que echaran Katja. La muchacha había escrito una carta donde les daba las gracias por el tiempo compartido y se mostraba afligida por haberse visto obligada a dejarlos. Y los ancianos también se lamentaron, porque nadie, absolutamente nadie, deseaba volver a la situación anterior.
Durante la estancia de Katja los residentes del centro habían recuperado sus ganas de vivir. Ahora, en cambio, reinaba un ambiente de desafío y la señorita Barbro no encontraba forma de manejarlos. Cuando anunciaba que era la hora de acostarse no la obedecían, y en el momento de cerrar con llave la sección se colocaban en el hueco de la puerta pidiendo a gritos más personal. Si la comida no era buena protestaban airadamente y se negaban a comer, y cada vez eran más los que exigían las llaves del gimnasio. Muchos de ellos cuestionaban la medicación y para que ingirieran sus pastillas era necesario convencerlos. Cuando la enfermera, con poco tacto, trató de recortar el consumo de café a solo dos tazas al día, volcaron la cafetera. Así pues, mientras la Liga de los Pensionistas se encontraba en plena preparación de nuevas fechorías, el día a día de El Diamante S. A. empezaba a descontrolarse. Märtha se percató de lo que estaba pasando y comenzó a invitar a Alaridos Selváticos a todo aquel que lo deseaba, con la esperanza de que el nombre de las pastillas sirviera de inspiración.
La señorita Barbro observó atentamente a los ancianos por el cristal mientras escuchaba distraída la cháchara del otro lado. Anna-Greta ponía discos, Dolores cantaba y dos de los ancianos roncaban. Se había calmado un poco la cosa, pero horas antes habían estado formando tal jaleo que a punto estuvo de perder los nervios. En las nuevas residencias se aseguraría de disponer de habitación propia con una puerta que poder cerrar y ventanas con vistas al patio, no a la sección, como allí. Una vez completadas las adquisiciones podrían fusionar las actividades y la situación mejoraría. Entonces Ingmar, con toda seguridad, le daría carta blanca para reorganizar y estructurar todo del mejor modo posible. No cabía duda de que necesitaban más personal, pero Ingmar se resistía. Es más, pretendía continuar con los recortes de plantilla. La señorita Barbro dio vueltas al asunto. Los inmigrantes sabían ocuparse de sus familiares. Si lograba hacerlos trabajar como voluntarios podría reducir aún más los costes. Ingmar la adoraría por esa propuesta, ya que su objetivo declarado era obtener grandes beneficios y resultados rápidos. Bueno, por el momento trataría de apaciguar a los ancianos con palabras amables. Se puso en pie y entró en el salón principal.
—Qué bonito día hace hoy, ¿verdad? —ensayó.
—Sí, quiero salir a que me dé el sol. Y comida buena. Ya estoy harto de tantas promesas y palabras. A nosotros no nos engaña —argumentó Henrik, de noventa y tres años, haciéndole una peineta.
La enfermera regresó de inmediato a la oficina. Allí estaría más tranquila.
—¿Sabéis qué? No creo que aguante mucho más —dijo Märtha una semana más tarde al oír los tacones de la señorita Barbro por el pasillo—. Hasta Dolores le gruñe.
—Deja que siga a lo suyo la bruja esa. Mientras continúe reinando el caos aquí no se preocupará de lo que nos traemos entre manos —dijo Lumbreras.
Posó un momento el pincel. Había comenzado a pintar, como los demás, entregándose de lleno al asunto. Tenía apoyados contra la pared lienzos a medio acabar y había regado con pintura todo el suelo. Se echó un poco hacia atrás y contempló el cuadro que tenía enfrente. La tela estaba recubierta de gruesas capas de color y presentaba un aspecto decididamente contemporáneo.
—¡Me encanta pintar! Lástima que no comenzara antes.
—Pero apesta a óleo por todos lados. ¿No hay algún otro tipo de pintura que podamos utilizar? —preguntó Märtha.
—No para nuestro objetivo —señaló Stina—. Con el óleo se pueden hacer muchas cosas. Le conté a Barbro que nuestro grupito de artistas se llama «Los mayores pueden», pero no dijo nada. Se limitó a mirarme con desprecio.
—Por cierto, ¿sabéis que ha restablecido la cuota de tres tazas de café al día? —intervino Anna-Greta.
—¿Es cierto eso? Seguramente trate de dorarnos la píldora. En fin, dentro de poco no tendremos que preocuparnos por ella. En breve estaremos fuera de aquí —dijo Rastrillo.
—Con el minibús de transporte de discapacitados —especificó Märtha—. En él podremos meter cuadros, sacas y hasta cajeros automáticos si hiciera falta.
—¡Y los andadores!
Märtha y Lumbreras se miraron y sonrieron. Por cada nueva aventura que maquinaban mejor se sentían. Y lo que más les estimulaba eran los desafíos. En pocos días llegaría el momento de actuar.