Yace donde el sol se pone, |
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entre dos tajadas peñas, |
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una entrada de un abismo, |
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quiero decir, una cueva |
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profunda, lóbrega, escura, |
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aquí mojada, allí seca, |
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propio albergue de la noche, |
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del horror y las tinieblas. |
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Por la boca sale un aire |
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que al alma encendida hiela, |
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y un fuego, de cuando en cuando, |
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que el pecho de hielo quema. |
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Óyese dentro un ruido |
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como crujir de cadenas |
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y unos ayes luengos, tristes, |
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envueltos en tristes quejas. |
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Por las funestas paredes, |
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por los resquicios y quiebras |
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mil víboras se descubren |
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y ponzoñosas culebras. |
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A la entrada tiene puestos, |
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en una amarilla piedra, |
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huesos de muerto encajados |
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de modo que forman letras, |
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las cuales, vistas del fuego |
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que arroja de sí la cueva, |
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dicen: «Esta es la morada |
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de los celos y sospechas». |
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Y un pastor contaba a Lauso |
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esta maravilla cierta |
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de la cueva, fuego y hielo, |
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aullidos, sierpes y piedra, |
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el cual, oyendo, le dijo: |
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«Pastor, para que te crea |
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no has menester juramentos |
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ni hacer la vista experiencia. |
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Un vivo traslado es ese |
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de lo que mi pecho encierra, |
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el cual, como en cueva escura, |
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no tiene luz, ni la espera. |
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Seco le tienen desdenes |
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bañado en lágrimas tiernas; |
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aire, fuego y los suspiros |
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le abrasan contino y hielan. |
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Los lamentables aullidos |
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son mis continuas querellas, |
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víboras mis pensamientos |
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que en mis entrañas se ceban. |
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La piedra escrita, amarilla, |
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es mi sin igual firmeza, |
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que mis huesos en la muerte |
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mostrarán que son de piedra. |
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Los celos son los que habitan |
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en esta morada estrecha, |
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que engendraron los descuidos |
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de mi querida Silena». |
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En pronunciando este nombre, |
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cayó como muerto en tierra, |
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que de memorias de celos |
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aquestos fines se esperan. |
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