AVANZANDO HACIA LA LIBERTAD
Una mañana, Kinh despertó muy temprano. Incapaz de reprimir por más tiempo su profundo deseo de llevar una vida monástica, escribió una carta a sus padres pidiéndoles permiso para iniciar un viaje de aprendizaje, prometiendo regresar tras cinco años de búsqueda. Entonces se disfrazó de joven, con un aspecto de estudiante ilusionado y un hato con sus escasas posesiones colgado al hombro, y partió sin saber adónde la llevarían sus pasos.
Siete días más tarde llegó al templo de la Nube del Dharma en el distrito de Giao Chi. El hermoso paisaje que circundaba el templo era pacífico y relajante. El abad enseñaba a un público compuesto por unas trescientas personas. Todos escuchaban atentamente y con mucho respeto mientras él hablaba de los cuatro factores del amor verdadero (también conocido como las Cuatro Mentes Inconmensurables): bondad, compasión, alegría y ecuanimidad.
El joven estudiante llegó al inicio del sermón, que escuchó con entusiasmo. Poco después, cuando éste concluyó y todos se marcharon a casa, Kinh pidió permiso para consultar al reverendo maestro. Inclinándose profundamente tres veces, el estudiante se presentó y pidió ser ordenado como discípulo monástico.
El anciano abad miró a Kinh en silencio durante un largo rato y luego preguntó sosegadamente:
—¿De dónde vienes, hijo? ¿Cuáles son tus razones para abandonar tu hogar y tu familia y convertirte en monje?
Con las palmas de las manos unidas, el joven estudiante respondió respetuosamente:
—Reverendo maestro, el nombre de mi familia es Ly y provengo del distrito de Cuu Chan. Inicié mis estudios a una edad temprana; pero he comprendido que la vida es impermanente. No encuentro felicidad o interés en convertirme en erudito o ser nombrado ministro o consejero del rey. Tampoco hallo felicidad en la vida matrimonial.
El estudiante continuó:
—En muchas ocasiones el profesor de mi pueblo me habló del camino de la liberación y me entregó algunos libros sobre las enseñanzas budistas para proseguir mis estudios. También tuve la suerte de conocer a monjes. Observar su conducta libre y relajada y escuchar sus enseñanzas sobre la liberación me conmovió profundamente. Durante mucho tiempo he soñado con convertirme en monje. Mi viaje me ha traído a este distrito; ¡y tras escuchar sus enseñanzas siento una enorme apertura en la mente y en el corazón! Inclino respetuosamente la cabeza, apelando a su inmensa generosidad para que me acepte como discípulo monástico. Prometo practicar con diligencia y en el futuro poder ayudar a los que sufren.
El abad del templo de la Nube del Dharma asintió pausadamente.
—Al escucharte resulta evidente que tienes el buen corazón de un monje. Provienes de una buena familia y posees unos cimientos educativos sólidos, el porte refinado de un estudiante y un futuro prometedor por delante. Otra persona en tu posición indudablemente no pensaría en renunciar a todo eso para convertirse en monje. Pero como las enseñanzas de Buda te han abierto los ojos a edad temprana, tengo la ferviente esperanza de que serás capaz de cumplir el profundo voto de aquel que tiene una mente despierta, una mente de amor. Puedes venir a practicar a mi templo como novicio en formación durante un período de prueba de tres meses.
El abad llamó a los dos novicios que en aquel momento practicaban en el templo de la Nube del Dharma y les presentó a Kinh. El discípulo mayor, Chi Tam («Corazón de Aspiración»), tenía veintiséis años y había sido novicio durante ocho. Era alto y tenía unos ojos brillantes bajo un par de cejas pobladas. Su modo de andar era comparable al de un oso pardo; reflejaba una poderosa fuerza bien contenida. El segundo novicio, Thanh Tam («Corazón Sincero») tenía veinticuatro años y había practicado durante cuatro. Aunque su porte era esbelto, rebosaba salud y fortaleza. Tenía un rostro de facciones bien proporcionadas, y sus sonrisas siempre eran refrescantes. El abad ordenó a los dos novicios que ayudaran al joven estudiante a instalarse y orientarse en la forma de vida del monasterio. Kinh tuvo mucha suerte al serle concedida una pequeña habitación individual en la esquina de la sala oeste.
En los pocos meses de adiestramiento, Kinh practicó con mucho esmero y cumplió a la perfección con las tareas que le encomendaron. El joven estudiante fue capaz de memorizar y ejecutar el canto de la mañana y el de la noche con gran fluidez después de estudiar y practicar solo durante un par de semanas. Kinh ató algunas hojas de papel para confeccionar un libro en el que copiar los diez votos y las prácticas de atención plena de los novicios. La caligrafía de Kinh con el pincel era tan exquisita que recibió muchas alabanzas de los monjes de más edad, Chi Tam y Thanh Tam. Como conocía bien la materia, Kinh participaba con sus comentarios en las conversaciones acerca de las enseñanzas; ello contribuyó a que fuera muy respetado por los hermanos mayores y el abad. Sin embargo, Kinh siempre adoptaba una actitud muy humilde.
Todas las tareas del templo —transportar agua, cortar madera, preparar las verduras, cocinar, limpiar, cuidar del salón de Buda y atender al abad— eran cumplidas por Kinh meticulosa e incondicionalmente. Asimismo, los hermanos mayores cuidaban del nuevo estudiante. El hermano Chi Tam, consciente de que Kinh tenía la ligera constitución física de un erudito, cargaba con el trabajo que requería más fuerza. El hermano Thanh Tam también era amable y se ofrecía a ayudar a Kinh en todas las tareas. Los dos manifestaban un profundo deseo de estar cerca de Kinh, tanto en el trabajo como en el estudio o la conversación, porque ambos lo consideraban dulce, amable, inteligente y virtuoso. Pero Kinh siempre mantenía una distancia respetuosa y amigable.
Tres meses más tarde, durante la conmemoración anual del nacimiento de Buda, Kinh fue ordenado formalmente, asumiendo los diez votos y la cabeza afeitada de los novicios. Así pues, con el cráneo rapado y vestido con el hábito dorado oscuro de los monjes, el recién ordenado novicio manifestó la profunda belleza de la vida monástica, irradiando esplendor y frescura. El abad otorgó al nuevo novicio el nombre del Dharma Kinh Tam («Corazón Reverente»). Este nombre era muy significativo y también apropiado, pues Kinh Tam albergaba una gran reverencia hacia Buda, los patriarcas espirituales y todos los demás seres, incluyendo los que habitan los reinos animal, vegetal e incluso mineral. Al observarla profundamente, el novicio descubrió que toda vida es maravillosa y sagrada, incluso el sufrimiento de los seres humanos. Esta comprensión le inspiraba el impulso de inclinarse reverentemente ante todas las cosas. Desde que Kinh Tam fue ordenado, el templo de la Nube del Dharma pareció iluminarse, y los jóvenes del pueblo y de otras localidades cercanas visitaban el sitio con mayor frecuencia. El novicio Kinh Tam era como un loto recién florecido en un estanque donde jamás habían eclosionado estas flores.
Kinh Tam poseía una bonita voz para el canto y había asumido la tarea de hacer repicar la gran campana cada mañana. El novicio recitaba melodiosamente los poéticos versos que acompañaban el repicar de la campana:
Que el sonido de esta campana penetre profundamente
en el cosmos.
Aun en los lugares más oscuros, que los seres vivos la oigan
claramente
para que la comprensión inunde sus corazones,
y sin muchas penalidades, trasciendan
el ciclo del nacimiento y la muerte.
O también:
Al oír la campana siento cómo las aflicciones en mi interior
empiezan a disolverse.
Mi mente alcanza la calma, mi cuerpo se relaja y
una sonrisa brota en mis labios.
Siguiendo el sonido de la campana, mi respiración me guía
de regreso a la isla segura de la atención plena.
En el jardín de mi corazón, la flor de la paz
florece hermosamente.
En los debates sobre el Dharma, un período de tiempo asignado para profundizar en las enseñanzas, el novicio Kinh Tam compartía su profundo conocimiento de las escrituras. Los hermanos mayores, que acumulaban más años de práctica, escuchaban atentamente y descubrían que podían aprender mucho de lo que el novicio Kinh Tam tenía para compartir. En una ocasión, el propio abad alabó al novicio. El hermano Chi Tam tuvo que admitir que, aunque su propia escritura en caracteres chinos era bella, la del hermano Kinh Tam era indiscutiblemente más vivaz. A veces el hermano Thanh Tam pedía a Kinh Tam que le explicara los pasajes más difíciles del Sutra de los cuarenta y dos capítulos, como «Practica la no práctica, haz lo que no puede hacerse».
Después de leer la Colección de las seis Paramitas del maestro Tang Hoi, el novicio Kinh Tam ya estaba muy versado en los actos y profundas aspiraciones de Buda Sakyamuni y sus vidas pasadas. A menudo el novicio volvía a contar esas historias a los monjes novicios de más edad, compartiendo con ellos los loables actos de Buda en vidas pasadas y en su existencia como Siddhartha Gautama. Cuando los aldeanos, en especial los jóvenes, acudían al templo, tenían la oportunidad de encontrarse con los tres novicios, y a menudo Kinh Tam les ofrecía enseñanzas sobre el Dharma.