Cómo mantener una vida sexual activa pese a los prejuicios y los cambios fisiológicos
Con el sexo pasa como con el cerebro. Estamos tan acostumbrados a los prejuicios de la edad, tenemos tan interiorizada la idea del declive y de la pérdida de facultades, que acabamos aceptando como normal que la actividad sexual se acerque a la extinción con cada nuevo cumpleaños, igual que aceptábamos como normal que la actividad intelectual vaya a menos. Aceptamos como normales cosas que no lo son. No son más que prejuicios.
Algunos de ustedes puede que se sientan escépticos. ¿Qué dicen estos tipos ahora?, estarán pensando. ¿Cómo se puede decir que no hay un declive de la actividad sexual? Me hubieran visto a mí con veinticinco años, ¡aquello sí que era actividad! Tienen su parte de razón, por supuesto. No se tiene la misma actividad sexual a los veinticinco años que a los setenta y cinco. Pero tampoco se juega igual al tenis y, sin embargo, nos parece normal y nos parece bien que una persona de setenta y cinco años siga jugando al tenis, ¿no es cierto? Uno adapta su manera de jugar a las circunstancias de cada momento y sigue sumando puntos, sets, partidos. Entonces, ¿por qué parece menos normal que una persona de setenta y cinco años mantenga una vida sexual activa? Tal vez porque a veces, más que Homo sapiens, somos Homo prejuicio.
Si se mantiene una salud aceptable, el interés y la capacidad sexual no tienen por qué desaparecer con la edad.
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El mejor antídoto contra los prejuicios, ya se sabe, son los datos. Es revelador que haya pocos datos sobre la sexualidad de las personas mayores. Se estudian con todo detalle la dieta, la actividad física, la tensión arterial, el colesterol, las facultades cognitivas... ¿Pero el sexo? En mayores no se pregunta. Es como si no existiera. Y sí que existe. Y es un componente importante del bienestar. Sobre todo para los hombres, pero también para muchas mujeres. Esto es lo que dicen los datos. Hay pocos, pero los pocos que hay transmiten un mensaje claro: si se mantiene una salud aceptable, el interés y la capacidad sexual no tienen por qué desaparecer con la edad.
Fueron los pioneros de la sexología, Alfred Kinsey en la Universidad de Indiana y William Masters y Virginia Johnson en la Universidad Washington en Missouri, en Estados Unidos, los primeros que estudiaron la sexualidad en personas mayores. También fueron ellos los que demostraron con datos que la homosexualidad no es una enfermedad; que el sexo oral es una práctica común; que algunas mujeres pueden tener varios orgasmos consecutivos, mientras que los hombres tienen un periodo refractario entre orgasmos; o que la masturbación no causa acné, pérdida de facultades intelectuales ni ningún otro trastorno. Visto ahora, resulta asombroso que hace solo sesenta años todo esto no se supiera. Nada mejor que la ciencia para desmontar prejuicios y discriminaciones.
Los estudios de Kinsey y de Masters y Johnson, sin embargo, no fueron suficientes para acabar con el tabú de la sexualidad de los mayores. Aunque demostraron que no hay ninguna edad a la que el interés sexual y la capacidad de experimentar placer desaparezcan, hoy día sigue habiendo una epidemia de desconocimiento y opacidad sobre esta cuestión.
Masters y Johnson observaron que con los años se producen cambios en la respuesta sexual de hombres y mujeres. Los hombres tardan más en sentirse sexualmente excitados, pueden necesitar estimulación manual para conseguir una erección y, cuando la consiguen, es menos vigorosa que en la juventud y la eyaculación no es tan potente. Las mujeres también tardan más en alcanzar un estado de excitación, experimentan cambios en la anatomía de la vagina, que se vuelve más corta y estrecha, y el volumen de lubricación vaginal se reduce. Estos cambios son perfectamente normales y no impiden disfrutar de una vida sexual satisfactoria.
De hecho, en encuestas sobre satisfacción sexual, muchas mujeres se declaran más satisfechas después de los cincuenta años que antes, en parte porque dejan de preocuparse por la posibilidad de un embarazo no deseado y en parte porque la experiencia les da un mayor control de su sexualidad. En la Encuesta Nacional de Salud y Conducta Sexual realizada en Estados Unidos en 2010 se observó una llamativa tendencia opuesta entre hombres y mujeres. Mientras en los hombres la probabilidad de orgasmo en una relación sexual se reduce de manera lenta pero progresiva desde los dieciocho a los cincuenta y nueve años, en las mujeres ocurre lo contrario: la probabilidad de orgasmo va aumentando en estas mismas edades.
Pero lo más interesante de las encuestas, para quienes se interesan por la ciencia de la larga vida y por llegar a edades avanzadas en plena forma física y mental, es lo que aflora a partir de los sesenta años.
En España, en una encuesta realizada en 2015, un 34 por ciento de las personas mayores de sesenta y cinco años (es decir, una de cada tres personas) dijo haber tenido relaciones sexuales en pareja en el último mes. De ellas, la mitad las había tenido en la última semana. En Estados Unidos, según datos de 2010, alrededor de un 25 por ciento de los hombres y mujeres (una de cada cuatro personas) seguían estando sexualmente activos después de cumplir ochenta años.
Algunos de los datos más detallados proceden de un estudio realizado por médicos del hospital Karolinska de Estocolmo en hombres de cincuenta a ochenta años representativos de la población de Suecia. El estudio se limitó a hombres porque se enmarcaba en un proyecto más amplio sobre los efectos del cáncer de próstata en la calidad de vida posterior de los pacientes.
Los resultados muestran que el 84 por ciento de los hombres experimentan deseo sexual por lo menos tres veces al mes en la sexta década de la vida (entre los cincuenta y cincuenta y nueve años). El porcentaje cae al 49 por ciento en la séptima década y al 26 por ciento en la octava. Se observó la misma tendencia a la baja para la capacidad de erección, la frecuencia de orgasmos (tanto en relaciones en pareja como por masturbación) y los coitos. Declararon tener relaciones sexuales en pareja por lo menos una vez al mes un 83 por ciento de los hombres de cincuenta a cincuenta y nueve años; un 48 por ciento entre los sesenta y los sesenta y nueve; y un 34 por ciento entre los setenta y los setenta y nueve años.
Pero el estudio no se limitó a registrar la frecuencia de la actividad sexual a distintas edades. Su gran mérito es que se interesó por cómo vivían psicológicamente los hombres el declive de la función sexual. La conclusión se resume en una palabra: mal.
Cuando se les preguntó si eran importantes para ellos el deseo sexual, la capacidad de erección o el placer del orgasmo, siete de cada diez seguían considerándolos relevantes para su calidad de vida pasados los setenta años.
Tomemos el ejemplo del orgasmo. Entre los cincuenta y los cincuenta y nueve años, es importante para el 96 por ciento de los hombres y un 95 por ciento lo experimenta por lo menos una vez al mes; en esta franja de edad no hay problema. Diez años más tarde, sigue siendo importante para el 89 por ciento, pero ya solo lo experimenta el 75 por ciento; aquí empieza a haber una discrepancia entre lo que se quiere y lo que se tiene. Y en mayores de setenta, la distancia se amplía: es importante para el 73 por ciento y lo experimenta un 46 por ciento. Las mismas tendencias, con una discrepancia creciente entre voluntad y realidad, se han observado para las otras variables analizadas, como la capacidad de erección, el deseo sexual o el volumen del eyaculado.
Si es tan importante mantener una vida sexual activa, y sin embargo tantas personas experimentan un declive que viven con frustración o resignación, conviene preguntarse de qué depende que unas mantengan un nivel de actividad sexual que les resulta satisfactorio y otras no. De este modo veremos qué podemos hacer para mantener un grado satisfactorio de actividad sexual.
Depende de dos variables principales, según la Encuesta Nacional de Salud y Conducta Sexual de Estados Unidos de 2010. Una es la relación de pareja que uno tiene. La otra es el estado de salud.
Las personas que viven en pareja, no es ninguna sorpresa, tienen una probabilidad más alta de tener actividad sexual a cualquier edad. Pero incluso entre quienes tienen pareja hay una gran variabilidad. Cuando un médico ofrece a un paciente hablar sobre su vida personal, y el paciente accede, lo cual no siempre ocurre, no es infrecuente que aparezca un problema de falta de comunicación con la pareja. Una incomprensión mutua que es un gran obstáculo, no solo para tener una vida sexual satisfactoria, sino para el bienestar emocional en un sentido más amplio.
Uno de los problemas más comunes es lo que los sexólogos llaman discrepancia en el deseo. Significa que la frecuencia de las relaciones sexuales en una pareja no se corresponde con lo que desean sus miembros. Si a ustedes nunca les ha ocurrido, son una excepción. ¿Les parece que es habitual tener una pareja a la que quieren y desean, y que el amor y la atracción sean recíprocos, y que además los dos tengan exactamente la misma frecuencia de deseo sexual, y que además esta coincidencia dure toda la vida? Tal vez esto resulte verosímil en la ficción de una novela o una película, pero no es lo que ocurre en la vida real. Lo que sucede es que, incluso cuando una pareja está perfectamente compenetrada al inicio de su relación, es inevitable que el deseo evolucione con el tiempo y es habitual que no lo haga de manera perfectamente sincronizada en las dos personas.
Si la relación de pareja es buena, esta discrepancia en el deseo no tiene por qué convertirse en un problema grave. De hecho, son muchas las parejas que se adaptan a él y que encuentran estrategias para no vivirlo como un problema.
Pero si la relación está deteriorada, y si además tenemos el prejuicio de que es normal dejar de tener sexo con la edad, entonces difícilmente recuperaremos una vida sexual satisfactoria. A menos que recurramos a una terapia de pareja, pasaremos a engrosar el grupo de población para el que, como en el estudio de Suecia, hay una diferencia insalvable entre lo que desean y lo que viven.
Además de estos problemas psicológicos que perjudican la sexualidad, pueden interferir también factores fisiológicos. El más común en hombres, aunque no el más grave, es el descenso progresivo de la testosterona con la edad, que se asocia con un declive de la actividad sexual, del rendimiento físico, de la masa muscular y de la sensación de vitalidad. Esto ha propiciado que muchos hombres recurran a suplementos de testosterona, por lo general sin control médico, con la esperanza de no decaer. Lo cual a su vez ha llevado a los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos a financiar ensayos clínicos para evaluar la eficacia y los riesgos de los suplementos de testosterona.
En el momento en que se publica este libro, se acaban de presentar los primeros resultados de eficacia a corto y medio plazo y falta perspectiva para evaluar los efectos secundarios a largo plazo. Los datos de eficacia muestran que, en hombres mayores de sesenta y cinco años, los suplementos de testosterona tienen un efecto positivo pero moderado sobre el deseo sexual, sobre la función eréctil y sobre la actividad sexual hasta un año después de iniciar el tratamiento. Tienen un efecto positivo, aunque también moderado, sobre el estado de ánimo. Y no tienen un efecto significativo sobre la sensación de vitalidad.
Entre los riesgos que ni se han demostrado ni se han descartado, pero que se sospecha que la testosterona podría tener, hay que citar los posibles efectos secundarios indeseados sobre la próstata y sobre la salud cardiovascular.
Con los datos disponibles hasta ahora, los efectos positivos en hombres mayores de sesenta y cinco años son moderados, los efectos en menores de esa edad se desconocen, y no se sabe aún si los posibles riesgos justificarán los beneficios. Por lo tanto, no hay argumentos suficientes para recomendar suplementos de testosterona, excepto en casos en que haya un déficit patológico de la hormona.
Un problema más grave que el declive de la testosterona para mantener una vida sexual activa, y también muy común, es una mala salud cardiovascular. Piensen que la erección depende de una compleja red de venas y arterias que controlan el riego sanguíneo del pene. Todo lo que perjudique una buena circulación de la sangre en el conjunto del organismo perjudica también la circulación en la zona genital y por lo tanto la erección en los hombres, así como la irrigación del clítoris en las mujeres. Hay que recordar que el clítoris se forma durante el desarrollo fetal de las niñas a partir del mismo tejido con que se forma el pene en los niños, lo que ayuda a entender por qué es tan rico en terminaciones nerviosas y por qué es tan importante para el placer.
La influencia del riego sanguíneo en la zona genital explica que los principales factores de riesgo para la disfunción eréctil sean los mismos que para las enfermedades cardiovasculares: la hipertensión, el tabaquismo, la obesidad, el sedentarismo y el exceso de colesterol. Y que los principales antídotos también sean los mismos: una dieta sana y una vida activa.
Los alimentos ricos en flavonoides son los que más ayudan a prevenir la disfunción eréctil. No se han hecho estudios similares para saber qué alimentos favorecen una vida sexual satisfactoria en mujeres, pero probablemente no sean tan importantes, ya que la experiencia sexual femenina no depende tanto del riego sanguíneo en los órganos genitales.
Si quieren datos concretos, el tabaquismo aumenta el riesgo de disfunción eréctil en un 50 por ciento y la obesidad, en más de un 90 por ciento. Por el contrario, una actividad física moderada, equivalente a correr treinta minutos tres veces por semana, lo reduce en un 30 por ciento, según un estudio de la Escuela de Salud Pública de Harvard dirigido por Eric Rimm y basado en datos de veintidós mil hombres.
También una dieta saludable ayuda a mantener una buena función sexual. La dieta mediterránea es la que ha demostrado tener un mayor efecto protector, lo cual no es sorprendente, dado que también es la que ha demostrado ser más adecuada para la prevención de las enfermedades cardiovasculares.
Dentro de la dieta mediterránea, otro estudio dirigido por Eric Rimm en Harvard ha analizado qué alimentos son más beneficiosos. Ha revisado datos de más de veinticinco mil hombres que, cada cuatro años, contestaron a una encuesta detallada sobre su estilo de vida y su estado de salud. La encuesta incluía una batería de preguntas sobre su dieta, así como unas pocas sobre su función sexual.
Los resultados muestran que los alimentos ricos en flavonoides son los que más ayudan a prevenir la disfunción eréctil. No se han hecho estudios similares para saber qué alimentos favorecen una vida sexual satisfactoria en mujeres, pero probablemente no sean tan importantes, ya que la experiencia sexual femenina no depende tanto del riego sanguíneo en los órganos genitales. En cualquier caso, en la medida en que dependa del riego sanguíneo, no hay motivos para pensar que los alimentos beneficiosos vayan a ser muy distintos.
Si quieren tener una dieta rica en flavonoides, les alegrará saber que no es difícil. Son un amplio grupo de sustancias de origen vegetal que se encuentran en un gran número de alimentos. Abundan en los frutos rojos, en los cítricos, en el perejil, en el cacao, en el vino tinto, en el té, en el café... Incluso hay un estudio que ha detectado que, en la población de Estados Unidos, tomar dos o tres tazas de café al día reduce el riesgo de disfunción eréctil en un 39 por ciento. La explicación es que algunos flavonoides actúan sobre las moléculas que regulan el sutil equilibrio entre la constricción y la dilatación de los vasos sanguíneos del pene.
Precisamente porque la erección depende de este equilibrio, y porque casi todos los fármacos que se recetan a los pacientes con enfermedades cardiovasculares afectan a la vasoconstricción y a la vasodilatación, no es infrecuente que estos pacientes experimenten una pérdida de función sexual. Son casos en que el problema no viene directamente de la enfermedad cardiovascular, sino de los fármacos que se les recetan para tratarla.
Si no se les pregunta, ellos no lo comentan. Lo suelen vivir con resignación, como algo contra lo que nada se puede hacer. Eso es lo que piensan, que llega un momento en que uno se retira del sexo como un deportista se retira de la competición. Se retira y ya nunca más volverá a sentir el dulce sabor de la victoria. Total, qué va a decir el médico, que no es para tanto, porque qué importancia puede tener una erección comparada con un infarto. Pero si en la consulta se les pregunta, entonces se descubre que sí tiene importancia para ellos. Una importancia enorme para muchos hombres.
Y aunque no hay garantía de éxito, hay estrategias para buscarle solución. En el caso de pacientes que toman múltiples fármacos, como es habitual en personas con enfermedades cardíacas, una estrategia que suele funcionar es retirar los fármacos uno a uno y observar qué ocurre, porque hay un gran número de fármacos que pueden provocar disfunción sexual en personas predispuestas.
Se puede empezar retirando el betabloqueante para la tensión arterial, porque actúa sobre los receptores beta que regulan la vasodilatación. Por lo tanto, es un tipo de fármaco que afecta directamente al mecanismo de la erección. Si pasadas dos semanas no se observa ninguna mejora, se recupera el betabloqueante y se retira, por ejemplo, el fármaco para el insomnio. Si pasadas otras dos semanas sigue sin haber mejora, se prueba con la estatina. Después con el diurético. Y así sucesivamente.
Hay que advertir que no hay ningún ensayo clínico que avale esta estrategia. Los ensayos clínicos suelen hacerse añadiendo fármacos a un tratamiento, no retirándolos, porque son estudios costosos que suelen estar financiados por compañías farmacéuticas. ¿Y qué motivación puede tener una compañía para demostrar que es mejor recetar menos fármacos, en lugar de recetar más?
No hay ningún motivo para que deban renunciar solo porque el resto del mundo lo ignora o lo desaprueba y aún no ha asumido que la sexualidad en personas mayores es algo perfectamente normal.
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Pero, aunque no haya estudios que lo avalen, retirar un betabloqueante durante dos semanas, y después un diurético otras dos, es un riesgo perfectamente asumible para un paciente que se encuentra estable. La experiencia muestra que muchos de estos pacientes —no todos, desafortunadamente— pueden recuperar una buena función sexual. Después, cuando vuelven a la consulta, lo que más expresan es agradecimiento. Doctor, dicen, me ha salvado. Y no lo dicen por el infarto, lo dicen por la erección.
Así que no se dejen engañar por los prejuicios de la edad. Hay personas que son perfectamente felices sin actividad sexual, lo cual está muy bien. Pero hay otras muchas para quienes el sexo sigue siendo importante a todas las edades. No hay ningún motivo para que deban renunciar solo porque el resto del mundo lo ignora o lo desaprueba y aún no ha asumido que la sexualidad en personas mayores es algo perfectamente normal.