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MOTIVACIÓN, DIVINO TESORO

 

Las medidas de prevención básicas

para una vida larga y saludable

 

 

No siempre sale todo como uno había planeado.

Podemos hacerlo todo bien y el resultado puede salir mal. En tiempos de Laplace, que dijo que conociendo las condiciones iniciales del universo podría predecirse todo el futuro, y que pensaba que todo efecto tiene una causa, hubiéramos podido culparnos a nosotros mismos —o a los demás— del mal resultado.

Pero de esto hace ya doscientos años. Hoy vemos el universo con los ojos de Planck, estamos en tiempos de indeterminación cuántica. Sabemos que hay elementos de azar que trastocan los mejores planes y que a veces nadie tiene la culpa.

El azar gobierna las partículas del universo, que obedecen a las leyes aparentemente absurdas de la física cuántica y que han permitido que se formaran el Sol y la Tierra y que surgiera la vida. Y también afecta a los seres vivos, que no pueden controlar todo lo que ocurre en el interior de su organismo ni todas las interacciones con el entorno exterior. El cáncer que llega sin motivo, las mutaciones del ADN, el mosquito con malaria que nos pica, una bacteria inesperada, el rayo caído del cielo, las conexiones que se forman entre neuronas, las conexiones que se pierden... Todos estos son ejemplos de lo que llamamos fenómenos estocásticos. Fenómenos impredecibles por la influencia de variables aleatorias.

Lo cual no significa que estemos indefensos ante el azar. Dentro de lo imprevisible, tenemos estrategias para reducir el margen de incertidumbre y ampliar el de control. Estrategias para decidir cómo queremos vivir. Para cerrar los espacios a las bacterias indeseadas, para minimizar los daños en el ADN, para evitar accidentes y en definitiva para disfrutar de una vida larga y saludable.

Estrategias como las que hemos detallado a lo largo de los capítulos anteriores. Mantenerse físicamente activo, conservar el cerebro en forma, cuidar las relaciones afectivas, evitar una dieta de excesos, controlar el estrés, seguir nuestro camino y no el que otros quieren que sigamos... Pero incluso haciendo todo esto bien, no estamos a salvo de imprevistos. Podemos ser víctimas de daños estocásticos. De modo que a todas estas recomendaciones hay que añadir una más: no descuidar las medidas de prevención y de diagnóstico precoz.

La recomendación número uno, la más importante con diferencia, es no fumar. Todos ustedes, incluso los que fuman, saben que el tabaco es perjudicial. Saben que aumenta el riesgo de múltiples cánceres; saben que es perjudicial para el sistema cardiovascular y que aumenta el riesgo de infarto y de ictus; saben que aumenta el riesgo de enfermedades respiratorias como la EPOC, que no tiene cura y es la tercera causa de muerte en el mundo... No hace falta que insistamos en ello.

Lo que tal vez no sepan es hasta qué punto aumenta el riesgo. Porque la mayoría de los fumadores no desarrollan cáncer de pulmón, así que, si ustedes fuman, lo más probable es que no les afecte, ¿no es cierto? Y lo más probable es que, si fuman, tampoco tengan un infarto. Así que, ¿por qué no encender otro cigarrillo?, ya dejarán de fumar otro día. Unos pocos números nos pueden ayudar a poner la cuestión en perspectiva.

 

Mantenerse físicamente activos, conservar el cerebro en forma, cuidar las relaciones afectivas, evitar una dieta de excesos, controlar el estrés, seguir nuestro camino y no el que otros quieren que sigamos... Pero incluso haciendo todo esto bien, no estamos a salvo de imprevistos.

 

Aproximadamente uno de cada seis hombres que fuma desarrollará cáncer de pulmón, según un estudio de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer basado en datos de seis países del este de Europa. Un estudio independiente realizado en Canadá ha llegado al mismo resultado: uno de cada seis. Es posible que la cifra sea distinta en España o en otros países, porque pueden influir variables como el número de cigarrillos al día, la edad en que se empezó a fumar o la manera de consumir el tabaco. Pero no tenemos datos equiparables de España, de modo que nos quedaremos con uno de cada seis como la mejor aproximación que tenemos.

Esto significa que, si encuentran un grupo de seis personas fumando ante la puerta de un bar, una de ellas probablemente sufrirá un cáncer de pulmón. Nadie sabe a priori cuál de las seis será. Puede ocurrir que tengan suerte y no le toque a ninguna de ellas. Pero también puede ocurrir que tengan mala suerte y les toque a dos. O muy mala suerte y que les toque a tres.

Ahora imaginen por un momento el mismo grupo de seis personas ante una vía de tren. Deben cruzarla y se acerca una locomotora a toda velocidad. Supongamos que la probabilidad de que los atropelle la locomotora es de una entre seis. Si los seis cruzan, uno morirá. Si ustedes fueran una de estas seis personas, ¿cruzarían? ¿Invitarían a los demás a cruzar? Si vieran a su pareja, o a sus hijos, o a alguna persona que les importe, a punto de cruzar, ¿intervendrían para pararlos? Esta locomotora es el tabaco. Atropella con un cáncer de pulmón a una de cada seis personas que se cruzan en su camino.

Uno de cada seis, si quieren tener una idea de la magnitud del riesgo, es la probabilidad de morir en un disparo de ruleta rusa. Suele haber seis compartimentos para balas en el tambor del revólver, se coloca una bala en uno de ellos, se gira el tambor y se dispara.

Los otros cinco fumadores, los que han cruzado la vía y han esquivado la locomotora, aún no están a salvo. Tengan en cuenta que los compuestos cancerígenos del humo del tabaco no solo entran en contacto con los pulmones, sino también con otros tejidos vulnerables al cáncer. Por este motivo, la gran mayoría de cánceres de laringe, de esófago o de la cavidad bucal —entre otros— se dan en personas fumadoras. Algunos de estos compuestos pasan después a la sangre y se distribuyen por todo el cuerpo, donde pueden causar cánceres de vejiga, de riñón, de páncreas... En total, más de quince tipos de cáncer distintos.

En la sangre, ya se sabe, los compuestos del tabaco afectan también al sistema cardiovascular, donde provocan un estado de inflamación crónica en los vasos sanguíneos y aumentan el riesgo de daños catastróficos en forma de infartos en el corazón y de ictus en el cerebro.

En los pulmones, merman la capacidad respiratoria de manera sigilosa, antes de que las personas fumadoras se den cuenta de ello, y con el tiempo llevan a limitar las actividades que cada una puede hacer.

No es fácil calcular a cuánto asciende la factura total para la salud de cánceres, daños cardiovasculares y daños respiratorios causados por el tabaco. Hay gente que fuma durante décadas y aparentemente no sufre ningún daño sin que nadie sepa explicar por qué. Jeanne Calment, si recuerdan, fumó durante noventa y seis años y esto no le impidió convertirse en la persona más longeva del mundo. Otras personas, por el contrario, son altamente vulnerables al tabaco, aunque no lo descubren hasta que es demasiado tarde.

Para hacer una estimación de la factura total, investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard han analizado datos de más de 100.000 mujeres de Estados Unidos recogidos a lo largo de 25 años. Se registraron 12.483 muertes es este periodo, lo que permitió comparar la mortalidad entre las que fumaban y las que se abstenían.

Una vez procesados los datos, se descubrió que un 64 por ciento de las fumadoras habían muerto de manera prematura por daños derivados del tabaco. Un 64 por ciento equivale aproximadamente a dos de cada tres. Lo cual es bastante más peligroso que jugar a la ruleta rusa.

Otro grupo de investigación ha calculado, también a partir de datos de Estados Unidos, cuánto acorta la vida el hábito de fumar. Han descubierto que, en mujeres, la probabilidad de llegar a los ochenta años es de un 70 por ciento si no se fuma, pero se reduce a un 38 por ciento si se fuma. En hombres, que tienen una esperanza de vida menor, los porcentajes son más bajos: 61 por ciento en no fumadores y 26 por ciento en fumadores. En conjunto, el tabaco acorta la vida de los hombres en doce años y la de las mujeres, en once. Por eso les decíamos que, si tienen intención de disfrutar de una vida larga y saludable, la recomendación de prevención más importante que les podemos hacer es no fumar.

El tabaco, por supuesto, no es la única agresión que acelera el envejecimiento. En los capítulos anteriores les hemos hablado de la obesidad, que crea un estado de inflamación crónica en el organismo que acorta la vida. Les hemos hablado de cómo el cuerpo humano necesita estar activo para estimular sus mecanismos de regeneración y reparación, mientras que el sedentarismo acelera la degradación de los órganos y tejidos. Les hemos hablado del estrés, que tiene un efecto perjudicial directo porque acorta los telómeros y favorece la inflamación, y también un efecto indirecto porque lleva a conductas poco saludables. Y les hemos hablado del efecto protector de una dieta variada y sin excesos, así como de los riesgos de abusar de sal, azúcares y grasas saturadas.

Si se paran a pensarlo, todas las conductas poco saludables que aceleran el envejecimiento tienen algo en común. Todas anteponen la gratificación a corto plazo al beneficio a largo plazo. El placer inmediato del azúcar, el tabaco o el sofá antes que el deseo abstracto de encontrarse bien mañana.

Si se paran a pensarlo, todas las conductas poco saludables que aceleran el envejecimiento tienen algo en común. Todas anteponen la gratificación a corto plazo al beneficio a largo plazo. El placer inmediato del azúcar, el tabaco o el sofá antes que el deseo abstracto de encontrarse bien mañana.

Así es como funciona nuestro cerebro y así es como funciona también la sociedad. Lo quiero todo y lo quiero ahora, como cantaba Freddie Mercury. Si nos miramos al espejo honestamente, debemos reconocer que estamos mal equipados para resistirnos a las tentaciones. Tenemos estructuras cerebrales que han evolucionado durante cientos de millones de años para responder a la llamada del placer. Por el contrario, no tenemos ningún centro de control en el cerebro que responda a la llamada de la salud.

No nos malinterpreten, no queremos decir que las experiencias placenteras sean negativas y que haya que evitarlas. Poco disfrutaríamos de la vida si renunciáramos a toda forma de placer. Pero, si tenemos unas mínimas expectativas de futuro, conviene no perder de vista que algunas de estas experiencias pueden acabar perjudicándonos.

A falta de una estructura cerebral especializada en proteger la salud, la mejor estrategia que tenemos para controlar nuestra tendencia a actuar a corto plazo es la motivación. Cuando uno está motivado por algo, significa que tiene un objetivo que va más allá de la urgencia y que está dispuesto a renunciar a lo que más le apetece en ese momento para conseguir más adelante algo que le importa.

Cuidar la salud y disfrutar de una larga vida es uno de estos objetivos a largo plazo que, para muchas personas, merecen la pena. No es que sea el objetivo supremo. Cada persona es libre de decidir lo que es prioritario para ella. Pero, en nuestra opinión, hay pocos objetivos que puedan ser más importantes. Y si han llegado hasta aquí en este libro, seguramente también es importante para ustedes.

Vamos a asumir que tienen confianza en el futuro, que desean estar aún muchos años en este mundo y que están motivados por cuidar su salud. ¿Qué más pueden hacer? Piensen cuáles son las causas principales de enfermedad y de muerte prematuras y tendrán una respuesta. Porque estas son las enfermedades que más acortan la vida y que más reducen la calidad de vida. Son, por lo tanto, las que más conviene prevenir y diagnosticar precozmente.

Para averiguar cuáles son, investigadores de la Universidad de Harvard idearon en los años noventa una unidad de medida que tenía en cuenta tanto los años de vida perdidos por muerte prematura como aquellos pasados con mala calidad de vida. Conocida como DALY (por las iniciales en inglés de Años de Vida Ajustados por Discapacidad), esta unidad es la que mejor refleja los años vividos con buena salud y la que mejor nos guía a la hora de decidir las estrategias idóneas de prevención y diagnóstico precoz.

En los países desarrollados, la causa principal de DALY —es decir, de años de salud perdidos— son las enfermedades cardiovasculares, seguidas, por este orden, de cánceres, dolores musculoesqueléticos y enfermedades del sistema nervioso.

Dentro de las cardiovasculares, el factor de riesgo más importante es la hipertensión, que causa casi dos millones de muertes al año en los países desarrollados y más de nueve millones en el mundo. Nueve millones, para que se hagan una idea de la magnitud de la tragedia, es el triple que todas las muertes del sida, la tuberculosis y la malaria juntas. Y son casi todas ellas muertes prematuras evitables.

Para prevenirlas, la Asociación Americana del Corazón (AHA, por sus iniciales en inglés) recomienda empezar a controlar la tensión arterial a partir de los veinte años. Se hace con una prueba rápida y sencilla que en España se puede realizar en farmacias. Si el resultado es inferior a 120/80 milímetros de mercurio, se recomienda repetir la prueba cada dos años. Si la máxima es superior a 120 o la mínima a 80, entonces se recomienda consultar a un médico para evitar que la tensión vaya a más.

Puede parecer exagerado empezar los controles a los veinte años si las enfermedades cardiovasculares raramente se manifiestan antes de los cincuenta. Pero tiene la ventaja de que permite detectar el problema en sus fases iniciales, cuando hay más opciones de corregirlo. Especialmente con la hipertensión, que no suele presentar síntomas y suele pasar inadvertida a menos que uno se la controle.

La AHA también recomienda iniciar a los veinte años el control de colesterol y triglicéridos en la sangre. La prueba es más molesta porque requiere un análisis de sangre en ayunas. Pero si el resultado es correcto, no hace falta repetir el control hasta cinco años más tarde.

Asimismo, el control del peso debe iniciarse alrededor de los veinte años, según las recomendaciones de la AHA. Conviene que el índice de masa corporal (IMC) se sitúe entre 18,5 y 25, tanto para hombres como para mujeres. Para calcularlo, basta con hacer dos operaciones sencillas con una calculadora: deben dividir su peso (en kilos) por su altura (en metros), y después dividir el resultado de nuevo por su altura.

Por ejemplo, para una persona de 1,75 metros y 70 kilos, hay que dividir 70 por 1,75, lo cual nos da 40. Y seguidamente hay que dividir 40 de nuevo por 1,75, lo cual da un resultado de 22,9. Este índice de masa corporal corresponde a lo que se llama un peso ideal. Si el resultado hubiera sido superior a 25, esta persona habría tenido sobrepeso. Si hubiera sido superior a 30, habría tenido obesidad, lo cual requiere atención médica. Si hubiera sido inferior a 18,5, habría tenido bajo peso, lo cual también requiere atención médica.

Finalmente, la AHA recomienda controlar el nivel de azúcar en la sangre a partir de los cuarenta y cinco años y repetir el análisis por lo menos cada tres años. Un nivel excesivo puede ser la antesala de una diabetes tipo 2, que aumenta de manera significativa el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

Si cumplen estos controles, y toman las medidas de corrección oportunas en el caso de que los resultados sean anómalos, pueden estar tranquilos. Su riesgo de tener un infarto, un ictus o cualquier otro accidente prematuro de circulación sanguínea será mínimo.

Esto nos deja los cánceres como el siguiente gran problema que conviene prevenir y diagnosticar precozmente. Por desgracia, no todos los cánceres se pueden evitar ni detectar en sus fases iniciales. Dios juega a los dados con nuestras células, ¿recuerdan? Hay mucho azar en la biología. Podemos tener mala suerte, nada más que mala suerte, y no disponemos aún de una prueba simple como un análisis de colesterol o de tensión arterial que nos indique si tenemos o vamos a tener un cáncer.

En un futuro probablemente no muy lejano tendremos esta prueba. A partir de un análisis de sangre, se podrá saber si hay ADN circulando por las arterias procedente de un cáncer. Es lo que se llama la biopsia líquida. Hay decenas de grupos de investigación en el mundo trabajando ahora para poner a punto una prueba de este tipo. A la espera de que llegue la biopsia líquida para el diagnóstico precoz, tenemos pruebas específicas para detectar a tiempo algunos de los cánceres más comunes.

Para el más frecuente en España, que es el cáncer colorrectal, lo cual tal vez les sorprenda porque falta concienciación sobre la frecuencia y la gravedad de este tipo de cáncer, se recomienda un simple análisis de heces a partir de los cincuenta años, lo cual no supone ninguna molestia más allá de recoger la muestra y llevarla al ambulatorio. En el caso de que se detecte sangre oculta en las heces, es preciso realizar una colonoscopia para comprobar si hay un cáncer.

En mujeres, en España se recomienda la realización de mamografías a partir de los cincuenta años para detectar tumores de mama antes de que causen síntomas, cuando las posibilidades de curación son prácticamente del cien por cien. Si hay antecedentes familiares de cáncer de mama a edades tempranas, conviene consultar con un médico especialista si está indicado iniciar las mamografías antes.

También en mujeres, el cáncer de cérvix (o de cuello uterino), que causa más de 250.000 muertes al año en el mundo, se puede contrarrestar fácilmente con citologías ginecológicas que detectan lesiones precancerosas o tumores incipientes que se pueden tratar con éxito. Dado que la gran mayoría de cánceres de cérvix están causados por virus del papiloma que se transmiten por vía sexual, se aconseja iniciar las citologías poco después del inicio de la actividad sexual. Por esta misma razón, la vacunación contra el virus del papiloma en la adolescencia reduce drásticamente el riesgo de desarrollar años más tarde cáncer de cérvix. Sobre este punto los datos son inequívocos y hay un acuerdo total entre sociedades médicas.

En hombres, por el contrario, no hay acuerdo sobre la conveniencia de las pruebas de detección precoz del cáncer de próstata, que es el más frecuente en la población masculina. Las dos pruebas actualmente posibles, el tacto rectal y el análisis de la proteína PSA en sangre, tienen dos inconvenientes. Por un lado, no detectan todos los casos de cáncer (lo que en medicina se llama falso negativo, porque el resultado de la prueba es negativo cuando debería ser positivo). Por otro, no todos los casos sospechosos que se detectan son cánceres (lo que se llama falso positivo, porque el resultado es positivo cuando debería ser negativo). A falta de una prueba más precisa, la mejor recomendación que se puede hacer hoy día es consultar a un urólogo, a partir de la sexta década de la vida, para valorar si conviene hacer alguna prueba en función de los factores de riesgo y los síntomas de cada persona.

Disfrutar de una vida larga y duradera depende en gran parte de nosotros mismos. Depende de si decidimos coger las riendas de nuestra salud y nos responsabilizamos de cuidarnos, o si por el contrario preferimos no asumir esta responsabilidad.

Tampoco hay aún pruebas precisas que se puedan recomendar a toda la población para diagnosticar precozmente enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer. Al igual que con el cáncer de próstata, en caso de duda conviene consultar a un especialista que valorará de manera personalizada si conviene realizar alguna exploración.

Ante esta incertidumbre sobre lo que nos depara el futuro, han surgido empresas que prometen respuestas amparándose en el lenguaje de la genómica. En realidad, el negocio no es nuevo. Antes se leían las líneas de la mano para adivinar el futuro, o se echaban las cartas del tarot; hoy se ofrecen análisis del genoma. Lo cual resulta útil en algunos casos, por ejemplo para decidir el mejor tratamiento de un cáncer o el riesgo de desarrollar alguna enfermedad concreta. Pero no permite predecir todo nuestro futuro como le hubiera gustado a Laplace.

Tal vez les parezca que exageramos. ¡Cómo vamos a comparar las cartas del tarot con los análisis del genoma! El tarot no se basa en ninguna lógica racional, mientras que el genoma se basa en el método científico. De acuerdo, es cierto. Pero fíjense en los puntos en común. Ambos son negocios que se aprovechan de la angustia humana por el futuro. Ambos dan respuestas que son verosímiles aunque no necesariamente ciertas. Ambos nos invitan a creer lo que nos dicen aunque no lo entendamos. Y ambos remiten a causas que están fuera de nuestro control para explicar lo que nos ocurre. Si me va bien o mal en el futuro, es el destino o, en versión moderna, es el genoma. Que es exactamente lo contrario de lo que les hemos intentado enseñar en este libro.

El genoma, afortunadamente, no es el destino. No elegimos los genes que tenemos, pero lo que hacen nuestros genes depende hasta cierto punto de decisiones que tomamos nosotros. Depende de todo lo que les hemos explicado en los capítulos anteriores. De nuestra dieta, de nuestro nivel de actividad física, de nuestra actividad intelectual, de cómo gestionamos las emociones... De modo que disfrutar de una vida larga y duradera depende en gran parte de nosotros mismos. Depende de si decidimos coger las riendas de nuestra salud y nos responsabilizamos de cuidarnos, o si por el contrario preferimos no asumir esta responsabilidad, desistimos de decidir sobre nuestro propio cuerpo y renunciamos a ser amos de nuestro futuro.

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