Capítulo 6

 

 

 

 

 

Así se refleja la luna en el mar aquí en Stonington.

Con esa frase y unas cuantas etiquetas publico la fotografía que tomé hace unos segundos desde el porche de la casa de Patrick.

No era mi intención hacer una publicación en plena madrugada, pero es que desperté con sed y al ver al hombre durmiendo a mi lado, su piel bronceada contrastando con mi palidez, los recuerdos recientes regresaron y con ellos esa sensación de alegría mezclada con bienestar que es tan difícil mantener encerrada en el cuerpo.

Quería compartirla con el mundo, gritarla. Esto último era un poco inconveniente por la hora y los vecinos, y tampoco podía publicar Acabo de tener el mejor sexo de mi vida con un hombre maravilloso que conocí hace dos días acompañado de una fotografía de unas sábanas arrugadas o piernas entrelazadas. Sin duda habría aumentado mis seguidores dramáticamente, pero tengo mis límites.

Bajé por el agua, vi a través de la ventana la luna reflejada por el mar y se veía tan hermosa, tan serena, exactamente como yo me sentía, que tomé la fotografía para al menos de esa forma gritar con texto parte de esas emociones que seguían navegando dentro de mí.

Sigo mi camino una vez que pasa el momento fotográfico. Llego a la cocina y no hace falta encender el interruptor pues, tras nuestra apresurada retirada a la habitación, todo está como cuando llegamos.

Hay un olor particular, uno que pone cierta alerta en mis sentidos, aunque todavía estoy un poco despegada de la realidad como para recordar exactamente de qué se trata, cuál es el recuerdo que el olor trata de evocar.

Abro el refrigerador y allí hay seis contenedores plásticos trasparentes. El contenido llama mi atención, es algo que le da sentido a esa alerta olfativa. Para cerciorarme abro los recipientes, los pruebo, los huelo.

Una extraña sospecha se forma en mi mente.

Que recipientes con la famosa y misteriosa crema de almejas de Stonington estén almacenados en el refrigerador de Patrick no significa nada, pudo pedir un poco para llevar, aunque no sé en qué momento pudo haberlo hecho. Sin embargo, si a esa misteriosa presencia unimos al olor remanente en la cocina, ese que mis sentidos descubrieron antes que mi mente los procesara…

—Me descubriste.

La voz en mi espalda me hace brincar.

Patrick está de pie en el umbral con los vaqueros a medio abotonar y tengo que recordarle a mi activa oxitocina que no hay por qué estar asustada. Descubrí crema de almejas en el refrigerador de Patrick, no un montón de cadáveres.

—Y yo que pensaba utilizar la excusa de buscar al chef y la receta para mantenerte en el pueblo un poquito más.

—¿Eres chef? —pregunto todavía confundida.

—Para nada —dice entrando finalmente a la cocina—. Solo puedo cocinar cosas básicas y la crema de almejas. Es la receta de mi madre, con las modificaciones de mi padre.

Se sienta en una de las sillas de madera que rodea la mesa.

—Es deliciosa —digo, y lo imito llevando conmigo una botella de agua.

—Mi madre murió cuando yo tenía once años y la crema de almejas era mi plato favorito. La hacía cuando estaba enfermo, cuando había reuniones familiares o en ocasiones especiales. Luego, cuando ella ya no estuvo, mi padre intentó continuar la tradición, aunque no recordaba exactamente la receta, así que improvisó. —Sonríe de forma triste—. Ser pescador es un trabajo para hombres duros, mi padre era un hombre duro, pero un padre cariñoso. No es fácil de aceptar para cualquier pescador de este pueblo que su hijo le diga que quiere ir a la universidad a estudiar Arte, que quiere pintar. Me apoyó, siempre, pagó mi colegiatura, fue a todas mis exhibiciones, aunque no entendiera nada y se sintiera incómodo en una galería, hablaba de mis éxitos con orgullo.

—Suena como un padre excelente.

Tomo su mano entre las mías porque extraño su sonrisa alegre, y ese brillo en sus ojos que anticipan unas lágrimas involuntarias me parten el alma.

—Lo era y enfermó. Maldito cáncer. —Su mano aprieta la mía y sacude la cabeza, no violentamente sino con rabia contenida—. No me dijo nada. Yo vivía en Portland, trabajaba en una galería, vendía mis cuadros y creía que todo estaba bien. Fueron los vecinos de Stonington los que me avisaron y cuando regresé todo era peor de lo que pude haber anticipado: La enfermedad era irreversible, la quimioterapia había hecho estragos con su cuerpo, las deudas se apilaban. —Se encoge de hombros—. Vendí todo lo que poseía y vine a casa a cuidarlo. Cuando hizo falta dinero, salí a pescar, retomando el negocio de la familia.

—Pero te quedaste, cuando tu padre murió.

—Me di cuenta de que me gustaba Stonington. —Sonríe un poco, esta vez sin tristeza—. Salir a pescar me gusta, esta casa me gusta. Aquí siento que no estoy solo. Todavía pinto y mis cuadros se venden en la galería local o en la que trabajaba en Portland. Sé que una chica de ciudad no podrá entenderlo, pero me gusta la vida del pueblo, la vida tranquila. Es buena para mi creatividad.

—¿Y la crema?

—¿Vas a publicar mi secreto?

—No si no quieres que lo haga.

—La crema fue como lidié con la muerte de mi padre. Cada vez que me sentía solo, triste, frustrado, encabronado cocinaba para que el sabor trajera de vuelta esos momentos felices. Comencé a buscar recetas, datos para hacer mi propia versión…

—¿Y la fiesta en la playa?

—Eso vino después. El primer acto de amor que recibes como ser humano es que alguien cocine para ti y así aprendes a mostrar amor de esa misma forma. La gente de este pueblo fue la que cuidó a mi papá cuando yo no estaba. Siempre había alguien atendiéndolo, lo llevaban al médico, cocinaban. Cuando regresé también estuvieron pendientes de que no me faltara nada y el día que decidí salir a pescar, tenía a la mitad de los amigos de mi padre en el puerto. Me siguieron y ayudaron hasta que recordé lo que había aprendido mientras crecía. Este pueblo, esta gente, es mi familia; merecían mi agradecimiento. No encontré mejor forma de mostrarlo.

—Eres un hombre admirable.

—¿Lo suficiente para que quieras regresar a la cama conmigo? —pregunta levantando una ceja.

Asiento varias veces y rápidamente, sonriendo.

—Mi madre siempre me dijo que esa crema traería cosas maravillosas a mi vida.