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Expresión facial de las emociones. Sistemas de codificación facial. Microexpresiones

RAFAEL LÓPEZ PÉREZ

FERNANDO GORDILLO LEÓN

LILIA MESTAS HERNÁNDEZ

MIGUEL ÁNGEL PÉREZ NIETO

1. INTRODUCCIÓN

Uno de los canales más interesantes dentro del análisis de comportamiento no verbal es, sin lugar a dudas, la expresión facial. Se considera la principal vía de comunicación de las experiencias emocionales, tanto voluntarias como espontáneas, por lo que la capacidad para decodificar de manera adecuada el contenido emocional de la expresión facial resulta crucial en las habilidades interpersonales (Hildebrandt, Sommer, Schacht y Wilhelm, 2015). Los elementos que determinan la importancia de este canal de comunicación se pueden agrupar de la siguiente forma:

Motivos intrínsecos. Son inherentes al propio canal expresivo, cualidades propias de la expresión facial, como son:

Alta reactividad. En la mayoría de las personas los movimientos musculares faciales expresivos de una determinada emoción son altamente reactivos y, por tanto, difíciles de controlar, pudiendo ser observables aunque sea durante décimas de segundo.

Baja perceptibilidad. Algunos de los movimientos faciales reactivos son difícilmente perceptibles, en primer lugar porque no los observamos a través de la vista (salvo que estemos frente a un espejo), y en segundo lugar porque son movimientos automáticos y reactivos y, por tanto, con un bajo nivel de consciencia. Por ejemplo, una persona difícilmente será consciente de que sus cejas se elevan en su zona interior cuando se siente triste, aunque si la tristeza es real, este movimiento será inevitable.

Motivos extrínsecos. Son motivos que no se encuadran dentro de las propiedades del canal expresivo en sí mismo, sino en la evolución que ha seguido la investigación en la materia:

Gran cantidad de investigación científica. De todos los canales expresivos que analizamos en este manual, la expresión facial se lleva el podio en investigación y publicaciones científicas. Hasta la fecha de escritura de este manual, haciendo una búsqueda en bases de datos científicas, obtendríamos los resultados mostrados en la tabla 2.1.

Existencia de sistemas de codificación. Uno de los aspectos más relevantes que ha contribuido a que la expresión facial sea el canal más investigado, surge precisamente de la elaboración de sistemas de codificación, inicialmente manuales y hoy en día informatizados.

TABLA 2.1

Resultado de la búsqueda realizada sobre el tópico de investigación «expresión facial» en diferentes bases de datos

Base de datos consultada (fecha de búsqueda: 1 de abril de 2015)

Número de resultados según el criterio de búsqueda facial expression

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Vamos a analizar en profundidad la expresión facial de las emociones, el carácter universal que poseerá la expresión de determinadas emociones, la evolución que ha existido en la investigación científica relativa a este canal expresivo no verbal, los sistemas de codificación que han existido, el concepto particular de microexpresión y cómo este canal puede ponerse en uso a la hora de analizar una potencial simulación y/o disimulación.

2. EXPRESIÓN FACIAL DE EMOCIONES

Es, sin duda, Ekman, junto con otros autores que colaboraron con él desde la década de los años sesenta (Ekman, 1964, 1965, 1980, 1992a, 1992c, 1993, 1994, 2001, 2003b, 2003d, 2009b, 2010; Ekman, Davidson y Friesen, 1990; Ekman y Friesen, 1967, 1969a, 1969c, 1971; Ekman et al., 1972; Ekman, Friesen y O’Sullivan, 1988; Ekman et al., 1987; Ekman et al., 1985; Ekman, Hager y Friesen, 1981; Ekman, Levenson y Friesen, 1983; Ekman, Liebert y Friesen, 1974; Ekman y O’Sullivan, 1988, 1991, 2006; Ekman y Oster, 1979; Ekman et al., 1969), el autor que en mayor medida ha contribuido a la investigación en materia de expresión facial emocional durante los últimos años. Ekman (1993), en su investigación transcultural sobre expresión facial, se plantea cuatro preguntas: ¿qué información suele transmitir una expresión emocional?, ¿puede haber emoción sin expresión facial?, ¿puede haber una expresión facial emocional sin emoción? y ¿cómo difieren las personas en sus expresiones faciales emocionales? Según el autor, «cuando yo comencé mi estudio de las expresiones faciales, pensé que existía una pregunta por responder, si las emociones son universales o específicas de cada cultura. Encontré más de una respuesta; existen diferentes aspectos de la expresión que son ambas cosas, universales y específicos de cada cultura. Más importante aún, la persecución de esta respuesta ha continuado generando nuevas preguntas sobre la expresión de la emoción, preguntas que hace 27 años no pude ni imaginar. En ese sentido, la investigación de la expresión facial de la emoción no ha hecho más que empezar» (p. 384).

Más allá de estas preguntas, de lo que no cabe duda es del papel determinante de la expresión facial de la emociones en las interacciones sociales por su doble vía, en tanto su expresión tiene la capacidad de modular el nivel de intensidad generado en el emisor, al tiempo que puede contagiar dicha emoción en el receptor, convirtiéndose en un poderoso trasmisor de los sentimientos. Por ejemplo, la expresión de miedo genera en el perceptor un incremento de la activación autonómica (Ohman y Soares, 1998) junto a un incremento en la activación de la amígdala (J. S. Morris, Ohman y Dolan, 1999) como centro rector del procesamiento emocional, lo que evidencia la gran capacidad de contagio de las emociones a través de la expresión facial (Frith, 2009). Estas características se nos antojan universales por cuanto percibir y expresar emociones que pueden señalar y advertirnos de peligros son vitales para la supervivencia de la especie, y, por tanto, es algo que debería haberse preservado más allá de las diferencias culturales. Sin embargo, como veremos, este razonamiento está lleno de matices que pasaremos a analizar, y que lleva a muchos autores a pensar que la idea de la universalidad de las emociones es el resultado de importantes sesgos metodológicos (Russell, 1994a).

3. UNIVERSALIDAD DE LA EXPRESIÓN FACIAL DE LAS EMOCIONES

Ekman (1993) resume diferentes aspectos que sus investigaciones, y en especial la universalidad de las emociones, aportaron en el campo de la psicología de las emociones. Uno de los efectos principales del descubrimiento de la universalidad de las emociones fue el impulso que supuso al ámbito investigador en materia de emociones. La expresión facial es usada en la actualidad en innumerables campos como indicador o índice de medición de las emociones.

Cuando el autor comenzaba sus investigaciones sobre expresión facial emocional, la psicología apuntaba claramente al carácter aprendido de la expresión. La comprobación de la universalidad era, por sentido común, contraria a esta afirmación. Por otro lado, la universalidad de las emociones era inconsistente con el pensamiento de que lo único que diferencia una emoción de otra son las expectativas sobre lo que deberíamos estar sintiendo. El hecho de encontrar una expresión facial específica para cada emoción reabrió el estudio de la especificidad de la fisiología emocional. Uno de los descubrimientos más controvertidos fue el hecho de que forzar determinadas expresiones faciales generase cambios fisiológicos específicos de la emoción recreada. En cuanto a la ontogenia de la emoción, la existencia de expresiones faciales universales, desde un punto de vista evolutivo, apunta a la aparición de las expresiones faciales a una edad mucho más temprana de lo que se pensaba hasta el momento. La expresión facial servirá como indicador de la emoción sentida por un sujeto, aun cuando su expresión verbal o su pensamiento apunten en dirección contraria. En lo referente a la clasificación de las emociones, afirmó que no existe una expresión facial única para cada emoción, pero sí existen diferentes expresiones faciales que pueden clasificarse en familias. Existirán, por tanto, diferentes expresiones faciales para las emociones de ira y miedo, pero todas ellas tendrán características comunes que las incluirán en la familia de expresiones de ira o de miedo. La variación de la expresión dentro de cada familia estará relacionada con la intensidad de la emoción expresada. Por tanto, propone diferentes familias de emociones que tendrán características comunes en cuanto a su expresión, su fisiología y las evaluaciones que las generan. Más allá de clasificar las emociones en positivas o negativas, o según el arousal generado, sus investigaciones aportan una clasificación más concreta de las emociones.

Analiza la expresión facial de las emociones básicas, pero él mismo indica que hay un gran número de emociones aparte de éstas y, por tanto, existirán nuevas vías de investigación en el análisis de las expresiones faciales asociadas a las diferentes emociones existentes.

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Figura 2.1.—Expresión facial de sorpresa.

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FUENTE: Fundación Universitaria Behavior & Law. Material de las clases del profesor Cristian Salomoni, máster de Análisis de Comportamiento no verbal y Detección de la mentira.

Figura 2.2.—Expresión facial de las emociones básicas.

Podría decirse, por tanto, un hito clave en la investigación en expresión facial de la emoción; se refiere a la universalidad de las expresiones faciales emocionales. Darwin (1872) fue el primero en sugerir que eran universales; sus ideas acerca de las emociones fueron una pieza central de su teoría de la evolución, sugiriendo que las emociones y sus expresiones eran biológicamente innatas, evolutivamente adaptativas y que las similitudes existentes entre ellas podrían contemplarse desde un punto de vista filogenético.

Según Ekman, Friesen y Ellsworth (1972), las primeras investigaciones que trataron de comprobar la tesis de Darwin no fueron concluyentes. Como apuntábamos anteriormente, la perspectiva dominante en la psicología era que las expresiones faciales son específicas de la cultura, es decir, lo mismo que cada cultura tiene su propio lenguaje verbal, tienen su propio lenguaje de expresiones faciales.

Posteriormente, Tomkins (1962, 1963) sugiere que la emoción es el cimiento de la motivación humana y que la base de la emoción está en el rostro, siendo el primer autor que demuestra que las expresiones faciales se asocian fiablemente con ciertos estados emocionales (Tomkins y McCarter, 1964).

Más tarde, Paul Ekman y Carroll Izard se unen a Tomkins llevando a cabo lo que se conoce hoy en día como los «estudios de universalidad». En un primer estudio, los autores demuestran un alto acuerdo intercultural en el juicio de las emociones expresadas en los rostros de las personas, tanto en culturas alfabetizadas (Ekman, 1972, 1973; Ekman y Friesen, 1971; Ekman et al., 1969; Izard, 1971) como en prealfabetizadas (Ekman y Friesen, 1971; Ekman et al., 1969).

En un segundo estudio, Friesen (1972), utilizando grabaciones en vídeo, comprobó cómo personas de diferentes culturas reaccionaban ante películas que elicitaban emoción con las mismas expresiones faciales de emoción espontaneas.

A partir de ahí, multitud de estudios examinaron el reconocimiento universal de la expresión facial (véase Matsumoto, 2001). Existen metaanálisis, como el de Elfebein y Ambady (2002), que analizan 168 conjuntos de datos sobre reconocimiento de la expresión facial de emoción y otros estímulos no verbales, concluyendo que hay un reconocimiento de emociones universales muy por encima de los niveles de azar.

Otros estudios, más de 75 (véase Matsumoto, Hwang, López y Pérez-Nieto, 2013), han demostrado que cuando las emociones surgen de manera espontánea en diferentes personas, surgen las mismas expresiones faciales (Matsumoto, Keltner, Shiota, Frank y O’Sullivan, 2008).

Por otro lado, si las emociones básicas son universales, su desarrollo en los niños debe seguir patrones comunes en las diferentes culturas; es decir, los niños deben iniciarse en la expresión y reconocimiento de las emociones conforme maduran diferentes estructuras cerebrales, como la amígdala, en interacción con el ambiente social en el que se desenvuelven. De especial importancia es saber cómo se aprende a reconocer y decodificar la información emocional expresada a través del rostro durante el desarrollo cognitivo del niño. Algunos modelos proponen que, estructuras neuronales independientes de la experiencia, orientan la atención sobre determinados aspectos de la cara, facilitando a su vez un mejor reconocimiento y aprendizaje (Tarr y Gauthier, 2000). Mientras, otros modelos proponen que es la propia experiencia adquirida en la percepción de las caras lo que da lugar a la especialización cortical (Nelson, 2001).

Lo que parece cierto es que nacemos con unas estructuras neuronales que están especializadas en el procesamiento emocional, lo que justificaría la universalidad de las emociones primarías sobre la base de estas estructuras comunes, pero también es cierto que durante el desarrollo de estas estructuras la interacción con el ambiente sociocultural en el que se desenvuelve el niño podrían determinar cambios sustanciales en la forma de codificar y decodificar las emociones.

Teniendo en cuenta que son varios investigadores, con diferentes metodologías y trabajando con muestras de distintas culturas, y que todos ellos llegan a las mismas conclusiones, podemos decir que existe un alto consenso respecto a la universalidad de la expresión facial de siete emociones —ira, desprecio, asco, miedo, alegría, tristeza y sorpresa (Matsumoto et al., 2013).

Existen, además, diferentes investigaciones llevadas a cabo con personas con ceguera congénita que aportan un mayor soporte a la evidencia sobre la universalidad de la expresión facial, que llegan a la conclusión de que, cuando las emociones son espontáneamente activadas, las personas con ceguera de nacimiento ejecutan los mismo movimientos musculares faciales expresivos de la emoción (Cole, Jenkins y Shott, 1989; Galati, Miceli y Sini, 2001; Galati, Sini, Schmidt y Tinti, 2003; Matsumoto y Willingham, 2009).

La base genética de la expresión facial de las emociones básicas se comprueba con investigaciones que concluyen que los comportamientos faciales de las personas ciegas son más concordantes con parientes que con extraños (Peleg et al., 2006), incluso, que las expresiones faciales de gemelos monocigóticos son más concordantes entre sí que en el caso de gemelos dicigóticos (Kendler et al., 2008).

Otra evidencia muy interesante es el análisis comparativo de la expresión facial de adultos con recién nacidos. En este sentido, la musculatura facial existente en los seres humanos adultos es la misma que la existente en recién nacidos y es completamente funcional al nacer (Ekman y Oster, 1979).

Incluso es interesante observar las modernas ecografías en tres dimensiones, que ofrecen expresiones faciales del bebé antes de nacer que hablan por sí solas (véase figura 2.3).

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FUENTE: búsqueda realizada el 1 de abril de 2015 en Google Imágenes mediante los criterios de búsqueda: ecografía 3D y ecografía 4D.

Figura 2.3.—Fotografías de bebés realizadas mediante ecografías en 3D semanas antes de nacer.

Desde el punto de vista filogenético, la misma musculatura facial que los seres humanos utilizan para la expresión facial de la emoción también está presente en los chimpancés (Bard, 2003; Burrows, Waller, Parr y Bonar, 2006), y las expresiones faciales que se consideran universales entre los seres humanos han sido observadas en primates (De Waal, 2003).

4. EVOLUCIÓN DE LA INVESTIGACIÓN DE LA EXPRESIÓN FACIAL DE LAS EMOCIONES

El interés por la comunicación no verbal a partir de la década de los años setenta se vio reflejado en los numerosos estudios sobre expresión facial que durante estos años se realizaron (Buck, Miller y Caul, 1974; Buck, Savin, Miller y Caul, 1972; Ekman y Friesen, 1971; H. S. Friedman, 1979; M. L. Hamilton, 1973; Öhman y Dimberg, 1978; Savitsky, Izard, Kotsch y Christy, 1974; Tourangeau y Ellsworth, 1979; S. G. Watson, 1972; Yarczower, Kilbride y Hill, 1979; Zuckerman, DeFrank, Hall, Larrance y Rosenthal, 1979; Zuckerman, Hall, DeFrank y Rosenthal, 1976; Zuckerman, Lipets, Koivumaki y Rosenthal, 1975).

Por su parte, Ekman, Friesen y Ellsworth (1972) volvieron a analizar muchos de los experimentos realizados entre 1914 y 1970, encontrando que los datos proporcionaban respuestas consistentes y positivas a las principales cuestiones planteadas sobre la terminología utilizada para la descripción de la expresión facial, la influencia del contexto en los juicios sobre la expresión facial, la precisión de los juicios y las semejanzas transculturales.

Durante los años ochenta aparecen también numerosos estudios que profundizan en diferentes aspectos de la expresión facial de la emoción (Alford y Alford, 1981; Babchuk et al., 1985; Borod, Caron y Koff, 1981; Bruyer, 1981; Corina, 1989; Craig y Patrick, 1985; Dimberg, 1986; Duclos et al., 1989; Ekman, 1980; Ekman et al., 1987; Ekman y O’Sullivan, 1988; T. M. Field y Walden, 1982; Hager y Ekman, 1981; Keating et al., 1981; Lanzetta y Orr, 1980; LeResche y Dworkin, 1984; Ludemann y Nelson, 1988; Mammucari et al., 1988; Marshall y Peck, 1986; Moscovitch y Olds, 1982; Mueser, Grau, Sussman y Rosen, 1984; Mullen et al., 1986; Orr y Lanzetta, 1980; Pizzamiglio, Zoccolotti, Mammucari y Cesaroni, 1983; Power, Hildebrandt y Fitzgerald, 1982; Rapcsak, Kaszniak y Rubens, 1989; Rinn, 1984; Rubin y Rubin, 1980; Russell y Bullock, 1985; Strauss y Moscovitch, 1981; Wagner, MacDonald y Manstead, 1986; Weddell, 1989; Wolfgang y Cohen, 1988; Yarczower y Daruns, 1982).

Durante estos años se estudia la asimetría del movimiento facial, obteniendo interesantes conclusiones en el campo de la detección de mentiras (Ekman, 1980; Ekman et al., 1981). La hipótesis demostró que el patrón de la asimetría en la fuerza de contracción difería entre las expresiones espontáneas y las deliberadas. En las expresiones emocionales deliberadas la sonrisa generada era más asimétrica que la sonrisa generada por el sujeto en expresiones emocionales y espontáneas.

Alford (1981), por su parte, en un estudio basado en la asimetría facial, ofrece unos resultados según los cuales la asimetría facial de la parte izquierda de la cara era significativamente mayor en los hombres. Respecto a la diferenciación entre géneros, en el reconocimiento de la expresión facial de emociones, se plantean teorías según las cuales la diferencia procede del rol que el género femenino asume de manera mayoritaria en el cuidado de los hijos (Babchuk et al., 1985).

El desarrollo de las expresiones faciales en la edad infantil ha sido analizado como un proceso de aprendizaje de imitación y discriminación. Respecto al efecto de la expresión facial de los bebés sobre los adultos, Power et al. (1982) realizan una investigación en la que muestran una serie de fotografías de bebés sonriendo y otra serie de fotografías llorando. Al analizar los cambios en la frecuencia cardíaca de los sujetos se comprueba que, durante los primeros cuatro segundos de presentación de fotografía, las mujeres mostraron aceleración cardíaca en respuesta tanto a bebés sonrientes como a bebés llorando, mientras que los hombres mostraban aceleración cardíaca en respuesta a los bebés sonrientes y desaceleración en respuesta al llanto de los bebés. Yarczower y Daruns (1982) estudiaron en niños la inhibición social de la expresión facial, definida como la represión del comportamiento facial en presencia de una persona. Se concluye la existencia de una disminución de la expresividad facial cuando otra persona está presente, produciéndose una importante reducción de la acción comunicativa.

Será en esta década cuando aparezca una investigación en la que Ludemann y Nelson (1988) exploran la capacidad de bebés de siete meses de edad para categorizar las expresiones faciales de alegría, miedo y sorpresa; además, los lactantes expresan diferentes emociones a través de acciones musculares parecidas a las descritas en los adultos (Loeches, Carvajal, Serrano y Fernández, 2004). Sin embargo, aunque parece claro que los niños, desde muy temprana edad, perciben y responden a las emociones de los demás (véase Widen y Russell, 2008), no queda tan claro que puedan interpretar lo que perciben en términos de emociones discretas, sino más bien como categorías amplias (por ejemplo, sentirse bien versus sentirse mal) (Widen y Russell, 2010).

Son muchos los trabajos que han estudiado la implicación diferencial de los hemisferios cerebrales en el procesamiento emocional. La hipótesis de la valencia sostiene que el hemisferio derecho estaría implicado en mayor grado en la percepción y expresión de las emociones negativas, mientras que el hemisferio izquierdo lo estaría para las positivas (Adolphs, Jansari y Tranel, 2001; Davidson, 1992; Sutton, Davidson, Donzella, Irwin y Dottl, 1997).

Aparecen también estudios que correlacionan la lateralidad con la asimetría facial durante la expresión emocional (Borod et al., 1981), otros que analizan la parte de la cara, izquierda o derecha, que se considera como más expresiva (Bruyer, 1981). En este último caso se construyeron diversas fotografías formadas por la unión de la misma parte del rostro. Las fotografías correspondían a personas con daños cerebrales que afectaban a una parte de la cara. Mediante este montaje se obtuvieron rostros simétricos expresivos formados por dos partes izquierdas o dos partes derechas. Al presentarlas a diferentes sujetos, éstos juzgaron la mitad izquierda como más expresiva en el caso de que la expresión no fuese una sonrisa.

En 1988 se publica un estudio elaborado con una muestra de individuos con daños cerebrales (Mammucari et al., 1988), en el cual se analiza la expresión facial de la emoción en estos sujetos. Se utilizaron cuatro películas cortas construidas para producir respuestas emocionales positivas, negativas o neutras. El método utilizado para evaluar la expresión facial de emociones fue el sistema FACS (Ekman y Oster, 1979). La importancia de este estudio fue la conclusión de que, si bien el grupo de control mostró un mayor número de respuestas faciales a los estímulos, no se observó diferencias entre los grupos de personas con daños en el hemisferio izquierdo y el de personas con daños en el hemisferio derecho. De esta manera, se contradijo la hipótesis de una especialización del hemisferio derecho para las expresiones faciales de las emociones presentada, entre otros, por Borod et al. (1986) y Buck (1980), respondiendo este último con una revisión de su estudio (Buck, 1990). Otras investigaciones apuntaron en sentido contrario (Moscovitch y Olds, 1982), concluyendo que los movimientos faciales expresivos unilaterales se producen más en el lado izquierdo de la cara que en el lado derecho, en personas diestras, mientras que los zurdos no muestran asimetrías consistentes. Los autores sugieren que las expresiones faciales son mediadas más por el hemisferio derecho que por el izquierdo. En otras investigaciones se presenta a un conjunto de individuos una serie de expresiones faciales unilaterales, obteniendo una respuesta más rápida en la identificación de expresiones faciales, en la zona izquierda del rostro, para las expresiones de asco y miedo y una respuesta más rápida en la identificación de expresiones faciales, en la zona derecha, para expresión de ira. Una tendencia hacia la superioridad de la zona izquierda de la cara se encontró durante toda la muestra para la tarea de expresión facial (Pizzamiglio et al., 1983). Rubin y Rubin (1980) realizan diversas fotografías con niños zurdos y diestros, reflejando expresiones faciales diferentes. La mayoría de los niños diestros fueron considerados por los sujetos como facialmente dominantes de la zona izquierda. Los zurdos se consideraron con dominancia facial indeterminada o derecha. Estos datos indican una diferencia en la expresión hemifacial emocional entre niños zurdos y diestros.

Por su parte, Strauss y Moscovitch (1981) concluyen que existen diferencias claras en la lateralidad del procesamiento de las expresiones positivas y negativas. Weddell (1989) realizó una prueba de memoria de expresiones faciales emocionales a sujetos con diferentes daños cerebrales. Ningún subgrupo de lesión recordó mejor las expresiones emocionales específicas y no hubo ninguna correlación entre la recuperación y la producción de expresiones faciales.

Respecto a la asimetría en la expresión facial, la mayoría de los estudios neuropsicológicos reportaron asimetría izquierda-derecha hemifacial durante la expresión de la emoción. Asthana (2001) propone un concepto de asimetría hemirregional informando de una mayor participación de la zona inferior en la mitad izquierda y de la zona superior en la mitad derecha. Según Asthana y Mandal (2001), los hemisferios izquierdo, y derecho del cerebro están relacionados con el procesamiento de las emociones de manera diferencial. Según los autores, hay pocas dudas de que el hemisferio derecho es relativamente superior para el procesamiento de las emociones negativas, aunque existe controversia sobre el papel hemisférico en la tramitación de las emociones positivas. Según sus comprobaciones, no encontraron una ventaja hemisférica en la percepción de la expresión de alegría.

La expresión facial del dolor también ha sido estudiada, arrojando una interesante conclusión que refleja que la expresión facial es relativamente independiente de los modelos sociales, de manera que éstos tuvieron un impacto poderoso sobre la tolerancia verbal autoinformada al dolor, pero no sobre su expresión facial (Craig y Patrick, 1985). El estudio de la expresión facial que acompaña al dolor es de importancia práctica y teórica. Se ha sugerido que el comportamiento no verbal proporciona información precisa sobre los estados de dolor, sirviendo como importante complemento del autoinforme. Tal vez las expresiones faciales podrían servir incluso como medidas precisas de dolor en la ausencia del informe verbal. El estudio de las expresiones faciales específicas que acompaña el dolor se ha beneficiado de las investigaciones anteriores sobre las expresiones faciales de las emociones. Sus resultados plantean cuestiones relativas a las relaciones entre las expresiones de dolor y emoción y proporcionan algunas herramientas para medirlas. Una investigación empírica indicó que hay distintas expresiones faciales que acompañan a las experiencias dolorosas agudas con cierta regularidad, y que estas expresiones ocurren tanto en niños como en adultos, al menos en las culturas occidentales (LeResche y Dworkin, 1984).

Será a finales de los años ochenta cuando aparecerá un estudio que avala la teoría del feedback facial. Se indujo a 74 sujetos a experimentar las emociones de ira, miedo, tristeza e indignación (Duclos et al., 1989). Cada expresión aumentó significativamente los sentimientos de su emoción particular en comparación con, al menos, dos de los otros. Se incluyeron diferentes posturas, llegando a la conclusión de que éstas deben desempeñar el mismo papel en la experiencia emocional que las expresiones faciales. Los sujetos fueron inducidos a adoptar posturas características de miedo, ira y tristeza, obteniendo efectos específicos de cada postura. Concluyen que el comportamiento no verbal produce cambios en las emociones que específicamente coinciden con dicho comportamiento, teoría que hoy en día, en especial dentro del ámbito de la cirugía estética, toma especial interés al comprobar cómo la inyección de toxina botulínica subcutánea en el rostro, utilizada para disimular el paso del tiempo, produce una leve parálisis del movimiento muscular de la cara, reduciendo las expresiones faciales y, por tanto, la intensidad emocional (Havas, Glenberg, Gutowski, Lucarelli y Davidson, 2010).

Nuevos estudios transculturales reafirman el acuerdo en el reconocimiento de emociones por parte de diferentes culturas (Ekman et al., 1987), aunque también se concluye que existen diferencias culturales a la hora de valorar la intensidad de la emoción presentada. En el análisis transcultural de la expresión emocional, Ekman y O’Sullivan (1988) afirman que el contexto no tiene la importancia que otros autores le otorgaron (Russell y Fehr, 1987). De la misma manera, Ekman tuvo que salir al paso de diferentes estudios que ponían en tela de juicio sus investigaciones (Hager y Ekman, 1981).

Wolfgang y Cohen (1988) tratan de comprobar la universalidad de la expresión facial a través del análisis de diferentes culturas. Para ello, utilizando la prueba de expresión Facial Interracial Wolfgang, los autores indican el apoyo teórico a la universalidad.

Otras investigaciones estudian zonas concretas de la expresión facial (Keating et al., 1981). En esta investigación, los autores apoyan la existencia de una asociación universal entre sonrisa y felicidad percibida, a la vez que no encuentran relación entre la ausencia de sonrisa y la percepción de dominación. En cuanto a esta última, sí encuentran relación entre la bajada de las cejas y la percepción de dominación, pero restringida a sujetos occidentales.

Investigaciones anteriores han demostrado que las expresiones faciales particulares adquieren una mayor potencia de excitación cuando se emparejan con estímulos congruentes. Estos resultados apoyan firmemente las predicciones de los modelos de condicionamiento clásico (Lanzetta y Orr, 1980). La magnitud y la velocidad de respuesta a un estímulo es significativamente mayor cuando una expresión de miedo fue reforzada por golpes que cuando una expresión de alegría fue reforzada por golpes (Orr y Lanzetta, 1980).

El uso de la expresión facial de las emociones se configuró como una herramienta de gran utilidad para diversos campos; por ejemplo, se concluyó que el uso de EMG Feedback en la expresión facial puede ser un componente útil dentro de un programa de habilidades sociales destinado a reducir el déficit social en jóvenes con deficiencia visual (Marshall y Peck, 1986).

Incluso aparecieron investigaciones sobre la influencia de la expresión facial en el atractivo de la personas. En el trabajo de Mueser et al. (1984) se calificaron 15 fotografías de mujeres con expresiones faciales de alegría, tristeza y neutra. Las mujeres que mostraban expresiones tristes fueron menos atractivas que cuando reflejaban expresiones felices o neutrales.

La profundidad investigadora que durante estos años se otorga a la expresión facial hace que se compruebe el gran poder que la expresión facial de una persona puede tener sobre sus interlocutores. Incluso la expresión facial del presentador de un programa de noticias podrá tener una importancia decisiva sobre la intención de voto ante unas elecciones de gobierno. Se constató que los votantes que regularmente vieron a un determinado periodista en televisión, exhibiendo expresiones faciales sesgadas, eran significativamente más propensos a votar al candidato que era comentado con una sonrisa del periodista (Mullen et al., 1986).

En esta etapa investigadora se configura la base psicobiológica de expresión facial que servirá de apoyo al importante sistema de codificación facial FACS (Ekman y Oster, 1979). Buen ejemplo de ello es el trabajo de Rinn (1984), en el que se describe la musculatura facial y su inervación motoneuronal inferior, así como la inervación motoneuronal superior de circuitos piramidales y extrapiramidales. Presta especial atención a las funciones respectivas de estos sistemas, tanto en movimientos faciales emocionales, y por tanto involuntarios, como en movimientos voluntarios. También debatió sobre la evolución de los sistemas motores volitivos y emocionales, las diferencias en el comportamiento neurológico entre las zonas superior e inferior de la cara, los mecanismos de retroalimentación propioceptivo de la cara y la asimetría en la expresión facial (Rinn, 1984).

A partir de la década de los años noventa y hasta nuestros días, han sido múltiples los estudios en materia de expresión facial de las emociones que continuaron las anteriores investigaciones.

En 1995, un estudio analizó la expresión facial de las emociones en dos situaciones diferentes: siendo éstas sentidas realmente y fingidas (Gosselin, Kirouac y Doré, 1995). Para ello utilizaron el sistema FACS, obteniendo que cuando la emoción era realmente sentida, se acercaba mucho más a la expresión genuina teorizada en el sistema FACS que cuando no lo era.

Desde el punto de vista de la inexistencia de expresión facial de las emociones, podríamos encontrar que la emoción no se expresa porque no se siente, tal y como ocurriría en individuos con psicopatía, o bien que la emoción no se expresa pero sí se siente. Este último sería el caso de la alexitimia. El término alexitimia engloba un conjunto de rasgos entre los que se incluye una marcada dificultad para encontrar palabras para describir las emociones (McDonald y Prkachin, 1990). Los resultados de los autores apoyan la validez del concepto y sugieren que el déficit en la expresión no verbal es un aspecto fundamental para el fenómeno.

En el mismo sentido, el trastorno del aprendizaje no verbal (NLD) afecta a uno de cada diez niños con problemas de aprendizaje (Torgeson, 1993) y se ha relacionado con la destrucción o disfunción de la materia blanca del hemisferio derecho (S. Thompson, 1997). Las dificultades en el aprendizaje no verbal han sido identificadas en niños con asperger, hiperlexia, el síndrome de Williams y lesiones traumáticas del cerebro (Rourke, 1995), incluso en niños con trastorno por déficit de atención (Cornellà y Llusent, 2003). En todos estos casos los déficits en la percepción y expresión de la emoción se muestran en mayor o menor grado.

En cualquier caso, los datos apoyan la afirmación de que las respuestas emocionales no deben evaluarse únicamente sobre la base del ajuste literal de su propio concepto, sino que también deben describirse en términos de su ubicación en el espacio formado por todas las emociones (Moland y Whissell, 1993). La ubicación en ese espacio será también un elemento decisivo en la expresión de la emoción.

La expresión de la emoción está determinada por la emoción y por la presencia de otros factores como el contexto o los aspectos sociales. La presencia de otras personas mientras se expresa facialmente una emoción parece ser determinante en su expresión. Según Gehricke y Shapiro (2000), la actividad muscular facial sobre la región de la frente y las mejillas se redujo en pacientes con depresión, en comparación con pacientes sin depresión, mientras expresaban emociones de alegría y tristeza, considerando que la emoción autoinformada no reflejó ninguna diferencia intergrupos. La felicidad autoinformada y la expresión facial de felicidad se incrementó en presencia de otros, al contrario de la tristeza, que se inhibió en presencia de otras personas.

Parece estar demostrado que la mera expresión facial de la emoción genera cambios fisiológicos propios de la emoción, aun cuando se intente no sentirla, proponiéndose la expresión facial como una útil técnica para recrear la emoción. Uno de los efectos fisiológicos de la expresión facial fue estudiado por Iwase et al. (2002). En su estudio, analizaron la sonrisa como una de las expresiones emocionales de simpatía, con la característica contracción de los músculos faciales. Analizaron el sustrato neuronal de esta expresión facial, siendo los primeros en investigar el flujo de la sangre cerebral, mientras se produce una expresión facial de sonrisa, mediante el uso de la tomografía. El flujo de sangre cerebral regional en diferentes áreas cerebrales, durante la sonrisa inducida por comics visuales, se correlacionó significativamente con la expresión facial de sonrisa.

Balconi (2005) cruzó diferente información semántica del procesamiento de estímulos lingüísticos con la elaboración semántica de estímulos faciales, de manera que se presentaban estímulos faciales junto a estímulos semánticos que en ocasiones eran contrarios a la emoción expresada. La actividad electrofisiológica observada presentaba un procesamiento cognitivo específico subyacente a la comprensión de las expresiones faciales en la detección de anomalías semánticas.

Coulson, O’Dwyer, Adams y Croxson (2004) investigaron sobre la calidad de vida y las expresiones faciales de sujetos con parálisis facial de largo plazo. El 50 % de los sujetos se clasificaron a ellos mismos como no eficaces para expresar una o más de las seis emociones primarias de felicidad, asco, sorpresa, ira, tristeza y miedo. Se identificó una relación entre el déficit de movimiento asociado a la expresión de emociones con las medidas de calidad de vida en los pacientes que se veían a sí mismos como ineficaces en la expresión facial de emociones.

Se debe hacer mención también a las recientes investigaciones que avalan la teoría del feedback facial. El avance de la psicología en materia neurobiológica ha permitido corroborar que determinados movimientos faciales afectan directamente a los centros de generación de las emociones (Mojzisch et al., 2006; Schilbach, Eickhoff, Mojzisch y Vogeley, 2008; Schilbach, Koubeissi, David, Vogeley y Ritzl, 2007; Schilbach et al., 2006). Durante la mímica facial inconsciente, varias regiones del cerebro se activan. Una de ellas, la circunvolución precentral izquierda, se activa cuando las personas sienten la necesidad de mover sus músculos faciales (por ejemplo, escuchando una canción triste); otras regiones, el hipocampo derecho y la corteza cingulada posterior, se activan cuando tenemos experiencias emocionales, ayudando a recuperar los recuerdos emocionales. Otra parte del cerebro que se activa durante la mímica facial, el mesencéfalo dorsal, transmite las señales emocionales de tipo fisiológico como un ritmo cardíaco acelerado. En este sentido, imitar la expresión facial de nuestro interlocutor es un instinto profundo del ser humano (los bebés comienzan a hacerlo días después del nacimiento).

Recientemente se ha puesto a prueba la teoría de la retroalimentación facial de una manera nueva, paralizando temporalmente los músculos faciales y examinando los cerebros de estas personas junto a otras con toda la movilidad habilitada (Hennenlotter et al., 2009). En la investigación, los autores utilizaron Dysport, un medicamento de toxina botulínica disponible en Europa. Botox y Dysport son marcas comerciales de esta toxina producida por la bacteria formadora de esporas de clostridium botulinum. Esta sustancia se adhiere a la superficie de las neuronas bloqueando la liberación de un transmisor llamado acetilcolina. Cantidades mínimas pueden paralizar una pequeña porción de los músculos durante unas pocas semanas. Dysport se ha utilizado en personas con trastornos del movimiento, como la distonía, para ayudar a reducir los movimientos musculares no deseados (Haslinger, Altenmuller, Castrop, Zimmer y Dresel, 2010). Sin embargo, Botox y Dysport son mayoritariamente conocidos como tratamientos para enmascarar el envejecimiento. Las inyecciones en los músculos que fruncen el ceño pueden desacelerar el crecimiento de las arrugas de expresión alrededor de las cejas. El autor y sus colegas administraron inyecciones de Dysport a 19 mujeres. Dos semanas después, escanearon sus cerebros mientras las mujeres veían una serie de rostros enojados o tristes, pidiéndoles que imitasen los rostros o simplemente observasen las expresiones. El mismo experimento se realizó con 19 mujeres a las que no se les administró Dysport y se compararon los dos grupos de análisis. Cuando las mujeres recrearon caras tristes, las mismas regiones cerebrales se activaron en ambos grupos. Sin embargo, al recrear las caras de ira, en las mujeres sin Dysport, una región clave del cerebro para el procesamiento de las emociones se activó: la amígdala. En las mujeres con Dysport, que no podían utilizar sus músculos de la frente, la amígdala estaba menos activada. El autor también encontró otra diferencia en las conexiones entre la amígdala y el tronco cerebral, lugar en el cual se generan muchos de los sentimientos que acompañan a las emociones: el Dysport provocó que la conexión fuese más débil. La expresión facial funcionaba como una especie de potenciador de la emoción. Si nos enfadamos y ponemos cara de enfado, estaremos más enfadados que si nos enfadamos pero evitamos poner cara de enfado.

En sentido contrario aparecen investigaciones en las cuales se concluye que la mímica facial no es necesaria para el reconocimiento emocional y, por tanto, la actividad de las diferentes zonas cerebrales activadas no tendría efectos en la práctica, contradiciendo el modelo de simulación inversa, mediante el cual se supone que reconocemos las emociones de los demás imitando sus expresiones, cosa que nos permitiría sentir la emoción correspondiente a través de feedback facial. Personas con síndrome de Moebius, y, por tanto, con parálisis facial, no difieren del grupo de control en la precisión del reconocimiento de emoción, y esta precisión no está vinculada a la capacidad de producir expresiones faciales (Rives y Matsumoto, 2010).

Si enlazamos las teorías del feedback facial y la imitación facial con la definición dimensional de la emoción, se plantean determinadas cuestiones. Si la emoción viene descrita por un punto en un espacio tridimensional marcado por la valencia afectiva, la activación y el control de la situación, ¿cómo afectaría la posición del sujeto respecto a cada una de estas dimensiones a la hora de reconocer y recrear una emoción y cómo afectaría su feedback facial a las diferentes áreas del cerebro?

En este sentido, una reciente investigación analiza el efecto del nivel de activación percibida a través de la expresión facial y el modo de presentación en la imitación facial (Fujimura, Sato y Suzuki, 2010). Se presentaron expresiones faciales de alta y baja excitación representativas de emociones agradables y desagradables, tanto de forma estática como dinámica. Se observó una mayor actividad en el músculo cigomático al presentar emociones agradables con alta activación que al presentar emociones agradables de baja activación. En emociones negativas, se observó similar actividad en el músculo corrugador superciliar con excitación alta y baja (véase figura 2.4). Sus resultados sugieren que niveles elevados de activación en emociones positivas mejoran la imitación facial, no pudiendo decir lo mismo en el caso de emociones negativas, para las cuales la imitación se desencadenaba tanto en baja activación como en alta.

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Figura 2.4.—Musculatura del rostro humano.

Aun pareciendo evidente que la expresión facial nos ayuda a entender cómo otras personas se están sintiendo, todavía queda un gran recorrido en investigación para comprender las primitivas líneas de comunicación entre rostro y cerebro, y su implicación en los procesos adaptativos y comunicativos en el ámbito social.

Por último, cabría destacar diversas investigaciones en el campo de la comunicación no verbal política, como la que estudia las inferencias que realizamos de rasgo de personalidad a través de la expresión facial (Olivola y Todorov, 2010). Los autores muestran cómo determinados juicios elaborados por los votantes respecto de la personalidad de los candidatos políticos a través de sus expresiones faciales y sus rostros, pueden predecir su éxito electoral. Esto sugiere que los votantes dependen profundamente de las apariencias al elegir el candidato al que votarán. Parecen demostrar que lo que ellos denominan la «competencia facial» es un elemento predictor de las preferencias políticas.

Las inferencias sobre rasgos de personalidad a través de la expresión emocional son necesarias y tienen un alto valor adaptativo, en tanto conocer la personalidad de alguien permite predecir su conducta (Bar, Neta y Linz, 2006; Knutson, 1996). Ahora bien, esto también puede suponer un sesgo que conduzca a una inferencia equivocada, ya que la percepción relativa a la expresión facial del estado emocional puede ser percibida como un rasgo de personalidad de nuestro interlocutor, y no sólo como un estado emocional temporal (Knutson, 1996). Parece ser que inferiríamos rasgos de alta dominancia y afiliación en sujetos que presentasen expresiones de felicidad, rasgos de alta dominancia y baja afiliación en sujetos que presentasen expresiones de ira y asco, y baja dominancia en sujetos que presentasen expresiones de miedo y tristeza. Nuestra expresión facial, por tanto, no sólo comunicará la emoción sentida, sino que también podrá sembrar en la mente de nuestro interlocutor una determina inferencia sobre nuestra personalidad, sea ésta errada o no.

5. CODIFICACIÓN DE LA EXPRESIÓN FACIAL

En lo relativo a los diferentes métodos utilizados para codificar la expresión facial, de todos los sistemas creados por diversos autores, el sistema FACS, creado por Ekamn (1978), y el sistema MAX de Izard (1979) han sido con gran diferencia los más profundos y exactos. Entre ambos, el sistema FACS es más comprehensivo que el sistema MAX (Oster, Hegley y Nagel, 1992). El sistema MAX ofrece una menor descripción de las unidades de acción facial (Malatesta, Culver, Tesman y Shepard, 1989) y falla en la diferenciación de algunas expresiones anatómicamente distintas, mientras que considera expresiones distintas a algunas que no lo son (Oster et al., 1992).

El sistema FACS define las AU (Action Units) como acciones fundamentales de los músculos o grupos de músculos. Las AD (Action Descriptor) son movimientos unitarios que pueden implicar la actuación de varios grupos musculares. La intensidad del movimiento se describe añadiendo letras desde la A hasta la E (intensidad mínima- intensidad máxima), donde A es intensidad mínima (traze); B, intensidad leve; C, marcada o pronunciada; D, severa o extrema, y E, máxima.

El FACS (Facial Action Coding System) es un sistema para codificar las expresiones faciales humanas. Se trata de una norma común para clasificar sistemáticamente la expresión física de las emociones. Este sistema puede codificar prácticamente cualquier expresión facial anatómicamente posible a través de su deconstrucción en unidades específicas de acción (UA) y sus segmentos temporales. Las UA son independientes de cualquier interpretación, lo cual proporciona al sistema una alta utilidad para el ámbito científico. En el FACS se define cada UA como uno o varios músculos que están en contracción o relajación (Fernández-Abascal y Chóliz, 2001).

Con posterioridad, desarrollaron (Friesen y Ekman, 1983) los sistemas EMFACS (Emotion Facial Action Coding System) y FACSAID (Facial Action Coding System Affect Interpretation Dictionary).

Con carácter general, ha sido a raíz de la publicación del sistema FACS cuando las propuestas de Ekman y Friesen (1978) toman verdadera solvencia. Como apuntábamos anteriormente, es necesario recalcar que la creación por parte de los autores de un sistema codificado y específico para medir las expresiones faciales supuso el punto de partida para infinidad de nuevas líneas de investigación, entre otras las presentadas en esta investigación.

Los sistemas de codificación y clasificación de expresión facial emocional surgieron para definir las emociones tal y como vimos en el capítulo anterior.

Repasándolo brevemente, tendremos que el enfoque categorial entiende las emociones como categorías discretas, lo que facilita su organización. Dentro de este enfoque podríamos encuadrar a autores como Darwin (1872), con su obra La expresión de las emociones en los animales y en el hombre; Tomkins (1962), con su teoría del feedback facial; Ekman y Friesen (1978; Ekman et al., 1972), con sistemas como los FACS, FAST, EMFACS, FACSAID, que más adelante describiremos, o Izar (1971), con el pionero sistema MAX.

En cuanto al enfoque dimensional, éste sitúa las emociones en un punto de un continuo determinado por una serie de dimensiones, que son valencia (entre placer y displacer), arousal o activación (entre activación y desactivación) y control (entre situación sentida como totalmente controlada por el sujeto y situación sentida como totalmente incontrolada por el sujeto). El autor más representativo en sistemas de codificación dimensionales es Kring y Sloan (2007) con su sistema FACE.

En función de su procedencia, los sistemas de codificación facial se podrán clasificar en dos grupos:

Sistemas de codificación que provienen de la teoría: teoría generada por los autores que han presentado el sistema. No contempla todos los movimientos musculares posibles de la emoción, sino sólo los basados en su teoría. El sistema más representativo de este grupo es el MAX.

Sistemas de codificación que provienen de la experimentación: basados en experimentación de la anatomía y en estudios experimentales. El sistema más relevante en este grupo será en FACS.

Como hemos visto, son diversos los sistemas de codificación que han aparecido. A continuación revisamos con mayor profundidad los más importantes.

a) FAST

La técnica de clasificación del efecto facial de Ekman, Friesen y Tomkins (1971) se trata de un sistema de codificación proveniente de la teoría. Consiste en una especie de atlas del rostro que clasifica imágenes utilizando fotografías y dividiendo el rostro en tres zonas: frente y cejas, ojos, párpados y área del caballete de la nariz y, por último, mejilla, nariz, boca, mentón y mandíbula.

Con este sistema se entrena a los codificadores para que reconozcan los diversos componentes de cada emoción a partir de ejemplos fotográficos y descripciones verbales, considerando que no hay una zona del rostro que revele mejor las emociones que otra y que existe una zona concreta para cada emoción: disgusto en nariz, mejilla y boca; miedo en ojos y párpados, y felicidad en mejillas y boca.

No se puede establecer si acciones diferentes a las descritas son relevantes para una emoción determinada.

b) FACS

Es el sistema de codificación de la acción facial de Ekman y Friesen (1978) que inicialmente se basó en un sistema de codificación proveniente de la teoría y posteriormente se pasó a un sistema de codificación proveniente de la experimentación.

Su origen es anatómico y su desarrollo experimental, no existiendo una relación única entre cada grupo de músculos y las unidades de acción (UA) observables (UA1 y UA2).

El énfasis se da en los movimientos, la naturaleza cambiante de la apariencia facial y la respuesta emocional.

Permite identificar emociones en función de la actividad muscular implicada en los gestos faciales, y se basa en los cambios en la apariencia producidos como consecuencia de la acción visible de cada músculo.

Se describen acciones distintivas como movimientos de la piel, cambios temporales en forma y situación de los rasgos, pliegues de la piel e inicio, terminación, intensidad y asimetría de la expresión facial, a la vez que ignora los cambios no visibles (cambios de tono muscular, coloración superficial de la piel, sudoración, lágrimas, sarpullidos, etc.), que también son importantes en el reconocimiento de emociones.

Requiere de otros parámetros relevantes para la identificación de emociones, como son la intensidad de cada acción facial, su duración y las unidades de acción implicadas.

c) EMFACS

Sistema de codificación de la acción facial emocional (Friesen y Ekman, 1983). Es una versión abreviada del FACS donde se tienen en cuenta los movimientos musculares asociados con las expresiones emocionales. Asocia determinadas unidades con ciertas emociones, ya que haber estudiado anteriormente todos los movimientos musculares permite eliminar los inconvenientes y asumir las ventajas del FACS.

d) FACSAID

Base de datos de la interpretación afectiva (Hager, 2003). Es también una variante del FACS que relaciona la expresión facial con su interpretación psicológica. Intenta responder a la pregunta ¿cómo lo interpretamos?; la respuesta depende del contexto.

e) MAX

El sistema de codificación de máxima discriminación del movimiento de Izard (1979) es un sistema selectivo de codificación proveniente de la teoría. Su origen teórico se basa en los músculos supuestamente implicados en la expresión de las emociones y las unidades hacen referencia a los movimientos musculares faciales emocionalmente relevantes según su teoría.

Determinados movimientos faciales pueden usarse para inferir una emoción discreta y específica. Los códigos utilizados derivan de configuraciones faciales que se corresponderían con las expresiones universales de la emoción. Las unidades hacen referencia a los movimientos musculares faciales emocionalmente relevantes, sin incluir movimientos que, según su teoría, no están relacionados con las emociones.

Entre sus ventajas, están el menor tiempo y esfuerzo al no tener que estudiar todos los músculos, sino sólo los relacionados con la teoría.

f ) FACES

El sistema de codificación de la expresión facial de Kring y Sloan (2007) es un sistema de codificación proveniente de la experimentación. Es un método dimensional basado en la valencia y el arousal de la expresión facial, dentro de la perspectiva dimensional (Russell, 1979; J. Schlosberg, 1952b). Tener que incluir todas las expresiones a partir de dos dimensiones se convierte en una limitación.

g) FACE

El Facial Animations Composing Environment de Wehrle (1995) es un sistema de codificación procedente de la experimentación. Este instrumento de animación permite modificar la dinámica de la expresión facial y controlar otras claves perceptuales como movimientos de cabeza, posición y fisionomía. La presentación de las expresiones emocionales sintéticas en movimiento, basadas en el FACS, incrementa la percepción del reconocimiento.

h) Otras medidas de codificación

Es importante conocer otras medidas de codificación. Existen otros sistemas que incorporan la dirección de la mirada, la dilatación pupilar, el flujo sanguíneo, la temperatura de la piel y los cambios de coloración. Es necesario analizar detenidamente los nuevos sistemas de codificación evitando caer en los errores más comunes, como son fallos metodológicos, unidades de codificación descritas de forma vaga y descripciones anatómicamente incorrectas.

Igualmente, debemos tener en cuenta que ya existen en el mercado numerosos programas informáticos que, principalmente utilizando la codificación EMFACS en su programación, son capaces de reconocer la expresión facial utilizando sus algoritmos y una sencilla cámara web.

6. MICROEXPRESIONES

En lo relativo al estudio de las expresiones faciales de las emociones llevado a cabo por Ekman (2003c), debemos realizar una especial mención al concepto de las microexpresiones.

Cuando una emoción se elicita y genera una expresión fácil que el individuo no pretende ocultar o modificar, la expresión dura de 0,5 a 4 segundos, y hacen participar a una conjunto de movimientos musculares por todo el rostro (Ekman, 2003c). Podemos definir esto como macroexpresiones; se producen en situaciones de distensión social (con amigos, familiares o personas de confianza). Las microexpresiones, por el contrario, son expresiones que aparecen y desaparecen en una fracción de segundo, aproximadamente 1/5 parte de segundo, pero pudiendo llegar a mostrarse tan sólo en 1/30 parte de segundo.

Según Matsumoto et al. (2013), «las microexpresiones son probablemente signos de emociones ocultadas (también pueden ser signos de estados emocionales rápidamente procesados pero no ocultados). Se producen con tanta rapidez que la mayoría de la gente no puede verlas o reconocerlas en tiempo real. La idea de que existen las microexpresiones tiene sus raíces en la hipótesis de inhibición de Darwin (1872), que sugiere que «los movimientos faciales que no pueden ser controlados voluntariamente pueden producirse de manera involuntaria incluso si el individuo está tratando de controlar su expresión».

Como veremos en el capítulo sobre el protocolo de análisis de expresión facial, la clave de este fenómeno está en el sustrato neurológico diferenciado para las expresiones faciales auténticas (reactivas y automáticas) y las expresiones intencionadas. Existen dos vías neurales que median en las expresiones faciales, cada una procedente de un área diferente del cerebro (Rinn, 1984). El tracto piramidal impulsa acciones voluntarias faciales y tiene su origen en la franja motora cortical, mientras que el tracto extrapiramidal impulsa expresiones emocionales involuntarias y se origina en las áreas subcorticales del cerebro. Esto no es más que la constatación de las dos vías diferencias que ya propuso LeDoux (2000).

Podemos decir que, en cierto modo, cuando nos encontramos en una situación de alta intensidad emocional en la cual necesitamos controlar nuestra expresión facial, se crea una situación de lucha entre ambos sistemas que puede dar lugar a que la vía rápida emocional y reactiva gane la partida y se muestre en el rostro una expresión facial fugaz.

Haggard e Isaacs (1966) verifican la existencia de microexpresiones durante el análisis de grabaciones de sesiones de psicoterapia a cámara lenta, aunque no las denominaron con este término concreto. En su estudio, Haggard e Isaacs (1966) describieron la forma en que descubrieron estas «micromomentáneas» expresiones. Ocurrió durante la visualización de vídeos de sesiones de psicoterapia, en busca de indicios de la comunicación no verbal entre paciente y terapeuta. Más tarde, Ekman y Friesen (1974) demostraron que existen las microexpresiones en entrevistas con pacientes deprimidos. Más recientemente, Porter y Ten Brinke (2008) demostraron que surgieron microexpresiones cuando los sujetos intentaron engañar acerca de sus expresiones emocionales. A pesar de que fue en la década de los años sesenta cuando Haggard e Isaacs (1966) plantearon la existencia de este tipo de expresiones emocionales, la primera referencia científica que validó su existencia con esa denominación fue publicada por Porter y Ten Brinke (2008).

La capacidad en el reconocimiento de microexpresiones ha ido ligada al estudio de la simulación y el engaño. El primer artículo publicado por una revista científica sobre el estudio de la capacidad en el reconocimiento de microexpresiones recoge la investigación de Gunnery, Hall y Ruben (2013). En esta misma línea, se puede decir que el entrenamiento en reconocimiento de microexpresiones supone un incremento significativo en la capacidad de reconocimiento de este tipo de expresión facial emocional, respecto al individuo antes de recibir la formación y respecto del resto de individuos sin entrenamiento. Además, este incremento en su capacidad fue consistente a lo largo del tiempo (van Gelderen, Bakker, Konijn y Demerouti, 2011).

El rostro de una persona nos puede ofrecer información sobre la emoción que está sintiendo o sobre la emoción que pretende ocultar. Parece evidente que detectar estos indicadores no deba ser tarea simple, ya que las expresiones faciales pueden tener un carácter individual y propio de cada persona y, a su vez, un carácter universal. Parece estar demostrado que las expresiones faciales resultantes de las emociones básicas de tristeza, alegría, miedo, ira, sorpresa y asco tienen carácter universal (Ekman, 1992a). También parecería probado que las expresiones faciales son influenciadas por la experiencia del individuo y por el entorno en el que se ha desenvuelto a lo largo de su vida. Otro factor a tener en cuenta será el cultural, ya que en función de las diferentes culturas, la expresión de las emociones podrá variar en lo relativo a la expresión de la emoción. Es decir, se debe tener en cuenta los caracteres filogenético, cultural y experiencial.

La cultura es una característica general de las capacidades cognitivas de los seres humanos que permite interpretar los sistema de estructuras sociales, las normas y los rituales para hacer frente a los retos sociales y ambientales (G. Bente, Leuschner, Al Issa y Blascovichc, 2010), y un aspecto a tener en cuenta en la comunicación no verbal. En este sentido, los estudios transculturales informan de que entre experiencia y expresión emocional se pueden establecer cuatro relaciones lógicas (Fernández, Zubieta y Páez, 2000):

a)Expresar determinadas emociones cuando se experimenten.

b)Inhibir ciertas emociones cuando se las experimenten.

c)Expresar ciertas emociones aun cuando no se las experimenten.

d)No expresar emociones que no se experimenten.

Una cultura puede dar mayor relevancia a una de estas relaciones, aunque lo más lógico es que se dé una mezcla de ellas según el tipo de emoción y el contexto. La expresión verbal y no verbal de las emociones tendrá significados diferentes según la cultura, donde puede que hablar sobre las emociones sea una señal de interés interpersonal o una falta de respeto.

7. LA EXPRESIÓN FACIAL EMOCIONAL Y LA SIMULACIÓN

Dentro el estudio de las expresiones faciales, tras el importante auge propiciado por las iniciales investigaciones de Ekman, uno de los ámbitos que más interés ha despertado es el de la detección de mentiras (Ekman y Friesen, 1967, 1969c, 1978, 1991; Ekman et al., 1969).

El principal aspecto que ha desencadenado este interés es que existe una gran dificultad para poder manejar diferentes músculos faciales por parte del mentiroso y, por tanto, podría ser un método relativamente fiable para detectar el engaño. Por ejemplo, el músculo depresor del ángulo de la boca es difícil de controlar de manera consciente. Los individuos que simulan tristeza difícilmente pueden provocar el movimiento de estos músculos sin producir un movimiento en el mentón. Para la persona es difícil enviar el mensaje a estos músculos de simulación, así como de no moverse para ocultarlo. Fruto de ello, la expresión facial parece ser un método adecuado para la detección de mentiras (Ekman y O’Sullivan, 1991).

Una manera de ocultar la expresión facial de la emoción será contrarrestar el movimiento de un músculo con el músculo antagonista, aunque esta reacción suele ser evidente y fácilmente detectable. Otra forma, la mejor de ellas, será inhibir la acción muscular.

Igualmente, se deberá tener presente la posibilidad de que aparezcan dos emociones simultáneas en el rostro del sujeto a analizar, o en determinados casos, una emoción y la intención del contrarrestar esa emoción. Cuando el individuo pretende engañar, la expresión más evidente será la que está falseando y la emoción o emociones verdaderas serán aquellas que aparezcan de manera fugaz (Ekman, 2009b).

Pero, de modo genérico, también existirán contramedidas para evitar la detección del engaño mediante el análisis de la expresión facial. La detección del engaño será una tarea prácticamente imposible si se utiliza la técnica Stanislavski, propia de las artes escénicas, según la cual se recrea la emoción y, por tanto, la expresión facial que surge fruto de la emoción sentida será congruente. Llegando al límite, el caso del mentiroso que se crea su propia mentira será totalmente indetectable por el análisis no verbal, debiendo recurrir de manera exclusiva al cotejo de la información contextual con la emitida por el sujeto.

Continuando con los elementos de la expresión facial que son de interés en la detección del engaño, existen diferentes parámetros que pueden ayudarnos a detectar la mentira:

Asimetría. Se puede observar el movimiento de los mismos músculos en ambos lados de la cara pero con distinta intensidad, dando lugar a una más o menos pronunciada asimetría. No debe confundirse con expresiones unilaterales que, salvo en la expresión de desprecio, no reflejarán emoción alguna. Existe la posibilidad de que el lado izquierdo de la cara, conectado con el hemisferio derecho, exprese con mayor intensidad las emociones, aunque hay estudios que opinan lo contrario (Ekman, 2009b) y asocian la asimetría con la delación y la simetría con las emociones auténticas, aunque una vez más no es un indicador definitorio. En el caso de la sonrisa, la asimetría será un indicador de sonrisa falsa. Para tomarlo en consideración debe ir acompañado de otra serie de indicadores (Ekman, 2003a).

Tiempo de ejecución. Incluiría el tiempo que tarda en aparecer, el tiempo que se mantiene y el tiempo que tarda en desaparecer. Las expresiones auténticas suelen durar menos de cinco segundos y en ningún caso más de diez. Las expresiones más largas suelen ser emblemas o emociones fingidas (Ekman, 1992b).

Sincronización. La expresión facial de las emociones coincidirá en el tiempo con la expresión corporal y variación en la voz asociadas con dichas emociones. Si la expresión facial aparece con posterioridad al resto de expresiones, será un indicador facial de la mentira (Ekman, 1992b).

Morfología. La existencia de determinados movimientos faciales nos indicará la presencia de una expresión genuina (Ekman, 1992b).

Velocidad de inicio. La velocidad de inicio de una expresión falsa será más abrupta y más explosiva que en una expresión sincera (Ekman, 1992b).

Movimientos superpuestos. Si la expresión es espontánea, surgirán diversos movimientos faciales superpuestos (Ekman, 1992b).

Trayectoria. La expresión desarrolla su trayectoria completa sin interrupciones o sin expresiones de contención si ésta es sincera (Ekman, 1992b).

Existe un órgano concreto de la cara al cual se le atribuyen propiedades relacionadas con la detección del engaño: los ojos. Pueden existir aspectos de la expresión facial que sean de interés en la detección de mentiras. Dentro de estos indicadores podemos enumerar los siguientes:

Variaciones en los músculos que rodean los ojos. Éstos modifican la forma de los párpados y la cantidad de esclerótica e iris que se ve.

Dirección de la mirada. La dirección de la mirada cambia según la emoción sentida. Baja con la tristeza, baja o mira a lo lejos con la vergüenza o culpa, y mira a lo lejos con la repulsión. Los mentirosos perciben que los demás piensan que mienten cuando apartan la mirada, por ello, tienden a mantenerla. Uno de los signos percibidos como de gran sinceridad por la mayoría de personas es la mirada directa a los ojos del interlocutor. Ahora bien, existe un gran número de factores de personalidad que pueden afectar a la manera en la que una persona mira en el transcurso de una entrevista, y, por tanto, no podremos inferir que una persona miente cuando no mira a los ojos (Ekman, 1992b; Martínez Selva, 2005).

Concretamente, sólo podremos utilizar la falta de contacto visual o la mirada huidiza como un indicador de mentira si conocemos el comportamiento del individuo en otro tipo de situaciones. Es decir, el indicador será el cambio de patrón por parte del mentiroso.

Parpadeo. Cuando sentimos una emoción parpadeamos con más frecuencia. Parece ser que al mentir necesitamos emplear más recursos en nuestra actividad cognitiva, de manera que el parpadeo disminuye de frecuencia para aumentar inmediatamente después de expresar la mentira (Leal y Vrij, 2008; A. Vrij et al., 2008).

Pupilas. La pupila se dilata cuando se incrementa la actividad mental o el procesamiento cognitivo. Esta dilatación parece ser diferente de la producida cuando sentimos una emoción (Martínez Selva, 2005).

Lágrimas. Se presentan con tristeza, desazón, alivio, emoción positiva y risa incontrolada. Un incremento en el brillo en los ojos provocado por el aumento de la secreción lagrimal denotará la presencia de una emoción (Ekman, 1992b).

Pero quizá lo más interesante a la hora de utilizar la expresión facial y el rostro como herramienta para detectar un posible engaño sea la creación de un protocolo estructurado de análisis que nos permita descubrir la incongruencia entre la emoción expresada (verbal y no verbalmente) con la información contextual. De esto nos ocuparemos detalladamente en próximos capítulos.