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Expresión corporal. Movimientos corporales, posturas, orientación corporal y gestos

JOSÉ MANUEL PETISCO

NAHIKARI SÁNCHEZ HERRERO

La investigación sobre comportamiento no verbal se ha descuidado bastante, en cuanto al estudio de la postura y el gesto, en comparación con áreas como la expresión facial o la proxemia. Esta escasez de estudios sistemáticos contrasta con el gran número de interpretaciones que se han hecho sobre el significado psicológico de la postura y el gesto en libros y publicaciones que tratan la temática de la comunicación no verbal, lenguaje no verbal o sobre el lenguaje corporal.

La expresión corporal puede poner de manifiesto motivaciones, actitudes, intenciones y reacciones, voluntarias e involuntarias, conscientes e inconscientes (Deutsch, 1947, 1952). Además, según Deutsch (1947), cada persona tiene una postura básica característica en reposo a la que regresa después de la desviación de ella y puede que nos dé también mucha información sobre las relaciones sociales y la estructura de una interacción (Scheflen, 1964, 1973).

El movimiento corporal es el eje central de la kinesis (o cinesis), encontrándonos como autor pionero en este ámbito a Birdwhistell (1952). Autores como Eco y Volli (1970) definieron la kinesia como «el universo de las posturas corporales, de las expresiones faciales, de los comportamientos gestuales, de todos aquellos fenómenos que oscilan entre el comportamiento y la comunicación». Así, dentro de la kinesia se incluirían aspectos como la orientación del cuerpo, las posturas, los gestos, la expresión facial, los movimientos de ojos y cejas o la dirección de la mirada.

Probablemente, el estudio por separado de cada uno de esos aspectos no tenga razón de ser, ya que pensamos, como Patterson, que el sistema no verbal funciona de forma coordinada e integrada, siendo el efecto global mayor que la suma de las partes (Patterson, 2011). No obstante, aunque nuestro enfoque quiera ser funcional, hemos desglosado el comportamiento no verbal en distintos componentes (como posturas, gestos o expresión facial), lo cual no debe confundirse con tratar de buscar un significado a un comportamiento no verbal basado en los distintos elementos de forma aislada. Recordemos que el significado nunca debe buscarse en los componentes aislados, sino en toda la información combinada que nos llega por los distintos canales. Así, por ejemplo, el significado de una mirada va a depender de una serie de elementos diferentes como la expresión facial que le acompaña, la distancia con el interlocutor, la postura, los movimientos corporales que se están llevando a cabo en ese momento, etc.

1. EL MOVIMIENTO CORPORAL O COMPORTAMIENTO CINÉSICO

El movimiento corporal o cinésico ha sido ampliamente estudiado a partir de mediados del siglo XX. Efrón (1941) estudió la influencia del contexto cultural y de la herencia biológica en los hábitos gestuales, demostrando que la influencia del medio es la que determina los comportamientos gestuales y no la herencia biológica o racial. Pero, como hemos comentado, fue Ray Birdwhistell (1952) quien acuñó el concepto de «kinesis» para referirse al estudio del comportamiento corporal como forma de mantener y regular las interacciones humanas englobando bajo dicho concepto los gestos, las posturas corporales, los movimientos de la cabeza y de las extremidades (brazos, manos, piernas y pies), así como las expresiones faciales. En su obra El lenguaje de la expresión corporal (Birdwhistell, 1979) plantea que el movimiento corporal es una forma aprendida de comunicación pautada dentro de cada cultura y susceptible de analizarse en forma de sistema ordenado de elementos. También señala la dificultad que existe a la hora de sistematizar los movimientos corporales, ya que éstos pueden no tener significado alguno en un contexto y ser extremadamente significativos en otros, además de que el entorno cultural en el que se producen influye en su decodificación y significación.

Otros autores, incluso, han demostrado la relación existente entre el funcionamiento de la personalidad y las pautas de los movimientos corporales y de las tensiones musculares (Lowen, 1995).

Sabemos que el comportamiento comunicativo humano está implicado tanto en su vertiente social como en su vertiente expresiva (Nierenberg y Calero, 1976; Scheflen y Scheflen, 1972). En este sentido, existen dos escuelas diferentes sobre los movimientos corporales que vienen a complementar ambas vertientes: la escuela antropológica, que se centraría más en el estudio de las implicaciones comunicativas de la kinesis humana en relación con los procesos sociales de integración, cohesión y regulación, y la escuela psicológica, que se centraría en el estudio de gestos, posturas y movimientos como forma de expresión de las emociones.

Para algunos autores (Fernández-Dols, Ortega y Gaviria, 1984), en la práctica, la diferencia entre posturas y movimientos no resulta útil cuando se aplica en contextos con una movilidad baja, como puede ser el de un sujeto sentado.

2. LA POSTURA CORPORAL

Llamamos postura a la disposición del cuerpo, o sus partes, con relación a un sistema de referencia determinado (Corrace, 1980). Ese sistema de referencia puede ser otro elemento del mismo cuerpo, el resto del cuerpo u otros cuerpos de otros individuos. Postura y gesto están íntimamente relacionados, ya que pueden implicar a las mismas partes del cuerpo. Nosotros trataremos la postura como posición estática, ya que una postura dotada de movimiento sería tratada como gesto.

Erving Goffman (1961) estudió las reglas posturales que regían los distintos encuentros entre el personal de un hospital psiquiátrico. Encontró que para los sujetos de estatus más elevado existía una menor rigidez de reglas, presentando una gama de posturas más amplia que la de los sujetos de un estatus inferior. Si diferenciamos entre posturas dominantes-superiores y sometidas-inferiores, un porte erguido, con la cabeza echada hacia atrás (altivez) y las manos sobre las caderas (deseo de ocupar mayor espacio), podría interpretarse como cierto deseo de dominación.

Normalmente, la postura que se adopta es involuntaria en la mayoría de las ocasiones y puede intervenir en mayor o menor medida en el proceso de comunicación. Algunos autores han mostrado la vinculación existente entre la postura corporal y las actitudes, situaciones y contextos sociales, como Charlotte Wolf (1966), Scheflen y Scheflen (1972), Nierenberg y Calero (1976) o Birdwhistell (1979).

Pero también sabemos que la postura y los movimientos corporales guardan vinculación con las emociones que sentimos y que de alguna manera las reflejan. En este sentido, existen evidencias que ponen de manifiesto que la postura varía con el estado emotivo del individuo, especialmente a través de la dimensión tensión-relajación (Mehrabian, 1968b, 1977). Para Mehrabian (1977), además, existe una clara relación entre la postura y la actitud mantenida hacia el receptor. Así, si el receptor es de un estatus superior, el individuo se mostrará más tenso que si el receptor es de un estatus inferior a él. Para ello, observó indicios posicionales de relajación; así, la posición asimétrica de articulaciones, la inclinación oblicua o recostada y la relajación de manos y cuello, denotarían relajación posicional. También observó que la proximidad física, el contacto visual más intenso y una inclinación hacia adelante son señales que comunican una actitud positiva hacia el destinatario. Por su parte, Ekman y Friesen (1969b) señalaron que la postura puede revelar a los demás la actitud, la confianza o la imagen que tienen los sujetos de sí mismos. También pusieron de manifiesto que la postura es menos controlable que el rostro o que el tono de voz, pudiendo desvelar una ansiedad que la máscara facial no deja exteriorizar. Otros autores (Trower, Bryant y Arglyle, 1978) aúnan que la postura corporal sirve para comunicar distintos rasgos del sujeto, como las actitudes y las emociones.

Vemos, por tanto, que a través de las posturas corporales podríamos obtener información valiosa sobre la actitud de un sujeto hacia una posible interacción o como indicadores no verbales del estatus o de poder de dicho sujeto. Las señales indicativas de una actitud abierta hacia una interacción podrían reflejarse a través de posturas con brazos relajados, pies dirigidos hacia la persona con la que vamos a interactuar, orientación frontal y contacto ocular directo; los indicadores de una actitud de cierre o rechazo podrían observarse en posturas con los brazos cerrados, cuerpo ladeado o mirada huidiza; los indicadores de poder y estatus podrían observarse en posturas expansivas, tratando de ocupar más espacio (por ejemplo, con los brazos en jarra), posturas arrogantes (por ejemplo, con barbilla elevada), posturas orgullosas (con pecho hinchado y espalda curvada hacia atrás), etc.

Podríamos agrupar las distintas posturas que mantiene un individuo en diversas categorías. Así, para Albert Mehrabian (1968b) existirían cuatro categorías posturales diferentes:

1.Posturas de acercamiento: posturas que transmiten atención o interés, mostrados por la inclinación del cuerpo hacia adelante.

2.Posturas de retirada: se trataría de posturas negativas, de rechazo o repulsa y se mostrarían retrocediendo o volviéndose hacia otro lado.

3.Posturas de expansión: se trataría de posturas orgullosas, arrogantes, altivas o despreciativas y se mostrarían por la expansión del pecho, un tronco erecto o inclinado hacia atrás, cabeza erecta y hombros elevados.

4.Posturas de contracción: se trataría de posturas depresivas, abatidas o cabizbajas y se comunicaría por un tronco inclinado hacia delante, una cabeza hundida, hombros colgando y pecho hundido.

Pero recordemos una vez más que la correcta traducción de la mayor parte de los indicadores y categorías posturales depende principalmente del contexto en el que se producen, mediando otras variables como el sexo, la edad, la raza o la cultura de quien las lleva a cabo.

Además, estas categorías posturales no significarán lo mismo si se llevan a cabo de manera aislada o frente a otras personas. En este segundo caso, deberíamos detenernos en valorar la orientación corporal entre los sujetos.

3. LA ORIENTACIÓN CORPORAL

Al hablar de orientación corporal nos estamos refiriendo al grado de desviación de las piernas y los hombros que mantiene un individuo con respecto a otro u otros individuos, durante una interacción. Si la interacción se produce entre dos personas, las principales orientaciones que pueden asumir son la orientación frontal («cara a cara») y la orientación lateral («lado a lado»). Según Ricci y Cortesi (1980), la orientación corporal nos podría aportar información sobre las relaciones entre dos sujetos, ya sean de colaboración, amistad o jerarquía. Si la relación es jerárquica, el sujeto superior se situará enfrente del inferior; si la relación es de colaboración o de amistad íntima, los dos sujetos adoptarán la posición de lado a lado. Pero hablar cara a cara, con los cuerpos enfrentados, también puede ser señal de intimidad o de no querer sufrir interrupciones en la conversación. Por su parte, cuando dos personas mantienen una conversación en lugares como una fiesta o una reunión, y se colocan formando un ángulo mayor de noventa grados, estarían indicando a otras personas su predisposición para que se incorporen a dicha conversación.

En la infancia es probable que se llegue a asociar la mayor altura de los padres y adultos a personas con autoridad. Quizá por ello se haya establecido la convención cultural de que cuando una persona se sitúa a mayor altura respecto a otra es porque mantiene una posición dominante respecto a ella.

Por otra parte, existen diferencias culturales a la hora de adoptar una orientación u otra. Así, los suecos tienden a evitar posicionarse con ángulos de noventa grados (Ingham, 1971), o los árabes prefieren adoptar la posiciones cara a cara (O. M. Watson y Graves, 1966).

Scheflen (1964) observó que los cambios en la orientación de partes del cuerpo como hombros, caderas o articulaciones son más lentos que los de los ojos o la cabeza, resaltando la importancia de esos cambios durante cualquier interacción. Este autor distinguió tres grupos de orientaciones corporales:

Orientaciones de inclusión o no inclusión en el grupo.

Orientaciones de frente, de lado o de ángulo.

Orientaciones de congruencia o incongruencia con el grupo.

Albert Mehrabian (1971, p. 1) nos habla de un principio según el cual «la gente se siente atraída hacia las personas y cosas que les gustan, evalúan altamente y prefieren, y evitan o se alejan de las cosas que no les gustan, evalúan negativamente o no prefieren». Este autor habla de la relación existente entre la orientación del cuerpo en una interacción y las actitudes o las diferencias de estatus entre los interactuantes. Así, las mujeres sentadas asumen una actitud más positiva cuanto más directa es la orientación del cuerpo hacia un individuo imaginario, pero en el caso de destinatarios muy queridos, la orientación pierde importancia. En el caso de los hombres, no existe relación entre orientación y actitud ante personas no queridas y la orientación es menos directa que en el caso de las mujeres, únicamente frente a individuos muy queridos. Pero los resultados de sus experimentos probablemente no tengan mucha validez, ya que se llevaron a cabo ante interlocutores imaginarios.

4. EL GESTO COMO MOVIMIENTO CORPORAL

El gesto, como una forma de movimiento, se distingue de la postura en que esta última se refiere a las posiciones estáticas del cuerpo. El gesto incluye no sólo los movimientos de las manos y brazos, sino también de otras partes del cuerpo como la cabeza, el tronco, las piernas o los pies.

El estudio de los gestos se remonta a la antigua Roma, cuando autores como Cicerón y Quintiliano, en sus tratados sobre la retórica, incluyeron una serie de observaciones sobre el uso de las manos en la oratoria. Las técnicas de observación «en vivo» de aquella época han ido sustituyéndose por las de observación de las grabaciones de cintas de vídeo y, más tarde, por las de grabaciones en formato digital o DVD. Tales grabaciones permiten la visualización repetida, y si es necesario a cámara lenta, de las secuencias gestuales más complejas, llegándose a realizar verdaderos «microanálisis» del comportamiento no verbal y examinado y diseccionando hasta el más mínimo detalle de gestos, expresiones y movimientos corporales. Así, algunos autores (Bull, 2012) han llegado a hacer un paralelismo entre la grabadora de vídeo y el microscopio empleado en las ciencias biológicas.

Según Ricci y Cortesi (1980), los diversos estudios realizados sobre los gestos han tratado de establecer una relación entre éstos y las emociones, atribuirles un significado o analizar sus funciones en relación con la comunicación verbal. Hoy sabemos que el gesto está íntimamente vinculado al habla, pero también que cumple un papel importante en la comunicación de las emociones y actitudes interpersonales.

Veamos algunos aspectos importantes de esa vinculación entre gesto y habla.

El gesto y el habla

Podríamos decir que los movimientos corporales de un individuo están estrechamente sincronizados con su habla (autosincronía). Pero también sabemos que, en ocasiones, los movimientos corporales de dos personas que conversan se llegan a sincronizar (sincronía interaccional), proporcionando el oyente retroalimentación constante al hablante, en lo relativo a nivel de atención e interés. Aunque sobre este último punto existe bastante controversia (Bull, 2012).

Para Bull, los gestos se relacionan con el discurso en términos de su coordinación temporal (coincidiendo con los límites sintácticos y separando palabras y frases importantes) y en términos de significado (transmitiendo un significado a través de su apariencia visual, como ocurre con los emblemas). Con relación al significado, y a diferencia del habla, los gestos pueden transmitir simultáneamente aspectos multidimensionales de significado. Así, por ejemplo, una poderosa imagen icónica podría transmitir información al mismo tiempo sobre el movimiento de un objeto, incorporando información simultánea sobre la velocidad y la trayectoria, mientras que mediante el habla esta información tendría que ser transmitida secuencialmente.

Como veremos más adelante, los tipos de gestos más vinculados al habla serán los emblemas, los ilustradores y los reguladores, pero antes de entrar en tipologías veamos la vinculación que existe entre gesto y emoción.

Gestos, emociones y actitudes interpersonales

En capítulos anteriores ya vimos la enorme vinculación que existe entre la expresión de una emoción y el papel tan importante que para ello desempeña el rostro. Gracias a los trabajos de Darwin, Tomkins, Ekman y otros, hoy es comúnmente aceptado que existen al menos siete emociones universales con expresiones faciales innatas. También sabemos que esas emociones se manifiestan fundamentalmente a través de la cara. En este sentido, Ricci y Cortesi (1980) mantienen que la cara es una zona de comunicación especializada que empleamos para comunicar emociones y actitudes. Por su parte, Ekman y Friesen (1969b) afirman que la cara es la sede primaria de la expresión de las emociones, denominando «exhibidoras de afectos» a las señales no verbales que expresan una emoción. Vicente Caballo (1993) mantiene que la cara es la zona del cuerpo más importante y compleja de la comunicación no verbal, y la parte que más se observa durante una interacción debido a que es el principal sistema de señales que poseemos para mostrar emociones.

Pero también sabemos que las expresiones faciales de las emociones pueden ser modificadas y controladas, mostrando otras diferentes a las sentidas realmente. Así, la expresión de una emoción genuina podría ser atenuada, amplificada, sustituida u ocultada. A este respecto, es interesante resaltar que algunos gestos son más difíciles de controlar u ocultar que otros. Según Morris (1977), le damos menos importancia al control deliberado de las partes del cuerpo que están más alejadas de la cara. De hecho, cuando un individuo tratar de ocultar una emoción, ejercerá mayor control sobre su expresión facial, pero será mucho menos consciente de sus movimientos mientras éstos se alejan de la cabeza. Así, los movimientos y posturas de las zonas más alejadas, como los pies, suministrarán señales más válidas a la hora de interpretar el verdadero estado emotivo de un individuo. En este sentido, si una persona está nerviosa y no quiere dar muestras de esa intranquilidad, intentará simular tranquilidad controlando el contenido verbal de lo que dice y manipulando su expresión facial, pero el movimiento continuo de sus pies pudiera estar delatándole.

No entraremos en los pormenores del gesto a través de la expresión facial por haber sido desarrollado dicho punto en el capítulo anterior.

Posturas corporales y emoción

Los seres humanos, al igual que otros animales, expresan el poder a través de posturas abiertas, posturas expansivas; la impotencia, sin embargo, la expresan a través de posturas cerradas, posturas contraídas. Pero, ¿adoptar posturas que denotan poder puede provocar sentir realmente esas sensaciones?

El estudio sobre la conexión entre la mente y el cuerpo podría remontarse al siglo XIX. Uno de los psicólogos más influyentes de ese siglo en la historia de la psicología fue William James. Su obra, Principios de Psicología (W. James, 1890), fue considerada como uno de los manuales más representativos del siglo XIX en lo que a psicología se refiere. Las teorías de William James sobre la emoción, y sobre el efecto ideomotor, podrían ser consideradas como un claro antecedente de las modernas teorías sobre la influencia del cuerpo en la mente. El efecto ideomotor sería un fenómeno psicológico por el que un sujeto realiza movimientos, de manera involuntaria e inconscientemente, debido a la influencia de la sugestión o la expectativa. Respecto a las emociones, James (1884) mantenía que la experiencia emocional es el resultado de la percepción de los cambios corporales, tanto viscerales y posturales como de expresión facial. Siguiendo su planteamiento, cuando percibimos un peligro y salimos huyendo, nuestra mente se percata de que hemos salido corriendo para evitar el peligro; sería entonces cuando experimentaríamos la correspondiente emoción, que en este caso sería de miedo. Por tanto, para James, tenemos miedo porque escapamos y no al revés; es decir, la percepción de los cambios corporales por parte del sujeto daría lugar a la emoción, o, lo que es lo mismo, las reacciones viscerales y corporales motoras serían la base de los estados emotivos.

Desde entonces, muchos han sido los estudios que han puesto de manifiesto la relación bidireccional entre el comportamiento no verbal, el pensamiento y las emociones (Laird y Lacase, 2014). En una revisión de las investigaciones llevadas a cabo sobre los efectos de la expansión corporal, Carney et al. (2015) citan al menos una treintena de experimentos, publicados desde el año 1982 hasta nuestros días, que han puesto de manifiesto la relación existente entre la postura expansiva y variables como los sentimientos de poder, la ingesta de menos alimentos, la elección de asientos del líder, el dolor, una actitud positiva hacia uno mismo, la tolerancia al riesgo, la aceptación del riesgo, diversas respuestas a nivel endocrino, sesgos de memoria, locus control, depresión o sentimientos de orgullo, entre otros. Quizá el estudio más significativo, que dio origen a diversas réplicas, fue el llevado a cabo por Carney et al. (2010), que puso de manifiesto que las posturas que transmiten alto poder, a diferencia de las posturas que transmiten lo contrario, provocan cambios neuroendocrinos, lo que afectaría a determinados procesos psicológicos y a la conducta tanto de hombres como de mujeres. Así, las poses de alto poder provocarían elevaciones de los niveles de testosterona (hormona de la dominación) y la disminución de los niveles de cortisol (hormona del estrés), así como una mayor sensación de poder y tolerancia al riesgo; en cambio, los individuos que adoptaran poses de bajo poder exhibirían un patrón opuesto. En resumen, según dichos autores, adoptar poses de dominio y poder durante unos minutos provoca cambios fisiológicos, psicológicos y conductuales.

Sin embargo, en una réplica conceptual de dicho estudio, llevada a cabo por Eva Ranehill et al. (2014), sólo encontraron un efecto de la postura expansiva sobre los sentimientos subjetivos de poder, pero no sobre la tolerancia al riesgo, la testosterona o el cortisol. La aparente discrepancia de estos resultados se explica, según Carney et al. (2015), debido a tres diferencias clave de sus estudios con respecto al estudio de Ranehill y otros: en sus estudios sí ocultaron el propósito experimental, sus experimentos implicaron una tarea social durante la manipulación postural y las manipulaciones posturales utilizadas fueron cómodas, fáciles de adoptar y de corta duración (de un minuto frente a los tres minutos en los experimentos de Ranehill y otros), evitando causar malestar, torpezas y habituación a los efectos de la postura.

Una crítica a todos estos experimentos sobre la influencia de las posturas de poder es no poder determinar, en la mayoría de esos artículos, si se hizo uso del método ciego, ya que el impacto del experimentador y la omnipresencia de los efectos de las expectativas son variables fundamentales a controlar.

El significado de los gestos

Uno de los estudios pioneros sobre el significado de los gestos fue el llevado a cabo por Efrón (1941). David Efrón, para demostrar las erróneas tesis racistas que existían en su época sobre los judíos, llevó a cabo observaciones sobre el comportamiento no verbal de los judíos e italianos afincados en Nueva York. Detectó que aunque los comportamientos eran distintos en los emigrantes de primera generación, éstos se uniformaban en sus descendientes, exhibiendo menos gestos específicos de su grupo de origen. También demostró que los individuos expuestos a la influencia de varios grupos diferentes en sus gestos acababan adoptando y combinando los comportamientos gestuales de esos grupos.

Efrón llegó a establecer una tipología de gestos, tipología que sirvió como base para que Ekman y Friesen (1969b, 1972) llegaran a establecer las conocidas cinco categorías de comportamiento kinésico en función de su origen, uso y codificación. Hay que decir que aunque estas categorías son referidas a los movimientos de todas las partes del cuerpo, definen especialmente los gestos que se llevan a cabo con las manos. En esta conocida tipología distinguen entre emblemas, ilustradores, reguladores, muestras de afecto y adaptadores, señalando que estas categorías no poseen un carácter de exclusividad; así, un gesto no estaría incluido necesariamente en una sola de las categorías, sino que podría pertenecer a más de una.

Los emblemas

Los emblemas son comportamientos no verbales que tienen un significado específico que podría traducirse directamente a palabras. Son gestos emitidos consciente e intencionadamente. La función que cumplen los emblemas es puramente comunicativa y surgen como una forma alternativa a la comunicación, a través de la voz, para ser empleados cuando las condiciones de habla son difíciles o imposibles (por ejemplo, entre trabajadores de una fábrica con altos niveles de ruido), existe una gran distancia entre emisor y receptor (por ejemplo, en el caso de cazadores haciendo una batida), o por acuerdo (por ejemplo, en un juego de mímica). También, que se pueden emplear para suplir o repetir el contenido de una comunicación verbal, para dar mayor énfasis a algunos aspectos del mensaje verbal que tratamos de transmitir (por ejemplo, si realizamos el emblema del teléfono, llevándonos la mano con el meñique y el pulgar extendidos hacia la boca y el oído, mientras pronunciamos la frase «luego te llamo»), o en sentido irónico contradiciendo lo expuesto verbalmente.

Sabemos que el significado preciso de un emblema es conocido por la mayoría de los componentes de un grupo, clase social, subcultura o cultura. Curiosamente, muchos de los emblemas existentes tienen un significado de ofensa o insulto (por ejemplo, el típico «corte de mangas») y quizá ello sea debido a que realizar un insulto, empleando un emblema a cierta distancia del otro interlocutor, puede garantizar la huida si las cosas se ponen feas.

Según Ekman y Friesen (1972) los emblemas pueden involucrar acciones de cualquier parte del cuerpo, aunque característicamente estén implicadas las manos, la orientación de la cabeza, los movimientos de la musculatura facial o la postura.

La gente suele ser tan consciente de la emisión de emblemas como de la emisión de sus palabras, pero en ocasiones pueden producirse lo que Ekman denominó «deslices emblemáticos» (Ekman y Friesen, 1972). Se trataría de situaciones en las que un individuo, aparentemente, no elige de forma deliberada emplear un emblema pero lo realiza de manera inconsciente. Así, el «gesto de la peineta», consistente en dejar rígido el dedo medio mientras se mantiene la mano cerrada en forma de puño, en ocasiones aparece de forma no consciente simbolizando expresiones del tipo «jódete», «vete al carajo» o «chúpala» (recordemos que dicho gesto simboliza un pene con los testículos). Otro típico desliz emblemático consiste en hacer un movimiento de afirmación con la cabeza mientras se pronuncia un «no» de manera verbal (o viceversa) o encoger los hombros como símbolo de «impotencia».

Existen emblemas que son específicos de una cultura en particular, pero también los hay que, en mayor o menor medida, son universales o casi universales. Algunos de esos emblemas serían, por ejemplo, el conocido «flash de cejas» (elevación de cejas con una duración muy breve, similar a la sexta parte de un segundo) que se emplea como saludo; el gesto de burla, consistente en apoyar el pulgar sobre la nariz mientras los demás dedos apuntan hacia arriba y se despliegan a modo de abanico (muy extendido en la Europa occidental); agitar la mano, a modo de saludo o despedida; llevarse la mano a la boca, en señal de hambre (no en todos los países), o inclinar la cabeza hacia un lado cerrando los ojos y colocando las manos debajo a modo de almohada, como señal de sueño.

El problema que conlleva el empleo de emblemas es que un mismo signo puede tener significados muy diferentes en función de la cultura ante la que nos encontremos. Así, el conocido como el típico «gesto del anillo», donde pulgar e índice se juntan formando un círculo, puede significar que algo es «OK» en países como Estados Unidos o Gran Bretaña, «cero» o «nada» en países como Francia, «dinero» en países como Japón, y ser un insulto sexual obsceno en países como Italia o Brasil (ya que simbolizaría el «ano»). Quizá por ello diversos autores han tratado de confeccionar listados de emblemas correspondientes a diferentes culturas, como Kaulfers (1931), Green (1968), Saitz y Cervenka (1972), Johnson, Ekman y Friesen (1975) o Poyatos (1977).

Los ilustradores

Los ilustradores son gestos ligados directamente al habla que ilustran el contenido del mensaje o su entonación. Los ilustradores son gestos emitidos conscientemente y en algunos casos intencionadamente. Facilitan la comunicación separando en ocasiones las sucesivas partes del discurso o funcionando como un sistema de puntuación. En otras ocasiones amplían el contenido del mensaje describiendo relaciones espaciales o dibujando formas de objetos, pero también pueden contradecir lo expresado verbalmente o ser usados en sustitución de una palabra.

Se diferencian de los emblemas en que la mayoría de los ilustradores no tienen un significado verbal preciso, no aparecen si no es acompañando al discurso y son mostrados exclusivamente por el emisor.

Para Ekman y Friesen (1972), los cambios en la frecuencia de aparición de los ilustradores en individuos estadounidenses blancos de clase media depende del estado de ánimo y de los problemas existentes en la comunicación verbal. Así, cuando una persona está desmoralizada, desalentada, cansada, desmotivada, preocupada por las impresiones que va a causar en la otra persona, o se tiene el papel no dominante en una interacción formal, la tasa de ilustradores será menor de lo que es habitual para esa persona. En cambio, cuando existe interés, entusiasmo por el tema o proceso de comunicación, cuando se tiene el papel dominante en una interacción formal, o en una interacción informal cuando existe escasa preocupación por las impresiones que va a causar en el otro, la persona empleará más ilustradores. También el número de ilustradores aumentará cuando existan dificultades para encontrar las palabras adecuadas o cuando la retroalimentación del oyente sugiera que no está comprendiendo lo que se trata de comunicar.

Los ilustradores han generado gran cantidad de investigaciones. Así, autores como Efrón (1941) han llegado a establecer una clasificación diferenciando hasta seis tipos de ilustradores: batutas, ideógrafos, deícticos, espaciales, kinetógrafos y pictógrafos. Ekman y Friesen (1972), basándose en dicha clasificación, aumentaron los tipos de ilustradores a los ocho siguientes:

Batutas: movimientos que marcan características rítmicas del mensaje y suelen emplearse para enfatizar una palabra o frase.

Ideógrafos: movimientos que muestran gráficamente el camino o la línea argumental del hablante.

Movimientos deícticos: ilustradores que se emplean para señalar físicamente un objeto, un lugar o un evento mencionado en el mensaje.

Movimientos espaciales: ilustradores que describen relaciones espaciales.

Movimientos rítmicos: movimientos que describen el ritmo o paso de un evento.

Kinetógrafos: movimientos que describen una acción corporal o alguna acción física no humana.

Pictógrafos: ilustradores que trazan la imagen o forma de aquello a lo que se refieren.

Movimientos emblemáticos: emblemas usados para ilustrar un enunciado verbal, ya sea repitiendo o sustituyendo una palabra o frase.

Recordemos que un mismo gesto puede pertenecer a más de una categoría y, en función de su uso particular y contexto, podría ser considerado tanto como un emblema o como un ilustrador. Además, los ilustradores pueden ser considerados como reguladores en determinados casos (en los casos en que sirven para gestionar la fluidez de una conversación).

Probablemente, muchos de los ilustradores se adquieran a muy temprana edad, durante la adquisición del lenguaje. Ekman y Friesen (1972) pusieron de manifiesto la importante función que cumplen los ilustradores en nuestras primeras etapas de vida para dirigir la atención de los adultos y como ayuda en la explicación de asuntos para los que los pequeños no tienen palabras. También resaltaron que los ilustradores no sólo contribuyen a que el hablante se explique y a que el oyente entienda lo que dice, sino que ayudan al hablante a salir de esas situaciones de cierta torpeza de pensamiento o discurso acelerando la fluidez de sus ideas.

Estudios posteriores han puesto de manifiesto cómo los acompañamientos gestuales al habla pueden facilitar el acceso al léxico (Rauscher, Krauss y Chen, 1996). En su estudio, los oradores fueron grabados en vídeo mientras describían las acciones de dibujos animados, permitiéndoles o no gesticular. Cuando podían gesticular lo hacían con más frecuencia durante las frases con contenido espacial que durante frases con otro tipo de contenido, y cuando no podían gesticular su discurso con contenido espacial se hacía menos fluido. La limitación de gestos provocó que aumentara la frecuencia relativa de pausas, debido a que aumentó la dificultad de acceso al léxico por otros medios como los gestos.

Otros autores se han preguntado por qué las personas no pueden mantener las manos quietas mientras hablan. Goldin-Meadow et al. (2001) proponen que el gesto aligera la carga cognitiva mientras la persona está pensando qué decir. Para ello, diseñaron un estudio donde les pidieron a niños y adultos que recordaran una lista de palabras o letras mientras explicaban cómo resolvían un problema de matemáticas. Resultó que ambos grupos recordaron significativamente más elementos de la lista cuando gesticulaban durante sus explicaciones del problema de matemáticas que cuando no lo hacían, debido a que gesticular les permitió ahorrar recursos cognitivos en la tarea de explicación y emplear más recursos en la tarea de memoria.

Otros muchos estudios han puesto de manifiesto cómo los gestos espontáneos que acompañan al habla tienen una parte activa en el aprendizaje (M. A. Singer y Goldin-Meadow, 2005), ayudan a los niños a aprender creando nuevas ideas sobre matemáticas (Goldin-Meadow, Cook y Mitchell, 2009), o que los gestos de los testigos espontáneamente producidos durante las entrevistas de investigación transmiten información sustantiva y el de los entrevistadores sirven como fuente de información (Broaders y Goldin-Meadow, 2010).

Los reguladores

Los reguladores son gestos que tienen por objeto regular y controlar el flujo de una conversación. Principalmente regularían la sincronización de las intervenciones a lo largo de dicha conversación, pudiendo dar indicaciones a quien está hablando de si el oyente está o no interesado en lo que le está transmitiendo, si quiere intervenir, o si desea interrumpir su discurso.

Algunos estudios han puesto de manifiesto que los intentos del oyente por asumir el turno de habla en una conversación pueden ser eliminados por la gesticulación continua del hablante, y que dejar de gesticular es una de las principales claves para ceder el turno de habla al otro. Otras claves en esa cesión del turno de habla podrían ser la finalización de una oración gramatical, un aumento o una disminución en el tono al final de una oración, un acento en la sílaba final o expresiones a modo de muletillas, como «pero», «eh» y «sabe usted» (Bull, 2012). Otros autores añaden la mirada como señal para tomar el turno (La France y Mayo, 1976) haciendo hincapié en que los euroamericanos tienden a mirar directamente a sus interlocutores cuando son receptores, como muestra de interés en la conversación, mientras que los afroamericanos prefieren desviar la mirada y consideran la conducta de los euroamericanos como insinuación de confrontación o enfrentamiento. Vemos, por tanto, que el componente cultural, una vez más, está presente a la hora de interpretar gestos.

Las señales de afecto

Serían principalmente movimientos del cuerpo y de la cara con los que transmitimos emociones y sentimientos. Aunque estas señales de afecto son expresadas principalmente a través de la cara, la postura o determinados gestos pueden también revelar emociones.

Para Ricci y Cortesi (1980), tanto la ansiedad como la tensión emotiva provocan cambios reconocibles en los movimientos de los sujetos. Así, por ejemplo, agitar el puño sería un gesto reconocible que expresaría rabia.

Las señales de afecto pueden ser intencionales o no. Una sonrisa hacia una persona, o mirar a alguien para expresarle afecto, serían ejemplos de señales afectivas intencionales. Ruborizarse, palidecer o la dilatación pupilar serían ejemplos de señales afectivas no intencionales.

Las señales de afecto están frecuentemente supeditadas a las normas culturales. Así, por ejemplo, en China, la duración de estas señales es mucho más corta que en las culturas europeas.

En el capítulo dedicado a las emociones ya se trató con suficiente profundidad el tema de desplazamientos afectivos o señales de afecto y también en el apartado de gestos y emociones de este mismo capítulo.

Los adaptadores

Son los comportamientos no verbales que surgen principalmente para tratar de adaptarse a una situación, para satisfacer necesidades corporales o para manejar y gestionar emociones como reacción a un estado físico o psicológico. Estos gestos autorreguladores serían conductas residuales del pasado ontogenético del hombre, esto es, vestigios que quedarían de ciertos patrones conductuales que tuvieron una función adaptativa en momentos tempranos de la vida. Normalmente se realizan de manera inconsciente y sin intención de comunicar información a otra persona. En general, con estos comportamientos lo que se busca es obtener seguridad o dominio y pueden ser desencadenados por los motivos o afectos que están siendo verbalizados, o por la incomodidad o ansiedad que provoca la situación o la conversación.

Si la aparición es para satisfacer una necesidad corporal, como hurgarse la nariz o rascarse la cabeza, en situaciones privadas, sin la presencia de otras personas, según Ekman y Friesen (1972), los adaptadores se llevarán a cabo en su totalidad y hasta su finalización. En cambio, cuando el individuo se siente observado, se encuentra en presencia de otra persona y, particularmente, cuando está interviniendo en una conversación, la aparición de adaptadores se reduce o aparecen de forma fragmentada (la mano puede ir hacia la nariz pero no llegará a introducirse el dedo en ella, o se puede tocar el pelo sin llegar a rascarse a fondo).

Ekman, en alguna de sus publicaciones, habla de manipulaciones (Ekman, 2005, p. 114) refiriéndose a «todos aquellos movimientos en los que una parte del cuerpo masajea, frota, rasca, agarra, pincha, estruja, acomoda o manipula de algún otro modo a otra parte del cuerpo». Diferencia las manipulaciones breves, que se llevarían a cabo con algún propósito (como ordenarse el pelo o rascarse alguna parte del cuerpo), de las manipulaciones que duran mucho tiempo, que se realizarían sin ninguna finalidad (como frotarse un dedo contra otro o dar golpecitos rítmicos con el pie contra el suelo de forma indefinida). Para Ekman, las manipulaciones también pueden llevarse a cabo contactando o frotando una parte del cuerpo contra otra (lengua contra mejilla, dientes mordiendo levemente el labio o una pierna contra otra). Ekman también sostiene que las manipulaciones aumentan cuando el sujeto se siente molesto o ansioso (Ekman, 2009a, p. 116).

Los adaptadores o manipuladores pueden ser de tres tipos: intrapersonales o autoadaptadores, adaptadores interpersonales o heteroadaptadores, y los dirigidos a objetos o adaptadores objetales.

Los autoadaptadores serían los gestos o acciones que realizamos sobre nosotros mismos, es decir, movimientos de manipulación del propio cuerpo. Suelen aparecer en situaciones de tensión o ansiedad y se realizan tratando de buscar seguridad para afrontar esa situación incómoda o estresante. Algunos ejemplos de autoadaptadores serían rascase levemente alguna parte del cuerpo o de la cara, pasarse los dedos por el pelo, morderse las uñas, pellizcarse, cruzarse de brazos, apretar una mano con otra, etc. Especialmente interesantes son todos aquellos adaptadores que tratan de facilitar o bloquear una entrada sensorial (como la boca o el oído).

Los autoadaptadores han recibido diferentes denominaciones según los autores. Rosenfeld (1966) habla de automanipuladores, Mahl (1968) de gestos autísticos, y Freedman y Hoffman (1967) de gestos centrados en el cuerpo.

Autores como Ekman y Friesen (1972, 1977) mantienen que los autoadaptadores son indicadores de malestar que normalmente surgen, e incrementan su aparición, cuando la persona se siente incómoda, torpe, tensa, ansiosa, etc., o cuando la persona se encuentra a gusto o a solas, apareciendo en este caso los autoadaptadores relacionados con el aseo. También mantienen (Ekman y Friesen, 1972) que los autoadaptadores específicos están relacionados con sentimientos y actitudes específicas. Hurgar o apretar una parte del cuerpo es una agresión contra uno mismo o contra otros, temporalmente desplazada sobre uno mismo; tapar la vista con la mano revela el deseo de no ser visto o de ocultarse por vergüenza.

En una situación de conversación, el individuo, normalmente, no es consciente de la realización de algún autoadaptador y raramente recibe la atención directa, o algún tipo de comentario, por parte del oyente (a excepción de los padres hacia los hijos). Cuando un individuo muestra algún autoadaptador, rompe el contacto visual con la persona con la que está interactuando hasta la finalización del mismo.

Los adaptadores interpersonales o heteroadaptadores conllevarían estrategias de interacción prototípicas, ya sea en movimientos de acercamiento, cortejo, intimidación, agresión, protección o huida. Algunos ejemplos serían atusarse el cabello, como gesto de seducción, o colocarse el nudo de la corbata.

Los adaptadores objetales también suelen aparecer para tratar de afrontar una situación incómoda o estresante, pero difieren de los autoadaptadores en que se realizan manipulando objetos, como un bolígrafo, un cigarrillo, una caja de cerillas, una bola de papel, etc. Si el objeto es usado para llevar a cabo una tarea instrumental, hablaríamos de adaptadores objetales. Así, hacer garabatos con un lápiz, dar golpecitos con un bolígrafo, jugar con una pequeña bola de papel o jugar con un cigarrillo, serían considerados adaptadores objetales. En cambio, tomar notas durante una conversación o fumar, no lo serían.

Normalmente somos menos conscientes de realizar este tipo de adaptadores que de los autoadaptadores y su significado es más de intranquilidad general.

Otras categorías de gestos

Otros autores han propuesto clasificaciones distintas a la planteada por Ekman y Friesen. Así, Rosenfeld (1966) divide los gestos en manipulación de sí mismo y gesticulación, Freedman y Hoffman (1967) los clasifican en movimientos centrados en objetos y en relación con el discurso y movimientos centrados en el cuerpo y sin relación con el discurso, y Mahl (1968) diferencia entre gestos comunicativos y gestos autistas. Y también Argyle (1975), quien habla de gestos ilustrativos y señales vinculadas al lenguaje, señales convencionales y lenguaje de signos, movimientos que transmiten emociones y actitudes interpersonales, movimientos que expresan aspectos de la personalidad y movimientos empleados en rituales y ceremonias.

Adaptadores de barrera

Las manos cruzadas delante de la entrepierna (o protegiendo órganos vitales) hacen que los hombres se sientan más seguros cuando se ven amenazados.

Desde niños nos escondemos detrás de una barrera cuando nos sentimos amenazados y estos comportamientos de ocultación y de protección siguen apareciendo en situaciones incómodas, estresantes o que conllevan algún tipo de riesgo o peligro. Pensemos en lo que inconscientemente hacen los jugadores de fútbol cuando forman una barrera con sus cuerpos porque van a tirar una falta: protegen sus órganos vitales, como genitales, corazón, cuello o rostro. La posición protectora consistente en colocar las manos, una sobre la otra, por delante de los genitales suele ser un gesto más típico en hombres que en mujeres, pero no exclusivo de ellos.

También en muchas ocasiones, si surge una situación amenazadora, cruzamos los brazos sobre el pecho. Allan y Bárbara Pease (2006) justifican este gesto como un intento inconsciente de bloquear lo que percibimos como una amenaza, o como circunstancias no deseadas, y argumentan que los monos y los chimpancés también lo hacen para protegerse de un ataque frontal.

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Figura 3.1.—Barrera de fútbol1.

Está claro que en muchas ocasiones, cuando una persona se muestra nerviosa, negativa o a la defensiva, suele adoptar este gesto; pero la lectura que hagamos dependerá siempre del contexto, ya que puede deberse a motivos muy diversos, como que sienta frío, quiera disimular una mancha, desee resaltar sus bíceps, realzar su pecho, o puede que lo adopte por comodidad. A todos, en muchas ocasiones, nos resulta cómodo cruzarnos de brazos. Pero también es cierto que los adaptadores surgen, entre otros motivos, para tratar de satisfacer esa necesidad de sentir mayor comodidad (como reacción a un estado físico o psicológico) y con los brazos cruzados trataremos de buscar mayor comodidad cuando tenemos una actitud negativa, nerviosa o defensiva. La mayor o menor trascendencia de ese cruce de brazos nos la dará el contexto en el que se produce y una valoración global de los gestos que se muestran. Esa valoración global la puso de manifiesto McNeill en su obra Hand and Mind (1992) cuando afirmó que «el sentido de las partes de un gesto son determinadas por el todo». En el caso que nos ocupa deberíamos tener en cuenta qué denota su expresión facial, qué grado de tensión se observa en sus extremidades, si además del cruce de brazos muestra los puños cerrados o, por el contrario, los dedos extendidos, etc.

Respecto al cruce de piernas, sabemos que las piernas han tenido una importancia vital en nuestra supervivencia facilitándonos huir, detenernos o atacar. Pues bien, parece ser que nuestras piernas, inconscientemente, siguen «protegiéndonos» de los «peligros» más cotidianos. Allan y Bárbara Pease (2006) mantienen que las piernas cruzadas revelan una actitud cerrada, sumisa o a la defensiva; en cambio, las piernas abiertas o sin cruzar indican una actitud abierta o de dominio. Pero ese cierre puede producirse también a la altura de los tobillos, indicando con ello también esa incomodidad.

Adaptadores sutiles que denotan inseguridad o nerviosismo

Existen multitud de formas camufladas de cruzarse de brazos que llevan a cabo aquellas personas que prefieren proyectar una actitud controlada y de calma. Sin embargo, en realidad, son indicadores de su estado de nerviosismo o inseguridad. Nos referimos a esos gestos sutiles que suponen cruzar los brazos por delante del cuerpo, como el que se realiza para ajustarse los gemelos, una pulsera, el reloj o tocarse el botón del puño de la chaqueta o cualquier objeto que se encuentra en el otro brazo.

En el caso de las mujeres, estas barreras sutiles suelen formarlas sujetando un bolso, una carpeta o un ramo de flores.

Una mezcla de inseguridad y nerviosismo incluiría a aquellos autoadaptadores en los que las manos peinan el pelo o tocan los labios, o en los que los sujetos se muerden las uñas, introducen un dedo en la boca, etc.

5. NOTACIÓN DEL MOVIMIENTO CORPORAL

Sabemos que el comportamiento humano puede ser tanto verbal como no verbal (Scherer y Ellgring, 2007) y que, dentro del comportamiento no verbal, podemos encontrar comunicación paraverbal (sonidos), expresiones faciales, gestos y miradas, así como el propio movimiento del cuerpo, analizado por la biomecánica y la kinesiología (Hinson, 1977).

La biomecánica es la ciencia que examina las fuerzas interiores y exteriores que actúan sobre el cuerpo humano y los efectos producidos por ellas. Se apoya en las ciencias biomédicas y tecnológicas. Por otro lado, la kinesiología es la ciencia que estudia el movimiento. Se trata de un conjunto de ciencias que busca analizar la estructura y la función del sistema osteomuscular del cuerpo humano (Birdwhistell, 1970).

Así, el movimiento del cuerpo se puede estudiar haciendo especial referencia tanto a las posturas del cuerpo como al movimiento del cuerpo en sí mismo, la cinemática, como afirma Bull (1987). Ambas acciones son importantes, midiéndose de manera automática a través de la dinámica, es decir, de la cinética y de la estática. Podemos definir la cinemática como la rama de la física que estudia las leyes del movimiento, la posición y la trayectoria, y a la dinámica como la parte de la mecánica que estudia la relación del movimiento, incluidas las causas que lo producen. Así, la cinética sería el movimiento en sí mismo, y la estática, el equilibrio.

La medida del movimiento corporal y su representación son ámbitos objeto de estudio desde hace muchos siglos (Meijer, 1989). Ya la bipedestación, mantenerse de pie, al igual que andar, se ha considerado a menudo como una tarea motora automática o controlada mediante reflejos, esto es, una respuesta motora generada de manera involuntaria en reacción ante un estímulo sin que requiera una decisión consciente. El especial interés por su análisis es debido a que tanto el movimiento como la postura corporal nos hablan de la acción y de la intención de la persona, de su afectación o estado mental y de su actitud ante la circunstancia que está viviendo (Wallbott, 1998).

Vemos, por tanto, que el movimiento corporal puede ser consciente o inconsciente (Neumann, 2002), llegando a realizarse de manera automática. Por último, las manifestaciones externas del movimiento corporal pueden llevarse a cabo de manera individual, como la frustración o la agresión, o a través de la interacción con otros, en situaciones de dominación, turnos o interrupciones.

Del mismo modo, podemos medir el movimiento del cuerpo a través de respuestas hipótesis sobre el comportamiento no verbal, respuestas hipótesis sobre fenómenos con correlatos verbales, modelos computacionales de la conducta corporal humana y control de la comunicación y juegos (Wallbott, 1998).

Como afirman Deal, Montillaro y Scherer (2012a), la medición del cuerpo y su movimiento puede ser tanto cualitativa (codificación) como cuantitativa (captura del movimiento). La medición cualitativa suele llevarse a cabo de forma manual, a través de observadores que recojan y codifiquen los comportamientos específicos y con el posible sesgo existente, y mediante el análisis de la frecuencia de diferentes comportamientos en el tiempo.

A la hora de llevar a cabo la codificación de los comportamientos no verbales deberemos tener en cuenta todas las interpretaciones que pueden darse, así como los movimientos irrelevantes que pueden y deben ser ignorados. Fundamental resulta el aspecto relacionado con que el esquema de codificación debe ser conocido de antemano, requiriendo de un análisis.

Es importante resaltar la lentitud con la que se lleva a cabo la codificación corporal, debido a la gran cantidad de codificadores utilizados, de los cuales habría que analizar su subjetividad y el sesgo posible existente. También hemos de tener muy presente que las codificaciones del movimiento corporal son cualitativas, no cuantitativas, por lo que habrá diferencias en la velocidad, la dirección y la forma en que deberán ser codificadas adicionalmente (Gross, Crane y Fredrickson, 2010).

El objetivo de la medición del movimiento corporal es el de una medición automática, rápida, llevada a cabo con un mínimo esfuerzo, con tendencia a la máxima objetividad y, por tanto, lo más cuantitativa posible. Esto nos lleva a minimizar la interpretación del comportamiento.

Historia del movimiento del cuerpo

El interés de los actuales patrones del movimiento humano y animal se remonta a los tiempos prehistóricos, donde eran dibujados en cavernas y levantadas estatuas en representación de los sistemas de locomoción humana y animal.

Más tarde, Aristóteles (330 a.C.) y Platón fueron considerados los padres de la biomecánica, ya que escribieron acerca de los segmentos corporales y movimientos y desplazamiento de los animales. En efecto, Aristóteles estudió diferentes partes corporales y el desplazamiento de animales. Afirmaba que el movimiento se produce por interacción con el suelo. Escribió obras como Del movimiento de los animales, De la marcha de los animales o De las partes de los animales (Hinson, 1977; Hutchinson, 1961).

Por otra parte, Leonardo da Vinci (1500) estudió el vuelo y las leyes del medio aéreo y acuático. Así, en su hombre de Vitruvio podemos observar la obra del primer científico biomecánico, donde sus observaciones del movimiento humano cumplían sorprendentemente la tercera ley de Newton (Klette y Tee, 2008).

En el siglo XIX, fue Eadweard Muybridge (1831-1904) quien realizó fotoseriaciones del movimiento humano y animal. Con la grabación y análisis de cualquier evento (desde una carrera de caballos hasta la marcha de un niño con parálisis cerebral o el desempeño de un atleta de alto rendimiento), la biomecánica (análisis del movimiento) ha progresado rápidamente en el siglo XX.

Etienne Jules Marey (1830-1904) llevaba a cabo fotografía cronocíclica del movimiento humano. Diferentes son los autores que utilizan el fusil fotográfico (1882), primero el manual y luego el eléctrico (1899). Braune y Fischer realizan los primeros análisis cinemáticos 3D, estudiando la marcha humana en diferentes deportes, entre los años 1895 y 1904.

En 1887, Moritz Benedikt utiliza la palabra biomecánica por primera vez en un seminario científico en Alemania. Más tarde será Nicholas Berstein (1896-1966) quien se centraría en el estudio de la eficacia y coordinación de diferentes movimientos, llegando a postular diversas teorías sobre el control motor de los movimientos. En Estados Unidos, Muybridge (1887) disparó 24 cámaras secuencialmente para grabar los patrones de un hombre caminando y corriendo.

Representación del movimiento del cuerpo

La biomecánica describe el movimiento, la adaptación al movimiento del cuerpo humano, mediante la descripción de las características del medio y su interacción con el ser humano (Hinson, 1977; Neumann, 2002). Se trata del estudio del control de nuestros movimientos y se ocupa de los procesos que ocurren desde que decidimos acometerlos hasta que activamos los músculos necesarios para poder realizarlos (Harrigan, 2005).

El cuerpo se puede representar como segmentos y articulaciones (Kipp, Neff y Albrecht, 2007). Los segmentos son las partes del cuerpo y tienen una longitud determinada. Las articulaciones conectan dichos segmentos. El control de las extremidades superiores implica la regulación jerárquica de varios segmentos corporales en los que el movimiento de cada articulación es función de los movimientos de otras articulaciones.

Así, el movimiento tiene lugar en las más de 200 articulaciones que tenemos los seres humanos, la mayor parte de ellas en espalda, manos y pies.

Todas las articulaciones entre sí forman un árbol cinemático, estando los segmentos conectados por las articulaciones que se sitúan en cada uno de sus extremos (Bänziger, Mortillaro y Scherer, 2012). La articulación de la raíz está en la parte superior del árbol, siendo estas articulaciones, las más altas en el árbol, las que afectan a la continuación de la cadena.

Las articulaciones se pueden mover en diferentes direcciones y cada dirección contiene un grado de libertad (DOF), pudiendo tener hasta tres DOF cada una de ellas. Las articulaciones giran alrededor de ejes y por cada eje hay un posible rasgo de movimiento. Esta gama está limitada por la rotación restringida. El DOF, con limitaciones, determina el espacio de movimiento.

Así, como asegura Birdwhistell (1970), podemos especificar una posición del cuerpo a partir de las rotaciones de todas las articulaciones.

Cuando los dos codos se flexionan y extienden a la vez, se dice que están en fase IN. Si uno se flexiona mientras que el otro se extiende, decimos que se hallan en antifase (AN). De igual manera podemos definir las relaciones entre codo y muñeca del mismo brazo: isodireccional (si ambos se flexionan o extienden) o no isodireccional (si van en sentidos opuestos). Con todo, habrá hasta ocho combinaciones de modo de coordinación, algunas más difíciles de ejecutar que otras en razón de las preferencias naturales.

Como afirman Bänzinger y Scherer (2010), a la hora de realizar notación del movimiento corporal, a menudo estamos interesados en la localización de los efectores terminales (manos, pies o cabeza), ya que el mismo lugar en una mano puede tener diferentes conjuntos de rotaciones. La comparación de las posiciones sobre la base de rotaciones conjuntas es difícil. Las ubicaciones conjuntas son puntos en el espacio 3D y cada punto se puede escribir como x, y o z, con distancias a lo largo de ejes desde el origen. El origen es el punto 0, 0, 0, siendo necesario, por tanto, definir los ejes.

En suma, una postura corporal puede ser descrita por el enganche de todas las articulaciones y un movimiento corporal se producirá por el cambio de posición en una habitación mediante el movimiento de todas las articulaciones. De esta manera, la ubicación global inicial dependerá del origen dispuesto en la habitación como referencia, utilizando la posición en el espacio junto con la postura localizada del cuerpo para ello. También se puede tomar como referencia una ubicación conjunta local, es decir, relativa a una parte del propio cuerpo (Kipp et al., 2007; Laban, 1975).

El origen local, normalmente, está ubicado en la pelvis, que es la unión de la raíz más frecuente. Así, la localización de una articulación será la ubicación de la pelvis más la ubicación relativa de las articulaciones. La ubicación local no será otra cosa que la localización global menos el origen local. Podemos ver, por tanto, que las ubicaciones conjuntas no dependen de la posición en el espacio, llamando a esto normalización de la posición. Esta normalización nos ayudará a comparar rápidamente las posturas y deducir si son, o no, la misma.

De esta manera podemos representar las posiciones del cuerpo como articulaciones conjuntas en 3D (Poppe, 2010) y normalizar las ubicaciones conjuntas de posición global y de orientación global. Sólo nos quedaría calcular las diferencias entre posturas, necesarias para el análisis cuantitativo del movimiento y la posición del cuerpo (Sayette, Cohn, Wertz, Perrott y Parrott, 2001).

Como hemos visto, la diferencia de la postura radica en la distancia entre todos los pares de articulaciones, ya que el movimiento corresponde a las posturas del cuerpo a lo largo del tiempo. De esta manera, al promediar las distancias en el tiempo, podemos calcular el movimiento promedio. Esto lo podemos hacer para el cuerpo entero o por articulación/extremidad.

Movimiento corporal: sensores y dispositivos

El movimiento corporal analizado a través de sensores y dispositivos se utiliza ampliamente para la realización de películas y creación de videojuegos. Así, Avatar o El Señor de los Anillos utilizaron este tipo de técnicas y medios para llevar a cabo su producción.

Existen diferentes técnicas, con dispositivos especiales y sin ellos. Los que tienen dispositivos especiales pueden ser mecánicos (medición de ángulos y distancias directamente), marcadores (marcadores visibles en el cuerpo) e inerciales (a través de sensores magnéticos en el cuerpo). Aquellos que no utilizan dispositivos especiales recogen la visión a través de una cámara de profundidad.

Encontramos diferentes modelos. Uno de los más conocidos es el Animazoo Gypsy 5, con trajes sensores que miden ángulos y extensión. La medición es directa y permite el control de varios actores al mismo tiempo. Su principal inconveniente es la dificultad de preparación en su uso y el número limitado de las articulaciones, que, además, limita la libertad de movimiento. El Vicon MX utiliza marcadores retroreflectantes unidos a un traje o a través de correajes. Este sistema otorga mayor libertad en la configuración del marcador. Se requieren muchas cámaras para su grabación, teniendo como limitación más importante que los marcadores pueden intercambiarse o caerse con facilidad. El Xsens MVN está conformado por sensores con giroscopios en correas que permiten el uso de un gran espacio escénico, así como la grabación al aire libre, incluso con múltiples actores. Las cámaras de profundidad, como la Microsoft Kinect, la Asus Xtion o la PrimeSense, son también utilizadas para la notación del movimiento corporal, evitando los sensores en el cuerpo, pero teniendo una precisión relativamente baja, dificultades con la luz directa del sol y limitaciones en el espacio escénico (Gary Bente, Krämer, Petersen y de Ruiter, 2001).

BAP: Body Action and Posture System

Para poder realizar una correcta notación y análisis del movimiento corporal no debemos perder de vista el hecho de que el cuerpo nos muestra no sólo las emociones, sino con qué intensidad se están viviendo éstas. Laban (1975), hace décadas, ya llevó a cabo el reconocimiento automático de las expresiones del cuerpo a través del estudio de la velocidad, la fuerza, la suavidad y la tensión que se produce en el movimiento. Así, tanto la postura del conjunto del cuerpo y de ciertas partes del mismo de gran importancia como las manos, están todavía hoy en día poco investigadas. Y es en este punto cuando resulta fundamental analizar el movimiento corporal a través de sus sistemas de codificación.

Para ello deberemos analizar cada uno de los movimientos realizados, separando cuándo aparece el movimiento, cuánto tiempo dura y cómo se segmenta en submovimientos, todo ello para su mejor análisis y con objeto de desarrollar un sistema de codificación capaz de proporcionar descripciones sistemáticas y fiables de los movimientos del cuerpo, con un enfoque particular en la expresión corporal de la emoción.

El BAP (Dael et al., 2012a) es un sistema de codificación de la postura corporal basado en patrones de movimiento. El sistema está diseñado por 10 actores que representan un total de 17 emociones. Se compone de un manual en el que se definen las emociones representadas, así como las diferentes normas para la realización de la codificación. Estos movimientos corporales que representan las diferentes emociones (GEMP) (Bänziger y Scherer, 2010) son grabados utilizando el programa informático ANVIL (Kipp, 2007), que utiliza una doble cámara, frontal y lateral, con un plano medio (hasta la rodilla del actor) y permite su análisis siguiendo criterios científicos (Kipp, 2007).

En la realización del análisis y notación del movimiento corporal debemos tener en cuenta la existencia del sesgo del observador, que para que sea el mínimo posible debe disponer siempre del manual y de las definiciones y comprenderlas con claridad, no codificar en el caso de que se encuentren dudas, y realizar la codificación de manera ordenada, una articulación cada vez, en el caso de que se trate de un movimiento multiarticulación.

Así, debemos tener en cuenta que tendremos que centrarnos en una articulación por cada análisis, diferenciar la articulación real del artefacto (o segmento), distinguir entre postura y acción y tener clara cuál es la dirección del movimiento, así como los puntos de tiempo.

Por tanto, definimos la unidad de postura como la que se conforma a partir de la unión de la postura de la cabeza, el tronco y los brazos, codificando los movimientos realizados por las articulaciones, es decir, el cuello, el tronco (a través de la columna vertebral y el pecho), los hombros, los codos, las muñecas y los dedos (para cada uno de los brazos), así como las rodillas y las caderas para las extremidades inferiores.

La postura codificada con el BAP será la descrita según la orientación de la cabeza, la orientación del tronco, la postura general, la postura de los brazos y la mirada. Los comportamientos codificados irán desde el movimiento de cabeza o el movimiento de tronco hasta el movimiento de los brazos (Dael, Mortillaro y Scherer, 2012b).

Para llevar a cabo la codificación, los codificadores se encontrarán ante las imágenes de vídeo, sin voz, con las imágenes frontales y laterales de las cámaras de manera simultánea y siendo reproducidos éstos a una velocidad normal y con una velocidad reducida. Así, encontraremos ejemplos de interés, irritación, desesperación, ansiedad, miedo, pánico, ira, euforia, alegría, orgullo, placer, tristeza, alivio o diversión.

La notación del movimiento corporal está en auge y la investigación en este campo avanza a pasos agigantados (Pollick, Paterson, Bruderlin y Sanford, 2001). Con todo, queda mucho por hacer, necesitando mediciones más detalladas y precisas del movimiento del cuerpo y de las expresiones faciales. No solamente debemos medir, sino también comprender cuál es el comportamiento corporal, llegando a un análisis cada vez más cuantitativo y pudiendo incluso anticiparnos al propio movimiento mediante el estudio de la variabilidad del comportamiento entre los sujetos. Estas líneas de investigación se están experimentando con gran éxito a través de personajes virtuales y robots (Tracy y Robins, 2007).

Junto al análisis del movimiento en robots, películas y videojuegos, el futuro de la notación del movimiento corporal es el de lograr un correcto análisis del mismo y de las emociones transmitidas por él. No debemos olvidar que la postura y el movimiento corporal nos hablan tanto de la acción como de la intención de la persona, su afectación o estado mental y su actitud ante la circunstancia que está viviendo. En este aspecto, la investigación de las interpretaciones del movimiento corporal en diferentes culturas puede ayudarnos a establecer programas de seguridad integral, fundamentales para el bienestar en el actual mundo globalizado.

NOTAS

1 Imagen extraída de la web www.elfutbolesinjusto.com «En defensa de los defensores», artículo de Ayoze Montesinos. En http://www.elfutbolesinjusto.com/hemeroteca/en-defensa-de-los-defensores/