6

Otros canales

ALICIA MARTOS GARRIDO

MARTA GRAU OLIVARES

JOSÉ MANUEL PETISCO

1. INTRODUCCIÓN

Los canales que se desarrollan a continuación se han considerado tradicionalmente de una forma más secundaria que, por ejemplo, la expresión facial o el canal gestual, y no por su menor importancia, sino por la falta de interés en su tratamiento y las dificultades existentes para su estudio bajo un sustento científico válido. Aun así, en este capítulo podremos comprobar cómo hay resultados muy interesantes que cierran un adecuado y completo análisis de comportamiento no verbal a través del conocimiento y cuidado de los cuatro canales que hemos querido incluir bajo el epígrafe «otros canales»: háptica, apariencia, oculésica y cronémica.

En este sentido, el contacto físico (canal háptico) no es sólo sustancial en las relaciones humanas, sino que se trata de una necesidad básica en todos los seres vivos; provocar el contacto físico o, por el contrario, evitarlo, puede indicar una actitud positiva o negativa respecto al prójimo, determinar un estatus concreto en la jerarquía de la interacción o el origen cultural de cada cual.

El aspecto personal se considera un canal de comunicación interpersonal de gran influencia; la preferencia por un estilo de vestir determinado, el peinado, los complementos e incluso la elección y combinación de colores forman parte del estudio de este canal. Su influencia es especialmente significativa en la formación de primeras impresiones; además, dado que es un canal controlable fácilmente y de considerable relevancia en ciertos contextos sociales y de negocio, se suele invertir bastante esfuerzo y atención al diseño y cuidado de este componente de la comunicación.

Por su parte, en el estudio de la mirada (canal oculésico) se incluyen variables tan específicas como la dilatación y reducción de pupilas, la duración de la mirada, su dirección, fuerza y desvío, su camuflaje por medio de complementos, número de parpadeos, etc. Y, lo que es más interesante, en este capítulo comprobaremos si efectivamente la oculésica se relaciona con la mentira, qué hay de verdad en ello y qué hay de mito en las afirmaciones al respecto.

Por último, profundizaremos en la utilización del tiempo. La cronémica es un canal de comunicación «silencioso» pero de valiosa importancia; la exactitud, el rigor o la falta de cumplimiento en los plazos, la distribución del tiempo entre diferentes tareas o personas, hacer perder el tiempo a los demás o tratar de ganar tiempo a su costa, influirán directamente en el mensaje y dejarán huella en la interacción comunicativa. Además, la actitud hacia el tiempo en las diferentes culturas es bien distinta; un uso inadecuado o el desconocimiento de este canal puede suponer una barrera comunicativa en encuentros interculturales y convertirse así en fuente de tensión y malos entendidos.

2. HÁPTICA

«Tocar a una persona puede ser más significativo que mil palabras.»

VAN MANEN (1998)

Haptic es una palabra inglesa que proviene del término griego haptikos, que significa «relacionado con la capacidad de tocar». No se define el tacto como sentido único, sino que más bien se trata de una serie de mecanismos sensoriales. Este término toma su fuerza en los últimos tiempos de la mano de la investigación en cibernética y videojuegos.

De todas las investigaciones realizadas sobre la percepción háptica se desprende que no es un tipo de percepción secundaria e inferior a la percepción visual, ya que mientras la visión está preparada para la codificación de la forma y el tamaño de los objetos, el sistema háptico está especializado en la codificación de propiedades de la sustancia como la dureza, la textura, la temperatura y el peso de los objetos (Klatzky y Lederman, 1987). Tocar es un acto activo en el que la persona decide palpar un objeto para obtener información sobre él (dureza, tamaño, volumen, peso, etc.). Además de esta información se reciben otras sensaciones de forma pasiva a través de la piel mediante diversos sensores.

Cuando hablamos de percepción háptica, pues, nos referimos al sentido táctil, formado por una parte cutánea y otra cinestésica, ambas involucradas en la acción de tocar de una manera propositiva, de forma activa y voluntaria (Ballesteros, 1993). Este tacto activo nos proporciona información sobre los objetos y el mundo que nos rodea. Todo ello hace que la percepción háptica sea de suma importancia para los sujetos invidentes, llegando a sustituir a la visión en su percepción y comunicación con el entorno.

La sensación del tacto es una de las primeras capacidades que se desarrollan en el feto, y su posterior evolución, a medida que se alcanza la edad adulta, depende mucho de otros sentidos como la visión. El tacto, así, se convierte en el primer medio de comunicación que poseemos, ya que el reconocimiento de objetos, tanto visual como háptico, se desarrolla durante los seis primeros meses de vida (Lewkowicz, 1994).

Todo ser humano necesita tocar y ser tocado, ya que el contacto físico es fundamental para el desarrollo humano. Si se priva de contactos cutáneos a los niños durante los primeros seis meses de vida, es posible que desarrollen patologías de diferente índole. En la Segunda Guerra Mundial se pudo observar que los niños que residían en orfanatos o instituciones similares donde apenas eran tocados por cuidadores, enfermeras o el personal asistente, presentaron un alto grado de mortalidad (Spitz, 1965). Esta falta de afecto produce en los niños ansiedad por la necesidad de ser tocados, y si no se cubre dicha necesidad, puede llegar a causar graves daños, como la enfermedad denominada marasmo (agotamiento). Actualmente, el marasmo se ha sustituido por la palabra hospitalismo, que se caracteriza por la falta de aumento de peso, pocas horas de sueño, apatía, tristeza y casi total ausencia de la sonrisa y el habla, defecaciones frecuentes y posibilidad de padecer procesos febriles de gravedad.

Se habla del tacto como de una interacción especial de las personas que suele ser relevante tanto a nivel educacional como a niveles físico y emocional. Entonces podemos hablar de contacto (Phyllis, 1998), que vendrá definido como «el sentimiento de satisfacción producido por el contacto entre dos pieles, que puede ser calmante, curativo, cariñoso, afectivo, consolador o donante de seguridad. Puede adoptar la forma de roce, palmadas, masajes, caricias, o bien de mecer, abrazar o sostener». Se trata de una vía de comunicación fundamental entre seres humanos y de intercambio social a través del cual se forman alianzas, cooperación entre individuos, se negocian diferencias de estatus, se liman asperezas y se expresan sentimientos sexuales y de amor (Hertenstein, Keltner, App, Bulleit y Jaskolka, 2006).

Como sucede con otros factores de conducta, el táctil se ve favorecido o inhibido por la cultura y el entorno físico que rodea a las personas. La cantidad de contacto que ocurre dentro de una cultura se basa mayoritariamente en si la cultura es de alto contexto o de bajo contexto.

Se dice que una cultura es de alto contexto cuando culturalmente asume que cada uno de sus miembros conoce las reglas culturales y las expectativas no tienen que ser especificadas, «la mayoría de la información se encuentra en el contexto físico o en la persona, mientras que muy poco se encuentra en el código transmitido, explícitamente, como parte de un mensaje» (E. T. Hall, 1976). Este tipo de contexto se encuentra especialmente en las culturas orientales y en los países donde hay poca diversidad racial. En este tipo de cultura existe un fuerte sentido de tradición e historia y tiende a cambiar muy poco con el tiempo. Con respecto al contacto físico, sus miembros saben exactamente cuándo y cómo tocar en función de un estricto código no verbal comúnmente entendido y aceptado. El Medio Oriente, Asia, África y América del Sur son ejemplos de culturas de alto contexto.

Diremos que una cultura es de bajo contexto cuando se trata de una cultura que comunica las expectativas sociales mediante palabras, opuesta a la interpretación o al contexto. Comunicación de bajo contexto significa que «la mayoría de la información esta concedida en el código explícito» (E. T. Hall, 1976). Los miembros de culturas de bajo contexto valoran los hechos, los números y la franqueza. Estados Unidos y Alemania son culturas típicamente consideradas de bajo contexto donde se valora la individualidad en la sociedad.

Referencia de países:

Países no contacto: Japón, Estados Unidos, Reino Unido y Australia.

Países mediano contacto: Francia, China e India.

Territorios de alto contacto: Medio Oriente, América Latina, Italia, España.

La frecuencia del contacto también varía significativamente entre culturas diferentes. Harper et al. (1978) se han referido a ello en varios estudios. En uno de éstos examinaron los contactos que se producían en salas de café. Durante una hora se contabilizaron 180 contactos entre puertorriqueños, 110 entre franceses, 2 entre estadounidenses y ninguno entre ingleses. Para saber si alguien está teniendo más contacto de lo normal es necesario, primero, saber que es «normal» en su cultura, ya que en países con alto nivel de contacto un beso en la mejilla puede ser un saludo respetuoso, mientras que en Suecia se podría considerar arrogante.

Así pues, la conducta háptica se usa también para indicar el grado de intimidad entre dos sujetos.

Heslin (1974) distinguió entre los siguientes grados de intimidad:

1.Funcional (profesional).

2.Social (educación).

3.Amistad (relación cálida).

4.Amor (intimidad).

5.Excitación sexual.

Dependiendo de la cultura en la que nos hallemos, un mismo gesto háptico puede ser interpretado con diferente nivel de intimidad; por ejemplo, un apretón fuerte de manos en España puede ser considerado de nivel 2 de intimidad, y quizá para un nórdico puede ser demasiado «amigable» y considerarlo de nivel 3.

Jandt (2004) observó que dos hombres que se sostienen las manos en algunos países es considerado como un símbolo de amistad, mientras que en Estados Unidos el mismo código táctil probablemente sería considerado como un símbolo de amor homosexual.

Se debe tener muy en cuenta la situación, la cultura e incluso el género de los individuos, porque ser tocado pude tener significados muy diferentes dependiendo de estos factores.

Por ejemplo, se ha observado que los hombres utilizan menos el contacto físico que las mujeres en las interacciones sociales (T. Field, 2001). Además, el tacto puede comunicar diferentes emociones dependiendo del género, tal y como han observado en un estudio Hertenstein y Keltner (2011). Así pues, las mujeres comunicarían sentimientos de simpatía y alegría mediante breves toques en el brazo, lo que para los hombres sería interpretado como sentimientos de enfado y rabia. Estos datos concuerdan con la bien documentada tendencia de los hombres a mostrar una conducta más agresiva que las mujeres (Daly y Wilson, 1994).

Hay una gran cantidad de estudios que señalan el poder del tacto en diferentes ámbitos, sobre todo en el profesional. El sentido háptico es fundamental en algunas profesiones que trabajan con personas, como en el ámbito de la salud, en restauración, en ventas, etc.

En el ámbito de la salud se ha visto que el simple gesto de tocar a los pacientes puede ayudar a aumentar el compromiso real de éstos a terminar y cumplir el tratamiento. Además, este pequeño gesto, como un ligero toque en el brazo o en el hombro, provoca en los pacientes una percepción muy positiva del médico que les atiende. El contacto terapéutico puede abarcar desde el simple contacto de las manos hasta un gran abrazo. Este contacto debe ser lo suficientemente largo como para establecer un contacto firme, pero no tan largo como para crear una sensación incómoda (Bacord y Dixon, 1984).

Corey, Corey y Callahan (1984) concluyen que la duración y naturaleza del contato físico no debe generar malestar ni en el terapeuta ni en el paciente, y que, siempre, el contato físico debe ser adecuado a las necesidades del paciente en ese momento concreto del tratamiento. De esta manera, el contacto físico ha sido usado con eficacia en pacientes que experimentan dolor, trauma, depresión, o que han sido abusados, víctimas de negligencia, etc. Por el contrario, los autores nos revelan que existen situaciones en las que el contacto físico no es recomendado. Older (1982) nos describe estas posibles situaciones:

Si el terapeuta no quiere tocar al paciente.

Si siente que el paciente no quiere ser tocado.

Si cree que el paciente quiere ser tocado pero no cree que el contacto sea eficaz.

Si el terapeuta se siente manipulado o coaccionado en su contacto físico o es consciente de sus sentimientos tendentes a la manipulación o coacción al paciente.

Algunos autores (Willson y Masson, 1986) han observado que las mujeres terapeutas son más favorables al contacto físico que los hombres terapeutas, y que los profesionales que tienen un nivel académico de doctor utilizan más el contacto físico en su rutina profesional. Además, se detectó una mayor utilización del contacto físico por parte de los terapeutas que trabajan en centros públicos que en los que trabajaban en centros privados, siendo los trabajadores sociales y los psicólogos los que más lo utilizan, en detrimento de los psiquiatras, que no son proclives a su uso.

Otro ámbito en el que se ha estudiado el poder del tacto es en el contacto con el público. Se han realizado numerosas investigaciones sobre cómo un ligero toque en la parte superior del brazo puede aumentar la actitud de colaboración, el consentimiento y la comunicación. Algunos autores observaron que los clientes de un restaurante que eran tocados ligeramente por el camarero se mostraban más generosos en sus propinas (Guéguen y Jacob, 2005). Este efecto positivo también se ha observado en los comercios, donde la acción de tocar a clientes potenciales hacía aumentar la venta de productos (Guéguen, 2001), o bien animaba al prójimo a devolver un dinero encontrado en una cabina de teléfono según el experimento de Kleinke (1977). Un leve contacto en el brazo también consigue que una persona tenga más perseverancia cuando ejecuta una tarea difícil, como, por ejemplo, responder a un cuestionario sobre temas íntimos (Nannberg y Hansen, 1994).

La literatura aporta evidencias de que con un breve toque de un segundo en el antebrazo se pueden comunicar emociones prosociales esenciales para la cooperación dentro de los grupos, como la gratitud, la simpatía y el amor. El contacto entre individuos también promueve la confianza, un componente esencial de la cooperación a largo plazo, al mismo tiempo que reduce la sensación de amenaza. También permite un incremento de las conductas cooperativas dentro de un grupo, favoreciendo un mejor rendimiento. Ello es de vital importancia en diferentes ámbitos, como, por ejemplo, en el deportivo. Algunos autores (Kraus, Huang y Keltner, 2010) han observado que el contacto entre compañeros de equipo aumenta el rendimiento y los resultados de equipos de la NBA, produciéndose una mayor confianza y cooperación entre los jugadores.

El contacto físico, el sentido del tacto, a pesar de ser un poderosísimo estímulo no verbal (y por tanto de comunicación), no ha recibido hasta hoy mucha atención desde el mundo académico. Se trata de un aspecto de la comunicación con fuertes tabúes asociados, sobre todo de la época psicoanalítica, en la que se mantiene una posición conservadora a la hora de utilizar el contacto físico en el ámbito profesional.

3. APARIENCIA

«Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.»

NICOLÁS MAQUIAVELO

Entendemos por «apariencia» el aspecto exterior de una persona o cosa, es decir, cómo nos ven y nos perciben los demás, siendo uno de los componentes principales del comportamiento no verbal. A través de este canal nos comunicamos continuamente y repercute en cómo los demás se dirigen a nosotros.

Los seres humanos tendemos, en la mayoría de las circunstancias, y sólo basándonos en esa mirada externa que hacemos, a hacer juicios de valor sobre el posible comportamiento o forma de ser de los demás. Así pues, una persona que le dedica demasiada atención a su físico, tradicionalmente, es apreciada por el resto como superflua, hueca y poco inteligente, aunque nada tenga que ver con la realidad, en tanto que una persona que se viste extremadamente formal e incluso para asistir a una fiesta se viste de traje y corbata, generalmente, se pensará que se trata de una persona inteligente, seria y reflexiva, aunque por supuesto en realidad no sea así. Ello da muestra de que estamos sujetos a estereotipos que generalmente terminan condicionando la idea que nos formamos del resto de personas. Esta situación, a la larga, no sólo afecta a los individuos que prejuzgamos, sino también a nosotros mismos, pudiendo dificultar las relaciones futuras, ya que probablemente no queramos tratar a alguien por su apariencia y estemos incurriendo en un grave error. Como popularmente se dice «las apariencias engañan», y no siempre la imagen exterior de alguien nos dice lo que la persona realmente es.

Aunque hay rasgos que son innatos, como, por ejemplo, la forma de la cara, la estructura del cuerpo, el color de los ojos, el del pelo, etc., hoy en día se puede transformar casi completamente la apariencia personal. Dejando aparte la cirugía plástica y demás intervenciones médicas, podemos cambiar a voluntad casi todos los elementos exteriores de una persona. Desde teñirse el pelo, maquillarse la cara, aumentar la estatura por medio de zapatos con tacones, hasta, incluso, cambiarse el color de los ojos por medio de lentes de contacto. Las ropas y adornos tienen también un papel importante en la apariencia personal, así como los tatuajes, los piercings, etc.

Según Argyle (1972), «la apariencia es manejada y manipulada deliberadamente; algunas personas se preocupan mucho con respecto a esta forma de comunicación, en cambio, otras se cuidan muy poco. Sin embargo, mucha gente, la mayoría quizá, tiene poca idea de lo que está tratando de comunicar».

Las características de la apariencia personal ofrecen información a los demás sobre el atractivo, el estatus, el grado de conformidad, la personalidad, la clase social, el estilo y el gusto, la sexualidad y la edad de ese individuo, y suele tener efecto sobre las percepciones y reacciones de los otros. Así pues, «la gente puede no llegar a tener nunca una oportunidad de conocer el interior de la persona si es rechazada por la apariencia externa» (Gambrill y Richey, 1985).

Un elemento de la apariencia personal al que se le suele otorgar bastante importancia aunque no se reconozca muchas veces es al atractivo físico. La gente continuamente afirma que el atractivo físico del otro no tiene efecto sobre ella, sobre sus percepciones o sobre su conducta cuando parece no ser así. La investigación experimental muestra que la persona media infraestima drásticamente la influencia del atractivo físico sobre ella. Además, aunque el dinero gastado por algunas personas en la mejora del atractivo físico es muy elevado, existe una tendencia generalizada a negar, a no reconocer o a minimizar este hecho.

Los componentes del atractivo personal son:

La ropa.

El físico.

La cara.

Las manos.

Cuando la gente se conoce por primera vez, su apariencia personal es el rasgo más obvio y accesible. El hecho de que una persona pueda ser inteligente, educada, sana, competente, etc., es más importante a lo largo de la vida y mucho más informativo, pero dicha información no se encuentra fácilmente disponible. Parece que muchas veces la habilidad social está ligada con el atractivo físico y puede ser que muchos sujetos, en la relación con el sexo opuesto, sean inhábiles debido a la percepción de su atractivo físico.

De ello se desprende que la imagen que ofrecemos a los demás mediante nuestra apariencia es una fuente muy importante de comunicación no verbal. Esta apariencia afecta a nuestra credibilidad y a nuestra imagen pública. La credibilidad de una persona se construye a partir de la congruencia entre lo que ésta dice, lo que hace y lo que transmite su apariencia. Víctor Gordoa, en su libro El poder de la imagen pública (Gordoa, 2007), dice que «lo primero que descubrí fue que en los perdedores su apariencia decía una cosa, mientras que su discurso decía otra, sus fotografías transmitían un mensaje distinto y acababan por arruinar la comunicación con sus declaraciones personales». En contraparte, «en los triunfadores había una gran congruencia en el mensaje: su apariencia personal iba acorde con su palabra, ésta con su actuación corporal, lo anterior con sus vídeos y fotografías, para rematar con sus apariciones en un escenario concordante».

La formación de una primera imagen en la mente de los demás no es opcional, sino que es un fenómeno inevitable; el 83 % de las decisiones que tomamos se basan en esta primera impresión, que normalmente nos entra por el sentido de la vista. Un vistazo deja en nosotros una primera impresión sobre una persona o una empresa, que generalmente es la que perdura, aunque posteriormente se reciban estímulos racionales que transmitan mensajes diferentes.

Para dar una idea de la importancia de la primera impresión basta citar el resultado de una encuesta que realizó recientemente el Centro de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad de Hong Kong. En una muestra de 545 mujeres de entre 18 y 40 años, el 81 % afirmó que la apariencia es un factor muy importante en la búsqueda de la pareja ideal. De ellas, el 92 % reconoció que la pérdida de cabello afecta a la apariencia personal de los hombres, al grado de incidir de forma importante en su atractivo personal y en su imagen, al hacerlos ver con edad más avanzada. Inclusive, el 47 % de las encuestadas afirmó que los hombres sin cabello parecen menos confiables (Bonilla, 2003).

En un experimento que se realizó en Alemania entre 98 jefes de personal, se les envió el currículum de algunos candidatos de empleados, acompañados algunos con fotografías de las mismas personas, con cabello y en otros habiéndoles quitado el cabello mediante retoques digitales. El 41 % de los aspirantes con cabello fueron llamados posteriormente a una entrevista para selección de personal, contra sólo el 27 % de las mismas personas que aparecieron en la fotografía sin cabello (Bonilla, 2003).

La forma de vestir de un individuo también influye en la impresión que los demás se forman de él y de la percepción de su persona y su identidad; ello afecta a la actitud que tienen hacia ese sujeto. Del modo de vestir de un sujeto se puede inferir mucha información, como su identidad, valores, actitudes, humor, etc. Según Gregory Stone (1962), la apariencia es la fase de la interacción social en la que se establece la identificación de los participantes.

En un estudio realizado por Nash (1977) se observaron las interacciones de corredores dependiendo de su forma de vestir. Así pues, cuando dos corredores vestían de modo similar, solían entablar una larga conversación, mientras que cuando vestían de modo distinto tan sólo se saludaban brevemente con gestos. En otro estudio, los autores hallaron que el modo de vestir influía en las donaciones o la petición de firmas, de modo que los solicitantes que iban bien vestidos recogían más firmas y recaudaban más dinero que los que vestían de modo informal (Chaikin, Derlega, Yoder y Phillips, 1974).

Geffner y Gross (1984) hallaron que la gente solía obedecer más a un individuo cuando éste vestía de uniforme que cuando no lo llevaba. En esta misma línea está la investigación realizada por Behling (1994), en la que a varios profesores se les mostraron fotos de alumnos vestidos de modo informal y con uniformes de escuelas privadas. Los profesores calificaron a los estudiantes con uniforme como más disciplinados, competentes e inteligentes.

Livesley y Bromley (1973), por su parte, sugirieron que el modo de vestir de un individuo afecta a la conducta que los demás tienen hacia él dependiendo de la primera impresión que les cause. Esta primera impresión ocurre en una secuencia temporal que incluye cuatro fases:

1.El observador percibe información selectiva sobre el individuo, apreciando claves que tienen alguna relevancia personal o significado. Por ejemplo, el pelo largo del sujeto.

2.El observador infiere características personales del individuo basándose en las claves seleccionadas. Por ejemplo, un hombre con el pelo largo puede ser percibido como más liberal que otro con el pelo corto.

3.El observador infiere otros atributos que el individuo observado quizá posee. Por ejemplo, el observador se vale del pelo largo para inferir que el sujeto es liberal.

4.La información inferida es integrada formando una impresión para responder al individuo.

El modo de vestir no sólo tiene un efecto sobre los demás, sino también en nosotros mismos. En un estudio realizado por Adomaitis y Johnson (2005) se observó que cuando los empleados de una aerolínea vestían de modo informal, ellos mismos se comportaban de ese modo, y los demás también se dirigían a ellos de modo informal, en contraposición a cuando vestían uniforme; este cambio en el vestuario afectó a su conducta y al desempeño en su trabajo.

Como un aspecto relacionado con el canal de la apariencia, se debe dedicar un breve espacio a tratar lo que se ha dado en llamar psicología del color. Sabemos que el color influye en nuestros afectos, cognición y conducta, y tiene un significado específico. El color no es sólo cuestión de estética, sino que nos comunica información específica. Esta información puede venir de las asociaciones aprendidas debidas a relacionar ciertos pares de colores con determinados mensajes, conceptos o experiencias, pero también de la inclinación biológicamente determinada a responder a determinados colores de un modo concreto en situaciones específicas. Cuando percibimos el color se evoca en nosotros un proceso evaluativo que produce una conducta motivada. La percepción del color nos puede llevar a un significado positivo, provocando respuestas de acercamiento, o bien a un significado negativo, provocando respuestas de rechazo o evitación. Estas respuestas no son conscientes, sino que se trata de un proceso automático que depende del contexto en el que nos hallemos. Así pues, un determinado color puede tener diferentes implicaciones en sentimientos, pensamientos y conductas ante diferentes contextos (Elliot, Maier, Moller, Friedman y Meinhardt, 2007). Estos autores hallaron que el color rojo dificulta el rendimiento en tareas de logro, ya que inconscientemente se asocia con peligro y error, por lo que lleva a los individuos a una motivación evitativa de dichas tareas. Por lo contrario, el color verde se ha asociado a una mayor creatividad (Lichtenfeld, Elliot, Maier y Pekrun, 2012).

Otros autores, como N. J. Stone y English (1998), relacionaron los colores con mayor longitud de onda, como el rojo, con la excitación y activación del arousal, y los de menor longitud de onda, como el verde, con la calma.

Los colores oscuros, como el negro, tienen una fuerte implicación social, y normalmente se han asociado con la malicia, la agresividad y la muerte, por lo que evocan impresiones negativas en quien los lleva (Valdez y Mehrabian, 1994; J. E. Williams, 1964). En algunos estudios se observó que los individuos que vestían de negro eran percibidos por los demás como más agresivos y amenazadores (Frank y Gilovich, 1988; A. Vrij, 1997), así como más culpables de crímenes (Frank y Gilovich, 1988; A. Vrij, 1997) y más honestos (A. Vrij y Akehurst, 1997). Además, cuando un individuo viste con colores oscuros también afecta a la percepción de sí mismo, haciendo que se sienta más agresivo y violento, incrementando la probabilidad de conflicto con los otros (Elliot et al., 2007; Whitfield y Wiltshire, 1990).

En un estudio realizado por R. R. Johnson (2005), en el que varios sujetos eran entrevistados después de observar fotografías de policías vistiendo uniformes de diferentes colores (todo negro, pantalones negros y camisa azul claro, pantalones gris claro y camisa blanca y todo caqui), los sujetos debían calificar las fotos de policías según su impresión de maldad, agresividad y competencia. Los resultados mostraron que los entrevistados calificaron a los policías con uniforme negro como ligeramente más competentes, pero también como más agresivos y malos. A pesar de ello, los estudios comentados anteriormente tienen ciertas limitaciones, ya que no han tenido en cuenta las múltiples influencias que afectan a la conducta en situaciones de la vida real, y tan sólo son experimentos llevados a cabo en laboratorios. Por contra, Johnson (2013) realizó un estudio en condiciones ecológicas para determinar si los agentes de policía que vestían uniformes oscuros eran más agresivos que los que vestían uniformes de color claro, y si éstos recibían más asaltos, más quejas por parte de los ciudadanos y había un número mayor de ciudadanos asesinados por ese departamento de policía. Al contrario que en estudios anteriores, los resultados mostraron que el hecho de que los policías llevaran uniformes negros no estaba estadísticamente relacionado con la agresión a los ciudadanos, ni con un mayor número de asaltos ni quejas a dichos agentes de policía.

El color también tiene implicaciones en el marketing y las ventas. Mimura (2003) halló que cuando el fondo de los expositores de productos en un supermercado estaba pintado de color verde/azul llamaba mucho más la atención que cuando era de color blanco, aumentando las ventas de los productos que estaban en esos expositores.

La psicología del color ha realizado múltiples aportaciones a la literatura, aunque aún se requiere más investigación en este campo, ya que la mayoría de estudios realizados carece de rigor metodológico, no controlando determinadas variables, como, por ejemplo, la influencia del brillo y el croma en la tonalidad del color.

4. OCULÉSICA

«Para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada.»

ANTOINE DE SAINT-EXUPERY

La conducta visual es uno de los elementos más atractivos de la comunicación no verbal, de tal forma que establecer o no contacto ocular puede cambiar por completo el significado de una situación. Para autores como Julius Fast (1970), en prácticamente todas las interacciones humanas interviene la mirada de manera recíproca.

La «lectura» de un rostro siempre debe incluir la acción ocular, ya que nos facilita información de cómo se siente el otro, de cuál es su estado de ánimo. A través de la mirada se comunican actitudes interpersonales, sentimientos o características de la personalidad. Una persona que mantiene de forma extrema una mirada fija, será considerada como hostil o dominante, mientras que si una persona desvía frecuentemente la mirada, podrá ser considerada como tímida, sumisa, antipática o como muestra del deseo de terminar la interacción, y es que en cualquier conversación, la mirada cumple la función de regular el turno de palabra, de retroalimentar que estamos prestando atención, sincronizar y acompañar a la palabra hablada, así como señal para propiciar un encuentro o iniciar un saludo. Vicente Caballo (1993) mantiene que la ausencia de atención visual en un grado elevado puede interpretarse como evidencia de desinterés o pocas ganas de llegar a implicarse con el otro.

El posible análisis que hagamos sobre una mirada debe tener en cuenta otros elementos de la expresión facial, como la posición de las cejas o los labios. Así, una mirada de reojo puede significar cosas distintas, según vaya acompañada de un movimiento de cejas hacia abajo (entrecejo fruncido) y de la comisura de los labios también hacia abajo (indicadores de una actitud hostil, sospechosa o crítica), o, por el contrario, se combine con unas cejas ligeramente elevadas y comisura de los labios hacia arriba (indicadores de interés o, en interacciones con el otro sexo, como señal de cortejo).

Las distintas funciones que la mirada puede cumplir fueron sintetizadas por Jiménez-Burillo (1981) en una de sus publicaciones sobre psicología social:

Expresar actitudes interpersonales.

Recoger información del otro.

Regular el flujo de la comunicación entre los interlocutores.

Establecer y consolidar jerarquías entre los individuos.

Manifestar conductas de poder sobre otros.

Desencadenar conducta de cortejo.

Actuar de feedback sobre los efectos de la propia conducta en el otro.

Expresar el grado de atención mostrado por el otro.

Indicar el grado de implicación en lo que se dice o hace.

Debido a las muchas funciones de la mirada, su estudio resulta especialmente complejo dada la dificultad de distinguir la función específica desarrollada por la propia mirada en cada momento determinado. Jiménez-Burillo (1981) señala tres campos importantes de investigación en relación con la mirada: experimentos sobre la capacidad de percibir de las personas, de si están siendo directamente miradas o no; el significado de la mirada dentro del flujo de la conversación, y el impacto de la mirada en los otros.

Aunque las investigaciones científicas sobre oculésica son complejas y no muy abundantes, hay resultados muy interesantes y relevadores para interpretar algunos gestos oculares, características de la mirada y los efectos de su duración (fijación de la mirada) y de cómo se relaciona este canal con factores como la personalidad, el género, la cultura y la mentira.

Worthy (1999) realizó un estudio sobre el color de ojos tanto en humanos como en no humanos y llegó a la conclusión de que aquellos individuos con ojos oscuros se especializan en conductas que requieren sensibilidad, velocidad y respuestas reactivas, por ejemplo, son mejores defensas de fútbol y bateadores de béisbol, mientras que aquellos individuos de ojos claros se especializan en conductas que requieren vacilación, inhibición y respuestas autorreguladas, y serán, por ejemplo, buenos jugadores de medio campo, encestadores en tiro libre en baloncesto y magníficos lanzadores de béisbol.

Para Ricci y Cortesi (1980) la mirada forma parte integrante de la expresión global de la cara y es enormemente expresiva, resaltando la extraordinaria función que desarrollan los movimientos de los ojos en el transcurso de una interacción social. En dicha interacción social, para autores como Knapp (1980), la mirada recíproca se aprecia intensamente en la secuencia del saludo, desapareciendo casi por completo cuando se desea terminar el encuentro.

Se mira más al interlocutor cuando se habla de temas impersonales y menos cuando se habla de temas íntimos, muy personales o al expresar sentimientos. También se produce mayor contacto ocular cuando nos atrae la otra persona, nos cae bien o estamos interesados en las reacciones que provocamos. En cambio, el contacto visual disminuye ante personas que no nos interesan o a las que se les atribuye un estatus inferior. Según Ricci y Cortesi (1980), las personas introvertidas mantienen menor contacto ocular (en frecuencia y duración) que las extrovertidas; las personas con mayor necesidad de asociación, en situaciones amistosas o de colaboración, usan en mayor medida la mirada, mientras que en una situación competitiva utilizan más la mirada las personas dominantes. Estos autores mantienen que las mujeres utilizan la mirada bastante más que los hombres, especialmente hablando entre ellas. Del mismo modo, Kleck y Nuessle (1968) observaron que las mujeres presentan más actividad que los varones en casi todas las dimensiones de la mirada —frecuencia, duración y reciprocidad— y tienden a desviar más la mirada. También parece ser patrimonio predominante de las mujeres mirar y apartar la mirada en respuesta al contacto visual fijo de un hombre. Asimismo, estos autores observaron una serie de características de la personalidad que suelen asociarse con la mirada y con su ocultamiento: a unos observadores se les mostró un filme de personas que miraban bien el 15 %, o el 85 % del tiempo, y luego se les pidió que escogieran características que tipificaran a los interactuantes. A los que miraban el 15 % se les calificó de fríos, pesimistas, prudentes, defensivos, evasivos, indiferentes y sensibles; a los que miraban el 80 % se los juzgó como amables, seguros de sí mismos, espontáneos y sinceros. Los observadores parecen asociar más la ansiedad con la mirada escasa y la autoridad con la mirada abundante. Además, las personas más dominantes parecen más aptas para controlar las miradas del otro en situaciones de reprimenda, los varones dependientes miran más a un oyente que les proporciona pocos reforzadores sociales, mientras que los varones dominantes disminuyen la mirada cuando se dirigen a oyentes que brindan pocos elementos reforzadores y los extrovertidos parecen mirar fijo más a menudo que los introvertidos.

El investigador (Argyle y Dean, 1965) resalta cómo, en sus primeras semanas de vida, los bebés se sienten atraídos por los ojos y cómo la mirada puede tener un valor de recompensa al asociarse a recompensas de otro tipo, como el contacto físico o la comida. También afirma que sentirse mirado durante un breve lapso de tiempo puede resultar agradable y funcionar como refuerzo, pero si la mirada se prolonga, puede crear ansiedad e incomodidad. En este sentido, Davis (1976) mantiene que la forma de mirar fija es un medio de amenaza para muchos animales y también para el hombre, resaltando las reacciones violentas de los monos Rhesus cuando otro mono, o un ser humano, los mira fijamente.

La mirada fija incomoda, y ello puede ser debido a que el lugar hacia donde mira un individuo puede indicarnos cuál es su objeto de atención. Si una persona mira fijamente a otra, está indicando que su centro de atención está concentrado en ella, sin proporcionar señales de cuáles son sus verdaderas intenciones, lo que es suficiente para incomodar o poner nervioso a cualquiera. Ello podría explicar por qué nos sentimos incómodos ante personas ciegas o bizcas, ya que su comportamiento ocular no da ninguna clave sobre las intenciones de éste.

Kleinke (1986) descubrió que las miradas más prolongadas y las miradas recíprocas eran un indicador de una relación más duradera, pero también puede ocurrir que después de mantener una relación íntima durante años, la mirada vuelva a niveles por debajo de los utilizados en otras etapas más intensas de la relación. A este respecto, Argyle y Dean (1965) hablan de un punto de equilibrio de las miradas, en el sentido de que existen fuerzas que tienden a establecer, y por otra parte a evitar, la comunicación visual. Consideran la comunicación visual como un componente más propio de la intimidad, al igual que de la proximidad física, el tono de voz, la expresión facial o el carácter personal del tema de conversación. Estos autores demostraron cómo al aumentar la proximidad física disminuyen el contacto ocular y la duración de la mirada.

Por su parte, Day (1964) descubrió que cuando apartamos la mirada en situaciones de difícil codificación no lo hacemos al azar, sino que en cuestiones que exigen reflexión lo hacemos más que en las fácilmente asimilables. Tanto oyentes como hablantes parecen mostrar una tendencia a apartar la mirada cuando tratan de procesar ideas difíciles.

Como ocurre con otros componentes del comportamiento no verbal, en el caso del comportamiento visual las diferencias culturales son importantes. Hall (1976) puso de manifiesto cómo los árabes mantienen distancias muy cortas para conversar mirándose intensamente a los ojos mientras hablan, sin embargo, en Oriente se considera de mala educación mirar a los ojos de la otra persona mientras se habla.

Otro aspecto muy interesante de la oculésica es la acción pupilar del ojo. Sabemos que el tamaño de las pupilas responde a los cambios de luz, pasando de un tamaño de unos dos milímetros ante situaciones de luz intensa (por ejemplo, con un sol brillante) a aumentar hasta cuatro veces su diámetro ante situaciones de penumbra u oscuridad (por ejemplo, con la oscuridad del anochecer). Pero también sabemos que los cambios emocionales provocan cambios en el tamaño de las pupilas. El psicólogo Eckhard H. Hess (1965, 1975) fue pionero en los estudios de pupilometría, llegando a demostrar que el estado de excitación de una persona afecta al tamaño de sus pupilas. Estudió la dilatación y contracción pupilar como posibles indicadores de estados mentales o emocionales. Así pues, descubrió que las pupilas de una persona se dilatan realizando operaciones matemáticas y que la dilatación es mayor cuanto más difícil es la operación. Además, esta dilatación pupilar no se reducía hasta que la persona daba una respuesta verbal al problema. Sus investigaciones también mostraron que los estímulos interesantes, placenteros o positivos causarían dilatación pupilar, mientras que los estímulos negativos o desagradables podrían causar contracción pupilar. Estos descubrimientos pueden ser tenidos en cuenta por los vendedores más astutos, ya que cuando un comprador ve algo que le gusta, sus pupilas se dilatarán; ello podría ser importante para pedir, por ejemplo, un precio mayor por el objeto de interés.

Hess, además, descubrió que ante imágenes de varones, las pupilas de los hombres homosexuales se dilataban más que las de los heterosexuales, y que éstos últimos dilataban más sus pupilas ante imágenes femeninas. Hess mostró que en las actitudes positivas las pupilas se dilatan y se contraen en las negativas, observando la contracción de las pupilas en sujetos que veían imágenes de víctimas de campos de concentración, soldados muertos, etc.

Las agencias de publicidad parecen haber perdido ese interés por la dilatación pupilar, ya que la asociación entre ésta y el interés del individuo por un objeto concreto no es tan simple y directa. Algunos de los problemas que se encuentran son que la respuesta pupilar del espectador puede verse afectada por los colores del anuncio y la dificultad de comprobar si lo que el espectador recibe es el mensaje que se le quiere transmitir, por ejemplo, en un anuncio de patatas fritas se mostró que la dilatación pupilar se había producido por el bistec que aparecía adicionalmente y no por las patatas.

Uno de los aspectos más controvertidos del canal oculésico es la posibilidad de utilizarlo para detectar mentiras. Para arrojar luz sobre esta posibilidad, podemos remitirnos de nuevo a las investigaciones de Hess, y al hecho de que el tamaño pupilar está íntimamente relacionado con la emoción. Aprovechando tal afirmación, autores como Lubow y Fein (1996) han tratado de encontrar un procedimiento de detección de mentiras basado en la dilatación pupilar. Pero asociar la dilatación pupilar de forma inequívoca a la mentira llevaría a errores importantes, ya que esta respuesta psicofisiológica también está asociada a estados de alerta o miedo, entre otros.

Exline (1971), por su parte, mantenía que el contacto visual no era compatible con el engaño y que los individuos desvían la mirada notoriamente cuando están faltando a la verdad. Sin embargo, investigaciones posteriores (DePaulo et al., 2003; Sporer y Schwandt, 2007; A. Vrij, 2008) han puesto de manifiesto que apenas existen indicadores espontáneos del engaño y que el contacto ocular precisamente no es uno de ellos.

Hay quienes defienden que es posible saber si una persona miente gracias al movimiento de los ojos, de tal forma que si alguien orienta su mirada hacia la derecha, no está siendo honesto, pues visualiza un suceso «construido» por su mente, o bien imaginado; por el contrario, si lo hace en dirección izquierda, dice la verdad, ya que, probablemente, visualiza un «recuerdo» de su memoria. No obstante, una reciente investigación liderada por los británicos Richard Wiseman et al. (2012), puso a prueba esta arraigada creencia popular. En una primera prueba los científicos analizaron a voluntarios cuyas imágenes fueron grabadas cuando mentían o decían algo cierto. A partir de estas imágenes, se codificaron cuidadosamente los movimientos oculares de todos los participantes. En un segundo experimento se pidió a otro grupo de participantes que mirasen los vídeos grabados en la prueba anterior, y que intentaran detectar en ellos las mentiras de los voluntarios del primer grupo a partir del movimiento de sus ojos. De acuerdo con Wiseman, el análisis de la primera prueba «no reveló relación alguna entre la mentira y el movimiento ocular». Respecto al segundo, demostró que conocer las teorías neurolingüísticas no mejoraba la habilidad para detectar las mentiras. Ten Brinke, una de las investigadoras que colaboró con Wisemann en la investigación, sugirió que sí hay diferencias significativas entre el comportamiento de los mentirosos y el de los individuos sinceros. Sin embargo, no llegó a surgir de forma significativa el supuesto patrón del movimiento ocular acerca de la falsedad o veracidad de los testimonios contados. Por otra parte, Watt, otra de las investigadoras del equipo, señaló que «un gran porcentaje de la gente cree que ciertos movimientos oculares indican mentira, y esta idea se utiliza incluso en cursos de entrenamiento organizacional. Nuestra investigación no proporciona ninguna base a esta idea, lo que sugiere que este método para detectar el engaño debería ser abandonado».

Por tanto, los resultados obtenidos en la investigación científica se muestran opuestos a las afirmaciones tradicionales de los defensores de la PNL que relacionaban la mirada a izquierda y a derecha con la verdad y la mentira, respectivamente. Aunque, para sorpresa de toda la comunidad científica, los hallazgos realizados con una tecnología presentada en 2010 por expertos de la Universidad de Utah, en Estados Unidos (Raskin y Kircher, 2010), apuntan a la existencia directa en la relación de oculésica y detección de la mentira. Un equipo de investigadores de dicha universidad informó de la creación de un sistema que sí permite detectar la mentira a través de los ojos, superando en la exactitud de sus diagnósticos al tradicional polígrafo. Concretamente, el sistema funciona con un programa informático específico capaz de interpretar el significado del movimiento ocular, basado en la idea de que mentir requiere de un esfuerzo cognitivo mayor que decir la verdad, esfuerzo que se refleja en los ojos. Esta herramienta aún se encuentra en fase experimental y sus resultados todavía no son del todo concluyentes, pero, ¿será, al fin, ésta la herramienta que dé finalmente respuesta a la posible relación entre la mentira y la oculésica?

5. CRONÉMICA

«Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.»

MIGUEL DE CERVANTES

El tiempo también comunica, bien de una forma pasiva, aportando una valiosa información cultural, bien de una forma activa, modificando o reforzando el significado de los elementos del resto de sistemas de comunicación humana. El estudio de la influencia de la temporalidad se ha denominado cronémica, que se define como la concepción, la estructuración y el uso que hace del tiempo el ser humano (Bruneau, 1980).

La cronémica es también uno de los sistemas de comunicación no verbal reconocidos hasta el momento y, junto a la proxémica, está considerado como un sistema secundario o cultural, ya que actúan generalmente transformando o completando el significado de los elementos de los sistemas básicos, como el paralenguaje o la quinésica, añadiendo al contexto particular del individuo información social o cultural.

En general, podemos hablar de tres tipos de categorías dentro del estudio del tiempo (Cestero y Gil, 1995a, 1995b; Poyatos, 1975):

1.El tiempo conceptual, entendido como los hábitos de comportamiento y las creencias relacionadas con el concepto que tienen del tiempo las distintas culturas, así como lo relacionado con la distribución del tiempo que hacen las distintas comunidades y con la incidencia del tiempo en la acción humana, como, por ejemplo, la planificación del tiempo o la realización de una o varias actividades a la vez. En esta categoría se atiende al valor cultural que tienen distintos conceptos, como puntualidad e impuntualidad, prontitud y tardanza, un momento, un rato, etc.

2.El tiempo social depende directamente del tiempo conceptual y está constituido por los signos culturales que muestran el manejo del tiempo en las relaciones sociales; por ejemplo, la duración de determinados encuentros sociales como reuniones (reuniones de trabajo o visitas), la estructuración de las actividades diarias como desayunar, comer, merendar y cenar, o los momentos del día apropiados para determinadas actividades sociales.

3.El tiempo interactivo se refiere a la mayor o menor duración de signos de otros sistemas de comunicación que tienen un valor informativo, bien porque refuerzan el significado de sus elementos o bien porque especifican o cambian su sentido, como, por ejemplo, la mayor o menor duración de los sonidos de algunas palabras, de algún gesto o de las pausas, con las connotaciones que ello conlleva.

Así pues, atendiendo a la actitud general ante el tiempo que tienen diferentes culturas, podemos hablar de culturas monocrónicas y culturas policrónicas. Las culturas monocrónicas se caracterizan por ser muy conscientes del tiempo y los horarios, y tienden a promover ciertas expectativas sobre la puntualidad, la rapidez, la planificación y la priorización. Suelen percibir el tiempo como algo lineal y secuencial, con la práctica de una única actividad en cada momento y la realización de diferentes actividades de forma secuencial. Por el contrario, las culturas policrónicas conciben el tiempo de un modo cíclico y más flexible, permitiendo la realización de diferentes tareas simultáneamente (Cullen y Parboteeah, 2005).

La estadounidense es una cultura considerada altamente policrónica, que tiende a venerar el tiempo como si fuese un bien escaso, lo que se refleja en su actitud de «el tiempo es oro», que patrocina el valor de la puntualidad y la rapidez. La planificación y los horarios son lo más importante en las culturas policrónicas, las cuales están al servicio del reloj. La china también es considerada una cultura policrónica, aunque algo menos que la estadounidense. En China, por ejemplo, se espera la puntualidad en los individuos de bajo rango social, pero no en los de alto rango. Por tanto, la puntualidad y el tiempo de espera nos comunican los diferentes estatus y el prestigio.

Otros autores, como Andersen y Bowman (citado en Guerrero, De Vit y Hecht, 1999, pp. 325-326), proponen otra clasificación del tiempo en tres tipos tomando como ejemplo la organización del trabajo:

1.Tiempo de espera o waiting-time: nos indica la posición de poder o subordinación de un individuo respecto a alguien, ya que el sujeto que debe esperar a otro implica que su tiempo es menos importante respecto al que hace esperar (Insel y Lindgren, 1978).

2.El walk-time: se basa en que un sujeto subordinado tarda menos en responder que uno superior, que se toma su tiempo. Además, la duración del habla se ve afectada por el estatus relativo de los sujetos que interactúan, donde el individuo de menor estatus sigue al de mayor estatus (Mehrabian, 1968a).

3.Tiempo de trabajo o work-time: los individuos de mayor estatus tienen la libertad de desperdiciar el tiempo de los otros mientras esperan por parte de los demás que se respeten sus horarios (Burgoon y Saine, 1978).

Esta clasificación no coincide con la de Poyatos (1975), ya que Andersen y Bowman ponen el énfasis en el tiempo de espera en la respuesta bajo la situación social entre una persona con mayor poder y su subordinada, mientras que Poyatos se centra más en la influencia cultural respecto al concepto del tiempo y la duración de los signos no verbales durante la comunicación. A pesar de ello, ambas muestran un signo invisible que puede ayudar a mantener la comunicación no verbal a través del mismo código: el tiempo.