JOSÉ LUIS GONZÁLEZ ÁLVAREZ
RAFAEL LÓPEZ PÉREZ
Cuéntame, ¿cómo es él? Cada vez que respondemos a esta pregunta, cada vez que pensamos en su respuesta, estamos aludiendo a teorías de personalidad. No necesitamos ser psicólogos para especular acerca de la personalidad. En nuestras conversaciones cotidianas nos referimos a los rasgos de personalidad de las personas que conocemos. Es más, el término «personalidad» es parte de nuestro lenguaje cotidiano. Y todo ello es algo habitual en nuestro día a día porque nos ayuda a predecir cómo se comportará esa persona en el futuro. Si amo a una persona extrovertida, sé que no me faltará conversación; si es responsable, seguro que cuidará de los suyos; si es egoísta, cuidado, porque buscará sólo su propio beneficio... En definitiva, el ser humano necesita crearse opiniones sobre la personalidad de los que le rodean para intentar predecir su comportamiento futuro.
En este capítulo vamos a ofrecer al lector una visión ordenada de algo que todos nosotros manejamos con asiduidad, independientemente de que seamos expertos en psicología de la personalidad o no. Todos sabemos qué es una persona extrovertida, o una persona emocional, o qué es ser responsable. Ahora bien, si nos piden que definamos cada uno de estos rasgos, nos costaría hacerlo con propiedad. Pues bien, nuestro trabajo en este capítulo será mostrar al lector un marco teórico y ordenado desde el cual conocer diferentes rasgos de personalidad que podrán ayudarle en la tarea de inferir el comportamiento futuro de una persona. Pero iremos más allá, mostrando al lector cómo extraer información sobre estos rasgos con la mera observación de la conducta de la persona analizada y sin necesidad de que ésta participe. Estamos hablando de la perfilación indirecta de personalidad.
Coloquialmente, el concepto personalidad es muy intuitivo, y todo el mundo entiende que tiene que ver con la forma de ser, sentir y actuar de los individuos, con lo que nos hace distintivos (nos distingue de otros individuos, nos caracteriza) y a la vez predecibles (por la estabilidad y consistencia de nuestros comportamientos). Sin embargo, aunque parezca mentira, en el ámbito científico todavía no se ha llegado a un acuerdo sobre cómo definir este concepto y, tal y como recuerda Hernández (2000) en una carrera que empezó en 1937 al reconocerse un manual de Allport como el punto de inicio formal de la psicología de la personalidad, la historia científica de este concepto es una historia de desencuentros entre autores muy reputados, conviviendo en la actualidad diversas tendencias (como la psicoanalítica, la conductista, la del rasgo y la humanista), algunas de las cuales acumulan incluso numerosa evidencia empírica, pero sin que todavía se haya unificado teóricamente el término en una definición ampliamente asumida. Naturalmente, este capítulo no va a solucionar ese problema, por lo que nos limitaremos a introducir el concepto de personalidad para lectores no especializados, remitiendo a quien quiera profundizar a lecturas más académicas (Bermúdez, Pérez, Ruiz, Sanjuan y Rueda, 2011; Matthews, Deary y Whiteman, 2010).
En el estudio de la personalidad nos podemos remontar al año 400 a.C., en el que Hipócrates ya afirmó que había diferentes tipos de personas y que eran causados por el desequilibrio de los fluidos corporales. Los términos que desarrolló aún se usan hoy en día en algunas descripciones de la personalidad. Flemáticos (o tranquilos), personas en las cuales la flema era el mayor componente de los humores del cuerpo; sanguíneos (u optimistas), personas con más cantidad de sangre; melancólicos (o deprimidos), personas con altos niveles de bilis negra, y coléricos (irritables), personas con altos niveles de bilis amarilla. En cierto modo, el punto de vista de Hipócrates sobre las bases biológicas de la personalidad será el antecedente y el soporte de las teorías contemporáneas que vinculan la presencia de sustancias químicas del cerebro, tales como la noradrenalina y la serotonina, con el estado de ánimo y el comportamiento, un área de estudio que está cobrando mucha vigencia en la actualidad (Pedrero, Ruiz y Llanero, 2015).
Pero, entonces, ¿qué debemos entender por «personalidad»? Asumiendo que la personalidad engloba todas aquellas características, atributos y procesos psicosociobiológicos, cuya interrelación e integración posibilita identificar a cada persona como individuo único y diferente de los demás (Bermúdez et al., 2011), dentro de la psicología existen dos definiciones clásicas que son de uso frecuente:
—La personalidad es una organización dinámica, en el interior de la persona, de los sistemas psicofísicos que crean patrones característicos de comportamientos, pensamientos y sentimientos de la persona (G. W. Allport, 1961).
—Más o menos estable, los factores internos hacen el comportamiento de una persona coherente de un momento a otro, y diferente del comportamiento que otras personas manifestarían en situaciones comparables (Child, 1968).
Ambas definiciones hacen hincapié en que la personalidad es algo interno que guía el comportamiento. Gordon Allport (1961) considera la personalidad como sistema psicofísico, lo que implica ambos aspectos, el físico y el psicológico. Otras investigaciones han demostrado que los fenómenos biológicos y genéticos tienen un fuerte impacto en la personalidad. Child (1968) considera que la personalidad (su esencia o núcleo) es relativamente estable: las personas no suelen cambiar radicalmente de una semana a otra, podemos predecir cómo se comportarán nuestros amigos, y esperamos que se comporten de una manera reconocible, de forma similar de un día a otro. Por ello, Child incluye la consistencia (dentro de un individuo) y la diferencia (entre individuos) en su definición, y Allport (1961) se refiere a los patrones característicos de comportamiento dentro de un individuo. Son consideraciones importantes, ya que, desde este punto de vista, la personalidad será la que haga que nuestras acciones, pensamientos y sentimientos sean consistentes (o relativamente coherentes), y también la que nos haga diferentes unos de otros.
Otra definición más reciente e integradora de personalidad podría ser la ofrecida por Pervin, según la cual «la personalidad es una organización compleja de cogniciones, emociones y conductas que da orientaciones y pautas (coherencia) a la vida de una persona. Como el cuerpo, la personalidad está integrada tanto por estructuras como por procesos, y refleja tanto la naturaleza (genes) como el aprendizaje (experiencia). Además, la personalidad engloba los efectos del pasado, así como construcciones del presente y del futuro» (Pervin, 1998; citado en Bermúdez et al., 2011).
Si bien se puede decir que existen tantas definiciones de personalidad como enfoques o modelos existen en su estudio, como se verá a continuación, el interés de este capítulo se centra en el enfoque de las teorías de rasgo, por ello no se debe prescindir de la definición aportada por Catell (1950; citado en Corr y Matthews, 2009), según la cual la personalidad es «aquello que permite una predicción de lo que una persona va a hacer en una situación determinada».
El objetivo principal del presente capítulo es presentar la perfilación indirecta de personalidad, herramienta basada en las teorías del rasgo, que ofrecen posibilidades de inferir características de la personalidad de un sujeto a través de la observación de diferentes aspectos, entre ellos, su comportamiento no verbal. Aunque el objetivo sea éste, y se base en las teorías de rasgo, con objeto de establecer una base adecuada para comprenderlas, se ofrece a continuación una visión inicial sobre los diferentes modelos que se han planteado desde el inicio del estudio de la personalidad por parte de la psicología.
Como una rama de ésta, la teoría de la personalidad se remonta a principios del siglo XX y al enfoque psicoanalítico de Sigmund Freud, dando paso a una serie de diferentes enfoques y corrientes de investigación que se agrupan en torno a tres modelos.
Los planteamientos integrados en este modelo entienden a la persona como organismo activo que determina la conducta que manifiesta en cada situación. Los determinantes del comportamiento serán las dimensiones estructurales o variables personales que definen al individuo. Por tanto, la característica principal de estos modelos es que consideran que el comportamiento es consistente a lo largo de diferentes situaciones y estable a lo largo del tiempo.
Dentro de esta categoría podremos encontrar a su vez tres tipos de planteamientos:
—Procesuales. También llamados de estado, consideran que las variables que determinan el comportamiento y que posibilitan su predicción son de naturaleza dinámica, configurados en forma de estados y mecanismos afectivos y/o cognitivos existentes en el individuo. Están muy ligados a la práctica clínica y representados por el enfoque psicodinámico de Sigmund Freud (1973) y los enfoques humanistas o fenomenológicos de Kelly (1955) y Rogers (1951).
—Estructurales. Consideran que las variables personales son rasgos o disposiciones estables de comportamiento que se organizan y estructuran en cada individuo dando lugar a su personalidad (G. W. Allport y Odbert, 1936; Cattell, 1943; H. J. Eysenck, 1947).
—Biológicos. Muy similares al planteamiento anterior, presentan la particularidad de que se atribuye la estabilidad a factores biológicos y genéticos en lugar de psicológicos (H. J. Eysenck, 1967; H. J. Eysenck y Eysenck, 1987; Plomin, 1986; Plomin y Craig, 1997).
Este modelo es la base de los trabajos que se están llevando a cabo en materia de perfilación indirecta, mediante los cuales se pretende establecer relaciones entre comportamiento y rasgos de personalidad. Si entendemos que existe consistencia y estabilidad en el comportamiento, observando éste se podría inferir la personalidad, y, a su vez, los rasgos de personalidad nos permitirían inferir comportamientos futuros. Por tanto, más adelante se profundizará en los aspectos estructurales y biológicos de este enfoque.
El supuesto de partida de estos modelos será que las causas que ponen en marcha y dirigen el comportamiento están fuera de la propia persona, es decir, son causas que se encuentran en las diferentes situaciones que la persona viva. El conocimiento y análisis de estos factores externos dará lugar a una predicción exacta del comportamiento. Se considera que la práctica totalidad del comportamiento es fruto del aprendizaje. Lo representan el enfoque conductista o de aprendizaje conductual y social (Bandura, 1977; Skinner, 1955) y los enfoques sociocognitivos o de aprendizaje cognitivo social (Bandura, 1986; Mischel, 1973; Mischel y Shoda, 1995).
Parten de que existen importantes aspectos del comportamiento que surgen a partir de la interacción continua entre situación, organismo y conducta. Los postulados teóricos pueden resumirse en cuatro (Endler y Magnusson, 1974):
—El comportamiento o conducta es función de un proceso continuo de interacción bidireccional del individuo con la situación en que se encuentra.
—El individuo es un agente activo e intencional en este proceso de interacción.
—Por parte de la persona, los factores cognitivos son los determinantes más importantes del comportamiento.
—Por parte de la situación, el determinante principal viene dado por el significado psicológico que el individuo atribuye a la situación.
En los primeros años de estudio de la personalidad, muchos teóricos utilizaban el término «tipo» para describir las diferencias entre las personas. Sheldon (1954), por ejemplo, clasificaba a todas las personas en tres tipos de cuerpo y relacionaba estas diferencias físicas con diferencias de personalidad. El somatotipo de Sheldon se puede resumir en:
a)Endomorfo, que se caracteriza por un mayor almacenamiento de grasas, una cintura gruesa y una estructura ósea de grandes proporciones, por lo general denominados obesos y con una tendencia a ser relajados y abiertos.
b)Mesomorfo, caracterizado por huesos de dimensiones promedios, torso macizo, bajos niveles de grasa, hombros anchos con una cintura delgada, usualmente identificados como musculosos y, por lo general, enérgicos y asertivos en la personalidad.
c)Ectomorfo, caracterizado por músculos y extremidades largas y delgadas y poca grasa almacenada, por lo general denominados delgados, que tienden a tener una personalidad temerosa y comedida.
No sólo es poco probable que la personalidad se pueda correlacionar con el tipo de cuerpo, sino que la idea de que todas las personas se pueden asignar a un pequeño número de categorías es desafiada por las teorías de rasgos modernos.
Los teóricos modernos ven los rasgos como entidades continuas en lugar de como entidades discretas. Así, en lugar de estar divididas en categorías, las personas se colocan en un continuo de un rasgo representando cuán alto o bajo es cada individuo en cada dimensión en particular. La suposición es que todos poseemos cada uno de estos rasgos en mayor o menor grado, y que se pueden hacer comparaciones entre las personas. Por ejemplo, la categorización de las personas en grupos separados de «sociable» versus «insociable» se considera carente de sentido. En lugar de ello, se considera más útil determinar la cantidad de sociabilidad que cada persona exhibe. Además, se considera que los rasgos adoptan la forma de una distribución de probabilidad normal, por lo que algunas personas van a ser muy altas en sociabilidad y otras muy bajas, pero la mayoría de la gente va a estar en algún lugar en el medio.
Pasemos ahora a comentar diferentes teorías de rasgo que se consideran de importancia a la hora de entender el proceso de perfilación indirecta de personalidad:
—Dieciséis factores de personalidad (16 PF), de Cattell.
—Superrasgos, de Eysenck.
—Big Five, de Costa y McCrae.
—Sistema DISC, de Marston.
Allport (1965) hizo el primer intento para desarrollar un marco común que describiera la personalidad mediante rasgos. Allport y Odbert (1936) utilizaron el Webster’s New International Dictionary (Nuevo Diccionario Internacional de Webster) para identificar los términos que describen la personalidad. Este trabajo fue posteriormente desarrollado por Raymond Cattell (1947), quien utilizó un procedimiento estadístico denominado análisis factorial para determinar la estructura de la personalidad. El análisis factorial es una herramienta para resumir las relaciones entre conjuntos de variables mediante la identificación de los que covarían y son diferentes de otros grupos de variables. En teoría de la personalidad, el análisis factorial se puede utilizar para identificar qué conjuntos de variables reflejan de forma fácil y precisa la estructura de la personalidad humana.
Al igual que Allport, Cattell creía que una fuente útil de información sobre la existencia de rasgos de personalidad se podía encontrar en el lenguaje, por lo que la importancia de un rasgo se reflejaría en la cantidad de palabras necesarias para describirlo. Cattell (1943) llamó a esto el criterio léxico de importancia. Sobre la base de la obra de Allport, este autor recopiló un conjunto de 4.500 nombres de rasgos de varias fuentes y eliminó los sinónimos y términos metafóricos, reduciendo a 171 la lista de los nombres clave de rasgos junto con las clasificaciones de dichos nombres y los factores a analizar para tal clasificación. Para la identificación de los principales rasgos de personalidad Cattell (1943) utilizó tres fuentes de datos:
—L-datos: obtenidos a partir de la observación de la conducta, en los que se produce la evaluación de la personalidad a través de la interpretación de los registros reales de comportamiento a lo largo de la vida de una persona (por ejemplo, tarjetas de calificaciones, calificaciones realizadas por los amigos y los informes de conducta militar).
—Q-datos: obtenidos mediante cuestionarios o autoinformes (por ejemplo, pidiendo a la gente que se evalúe y clasifique a sí misma en diferentes características).
—T-datos: procedentes de pruebas psicométricas objetivas (por ejemplo, el test de apercepción temática).
Sobre la base de esta investigación, desarrolló un modelo de la personalidad que describe 16 dimensiones de rasgos (véase figura 7.1). A continuación, desarrolló un cuestionario para medir estos rasgos (Cattell, Eber y Tatsuoka, 1970) llamado Cuestionario de los Dieciséis Factores de Personalidad (16 PF).
FUENTE: Cattell et al. (1970).
Figura 7.1.—Dimensiones de rasgo.
Hans Eysenck fue un contemporáneo de Cattell que también utilizó el análisis factorial para clasificar los rasgos de personalidad. Pero Eysenck (1967) comenzó con una teoría de la personalidad que se basaba en dos superrasgos: extroversión-introversión y neuroticismo-estabilidad. Según esta teoría, las personas que son altamente extrovertidas son sociables y abiertas y anhelan la emoción y la compañía de otros. Las personas que son altamente introvertidas son tranquilas e introspectivas y tienden a preferir estar tiempo a solas y ser cautelosas en la manera de planificar sus vidas. Las personas que son altamente neuró-icas tienden a ser ansiosas, con frecuentes cambios de humor y vulnerables, mientras que las personas que son bajas en neuroticismo tienden a ser estables, tranquilas y ecuánimes.
Eysenck consideró los superrasgos de extroversión y neuroticismo como independientes, y postuló que las distintas personalidades surgían de las diferentes combinaciones de los dos superrasgos. La figura 7.2 muestra los rasgos asociados con las dos grandes dimensiones de la personalidad de Eysenck y Eysenck (1975). Las personas que son altas, tanto en neuroticismo como en extroversión, tienden a mostrar rasgos muy diferentes de las personas que son bajas en ambas dimensiones, o que puntúan alto en una dimensión y bajo en la otra. Así que las personas que tienen un alto contenido tanto en la extroversión como en el neuroticismo tienden a ser susceptibles y agresivas, mientras que las personas que puntúan alto en extroversión y bajo en neuroticismo tienden a ser despreocupadas y alegres.
FUENTE: Eysenck (1968), University of London Press.
Figura 7.2.—Superrasgos de personalidad.
Posteriormente, H. J. Eysenck (1983) describió un tercer superrasgo, el psicoticismo. Las personas con puntuaciones altas en psicoticismo se describen como: «egocéntricas, agresivas, impersonales, frías, sin empatía e impulsivas, y generalmente no les importan las otras personas, ni sus derechos ni su bienestar». Añadiendo esa tercera dimensión, ortogonal respecto a las otras dos, se crea un espacio tridimensional que daría lugar a ocho cuadrantes de personalidad (véase figura 7.3).
Figura 7.3.—Espacio tridimensional que daría lugar a los ocho cuadrantes de personalidad según las dimensiones planteadas por Eysenck.
El modelo de Eysenck (1967) postula una estructura jerárquica de la personalidad. En la cima de esa jerarquía se encuentran tres grandes dimensiones o factores: la extroversión, el neuroticismo y el psicoticismo (véase figura 7.4).
Figura 7.4.—Estructura jerárquica de la personalidad, según H. J. Eysenck.
En la figura 7.4 se muestra el modelo jerárquico de la personalidad de Eysenck, con los superrasgos (o dimensiones básicas) en la parte superior y los rasgos más limitados en el segundo nivel.
En el tercer nivel están las conductas habituales. Por ejemplo, una acción habitual incluida en el rasgo «sociable» podría ser: hablar por teléfono, hacer muchas pausas para tomar café y hablar con otros alumnos...; los rasgos incluyen, por tanto, un conjunto de actos habituales.
En el cuarto nivel estarían las «respuestas específicas»: «hablé por teléfono con mi amigo Pepe», «Tomé un café a las 10:00»... Si estas respuestas específicas se repiten con frecuencia, se convierten en «actos habituales». Los grupos de «actos habituales» se convierten en rasgos del segundo nivel, y grupos de rasgos se vuelven superrasgos o «dimensiones» en el culmen de la jerarquía, permitiendo que la personalidad se describa en una serie de diferentes niveles: superrasgos, rasgos, hábitos y acciones. Todos los niveles son importantes en la determinación del comportamiento, y a efectos del perfilamiento indirecto cobra especial interés observar estos elementos de abajo a arriba: documentando bien las acciones habituales de un individuo, se pueden identificar sus hábitos, que a su vez nos dirán hacia qué polo de cada rasgo se decanta, y, finalmente, podremos inferir ante qué tipo de persona nos encontramos.
Al igual que Cattell, Eysenck también desarrolló un cuestionario diseñado para medir los superrasgos, el Eysenck Personality Questionnaire (EPQ) (S. B. Eysenck y Eysenck, 1975). También desarrolló una teoría de las bases biológicas de la personalidad, que se describe más adelante.
Características propias de cada rasgo
Antes de proseguir, es interesante dar una visión clara de las características de cada uno de los superrasgos llevados al extremo (De Juan Espinosa y Rodríguez, 2004):
—Extroversión/introversión (E/I). El extrovertido típico es sociable, le gustan las fiestas, tiene muchos amigos, necesita tener a alguien con quien hablar y no le gusta leer o estudiar en solitario; anhela la excitación, se arriesga, frecuentemente se mete en todo, actúa por razones del momento y generalmente es un individuo impulsivo; le gustan las bromas, siempre tiene una respuesta a punto y generalmente le encanta el cambio; es despreocupado, optimista y su lema es «diviértete y sé feliz». Prefiere estar moviéndose y haciendo cosas.
El introvertido típico es un individuo tranquilo, retraído, introspectivo, más amigo de libros que de personas; es reservado y se muestra distante, excepto con los amigos íntimos; suele ser previsor, «mira antes de saltar» y desconfía de los impulsos del momento; no le gusta la diversión bulliciosa, considera seriamente los asuntos cotidianos y disfruta de un modo de vida ordenado; controla cuidadosamente sus sentimientos, raras veces se comporta de una manera agresiva y no se enfada con facilidad; se puede confiar en él, es algo pesimista y tiene en gran autoestima las normas éticas.
—Neuroticismo o inestabilidad emocional/estabilidad emocional (N). Las personas con una puntuación alta en neuroticismo (neuróticas) tienden a la hipersensibilidad emocional y les cuesta volver a la normalidad tras las experiencias emocionales. El individuo típico tiende a ser ansioso, preocupado, con cambios de humor y frecuentemente deprimido; probablemente duerme mal y se queja de diferentes desórdenes psicosomáticos; es exageradamente emotivo, presenta reacciones muy fuertes a todo tipo de estímulos y le cuesta volver a la normalidad después de cada experiencia que le provoque una reacción emocional. Sus fuertes reacciones emocionales le interfieren para lograr una adaptación adecuada y le hacen reaccionar de una manera irracional y en ocasiones rígida. Si hubiera que describir sucintamente a este sujeto de valor N alto con un solo adjetivo, se podría decir que es preocupado. Su principal característica es una constante preocupación acerca de cosas o acciones que pueden resultar mal, junto con una fuerte reacción emocional de ansiedad a causa de estos pensamientos.
Cuando esta puntuación alta en N se combina con una puntuación media en extroversión, es probable que el sujeto se muestre quisquilloso e inquieto, impulsivo y excitable, propenso en definitiva a reacciones denominadas «histéricas», y cuando se combina con una puntuación alta en extroversión, tenemos un buscador de estimulaciones, muy excitable y colérico, llegando incluso a ser agresivo si presenta también puntuaciones altas en psicoticismo.
Por último, cuando una puntuación alta en N se combina con una puntuación baja en extroversión (introversión), la persona tiende a ser muy ansiosa, preocupada, pesimista, negativa, con baja autoestima y con tendencia marcada a la depresión.
Por lo general, sujeto estable tiende a responder emocionalmente sólo con un tono bajo y débil, y vuelve a su estado habitual rápidamente después de una elevación emocional; normalmente es equilibrado, calmoso, controlado y despreocupado.
Cuando una puntuación alta en estabilidad, es decir, baja en neuroticismo, se combina con una puntuación alta en introversión, tenemos al individuo conocido como «flemático», y cuando lo hace con una alta en extroversión, tenemos al individuo conocido como de «personalidad fuerte», caracterizado por una gran resistencia psicológica.
—Psicoticismo o dureza/apego o empatía (P). Un sujeto adulto con una puntuación alta en P se puede describir como solitario, despreocupado de las personas, crea problemas a los demás y no compagina con los otros fácilmente; puede ser cruel, frío, inhumano e insensible, y tener falta de sentimientos y empatía; puede mostrarse hostil, incluso con los más íntimos, y agresivo incluso con las personas amadas. Tiene una cierta inclinación por cosas raras y extravagantes; desprecia el peligro; le gusta burlarse de los demás y reírse a costa de ellos, así como ponerles de mal humor.
La descripción anterior se aplica a un adulto con P alto; en cuanto a los niños, se puede decir de ellos que son raros y solitarios, se meten en problemas, son fríos y faltos de sentimientos humanitarios con sus compañeros o con los animales, son agresivos y hostiles, incluso con los más próximos y queridos. Tales niños intentan suplir su falta de sentimientos entregándose a la búsqueda de sensaciones dolorosas sin pensar en los riesgos implicados.
Cuando tenemos a una persona con una puntuación baja en P, estamos ante alguien que se puede caracterizar como «empático», cariñoso, afable, pacífico (a veces con desmesura), altruista y con tendencia a la dependencia emocional.
Aunque las teorías de rasgos estaban bien establecidas en la década de los años sesenta, no había consenso sobre el número o la naturaleza de los rasgos que configuran la personalidad. Réplicas del trabajo de análisis factorial de Cattell a menudo no lograron encontrar la estructura factorial original que él describió. En su lugar, a partir de una serie de estudios que utilizaban las variables de Cattell, surgió una estructura más simple de cinco factores (Fiske, 1949; Tupes y Christal, 1961) y, desde entonces, la investigación adicional ha confirmado el modelo de los cinco factores básicos de personalidad o Big Five (Digman, 1990; Goldberg, 1993).
Los cinco factores establecidos en el modelo del Big-Five (Costa y McCrae, 1985) se presentan a continuación:
—Extroversión:
•Sociable versus retraído.
•Amante de la diversión versus sobrio.
•Cariñoso versus reservado.
—Amabilidad:
•Bondadoso versus despiadado.
•Confiado versus suspicaz.
•Cooperador versus poco cooperativo.
—Responsabilidad:
•Organizado versus desorganizado.
•Cuidadoso versus descuidado.
•Disciplinado versus de voluntad débil.
—Neuroticismo:
•Preocupado versus tranquilo.
•Inseguro versus seguro.
•Autocompasivo versus autocomplaciente.
—Apertura a la experiencia:
•Imaginativo versus convencional.
•Prefiere la variedad versus prefiere la rutina.
•Independiente versus conformista.
La extroversión y el neuroticismo se definen en este modelo de la misma manera que como los definió Eysenck. La apertura a la experiencia se refiere a la receptividad a nuevas ideas y experiencias, por lo que las personas bajas en este rasgo prefieren lo familiar, práctico y rutinario, mientras que las que puntúan alto en este rasgo están abiertas a nuevas experiencias, son curiosas e imaginativas. La amabilidad significa el grado en que las personas son confiadas, generosas y se preocupan por los demás; aquellos con poca amabilidad son desconfiados, vengativos, obstinados e intolerantes. La responsabilidad hace referencia al grado de organización, persistencia y motivación en tareas dirigidas a conseguir un objetivo, de modo que individuos altamente responsables o concienzudos son ambiciosos, trabajadores, competentes y organizados, y los de baja conciencia son perezosos, desordenados, indisciplinados y sin objetivos.
Si bien este modelo presenta cinco categorías, no debería considerarse como una generalización simplista de la teoría de los rasgos. Como en el modelo de Eysenck (1967), cada uno de los cinco factores se compone de un número de rasgos más específicos. Un cuestionario diseñado para medir estos cinco factores principales de la personalidad es el Neo Personality Inventory (NEO-PI; Costa y McCrae, 1985), que consta de 300 ítems. Los encuestados deciden cuánto de cada característica hay en ellos mismos, calificando cada ítem en una escala de cinco puntos.
La mayor parte de los primeros trabajos sobre el Big Five se llevó a cabo en América del Norte en lengua inglesa. Para que los teóricos de la personalidad puedan afirmar la universalidad de este modelo de los cinco factores de personalidad, necesitaban comprobar que el mismo modelo se podía aplicar en otros idiomas aparte del inglés y que era válido igualmente para examinar la personalidad en otras culturas diferentes. Una reciente revisión de varios estudios en idiomas europeos (De Raad y Kokkonen, 2000) encontró un apoyo general a los cinco grandes. La evidencia de estudios realizados en las culturas no occidentales es mucho menos generalizada, pero sí muestra un cierto apoyo a la estructura de los cinco factores (Churc, Reyes y Katighak, 1997).
El sistema DISC parte de las investigaciones de William Moulton Marston en los años veinte, aunque no será hasta finales de los sesenta cuando John Greier retome los hallazgos de Marston para desarrollarlos.
Cuando Marston presentó su teoría, la concepción de la psicología humana estaba dominada por los trabajos de Freud y Jung, que postulaban que el comportamiento humano era el resultado de los conflictos del inconsciente. Marston vio dos grandes problemas en este planteamiento: primero, el hecho de que la dinámica del inconsciente es difícil de manejar y, por tanto, difícil de entender para la persona promedio e improbable la posibilidad de que coseche algún beneficio, y, segundo, el hecho de que tanto Freud como Jung no se basaban en ninguna investigación científica. Por este motivo, el autor se propuso estudiar el comportamiento humano desde una perspectiva empírica.
En el libro Emotions of Normal People (Marston, 1928, pp. 1-3) el autor fija su interés en lo que él denomina emociones normales. Con ello se refiere a las emociones comunes y fundamentales en la vida diaria que, según el autor, habían escapado a la atención del académico y el psicólogo. Por tanto, se debe destacar que la aportación de Marston se basa en el estudio de la emoción, un ámbito escasamente estudiado por la psicología de la época, y no en el estudio de rasgos de personalidad. Abordó lo que él denominaba emociones primarias y que definió en función de la tensión existente entre la «fuerza motora del yo» y la «fuerza motora del estímulo», una manera muy diferente a lo que entendemos hoy en día por emociones primarias. El autor postula la existencia de cuatro emociones primarias que darán lugar al modelo DISC (véase figura 7.5): dominance, inducement, submission y compliance (dominación, inducción, sumisión y cumplimiento).
FUENTE: extraído de Marston (1928, p. 104).
Figura 7.5.—Diagrama de las emociones primarias (DISC).
Posteriormente, publica Integrative Psychology (Marston, King y Marston, 1931), trabajo en el cual asocia cada una de las emociones primarias a las «unidades de respuesta de la motivación», y, lo que es más importante a los «procesos de pensamiento», estableciendo igualmente cuatro tipos principales: D, I, S y C (véase figura 7.6), siendo éste el verdadero punto de partida de los posteriores desarrollos de su teoría, ya que, como se verá más adelante, el modelo DISC es realmente un modelo de estilos de comportamiento y pensamiento.
FUENTE: extraído de Marston et al. (1931, p. 387).
Figura 7.6.—Procesos de pensamiento.
Marston definió el medio ambiente por su favorabilidad. Los entornos favorables suponen un apoyo a la persona, la cual puede sentirse cómoda en ellos, mientras que los entornos desfavorables son antagónicos a la persona, la cual se sentirá desafiada por ellos. En ambos casos, una persona responde emocionalmente, ya sea positiva o negativamente. Éste es el primer principio establecido por el autor.
La respuesta conductual del individuo a la situación depende de la cantidad de energía que la persona sienta que tiene en relación con las fuerzas de apoyo o antagonistas en el medio ambiente. Por ejemplo, «si me percibo como más poderoso, voy a actuar sobre el medio ambiente para lograr mi propósito; si me percibo a mí mismo como menos potente, voy a dejar que el entorno actúe sobre mí». Éste es el segundo principio. Los dos principios se cruzan para producir cuatro respuestas dirigidas por las emociones:
—D: la respuesta dominante actúa en un entorno percibido como desfavorable para la persona.
—I: la respuesta de inducción actúa en un entorno percibido como favorable.
—S: la respuesta sumisa se acomoda a un entorno percibido como favorable.
—C: la respuesta de cumplimiento se acomoda a un entorno percibido como desfavorable.
La relación de poder del individuo sobre el entorno es lo que en la actualidad se conoce como locus de control: las personas con un locus de control interno se verán más fuertes que el entorno y las personas con locus de control externo tenderán a entender que el entorno es más poderoso que su propio yo (Inscape Publishing, 1996).
Se puede decir que la medición de los diferentes estilos de comportamiento basados en la teoría de Marston se inicia con el trabajo de Clarke (1956), el cual construyó un test de selección de personal denominado Activity Vector Analysis (AVA). Desde una aproximación léxica, creó un listado de adjetivos que usualmente se utilizan para describir a los demás, aplicándolos en el test para ver cómo las personas se ven a sí mismas y descubriendo que podrían encuadrarse en torno a cuatro factores de comportamiento: agressive, sociable, stable y avoidant (agresivo, sociable, estable y evitativo). Tras su trabajo puramente empírico, Clarke concluye que los datos obtenidos encontraban su mejor explicación en la teoría de Marston, por lo que, no siendo un trabajo académico, se puede decir que ésta es la primera aplicación práctica de los postulados planteados por él.
El modelo DISC de Marston fue validado por primera vez en 1977 por John Geier, en la Universidad de Minnesota, mediante la creación de un test de evaluación de estilos de comportamiento. Para asegurar el reconocimiento de los esfuerzos de Marston, Geier adquirió los derechos de autor de las obras completas de Marston y presentó una interpretación de esta teoría en el libro The emotions of normal people: introduced with an interpretation, references, and Presentation of a New construct: Situation Perception Analysys (Marston y Geier, 1979). El desafío de desarrollar modelos innovadores para facilitar el cambio en el comportamiento fue algo natural para los científicos sociales en la Universidad de Minnesota. John Geier, siguiendo los pasos del Hathaway, coautor del Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota (MMPI), desarrolló el inventario de evaluación DISC, que también se extendió en todo el mundo bajo el nombre de Personal Profile System (PPS). Los derechos sobre esta herramienta de evaluación fueron inicialmente ostentados por Permax (empresa fundada por Geier), la cual, posteriormente, fue adquirida por Inscape Publishing, Carlson Company a finales de los años setenta, la cual realizó una revisión de la herramienta desarrollando un cuestionario auto-evaluable de 24 preguntas que en el año 1994 se amplío a 28. Finalmente, en 2012, John Wiley & Sons adquiere esta sociedad ostentando en la actualidad los derechos intelectuales de la herramienta.
El modelo teórico DISC en la actualidad
Si representamos gráficamente el concepto de la herramienta, representaríamos la totalidad de los comportamientos normales con un círculo (véase figura 7.7). Cuando se habla de comportamientos normales, se entiende que son los llevados a cabo por personas saludables psicológicamente. Ninguna conclusión obtenida mediante el modelo DISC es aplicable a personas con trastornos psicológicos.
Figura 7.7.—Rango de comportamientos normales.
Una vez entendido esto, se deben dividir las conductas según los dos motivadores claves que las impulsan:
—Motivador 1. La unidad motora o unidad de ritmo y velocidad.
—Motivador 2. La unidad brújula o unidad de prioridad.
Si se divide el círculo verticalmente por su mitad (véase figura 7.8), se pueden representar a la derecha los comportamientos propios de personas extrovertidas y rápidas con tendencia a moverse rápidamente, hablar rápido y decidir rápido. En la parte izquierda se representan los comportamientos propios de personas reservadas o introvertidas, con tendencia a hablar más despacio, en voz baja y que prefieren considerar las cosas cuidadosamente antes de tomar una decisión.
Si el comportamiento se sitúa dentro del círculo, éste podría estar cerca del eje central, lo cual representaría menor intensidad en la actividad motora; conforme se situase más hacia el exterior del círculo, representaría una mayor intensidad.
La mayoría de la personas muestran ambos de estos rasgos en función de la situación en que se encuentran, aunque se tiende a presentar más comportamientos localizables en una sola de las mitades del círculo.
Figura 7.8.—Motivador 1. Unidad de ritmo.
El círculo también se puede dividir horizontalmente para reflejar el motivador 2 o de brújula (véase figura 7.9). La mitad superior representa a las personas orientadas a tareas que tienden a centrarse en la lógica, los datos, los resultados y los proyectos. La mitad inferior representa a las personas orientadas a las personas que tienden a centrarse en las experiencias, sentimientos, relaciones y las interacciones con otras personas.
Figura 7.9.—Motivador 2. Unidad de brújula.
Al igual que con el esquema de la unidad de ritmo, un comportamiento situado cerca de la línea media muestra menor intensidad en la unidad de brújula; hacia el borde exterior muestra más intensidad.
Las personas cuyos comportamientos habituales se sitúen en mayor medida en cada una de las mitades representadas en cada unidad se encuadrarán dentro de esa tipología, de manera que existen personas cuyo estilo de comportamiento es rápido o pausado y centrado en tareas o centrado en personas. Por la combinación de ambas unidades se obtienen cuatro tipologías de estilo de comportamiento. Si representamos estos cuatro tipos en el círculo, obtenemos lo que coloquialmente se conoce como el círculo DISC (véase figura 7.10).
Figura 7.10.—Círculo DISC.
Las palabras descriptivas que figuran en cada cuadrante tratan de capturar el comportamiento típico exhibido por las personas que tienen la combinación de unidades de ritmo y brújula que corresponde a ese cuadrante. Estas palabras descriptivas muestran rasgos de comportamiento o tendencias de comportamiento, no tipologías de personalidad o rasgos de personalidad, ya que esto no sería técnicamente preciso desde el punto de vista de la psicología. Según la base teórica del modelo, es más apropiado, por tanto, hablar de estilos de comportamiento. Ahora bien, una vez asumido que la base teórica no permitiría hablar de una teoría de rasgos de personalidad, los estudios de correlación realizados con modelos de personalidad como el Big Five o el 16PF sí reflejan que la unidad de ritmo correlaciona con la dimensión introversión-extraversión y la unidad de brújula con la dimensión de neuroticismo. Por tanto, sin partir de una teoría de rasgo de personalidad, el modelo DISC puede ser una herramienta rápida y sencilla para evaluar las cuatro tipologías de personalidad que emanan de la combinación de las dimensiones introversión-extroversión y neuroticismo bajo-neuroticismo alto, llegando a ellas a través del estilo de comportamiento. De esta manera se puede hablar de cuatro tipologías de personalidad asimilables a los estilos de comportamiento DISC (véase figura 7.11) que se describen según lo indicado a continuación (Scullard y Baum, 2015):
—Tipo D. Personas extrovertidas y orientadas a las tareas. Tienden a ser dominantes y decisivas. Por lo general, se centran en los resultados y en objetivos a largo plazo. Se caracterizan por poner énfasis en adecuar el entorno mediante la superación de obstáculos para lograr resultados. Les viene bien tener a su lado personas que les ayuden a valorar los riesgos. Temen que se aprovechen de ellos. Para aumentar su eficacia necesitan retos y pensar más en los demás.
—Tipo I. Personas extrovertidas y orientadas a las personas. Tienden a ser inspiradoras e influir en los demás. Por lo general, se centran en hablar y divertirse. Destaca la capacidad de influencia sobre otras personas para conseguir alianzas como medio de lograr resultados. Les viene bien tener personas a su lado que les centren en las tareas. Temen perder su popularidad. Para aumentar su eficacia deben tener una mejor gestión del tiempo y ser más objetivas.
—Tipo S. Individuos reservados y orientados a las personas. Son constantes y tienden a ofrecer su apoyo a los demás. Por lo general, persiguen la paz y la armonía. Hacen hincapié en la cooperación con otros para llevar a cabo sus cometidos. Les viene bien tener a su lado personas que les ayuden a adaptarse a los cambios con mayor rapidez. Temen perder su estabilidad. Para aumentar su eficacia necesitan mejorar su autoestima y prepararse para los cambios.
—Tipo C. Individuos reservados y orientados a las tareas. Tienden a ser cautelosos y concienzudos. Por lo general, se centran en los hechos y las reglas. Hacen hincapié en promover la calidad en el trabajo. Les viene bien tener a su lado personas que les ayuden a delegar tareas. Temen que se les critique en su trabajo. Para ser más efectivos deben disponer de tiempo para planificar sus actuaciones y ser más tolerantes.
Figura 7.11.—Tipologías de personalidad DISC.
Se puede considerar que en la zona en la cual confluyen dos tipos (por ejemplo, la zona en la cual la D se une a la I) aparece una tipología nueva generada por una mezcla de ambas (en el ejemplo sería una mezcla entre D e I). Considerando este efecto, aparecerían otras cuatro tipologías adicionales, resultando, por tanto, un total de ocho tipologías (véase figura 7.12), denominadas como se refleja a continuación:
1.Implementador.
2.Conductor.
3.Persuasor.
4.Promotor.
5.Relacionador.
6.Colaborador.
7.Coordinador.
8.Analizador.
Para finalizar, es interesante observar que el planteamiento de Marston es similar al realizado posteriormente por Eysenck, pudiendo asimilar sus dimensiones extroversión-introversión, racionalidad-emocionalidad y autocontrol-no autocontrol con extroversión-introversión, neuroticismo bajo-neuroticismo alto y psicoticismo alto-psicoticismo bajo, respectivamente.
Figura 7.12.—Ejemplo de análisis de personalidad dominante en el cual el punto representa el estilo natural de comportamiento y la estrella el estilo de comportamiento adaptado al ámbito laboral (lo que la persona cree que su puesto de trabajo requiere de él).
Planteadas las teorías fundamentales para entender la perfilación indirecta, no podemos dejar de plantear al lector dos cuestiones fundamentales antes de continuar.
¿Poseemos todos nosotros todos los rasgos?
Gordon Allport (1937) fue el primer teórico de rasgos en plantear una cuestión que inició un largo debate dentro de la teoría de la personalidad. Se refiere a si la personalidad es nomotética o ideográfica. Un enfoque nomotético nos permite hacer comparaciones entre las personas. Su premisa básica es que todos estamos gobernados por los mismos principios de comportamiento, así que todos los individuos tienen los mismos rasgos y difieren sólo en la medida en que cada rasgo está presente. El enfoque ideográfico propone que cada individuo es único y que hay algunas características que pueden ser poseídas por sólo una persona. Así, de acuerdo con el enfoque ideográfico, comparar una persona con otra no tiene sentido. Más recientemente, Baumeister y Tice (1988) han sugerido que ciertas dimensiones de rasgos se aplican a algunas personas más que a otras, y que algunos rasgos pueden no ser importantes en absoluto en la personalidad de una determinada persona. En cualquier caso, ambos enfoques no son opuestos, pudiendo establecer el punto de unión en que todos los individuos tienen los mismos rasgos pero poseen combinaciones de puntuaciones diferentes en cada uno de ellos, lo cual les hace diferentes entre sí, pero comparables por similitud en las puntuaciones de cada rasgo. Por otro lado, la sugerencia de Baumeister y Tice puede tener sentido, ya que, aun poseyendo todos los rasgos, un determinado individuo podría tener una puntuación baja en cierto rasgo, lo cual le haría confluir con el rasgo opuesto restándole importancia al rasgo en la personalidad del individuo.
El concepto de perfilación indirecta parte de la base de la individualidad, respetando el enfoque ideográfico, pero entendiendo que según el enfoque nomotécnico, todos los individuos se gobiernan por los mismos rasgos y, por tanto, se pueden establecer diferentes tipologías de personalidad sobre la base de puntuaciones similares en las diferentes combinaciones de rasgos. Por ejemplo, siguiendo el modelo de Eysenck, podríamos decir que un sujeto concreto que puntúe alto en extroversión, alto en neuroticismo y alto en psicoticismo, posee una determinada personalidad que puede encuadrase en una tipología concreta, y que el resto de sujetos que presentasen una combinación de rasgos similares podrían encuadrarse dentro de la misma tipología, aun manteniendo su propia individualidad.
¿Cómo influye el tipo de situación sobre el comportamiento? El debate persona-situación
Desde el desarrollo de las teorías de rasgos en los años cincuenta y sesenta, los investigadores de la personalidad se han preocupado por la relación entre los rasgos y la conducta. Mischel (1968) utilizó la frase «coeficiente de personalidad» para resaltar las correlaciones entre los rasgos (medidos por cuestionarios de autoinforme) y el comportamiento. Se abrió un gran debate centrado en si las acciones de un individuo se pueden predecir mejor por la situación o por sus características personales. El debate fue resuelto con la aparición del concepto de interaccionismo, propuesto por Magnusson y Endler (1977), en el sentido de que la personalidad y el entorno interactúan para producir el comportamiento. Otra idea importante es que algunas situaciones pueden tener más influencia sobre el comportamiento que otras. Buss (1989) argumentó que la conducta está determinada más por la situación cuando es novedosa, formal y/o pública, y más determinada por la personalidad cuando la situación es informal, familiar y/o privada. Así que, en una situación tensa, como una conferencia, por ejemplo, podría ser muy difícil sacar conclusiones sobre la personalidad de un compañero de estudios, cuando la mayoría de la gente simplemente se sienta en silencio y toma notas. Sin embargo, en un bar o una fiesta, el comportamiento de la gente es lo suficientemente variable para que las diferencias de personalidad se manifiesten. Tal y como veremos a continuación, esta cuestión será fundamental para el perfilador, ya que, según el autor, las conductas llevadas a cabo en situaciones informales serán una fuente más fiable de información. Aquellas conductas llevadas a cabo en situaciones novedosas, públicas o formales, deberán ser tomadas en cuenta por parte del perfilador con una mayor cautela. Pero pasemos ahora a profundizar en el concepto y utilidad de la perfilación indirecta de personalidad.
Hay escenarios en los que interesa conocer en muy poco tiempo cómo es la personalidad de un sujeto determinado a fin de interactuar con él de la forma más exitosa posible para nuestros intereses. Independientemente de lo que se plantea en este epígrafe, es aplicable a cualquier situación de negociación. Imaginemos el escenario extremo en el cual una persona ha secuestrado a otras, y que las retiene en el interior de un local asediado por la policía, que trata de negociar con el tomador de rehenes la mejor forma de resolver la situación. No será lo mismo tratar de convencer para que deponga su actitud a un extrovertido con alto psicoticismo que a un introvertido empático, puesto que se espera que por su forma de ser reaccionen de forma diferente ante lo que se les diga y cómo se les diga, tengan más o menos paciencia a la hora de conseguir sus demandas o prefieran a un tipo o a otro de interlocutor (negociador). Que el equipo de negociación sepa en el menor tiempo posible ante quién se encuentra puede ser un factor importante a la hora de encauzar la negociación y de influir satisfactoriamente sobre el secuestrador. Pero, ¿se puede perfilar a esa persona con fiabilidad en tan poco tiempo y en un escenario tan tenso?
Ya se ha visto que hay distintas teorías sobre lo que es o no la personalidad. Cada modelo conlleva, a su vez, diferentes métodos o técnicas para medirla o evaluarla, y el análisis de variables de distintos tipos. En un repaso muy rápido (Luengo, 1997), los primeros métodos de evaluación de la personalidad aparecieron relacionados con el enfoque clínico y el desarrollo de modelos psicodinámicos, que utilizaban técnicas de diagnóstico proyectivas (Rorschach, Test de Apercepción Temática), autoinformes subjetivos y entrevistas para indagar en la idiosincrasia de cada sujeto. En un segundo momento se vivió el auge de los modelos factorialistas, enfocados en las dimensiones, rasgos o tipos, que llevó al desarrollo de instrumentos de evaluación de la personalidad en forma de cuestionarios de autoinforme con cualidades psicométricas, como el 16PF o el EPQ. Después surgieron críticas en el sentido de dar más importancia a las situaciones y a los ambientes en lugar de a las disposiciones o a los rasgos, que llevaron a desarrollar métodos de evaluación más conductuales. Para llegar, con el paso del tiempo, a los modelos interaccionistas que, al considerar que la persona y el medio social constituyen en su interacción una estructura inseparable que es lo que debe ser objeto de evaluación, sugieren entonces la medición de competencias conductuales y cognitivas, expectativas, valores, planes y sistemas autorreguladores.
En lo que interesa a nuestro equipo de negociación, le convendría contar con un modelo de personalidad humana lo más sencillo posible, que permitiera describir a los individuos con el menor número de variables, y que, además, fueran variables sencillas y susceptibles de ser medidas con facilidad. Afortunadamente, se le puede ayudar, porque en el entorno científico actual nadie duda de la validez descriptiva del modelo de los rasgos para reflejar las regularidades empíricas de la conducta, puesto que se cuenta con numerosos estudios longitudinales que demuestran una impresionante estabilidad en un conjunto de rasgos a través de la vida adulta. Igualmente, las medidas del modelo del rasgo han mostrado una validez (convergente y discriminante) más que suficiente, y después de muchos años de debate sobre el número adecuado y la identificación de las dimensiones de la personalidad, se ha llegado a un fuerte acuerdo entre diferentes grupos de investigadores de que la mayor parte de las diferencias individuales en personalidad pueden comprenderse en términos de las cinco dimensiones básicas del modelo de los cinco grandes, e incluso sería posible hasta reducirlo a tres si se sigue a Eysenck.
El problema de la perfilación «directa» de la personalidad
Una vez admitido que el modelo del rasgo puede ser útil y práctico en el supuesto de una negociación, aprovechando el ejemplo del secuestro que se ha planteado, hay que ver cómo evaluar esas dimensiones de personalidad. Lo habitual en psicología del rasgo es perfilar a los sujetos a través de la administración de cuestionarios estandarizados que son informados por ellos mismos (medida de autoinforme), como el NEO-PI-R o el BFQ, en una forma que podemos denominar «perfilamiento directo»: con la participación activa del propio sujeto a evaluar. Pero hay un problema que afecta a todos los test de personalidad: las personas los pueden falsear, distorsionando deliberadamente sus respuestas a fin de crear una imagen más positiva (falseamiento positivo) o más favorable a los intereses que tenga en cada momento, especialmente bajo condiciones de presión. Se trata de un tópico muy relevante que ha sido objeto de una gran cantidad de investigación, especialmente por el interés suscitado en las últimas décadas por las medidas de personalidad durante la selección para puestos laborales (Birkeland, Manson, Kisamore, Brannick y Smith, 2006; Ferrando y Anguiano, 2011; Salgado, 2005). Esta distorsión de la respuesta, que se conoce como deseabilidad social, o tendencia a contestar los ítems de modo que se responde a las presiones sociales o normativas en lugar de proporcionar un autoinforme verídico, tiene dos dimensiones: manejo de impresiones y autoengaño. El manejo de impresiones indica una tendencia a adaptar intencionalmente la imagen pública de uno mismo con objeto de obtener una visión favorable por parte de los demás. El autoengaño, por el contrario, se refiere a la tendencia no intencionada de describirse a uno mismo de un modo favorable, y se manifiesta en autodescripciones sesgadas positivamente, pero en las que se cree honestamente (Salgado, 2005). Dado el efecto de esa deseabilidad social sobre las puntuaciones de las medidas de la personalidad, se han diseñado modos para detectarla, siendo el más habitual la inclusión de conjuntos especiales de ítems (o escalas) en los propios test que la revelen. Pero detectarla no impide, naturalmente, que se produzca la distorsión, con lo que se sabrá que el sujeto ha manipulado sus respuestas, y, por tanto, ocultado su verdadera personalidad, pero no en qué sentido ni en qué grado. Y no digamos de los supuestos en que los sujetos hayan sido entrenados en identificar los ítems de esas escalas y sean capaces de distorsionar los test sin ser detectados.
Esta limitación de los cuestionarios autoinformados de personalidad, con ser muy importante, es irrelevante para nuestro equipo de negociación, porque evidentemente no procede pedirle al secuestrador que cumplimente un test: hay que perfilarle sin su participación activa. Una solución sería que, si el equipo de negociación contara con un psicólogo o un componente especializado en el análisis de la conducta, se podría intentar cumplimentar un test «como si» lo estuviera contestando el secuestrador. Pero para ello haría falta recopilar mucha información sobre cómo es esa persona, a través de entrevistas (adecuadamente hechas) con familiares y conocidos muy próximos, e incluso observando la conducta verbal y no verbal del propio secuestrador, cuidando de que no se sepa evaluado para evitar distorsiones del tipo de las comentadas en el párrafo anterior. Esto es lo que vamos a denominar «perfilamiento indirecto de la personalidad»: a inferir los rasgos de personalidad de un sujeto sin contar con su participación explícita, y sin que se percate de ello.
Además de la utilidad que se ha señalado con el ejemplo del secuestrador, hay muchos otros escenarios en el ámbito de la seguridad en los que es imposible o inviable realizar evaluaciones directas de personalidad contando con la plena colaboración del sujeto a evaluar. Los más representativos quizá sean los del entorno forense, en sus tres ramas: la policial, la judicial y la penitenciaria. A los agentes de policía les puede venir muy bien perfilar a secuestradores, atrincherados o tomadores de rehenes con los que establecer un proceso de negociación, como ya se ha expuesto, para maximizar las posibilidades de éxito de la resolución pacífica del incidente; pero también estarán interesados en conocer cómo es un sospechoso antes de interrogarle (para maximizar su colaboración), cómo es un testigo antes de tomarle declaración (para maximizar la verosimilitud de su testimonio), cómo es un confidente (para saber en qué medida se puede confiar en él y no es un «topo» de la organización criminal en la organización policial), cómo era una víctima de homicidio o asesinato (por si su forma de ser revelara algo sobre su agresor), cómo era una persona que haya aparecido muerta en circunstancias equívocas (para ayudar a decidir entre homicidio, suicidio o accidente), o, en fin, en cómo es una persona que ha desaparecido en extrañas circunstancias (para formular inferencias respecto a si es una mera fuga, ha sufrido un accidente, se ha suicidado en un lugar recóndito o la han hecho desaparecer).
Luego en sede judicial interesan dictámenes sobre posibles alteraciones mentales de los autores de delitos graves, la predicción del riesgo de violencia futura, la credibilidad de los testimonios o el daño psicológico en las víctimas de delitos violentos (Echeburúa, Muñoz y Loinaz, 2011). Y, claro, aquí las aproximaciones directas se van a ver dificultadas por la presentación obligada del sujeto a evaluar ante el profesional (por estar inmerso en un proceso judicial), la presumible falta de colaboración en la evaluación y la manipulación intencionada de la información aportada por el sujeto, para evitar las posibles consecuencias negativas o para conseguir beneficios ante el dictamen pericial (Pivarova, Rosenfeld, Dole, Green y Zapf, 2009; Rosenfeld, Green, Pivorava, Dole y Zapf, 2010; citados en Echeburúa et al., 2011). Finalmente, en el medio penitenciario ocurre otro tanto: interesa conocer las variables de personalidad que más se relacionan con el comportamiento delictivo, a fin de optimizar la adaptación de los sujetos a la vida reclusa (clasificando bien a los internos), emitiendo dictámenes de predicción de su conducta futura y prever y prevenir comportamientos que dificulten su proceso de reinserción, ayudando a planificar el tratamiento más adecuado a cada caso (A. Rodríguez, López y Pueyo, 2002). En estas actividades, la previsible deseabilidad social o la insinceridad de muchos de los implicados, en busca de evitar consecuencias negativas o para conseguir beneficios ante dictámenes, también aconsejaría el recurso a técnicas de evaluación indirectas.
Ni que decir tiene que en otro tipo de entornos no policiales la aplicación de la perfilación indirecta de personalidad también es de gran utilidad. Ya hemos comentado el interés que tiene la evaluación de personalidad en el ámbito de los recursos humanos, pudiendo apuntar que la perfilación indirecta sería una herramienta ideal a la hora de contrastar los resultados obtenidos mediante cuestionarios. En el ámbito de la negociación empresarial (comercial o de cualquier otro tipo) es igualmente interesante el estudio de los rasgos de personalidad. Durante los años sesenta y setenta ya comenzaron a aparecer numerosos estudios que analizaban el impacto de los rasgos de personalidad sobre la negociación (Hamner, 1980; Hermann y Kogan, 1977; Rubin y Brown 1975; Terhune, 1970; citados en Barry y Friedman, 1998). Y en la actualidad existen hallazgos suficientes para asumir que las diferencias individuales son importantes para entender cómo afronta un sujeto una negociación. Sin querer profundizar más en este terreno, podemos observar cómo la extroversión y la cordialidad son decisivas en la negociación distributiva o competitiva (aquella en la que hay algo que repartir entre ambas partes y las dos desean conseguir la mayor cantidad). La extraversión parece tener efectos adversos en fases iniciales de la negociación, cuando el anclaje (mostrar una posición inamovible) es un problema potencial; sin embargo, puede ayudar más adelante, cuando otras tácticas son más influyentes. La amabilidad parece ser una desventaja a lo largo de toda la negociación competitiva, en la cual, un negociador con alta cordialidad es susceptible de aceptar las primeras ofertas y está en riesgo de aceptar una pérdida de terreno después de la oferta inicial. Por otro lado, en negociaciones integrativas (aquellas en las que ambas partes deben salir ganando), la extraversión y responsabilidad dejan de tener importancia, siendo otros factores como la responsabilidad los que tienen una mayor influencia sobre el éxito en la negociación (Barry y Friedman, 1998).
El perfilamiento «indirecto»
En el entendido de que existen contextos (como los forenses o el empresarial) en los que interesa conocer o perfilar indirectamente a las personas, existe una vía científica que puede ayudar, conocida como la ciencia de rastrear (Science of Snooping; Gosling, 2009). Esta nueva «ciencia» de «perfilamiento indirecto» (sin contar con la intervención del sujeto a perfilar) toma como base las teorías interaccionistas, que sugieren que los individuos seleccionan y crean sus ambientes sociales y físicos para ajustarse y reforzar sus disposiciones, preferencias, actitudes y estilos de vida (en suma, su personalidad), por lo que se estima que los objetos o espacios físicos (sobre todo los privativos) y determinadas conductas pueden reflejar o proyectar características de personalidad. El entorno de cada persona estaría plagado de indicadores observacionales y conductuales a partir de los cuales se podría inferir su forma de ser. Ya Cattell fue uno de los primeros en teorizar sobre esta posibilidad, estudiando si las preferencias musicales de los individuos podían contribuir al entendimiento de su personalidad (Cattell y Anderson, 1953; Cattell y Saunders, 1954; citados en Rentfrow y Gosling, 2003). Esta idea, que pone en relación el ambiente de la persona con sus características de personalidad, constituye el fundamento del modelo de la lente (Brunswick, 1956; citado en Gosling, Ko, Mannarelli y Morris, 2002), que expone que los elementos ambientales que rodean al sujeto, y que han sido elegidos por éste, forman una lente a través de la cual los observadores externos al sujeto pueden percibir de forma indirecta los constructos de personalidad subyacentes. En este modelo, Brunswick explica los mecanismos específicos mediante los cuales los alrededores físicos impactan en los individuos, y basándose en ello, explica cómo los ambientes personales pueden servir como almacén de las expresiones individuales desde las cuales los observadores pueden llegar a deducciones sobre sus ocupantes.
De este modo resulta imprescindible identificar qué elementos reflejan dichos constructos, es decir, qué claves observables son válidas para generar inferencias precisas de personalidad, pues el hecho de que las señales estén presentes no significa que aquellos que las observan presten atención a las mismas. Afortunadamente, en las últimas décadas han aparecido numerosos estudios que se han ocupado de estas cuestiones (Mehl, Gosling y Pennebaker, 2006), que van desde las relaciones existentes entre variables lingüísticas y rasgos de personalidad (Mairesse, Walker, Mehl y Moore, 2007) a investigaciones que analizan las posesiones materiales de los espacios personales de los sujetos y su correlación con variables de la personalidad (Aragonés y Pérez, 2010; Gosling, Craik, Martin y Pryor, 2005; Gosling et al., 2002), pasando por las influencias de la personalidad en los espacios de trabajo (Wells y Thelen, 2002) o investigaciones sobre qué primeras impresiones pueden correlacionar con variables de personalidad (Carlson, Furr y Vazire, 2010). Naturalmente, los rasgos de personalidad también se han estudiado en relación con el uso que hacen los sujetos de las nuevas tecnologías, como Internet (Vazire y Gosling, 2004); las redes sociales (Gosling, Augustine, Vazire, Holtzman y Gaddis, 2011), especialmente Facebook (Back et al., 2010) y, cómo no, los smartphones (Chittaranjan, Blom y Gatica-Pérez, 2013). No sólo el aspecto físico de las personas puede manifestar su personalidad (Naumann, Vazire, Rentfrow y Gosling, 2009), sino que la mera observación de los zapatos permite formular juicios correctos sobre aspectos de la personalidad tipificados en el BFQ (Gillath, Bahns, Ge y Crandall, 2012). Y tampoco escapa a la ciencia de rastrear la personalidad de los aficionados a los videojuegos (como el World of Warcraft; Graham y Gosling, 2012), la de quien se tatúa el cuerpo (Roberti, Storch y Bravata, 2004), la de los consumidores (Sandy y Gosling, 2013), ni la relacionada con la religiosidad (Gebauer et al., 2014) o con la tendencia al ahorro, menor en los extrovertidos (Hirsh, 2015).
Por supuesto, la presencia de la perfilación de personalidad dentro de este manual se debe a la existencia de estudios que concluyen que hay determinados comportamientos no verbales que pueden ayudar a predecir rasgos de personalidad. En general, los hallazgos científicos apuntan a que el estilo de comportamiento es más una parte de la personalidad que una clave para describirla (Gallaher, 1992). En cualquier caso, aunque asumamos que el estilo de comportamiento es un predictor perfecto de los rasgos de personalidad, debemos tener en cuenta que existirán situaciones públicas en las cuales un individuo evitará mostrar comportamientos asociados a un determinado rasgo porque no está socialmente bien visto (Lippa, 1983). Pese a esta precaución, que se debe tener presente, existe suficiente evidencia científica que concluye la correlación existente entre comportamientos verbales y rasgos de personalidad. Fumar, consumir alcohol, asistir a fiestas con habitualidad, hacer dieta frecuentemente, violar las normas de circulación, conducir rápido, realizar ejercicio a menudo, tocar instrumentos musicales o llegar tarde a las citas son comportamientos observables a través de canales no verbales para los cuales se ha observado correlación con rasgos de personalidad (Paunonen, Ashton y Jackson, 2001). Parece ser que el consumo de tabaco correlaciona positivamente con la extroversión e inversamente con la cordialidad; el consumo asiduo de alcohol positivamente con la extroversión y negativamente con la responsabilidad; la asistencia a fiestas correlaciona positivamente con la extroversión; hacer dieta negativamente con cordialidad; violar las normas de tráfico inversamente con la responsabilidad; la conducción rápida negativamente con la cordialidad; la realización de ejercicio asiduo positivamente con la extroversión y negativamente con el neuroticismo, y tocar instrumentos musicales positivamente con la apertura a la experiencia (Paunonen, 2003). Todos ellos son comportamientos observables a través de los canales expresivos no verbales presentados en este manual, y un buen perfilador indirecto procurará registrarlos observando a los sujetos en situaciones y entornos cotidianos, en los que las personas se comportan «como son», y de modo no participante ni intrusivo, tal y como hacen los naturalistas de los documentales de National Geografic.
Otra aportación de interés es la realizada por Ambady y Rosenthal (1998), según los cuales existen diversas conductas no verbales que correlacionan con diferentes rasgos de personalidad:
—Extrovertidos. En el canal oculésico podemos comprobar cómo las personas extrovertidas realizan más movimientos oculares durante una conversación que las personas introvertidas. Son más expresivas y codifican mejor la comunicación no verbal. Por el contrario, la persona introvertida es menos expresiva y decodifica mejor la comunicación no verbal de los demás.
—Autocontrol. Las personas con puntuación alta en este rasgo son buenos codificadores y decodificadores de la comunicación no verbal y prestan mayor atención a las normas sociales.
—Tipos A y B de personalidad. Sin profundizar en esta clasificación, y tan sólo a modo de aclaración, se debe referir el concepto de tipos de personalidad A y B (M. Friedman y Rosenman, 1959). Los autores definen el tipo A como un complejo de acción-emoción que se caracteriza por un impulso continuo para lograr metas autoseleccionadas pero normalmente definidas pobremente, una profunda inclinación a competir, persistentes deseos de reconocimiento, implicación en muchas y diversas tareas sujetas constantemente a fechas límites, propensión a acelerar la ejecución de dichas tareas y una alerta física y mental extraordinaria. El tipo B es definido por contraposición, siendo sujetos que no manifiestan un comportamiento tipo A. En comparación con los sujetos de tipo B, los sujetos encuadrados dentro del tipo A de personalidad tienden a poseer un estilo propio de comportamiento no verbal, poseen una voz fuerte y dominante y tienden a ser más impacientes, agresivos y hostiles. Son personas que realizan más movimientos faciales y corporales rápidos, hablan rápidamente, con un volumen alto y con un ritmo de discurso explosivo que incluye latencias cortas interpalabras, interrumpen el discurso de los demás y expresan hostilidad y agresividad no verbal. Tienden a deslumbrar a los demás y presentan mayor expresión de la emoción de asco que los del tipo B. Durante una entrevista, realizan más movimientos con las manos y parecen más inquietos durante los periodos de relajación.
Para ir terminando con este epígrafe, al lector no le deben sorprender las posibilidades del perfilamiento indirecto de la personalidad humana, puesto que hace décadas que también se viene trabajando en algo mucho más difícil: el perfilamiento de la «personalidad animal», que, evidentemente, también ha de hacerse por medios indirectos. Si hemos aprendido cómo perfilar con fiabilidad la personalidad de los chimpancés (H. D. Freeman et al., 2013) e incluso la de animales domésticos (Fratkin et al., 2015; McGarrity, Sinn y Gosling, 2015), ¿no vamos a ser capaces de perfilar indirectamente a nuestros vecinos? Para iniciarse en la ciencia de rastrear (humana) no hay más que seguir a Gosling, que, como se habrá observado, es uno de los autores más citados al respecto, empezando por su web (Gosling, 2015). Para curiosear en el mundo del perfilamiento animal se recomienda consultar la web del Instituto de Personalidad Animal (Universidad de Texas, 2004), repleta de referencias bibliográficas.
En definitiva, en los últimos tiempos se viene trabajando científicamente en la sistematización de indicadores observables (conductuales, disposición de los objetos del entorno físico privativo, preferencias en cuanto a alimentación, características lingüísticas...) que permiten llegar a conclusiones fiables sobre la personalidad de los sujetos sin necesidad de contar con su participación, lo que evidentemente elimina las fuentes de error debidas a la manipulación, intencionada o no, de los mismos. Teniendo en cuenta esa línea de investigación científica, tomando como base conceptual el «modelo de la lente» (Brunswik, 1956), y teniendo también en cuenta la escasa (por no decir nula) investigación científica llevada a cabo en nuestro país al respecto, para ayudar al equipo de negociación policial que tiene que lidiar con el secuestrador de nuestro ejemplo de partida, todavía se echa de menos una revisión de los hallazgos científicos, con fines aplicados. Para el ámbito criminológico-forense español y, por extensión, otros ámbitos profesionales y empresariales, sería de mucha utilidad que en el entorno académico existiera una línea de trabajo que adaptara a la población implicada en tareas forenses (a niveles policial, judicial y penitenciario) los procedimientos de medida fiable de la personalidad a través de la observación indirecta de sus rasgos, y que incluso permitiera desarrollar en el futuro, si cabe, procedimientos propios que cubran las necesidades peculiares de cada momento de evaluación de personalidad. Ahí queda lanzado el reto.