JOSÉ MANUEL PETISCO
En el ámbito educativo, el aprendizaje depende no sólo de qué se enseña, sino también de cómo se enseña. Muchas veces, el profesor parte de la pregunta ¿qué quiero decir?, pensando sólo en los contenidos que quiere transmitir. Pero es preciso unir a este interrogante el de ¿a quién se lo voy a decir?, para adecuar mejor cómo transmitir esos contenidos. Por ello, sería deseable que todo docente dominara determinadas habilidades comunicativas a la hora de impartir sus sesiones de clase. Dichas habilidades deberían incluir la parte verbal y la no verbal.
La comunicación en el aula, en ocasiones, puede conllevar distorsiones que hagan que la idea que el profesor pretende transmitir, no coincida con lo que al final interprete y ponga en práctica el alumno (José Manuel Petisco, 2014). El profesor codificará una idea de determinada manera para, posteriormente, ser transmitida con mayor o menor fluidez empleando determinado léxico, determinada semántica, acompañada o no por gestos, empleando determinada entonación y transmitiendo entusiasmo o desidia, tranquilidad o nerviosismo, autoridad o sumisión. Por su parte, el alumno, recibirá el mensaje, pero, de todo lo que oiga, puede que sólo le preste atención a la parte que le interese, y puede que no comprenda todo el contenido del mensaje que el profesor trataba de transmitirle. Entonces surgirán gestos de incomprensión y, si el profesor no lo remedia, gestos y posturas de hastío, aburrimiento o cansancio. Por tanto, parece razonable pensar que el profesor, además de poseer ciertas habilidades comunicativas, debería poseer también ciertas habilidades de «lectura» del significado de esas expresiones faciales, miradas, gestos y posturas que comienzan a mostrar sus alumnos, para tratar de darles solución y retomar las riendas de la clase. Pero, para ello, siempre debería estar atento a la retroalimentación que le llega por los canales no verbales y adaptar su discurso a la situación, al tipo de alumnado y a las peculiaridades de su auditorio. Debería tener nociones sobre comportamiento no verbal para transmitir seguridad en su discurso a través de su voz y de sus posturas, y saber emplear la entonación adecuada para resaltar la parte del discurso que le interese; en definitiva, para hacer sus clases más amenas. No hay nada tan tedioso como el monólogo de un profesor con voz monótona. Cuidar la entonación, las inflexiones, el volumen de voz y los gestos es primordial.
Sabemos que los gestos, en concreto el empleo de emblemas e ilustradores por parte del docente, contribuyen a la mejor compresión del mensaje por parte del alumno. Pero, además, a la hora de comunicarse eficazmente con sus alumnos, intervienen muchos factores: la forma de enunciar su mensaje, su expresión facial, su mirada, su postura, el uso del espacio y las distancias, su apariencia y, en ocasiones, hasta el uso del tacto y del contacto con algún alumno que ha desconectado.
En el aula, los elementos no verbales están presentes en la aceptación de ideas, en la comprensión de las mismas y, cómo no, en los silencios que se producen cuando, tras lanzar el profesor una pregunta a sus alumnos, éstos callan y evitan su mirada. Todos nosotros hemos sido alumnos y tenemos constancia de que cuando el profesor hace una pregunta a la clase, si el alumno no tiene ni idea de la respuesta, entonces, lo último que hace es establecer contacto ocular con él, ya que el alumno no tiene ningún interés en hacerle saber que el canal está abierto. En estas situaciones, el alumno que conoce la respuesta suele apresurarse a emitir señales no verbales, agitando su mano de manera entusiasta; en cambio, el que no sabe la respuesta evitará la mirada, evitará todo contacto ocular con el profesor, porque desconoce la respuesta.
También el profesor puede recibir retroalimentación visual de si un alumno en concreto conoce o no la respuesta a la pregunta planteada mediante el análisis de la expresión facial y, más concretamente, por la elevación o descenso de sus cejas. Ya Darwin (1872) hablaba del músculo de la dificultad para referirse a la musculatura que provoca el descenso y la aproximación de las cejas. Ekman (2003e) coincide con Darwin en que cualquier tipo de dificultad, física o mental, provoca la contracción de la musculatura responsable de provocar el descenso y la aproximación de las cejas. Gracias a estas aportaciones, podemos deducir que si un alumno muestra un gesto de extrañeza, bajando y juntando las cejas, ese gesto puede simbolizar una exclamación de interrogación, porque el alumno no comprende algo que le está explicando el profesor. Sin embargo, si conoce la respuesta, lo más probable es que ese movimiento sea de elevación. Eibl-Eibesfeldt (1972) denominó «destello de cejas» a ese rápido subir de cejas que se mantiene unos seis segundos y que observó en individuos de muy diferentes nacionalidades. Pero el profesor deberá tener en cuenta el contexto y saber interpretar esos movimientos de cejas, que también aparecen cuando alguien aprueba o acuerda, busca confirmación, flirtea, agradece y comienza y/o enfatiza un juicio, o para indicar aspectos negativos como desaprobación, indignación o amonestación, los cuales suelen ir acompañados de mirada fija y/o levantamiento de cabeza con descenso de párpados (Knapp, 1980).
También es importante que el profesor transmita su mensaje de forma congruente, es decir, de manera coherente por los tres canales: visual, verbal y paraverbal. De nada sirve elogiar la aportación de un alumno transmitiendo interés de modo verbal si la entonación y los gestos no son congruentes con el mensaje (por ejemplo, si mientras pronunciamos esas palabras, miramos para otro lado y nuestro tono de voz transmite desidia o desprecio).
Por otro lado, la participación más o menos activa por parte del alumno puede verse influenciada por aspectos ambientales como el diseño del aula, la distribución de mesas y pupitres, el espacio entre los asientos o la ubicación de las ventanas. Hoy sabemos que el nivel de participación en clase puede estar mediado por el lugar que ocupa el alumno en el aula. Gracias a Sommer (1967) sabemos que, en la disposición de estilo seminario, los estudiantes que están enfrente del ponente y en las primeras filas participarán más que los que están situados en los lados o en la parte trasera del aula, o que los situados en el centro de cada fila participarán más que los situados a los lados, porque a mayor contacto ocular, las probabilidades de interacción son mayores. Adams y Biddle (1970) describieron una zona de participación con forma de triángulo al observar que el 63 % de las conductas de participación provenía de los alumnos que se habían situado en los tres asientos que ocupan el frente central de la primera fila, frente al profesor, y los tres posteriores al alumno situado en el centro.
Koneya (1973) observó que los alumnos que se situaban en esa zona de participación tendían a hablar más que los que se situaban fuera de dicha zona, al menos los muy activos o moderadamente activos.
Analizar la influencia que pueden tener estos elementos del ambiente puede servirle al docente para predecir, en función de la tasa de verbalización de los alumnos, los lugares que voluntariamente van a ocupar en el aula o quiénes son los alumnos más predispuestos a pasar inadvertidos, o los alumnos que probablemente participarán más en clase. También, qué medidas puede tomar para tratar de fomentar la participación en clase de aquellos alumnos que no suelen hacerlo. Porque, en definitiva, los aspectos ambientales pueden fomentar y facilitar la participación en clase, o dificultar la interacción alumno-profesor.
Figura 11.1.—Zona de mayor participación en clase según las observaciones de Adams y Biddle.
Desde los estudios de Farnsworth (1933) sabemos de la existencia de un sesgo visual en los docentes (al menos en los diestros), según el cual éstos prestan más atención a los alumnos ubicados a su izquierda (zona derecha del aula desde la posición del alumno) y que ello repercutirá en que los resultados académicos de estos alumnos serán más altos. Estudios posteriores no han hecho sino confirmar la existencia de dicho sesgo (Morton, McLean y Kershner, 1986) y atribuirlo a motivos relacionados con la diferenciación hemisférica (José Manuel Petisco, 2014) y no a las características del diseño estructural de la clase. También sabemos que la ubicación del profesor puede ser determinante a la hora de prestar mayor atención a unas zonas u otras del aula. Un análisis de estos aspectos no verbales puede contribuir a que el docente tome medidas correctoras para tratar de dirigir su mirada a todos los alumnos por igual, o para ubicar estratégicamente a aquellos alumnos a los que suele costarles más el seguir el discurso del profesor.
Otro tipo de sesgo que ha de tener en cuenta el docente es el conocido efecto Pygmalión (Rosenthal y Jacobson, 1968), que puso de manifiesto cómo las expectativas del profesor tienen su efecto sobre el nivel de ejecución de los alumnos. Sabemos que las expectativas del profesor se transmiten a los alumnos prioritariamente a través del comportamiento no verbal y que si éste transmite expectativas de mejora, el rendimiento de los alumnos mejorará.
En definitiva, vemos que si en cualquier acto comunicativo intervienen elementos verbales y no verbales, en el ámbito educativo, los componentes no verbales cobran vital importancia. Analizar la expresión facial, gestos y posturas de los alumnos puede proporcionar al docente una valiosa información para tratar de ajustar su discurso a una mejor comprensión, para adoptar medidas para recuperar la atención de sus alumnos en un momento dado, para explicar de nuevo un concepto o para adelantarse a determinadas dudas que se vislumbran por esos canales no verbales. Conocer qué posturas y gestos transmiten seguridad puede contribuir a dar un mayor rigor al discurso del profesor. Saber modular el modo de hablar puede contribuir a captar o mantener mejor la atención del alumno. Hacer cambios de tono y velocidad puede contribuir a que la exposición resulte más amena y, por tanto, a que el alumno mantenga más su atención. Moverse entre los alumnos puede contribuir a involucrarles con la sesión, o a recuperar a aquel alumno que había desconectado. Hemos visto que, para todo ello, hace falta que el profesor esté atento y vaya analizando la información no verbal que le llega por los distintos canales de comunicación. También hemos resaltado que el análisis del lugar elegido por el alumno dentro del aula puede proporcionar indicios al profesor sobre las actitudes y personalidad de ese alumno. Por último, hemos resaltado la importancia de que el profesor transmita expectativas positivas sobre al rendimiento de sus alumnos, todo ello a través de su comportamiento no verbal.