Perder más de lo que había ganado

Los nervios iban a provocarme una torsión de estómago.

La camioneta avanzaba por el camino, aproximándose a la casa a ritmo constante.

Ella estaba en la camioneta junto a su mejor amigo; Cecilio, al volante.

Tapándome el sol de la cara con una mano, vi la figura de Cecilio al frente y, por detrás, a los dos pasajeros.

Pink sería la primera persona de su vida que nos vería juntos; no la primera que yo conocería, pero sí la primera que juzgaría lo que sucedía allí.

No podía parar de pensar en que él me descubriría, que vería en mí todo lo que Elizabeth no quería ver. Él se daría cuenta de que yo no era bueno para ella, y tenía la sensación de que lograría ver mis pensamientos, mis secretos.

Mis tripas crujieron, pero no de hambre, pese a que era hora de almorzar, sino de terror. En el estómago tenía nudos, calambres y el voraz vacío que provoca el terror.

Era consciente de que Pink no podría adivinar las mentiras en mi rostro, pero sí seguramente sería capaz de percatarse de que yo no era bueno para ella, porque no era bueno para nadie, sin importar lo que ella dijera.

Elizabeth, mi defensora, era la que tenía todo el derecho a juzgarme.

Eso iba a estallarme en la cara, lo sabía, oía el tictac del reloj contando el tiempo antes de la explosión.

Lo había hecho todo mal, lo había enredado de forma pésima, y ella…

Elizabeth bajó la ventanilla y sacó un brazo por esta para saludarme efusivamente con una mano. Sacó un poco la cabeza; sonreía.

A empujones, forcé una sonrisa a mis labios y le devolví el saludo.

Qué iluso había sido por creer que podría encajar en su mundo. Allí, en nuestra pequeña burbuja, todo funcionaba de maravilla; sin embargo, cuando ella pudiese verlo todo con la perspectiva correcta…

Apreté los dientes y tragué saliva.

Así morían todas mis irreales ambiciones, todos los estúpidos sueños de esforzarme por continuar mereciéndola si bien no la merecía desde el principio.

Charlotte, que no conocía toda la historia, había tenido el buen tino de recomendarme que fuera con calma. Me dijo que entendía que la situación hubiese cambiado para mí, que me deseaba toda la felicidad del mundo, pero que esa era una situación delicada… y realmente lo era. Podíamos ser todo lo profesionales que quisiéramos, pero, de todas maneras, si lo nuestro se iba al demonio, lo que sucediese entre ambos repercutiría directamente en el libro.

Warren me aborrecería en público, quemaría mis libros en una hoguera, me quemarían a mí… y definitivamente debería largarme a vivir a Cuba, a una cabaña, para beber y beber hasta terminar de convertirme en un ermitaño al que el mundo detestase.

Había dado por supuesto que el café que había bebido a media mañana había seguido su curso, pero no: en ese instante trepaba por mi garganta mezclado con jugos gástricos.

Me sudaban las palmas de las manos y las gotas heladas que rodaban por mi columna, debajo de mi camisa, hacían innecesario tener que utilizar un polígrafo conmigo para identificar que mentía.

Una gran mentira, y ella descubriría el engaño.

Nuestro principio era una mentira.

El final de su relación con su novio…

Con la camioneta desacelerando, me pregunté si Pink habría tenido buena relación con el ex de Elizabeth o si habría sido su detractor. Yo no me atreví a preguntar nada sobre su novio, pues tenía miedo de que la cara se me cayera de vergüenza frente a ella, y cuando hablamos de Pink con Elizabeth fue para conversar exclusivamente de la relación de ellos como amigos.

Ella me contó que Pink trabajaba en marketing, que se conocían desde los catorce años, que habían sido novios y que después Pink salió del armario. Eran los mejores amigos desde entonces. Consideraba a Pink como su hermano. Brian, uno de los padres de Elizabeth, le había teñido el pelo a Pink antes de que se subiera al avión.

Cierto que Pink le había dicho a Elizabeth que me encontraba guapo y sexy, pero de ahí a que le cayera bien…

Mis tripas crujieron otra vez.

Ni cuando publicaba un nuevo libro me ponía tan nervioso como lo estaba en ese instante.

—¡Ya estamos aquí! —exclamó Elizabeth desde la ventanilla, con el vehículo deteniéndose.

Había visto docenas de fotografías de Pink, y ninguna le hacía justicia. Realmente parecía que hubiera nacido con el cabello rosa.

Un mes atrás el chico me hubiese parecido llamativo, exagerado, innecesariamente creativo en su aspecto, así como supuestamente me disgustaban los tatuajes de Elizabeth y su insubordinada forma de ser.

Entendía que había ganado algo de apertura mental en el último tiempo y por eso mismo en este momento no llevaba un pantalón de traje, sino unas bermudas, y no me traumatizaba no parecer lo suficientemente respetable para conocerlo, aunque lógicamente comprendía que yo no sería capaz de tanto como ellos.

Tenía claro que, si la perdía, perdería mucho más de lo que había ganado, porque no solo era ella, sino el amor que me había atrevido a reconocer, todo aquello de lo que me había desprendido para ser un poco menos infeliz, todo lo que me permitía durante esos días sin pensar en todo una infinidad de veces hasta tomar una decisión.

No solamente perdería su amor, y ya de por sí la mera idea me helaba la sangre, sino que además… ese yo que era desde que estaba con ella no tendría sentido sin ella. Si la perdía, me dolería en todos los aspectos de mi vida. Si la perdía, la visión de futuro que tenía entonces se convertiría en un agujero negro que haría desaparecer todo lo que habíamos vivido juntos hasta esa fecha. Si la perdía, condenaría por completo los seis años que hacía que la conocía para impedir que se sumasen más.

Si la perdía…

La puerta del lado de Elizabeth se abrió con ímpetu.

Ella estaba todavía más radiante y feliz que por la mañana.

La altura de Pink apareció por el otro lado del vehículo. Debía de ser tan alto como yo, un poco más delgado, no mucho, pero de todos modos ocupaba más espacio del que creí que ocuparía. Aquel tipo podía molerme a golpes si quería.

Tragué saliva.

Había visto cientos de fotografías y vídeos de él abrazándola con un gesto protector.

Mejor que no me dejara engañar por la camisa celeste claro, sus pantalones caqui y sus uñas pintadas de rosa claro.

—¡Hola! —exclamó Pink, alzando una mano para saludarme.

—Hola. —Mi voz fue una patética excusa de voz.

Cecilio bajó y fui hasta ellos para darle la bienvenida y ayudarlos con el equipaje.

Elizabeth levantó la tapa del maletero sin darle tiempo a llegar a Cecilio, decidida a comenzar a bajar los bártulos de su amigo; sin embargo, cuando me vio llegar, dio un salto de entusiasmo y se colgó de mi mano y mi brazo derecho con sus dos manos, exudando felicidad.

—Ven aquí, te presentaré.

Apreté su mano, porque temí que me soltara.

Pink llegó a nosotros.

—Bueno, al fin ha llegado al momento. No es que sea la primera vez que ves su cara, pero… —Nos detuvo a ambos—. Pink, te presento a Jude Stern. Jude, este es Ryan Crookes, más conocido como Pink.

—Es un placer conocerte. Bienvenido.

—Lo mismo digo.

Su apretón fue firme, pero por lo pronto no me dio la impresión de que tuviese intención de querer acabar con mi vida.

—Gracias por recibirme, la casa es estupenda.

—No hay problema. La villa es enorme y me consta que Elizabeth se moría de ganas de tenerte aquí.

Sonriéndome, ella tiró de su brazo.

—Tendré a dos de mis cuatro hombres favoritos aquí conmigo.

—Tus padres me pidieron que te diera besos y abrazos de su parte, te extrañan.

—Y yo a ellos.

—Humm, permíteme dudarlo, este lugar es increíble. No entiendo cómo sois capaces de trabajar aquí, con todas estas distracciones. —Él echó una mirada a la villa y luego espió en mi dirección, para guiñarme un ojo.

—Pink, este hombre es mío. —Elizabeth rio.

—Realmente tenéis que ser los dos muy profesionales, porque, joder, con lo espectacular que es este sitio y la buena pareja que hacéis…

Elizabeth se estiró y besó mi cuello.

—¿A que sí? —le dijo a su amigo.

Sonreí, nervioso.

—Os admiro, yo no podría. No tengo tanta fuerza de voluntad. —Pink volvió a guiñarme un ojo.

—Ehh… —Elizabeth se quejó, simuladamente, lanzándole una patada sin fuerza al muslo de su amigo.

—Tranquila, es tu hombre, me queda claro. ¿No tienes un hermano gay que presentarme, Jude? —añadió, volviéndose hacia mí.

—Ya te dije que es hijo único.

—¿Un primo?

Negué con la cabeza.

—Qué desilusión. En fin —suspiró—, supongo que podré encontrar algún italiano guapo por aquí.

—No hay muchos italianos por aquí, estamos medio perdidos en mitad de la nada. ¿Quieres que te busque un hotel en el pueblo?

—No, creo que me sacrificaré al celibato por unos días, este sitio lo merece. De verdad que es increíble. Me enseñaste la casa, pero, madre mía, es todavía más enorme de lo que creí que sería. Este lugar es simplemente espectacular. No tiene mucho que envidiarle a Grecia.

Ante la mención de Grecia, me envaré, y la sonrisa en los labios de Elizabeth medio tembló.

Me hice el idiota y ella remontó la situación, aunque capté que no pudo quitarse toda la incomodidad de encima.

—Esto es un paraíso. Consideramos quedarnos aquí para siempre —intentó bromear.

—Sí, lo es. Lizzy…

—Mejor entramos tus cosas para que puedas acomodarte. Te han preparado un cuarto estupendo, ya verás.

—No sé cómo agradeceros esto.

—Cortesía del Grupo Warren.

—Todavía no puedo creer que le pidieras que pudiese alojarme aquí.

—Sam Warren es un hombre agradable. Puede resultar un tanto intimidante, pero no es inaccesible. Además, le expliqué que Jude estaba de acuerdo y, como él es la voz de la razón, imagino que dio por sentado que, si Jude aceptaba, debía de ser porque confía en que tú y yo no quemaremos la casa ni nada por el estilo. Él es la voz responsable de este dúo. —Elizabeth apuntó con la cabeza en mi dirección y me soltó para ir a por una de las maletas de Pink. Cecilio ya había bajado la otra.

—Bueno, gracias por confiar en nosotros, Jude. Prometo que no destrozaremos la casa, no haremos fiestas a tus espaldas ni…

—Probablemente nos emborrachemos una de estas noches —me dijo ella, dejando la maleta en el camino—. Y tendrás que soportar oírnos cantar; tampoco se descarta que te obliguemos a bailar o que debas someterte a ser público de un desfile de modas improvisado.

—¿Iremos de compras? —lanzó Pink, entusiasmado.

—Si te gusta la idea… No quería someter a Jude a eso, el pobre ya aguanta suficiente de mí.

—A mí no me molestaría acompañarte…

—¡¿Lo ves?! Este hombre es de lo que no hay —soltó ella, interrumpiéndome.

Sí, definitivamente yo era de lo que no había.

Le quité la maleta de Pink de las manos y ella me sonrió como si viese amanecer por primera vez.

La culpa se desparramó por mi interior.

—Está bien, Cecilio, yo llevo eso, que ya has hecho suficiente por nosotros.

—No es problema.

—Está bien, yo la cargo —le dijo Pink, recuperando esa parte de su equipaje—. Gracias por venir a buscarme —le dijo en un italiano un tanto rígido pero entendible.

Cecilio le contestó que no era nada y se retiró a la parte posterior de la casa, prometiendo avisarnos cuando el almuerzo estuviese listo.

—En serio que este sitio es de ensueño —comentó Pink después de que Elizabeth le señalara la terraza sobre la cual estaba ubicada la piscina—. Este lugar es más apto para una escapada romántica que para escribir un libro. Si vosotros no hubieseis acabado juntos al venir aquí… —canturreó, y una especie de ácido se desparramó por todo mi interior.

—Ha sido una suerte que acabáramos juntos, el lugar habría sido indistinto. Este hombre… —Elizabeth rodeó mi cintura con su brazo—. ¿Cómo no enamorarse de él…?

¿Cómo no amarla?, ¿cómo no temer perderla?

Inclinándome sobre ella, besé su coronilla.

—Dais asco.

Ante el comentario de Pink, Elizabeth rio, feliz.

—En serio, dais asco —repitió, siguiéndonos por la entrada abierta de par en par—. Mi amiga está muy enamorada de ti, Jude, espero que seas consciente de eso.

Tragué saliva y por poco no me atoro.

—Sí, lo sé. Yo también la amo, mucho. Ella… —La miré y ella volvió a sonreír para mí.

—De todas formas, para que lo sepas, a ninguno de los dos nos gustó lo que dijiste de sus libros.

—¡Pink! —exclamó ella, y yo casi me mato, porque me enredé con su maleta y perdí el equilibrio.

—Bueno, es historia pasada, pero tenía que decírselo. Me lo has contado todo sobre vosotros, pero…

Enrojecí, sabía que ella se lo explicaba todo a Pink, pero igualmente…

—Supongo que podría decirse que estás perdonado.

No logré articular palabra.

—Pink, prometiste…

—Nada, cielo, que estamos los tres en paz. Solamente tenía que quitármelo del pecho. Además, os veo y… me alegro por vosotros.

—Yo…

—No tienes nada que decir, me alcanza con ver a mi Lizzy feliz y sé que lo está. No ha parado de hablar de ti durante todo el trayecto desde el aeropuerto. —Concentró un instante su mirada en mí y luego bajó la vista hasta el rostro de Elizabeth—. La vida da muchas vueltas y, como sea, a mí me alegra ver a mi amiga dichosa.

Sin soltarme, Elizabeth buscó la mano de su amigo y tiró de él hasta nosotros.

—No puedo creer este momento.

—¿Qué?, ¿propondrás un trío?

—Pink, que espantarás a Jude.

—A ver, que este hombre lleva tiempo de sobra conviviendo contigo como para saber… No te asustes, Jude, nosotros soltamos muchas tonterías, pero en el fondo somos inofensivos.

Él no era inofensivo, en cualquier momento acabaría dándome un ataque de pánico, como mínimo, porque entre mis nervios y todo lo que salía de su boca… Por lo visto, igual que Elizabeth, él tenía la costumbre de no guardarse demasiado.

—Te aseguro que no somos contagiosos, Jude —bromeó ella, apretándome contra su cuerpo—. Esta tontería no se pega.

—A mí no… Yo solamente… No tenéis que actuar de forma distinta porque yo esté aquí.

—Uff, no tienes ni idea de las repercusiones del permiso que acabas de darme.

Definitivamente, iba a salirme una úlcera.

Elizabeth soltó una carcajada.

—Eres todavía más sexy en persona.

—¡Pink! —Ella rio.

—No te preocupes, Jude: esta noche cerraremos la puerta de nuestra habitación con llave.

—¿No sabes que es de niña buena el compartir?

—Lo siento, Pink, pero no compartiré a Jude contigo. Es solamente mío.

—No sabes lo que te pierdes —me dijo Pink a mí, y sentí mi rostro arder.

—Mira lo que haces —le recriminó ella a su amigo, apretándose contra mi lado.

Me sentí como un verdadero imbécil.

—Mejor subimos tus cosas.

—Sí, mejor. No te preocupes, Jude, es la primera impresión, seguro que luego te acostumbras. Pongámoslo como que es tu prueba de fuego: si resistes a esto, tu relación con ella tendrá futuro.

Elizabeth le dio un empujón a su amigo mientas reía. A mí se me nubló la vista y me mareé. Eso iba a matarme.

Ella echó a andar y los dos la seguimos de camino a la escalera para dirigirnos a la planta superior.

Esforzándome por no perder la sonrisa y por controlar los colores que iban y venían de mi rostro, los acompañé hasta el cuarto y me despedí de ellos allí, pretendiendo ser el novio comprensivo que deja a su novia para que se ponga al día con su mejor amigo, si bien en el fondo yo no tenía ni la más remota idea de cómo ser el novio de nadie, probablemente mucho menos el novio de ella, porque Elizabeth era tanto que se me escapaba de las manos.

Mientras me alejaba, los oír reír. Las carcajadas de ambos llenaron el corredor, conmigo apresurando el paso para largarme de regreso a la sala que teníamos como nuestro lugar de trabajo. Necesitaba tomar distancia, darme unos minutos para procurar recuperar un poco la compostura, para rearmarme con miras al almuerzo que iba a compartir en breve.

Con Elizabeth habíamos acordado que ese día no trabajaríamos, y eso me dejaba libre para tener que estar allí, para conocer a su amigo.

¿Cuánto tardaría ella en darse cuenta de que yo era un gran manchón oscuro en su colorida vida? ¿Cuánto tardaría él en hacerle ver la realidad?

Hui, me escondí para no poder hacer nada, ni siquiera leer, escribir o repasar algunas correcciones que Elizabeth había sugerido para mi libro; no tenía espacio en mi cabeza, en lo único que podía centrar mi mente era en lo que me pesaba.

Cuando ambos vinieron a buscarme para almorzar, estaba lívido y con la sensación de que el sofá me devoraría. Quería que me devorara para evitar enfrentar lo que pudiese suceder.

El almuerzo se llenó con las conversaciones de ellos, si bien Elizabeth continuaba comportándose conmigo como siempre.

Agradecí tener la excusa de ir a hacer mi siesta después de comer, siesta que extendí hasta que me aburrí de estar en la cama tirado boca arriba mirando el techo.

Cuando reuní el valor suficiente como para enfrentarlos, los encontré fuera, en la piscina, disfrutando de los últimos brillos de la tarde. Elizabeth, en cuanto me vio aparecer en la terraza, me pidió que me sentara con ella; me atrapó en su abrazo, en su cuerpo enfundado solamente en su traje de baño y una fina blusa.

Sus brazos rodearon mi cintura, sus piernas, mi cadera, y, con su pecho contra mi espalda y su barbilla sobre mi hombro, continuó conversando con Pink hasta que cayó la noche.

Su abrazo y la conversación lograron relajarme un poco, por lo que conseguí cenar sin tener la sensación de que lo vomitaría todo antes de que mi estómago tuviese tiempo de digerirlo. También ayudó que Pink no volviese a mencionar Grecia ni las cosas que yo había dicho del trabajo de Elizabeth ni el modo despreciable con el que yo solía comportarme con ella en el pasado, y que se esforzara por charlar conmigo dejando a un lado las bromas y las insinuaciones.

Comencé a respirar un poco mejor y, después de un par de copas de vino, los tres logramos reír y relajarnos bastante.

 

* * *

 

Elizabeth apartó su boca de la mía, abrió la puerta y me empujó de espaldas dentro de la habitación. Su aliento olía a alcohol, igual que el mío; de cualquier modo, era yo el que estaba más entonado, mi escalada por la escalera lo había demostrado, pues un par de veces erré en los escalones y entre Pink y ella tuvieron que sujetarme para que no me partiera los dientes por resbalar e irme al suelo.

Medio trastabillé y ella tuvo que agarrarme por los brazos.

Rio y yo procuré recuperar el equilibrio para no arrastrarla al suelo conmigo.

Cuando recuperé un poco de estabilidad, me soltó.

—Se te ha ido directo a la cabeza, Jude —me dijo entre risas.

Mi cabeza…

Mis pensamientos eran un enredo sin sentido y me sentía peligrosamente propenso a que se me escapasen cosas que no debía decir.

Se dio la vuelta y, sin alejarse de mí, cerró la puerta.

—¿Lo has pasado bien esta noche?

Me esforcé por hacer foco en su mirada.

—Sí.

Ella se estiró y tocó mis labios con los suyos para volver a empujarme de espaldas a la cama.

—Me alegra que Pink y tú congeniéis. Yo lo quiero mucho. Es importante para mí.

—Sí, lo sé. —La lengua me patinó, también un poco las suelas de los zapatos. ¿En qué momento se había hecho tan difícil andar de espaldas? Mi coordinación solía ser muy buena.

—Sé que, cuando he llegado con él esta mañana, estabas muy nervioso, lo he notado. —Me sonrió con dulzura mientras continuábamos andando medio dando tumbos—. No he tenido tiempo antes de agradecerte el esfuerzo.

—¿Qué? —balbucí.

—Que quería agradecerte el esfuerzo. Has soportado las bromas y los avances de Pink con entereza. —Sus manos, calientes, volaron hasta mi cuello; se estiró para pegar su pecho al mío, sus caderas a mi abdomen—. Gracias —añadió en un murmullo sobre mis labios. Con ella así tan cerca yo ya no podía enfocar, mucho menos pensar.

—Elizabeth… —Su nombre se me escapó en un jadeo denso. La deseaba, si bien mi cuerpo respondía de forma tardía por el alcohol.

—Jude… —La punta de su lengua acarició mi labio inferior.

Solamente entonces me di cuenta de que mis brazos rodeaban su cintura.

—Pese a todo, aún no puedo creer que esto entre tú y yo sea cierto. No es que no… —Sacudió la cabeza, sin dejar de sonreír—. Perdona si no coordino las palabras todo lo bien que debería. Lo que quiero decir es que esto entre nosotros parece mucho más real ahora. No porque no lo creyera maravilloso. Tú eres maravilloso —me susurró, para a continuación morder mi boca—. Eres impetuosamente maravilloso y cuando estamos juntos… —una de sus manos trepó por mi nuca, con las yemas de sus dedos registrando las formas de mi cráneo— tú y yo juntos somos increíbles, Jude. Lo que intento decir es que, como aquí solamente estábamos nosotros dos y la gente que es parte de este entorno… no acababa de asimilar que es real, que esto no era más que una bonita burbuja de ilusión. Ver a Pink conversar contigo ha sido de lo más alucinante.

Sus ojos se fijaron en mí y a mí me costó mirarla sin ponerme bizco. Entendía lo que estaba diciendo y en parte agradecía estar entonado para así no hacerme completamente consciente de la situación y evitar de ese modo entrar en pánico.

—De verdad que confío en que funcionará fuera de aquí.

—Te amo —articuló mi boca, de manera autónoma.

—Y yo a ti. —Flexionó sus codos por detrás de mi cuello para terminar de colgarse de mí—. Le has caído bien.

—¿A quién? —le preguntó mi boca, que por lo visto no obedecía a mi cerebro.

Elizabeth rio y lo entendí.

—Pink, sí, claro. Lo siento si no he sido una de las compañías más divertidas, estaba nervioso. Quiero darle las gracias, a él y a tus padres… Todos ellos saben las cosas que dije… No sé ni cómo disculparme. Tiene derecho a odiarme, a no quererme cerca de ti.

—Nadie te odia, Jude. —Elizabeth se desenroscó de mi cuello, pero sus manos no fueron muy lejos: me empujaron hacia abajo al posarse sobre mis hombros.

Tanteé mi aterrizaje sobre la cama con mis manos, para no pasar vergüenza.

Ella se desprendió de sus sandalias con los pies y se sentó a horcajadas sobre mí, desplegando su enorme falda alrededor de sus piernas y de las mías.

De pronto mi cuerpo recordó lo mucho que me gustaban sus faldas, sus muslos, sus pechos…, estar dentro de ella.

Besó mis labios con mis manos desparramándose por su espalda. Su exnovio debía odiarme, definitivamente que sí, porque ella estaba allí conmigo, porque no había viajado a Grecia con ella, porque lo de ellos se había terminado no sabía si como consecuencia directa del viaje o no, pero…

Cortó mis pensamientos agarrándome por la barbilla y acomodando mi rostro justo frente al suyo.

—Jude…

—¿Sí?

—Ya deja atrás lo que sucedió.

Ojalá pudiese.

—Todos los que me quieren y los que me importan, ya están al tanto. Tienes que dejar de preocuparte por eso. Estamos aquí ahora, juntos, y es lo único que cuenta.

No, no era lo único que contaba, porque de no ser por mí ella no habría estado allí en ese momento, porque tal vez, si todo hubiese seguido tal cual estaba, jamás hubiésemos acabado juntos.

—Jude… —Sus dedos se dedicaron a la tarea de desabotonar mi camisa—. Es bueno que estemos juntos.

—Sí.

Ella movió sus caderas sobre mí, sintiéndome. Sonrió.

—Pink me ha dicho que soy una afortunada, y yo sé que así es. —Tironeó de mi camisa para soltar los últimos botones—. Dice que tu ego se relaja a mi lado.

—Mi ego… —Mi ego no era otra cosa que un personaje de ficción.

—No es tu ego, eres tú el que se relaja a mi lado; lo sé y me alegra ser aquella a la que dejas entrar.

Empujó hacia atrás mi camisa, por mis hombros.

—Eres demoledoramente sexy.

—Creo que estoy un poco entonado —gemí, con sus manos soltando la hebilla de mi cinturón.

—Sí. —Rio.

—¿De verdad… de verdad crees que lo he hecho bien con tu amigo? Me he sentido muy torpe gran parte del tiempo.

—No está mal ser torpe. —Desabrochó el botón y fue a por la cremallera.

—¿Seguro?

Su mano me tomó por encima del algodón de mis bóxers; la mera tela nada podía hacer para contenerme.

—Seguro —me confirmó, con su mano bajando por encima de mi creciente erección.

—Yo…

—¿A qué le tienes tanto miedo?

Me quedé mirándola y ella detuvo el movimiento de su mano.

—¿Jude?

—Ellos…

—Ellos, ¿quiénes?

—Tu familia, tus amigos. Estabas con alguien antes de venir aquí —le dije en un patético intento de disculparme.

Sé que se esforzó para que no se le notara, pero no logró conseguirlo del todo. La sonrisa tembló en la comisura de sus labios y sus cejas perdieron algo de brío. En su entrecejo apareció una delgadísima arruga.

—Sí, estaba con alguien. Supongo que debiste verlo conmigo en alguna fiesta, en algún evento.

—Sí.

—Nunca hemos hablado de él.

—No —balbucí.

—No creí que quisieses hablar de él.

—Es que… vuestra relación terminó.

—Sí. —Intentó sonreírme. Su esfuerzo hizo añicos la ampolla de cristal que contenía mi vergüenza encerrada dentro de mi pecho; el líquido, pútrido y maloliente, comenzó a envenenarlo todo.

—¿Jude? —Ella alzo una ceja y esa vez su sonrisa fue más natural.

No pude decirle nada.

—No tienes que pensar en él. Es decir… Yo quería trabajar contigo, bueno, sí y no. Pero tú ya sabes eso, tenía mis dudas… Si bien siempre te he admirado, pensé que no congeniaríamos y todo eso, y me pareció apresurada la decisión de salir así, apenas sin aviso. Fue una sorpresa para mí. Me enfadé un poco, no te lo niego; sin embargo… —La vi encogerse de hombros—. No sé, simplemente es que quizá así debió ser, porque si me hubiese ido de viaje a Grecia con él…

Se detuvo súbitamente y yo entendí que ella acababa de percatarse de que soltaba frente a mí algo de lo que yo se suponía que no estaba al tanto.

Esperé y la dejé seguir, porque intuí que si abría la boca en ese momento todo se iría al demonio.

—Iba a irme de viaje con él y tuve que pedirle que lo suspendiéramos por esto.

Sentí el color escurrirse de mi rostro.

—¿Jude?

Sé que las facciones también se me derritieron.

—Jude, no te pongas así. No es tu responsabilidad, no lo sabías.

Me odiaría, tarde o temprano ella acabaría odiándome.

—Se juntaron muchas cosas. Es lo que debía ser y nada más.

Dudaba de que continuara pensando del mismo modo si yo le contaba la verdad.

—Lo siento —balbucieron mis labios—. Lamento si… Vosotros… llevabais un tiempo juntos.

—Casi dos años.

Fue como si me diesen una patada en los testículos.

—Jude, por favor, podríamos no hablar de personas que no están en esta habitación en este instante. No quiero hablar de nadie que no seamos tú y yo.

Su mano entró en mis pantalones otra vez.

—De hecho, no quiero hablar en absoluto, quiero besarte. —Sus labios atraparon los míos con un mordisco feroz—. Quiero besarte por completo.

Su aliento, caliente, me aseguró que era completamente sincera.

Su mano, la que estaba en mi pecho, me empujó hacia atrás hasta que mi espalda tocó la cama y luego presionó, manteniéndome en mi sitio mientras su otra mano liberaba mi erección de todas mis prendas de vestir.

Bajó de la cama y apartó mis piernas, sonriéndome con picardía.

Yo, que había alzado la cabeza para verla hacer, me rendí a la cama otra vez después de ser testigo de su persona arrodillarse entre mis muslos.

Su nombre debió de escapárseme un millar de veces mientras su mano me endurecía hasta el dolor.

Con sus uñas deslizándose por mi pecho, apartó un poco mi ropa.

Las yemas de sus dedos en mis abdominales, tocándome por encima del vello que comenzaba a crecer a unos centímetros de mi ombligo.

—Elizabeth…

Su mano siguió de largo mientras con la derecha me sostenía, dejándome claro que no me permitiría escapar.

Atrapó mis testículos primero con su mano. Su boca hizo contacto con mi piel para seguir las líneas de fuego que ardían por debajo de esta. Sus dedos me sostuvieron como si tocaran delicado cristal mientras sus labios y su lengua me recorrían todo a lo largo para acabar de nuevo en mis testículos.

Me tomó con su boca y así mi cerebro dio la primera alarma de fallo generalizado. Succionó y tiró, y yo le permití a mi garganta demostrarle el placer que me daba.

Mis puños se cerraron sobre el cubrecama.

Inspiré aire entre mis dientes, aire que me dio la impresión de que no llegaba a mis pulmones porque el calor de su boca me rodeaba.

Con mis muslos tensándose, mis abdominales se convirtieron en roca que se contrajo y tiró de mi erección hacia arriba. Me soltó y sus labios le dieron forma al sonido más sexy, al que le permití convencerme de que todo estaría bien. Estaríamos bien.

—Sí… Elizabeth… Dios… —Alcé la cabeza para verla subir con la lengua a lo largo de mi erección. Su lengua rodeó lo más alto de mí lentamente y luego fueron sus labios los que me tocaron para besarme, para cubrirme despacio.

Tiré del cubrecamas, conteniendo un gruñido en lo más bajo de mis abdominales.

Su boca bajó un poco más y ya no logré contener nada. Chillé como un pobre imbécil.

Ella me descubrió poco a poco para jugar conmigo, demostrándome que me conocía, que sabía lo que yo necesitaba y quería. Las cosas que sabía de mí, lo que yo le había contado, lo que ella adivinó…

No habríamos acabado juntos si yo no hubiese tenido el arrebato que tuve debido a que no hubiese soportado durante mucho tiempo más verla con otro.

Elizabeth me soltó y se sostuvo en mis rodillas para ponerse de pie.

Con mi cabeza volcada sobre la cama, igual que la cabeza de un coloso al que hubiesen decapitado tras tomar la ciudad, la vi quitarse la blusa y el sujetador. Juntó mis piernas y se posicionó con las rodillas a los lados de estas. Tomó sus pechos por mí y mi erección la reclamó. Sonrió, complacida, y trepó sobre la cama para buscar mis manos y acomodarlas sobre sus senos. Mis dedos encontraron sus pezones, sus piercings.

Con una mano, alzó su falda; con la otra, me buscó a mí para guiarme hasta su cuerpo. Se acarició conmigo permitiéndome sentir su piercing, dándome tanto placer como ella sentía una y otra vez, hasta que tanto para ella como para mí las caricias no fueron suficientes.

Me acomodó en la entrada de su vagina y bajó despacio sobre mí para luego balancearse deliciosamente sobre mi cuerpo hasta hacerme odiar a todo al que ella en el pasado le hubiese dado permiso para tocarla.

Recordé cuando la veía bailar con Warren, cuando la veía en las entrevistas sonreír, preguntándome qué se necesitaría para llegar a ella, para tocar alguna de sus fibras.

No lo que yo había hecho, eso lo reconocía desde ya.

Mi modo no era el modo.

Lo que tenía con ella en ese momento no era justo.

Acabé en su interior y conmigo corriendo por su muslo, por mi propia piel. Ella continuó moviéndose sobre mí hasta que su cuerpo se estremeció y aterrizó contra mi pecho, sobre mi boca, sonriente y jadeante.

—¿Crees que nos oirá?

El pasillo era largo, pero estaba casi seguro de que Pink debió de oírnos, porque habíamos sido un tanto ruidosos.

Me besó y se acurrucó a mi lado para comenzar a acariciar mi rostro, relajando mis mejillas, mis párpados.

Sus labios me susurraron al oído que me amaba.

Por supuesto que me amaba, ella no me conocía. De conocerme, de saber de lo que era capaz, no me amaría y jamás me hubiese permitido que me acercara.

No debió venir, no debió decir que sí.