Exceso de imaginación

Alcé la cabeza de la pantalla de mi portátil al oír sus pasos.

Lo vi llegar con una bandeja cargada con tres vasos de té con hielo y un plato rebosante de lo mejor de la pastelería italiana, además de unos platitos vacíos.

Pink, que se asomó por encima de su revista, exclamó un «oh, Dios» que puso de manifiesto mis sentimientos.

—¿Y todo eso? —le pregunté.

—Cecilio me dijo anoche que pensaba bajar a Montalcino hoy. Le pedí que pasara por esa panadería que te gusta tanto. —El rubor en sus mejillas me hizo adorarlo un poco más, llevaba diez días comportándose divinamente, y no solamente conmigo, sino también con Pink.

A pesar de tener personalidades muy distintas, los dos lograron alcanzar un punto de unión que les permitía conversar sin que ninguno acabara incómodo o fastidiado. Podían pasar un buen rato juntos sin mi presencia, sin que yo hiciera de intermediaria, porque nada malo sucedía, todo lo contrario. Habían compartido el gimnasio casi cada tarde y, así como Pink respetaba nuestros momentos a solas, Jude respetaba los que yo necesitaba compartir con mi amigo.

Por hablar de momentos adorables, podía mencionar la tarde en que Pink se ofreció a cortarle el cabello y Jude aceptó sin titubear, o la noche en la que se quedaron jugando a las cartas y apostando galletas cuando yo me fui a dormir para no estar zombi al día siguiente.

Uno de los momentos que más me emocionó fue cuando Jude aceptó que Pink se quedara con nosotros en la sala mientras escribíamos. A él le avergonzaba sobre manera el mero hecho de que alguien entrara en la sala mientras escribía, y aun así llevábamos una semana pasando muchas horas allí los tres, nosotros dos, trabajando, y Pink, leyendo, dormitando, pintándose las uñas, pintándome las uñas de los pies a mí, viendo una película en su portátil con los auriculares puestos o lo que fuese.

El té helado era nuestro nuevo ritual, porque el sol apretaba y los tres habíamos encontrado una receta que nos gustaba, receta a la que llegó Jude después de varios intentos.

Y en ese instante, eso, sorprendernos con un plato repleto de carbohidratos y azúcares.

—Me cobrarán sobrepeso en el vuelo de regreso. —Pink dejó la revista sobre la mesa de café, situada en medio de los cuatro sillones.

Jude acomodó la bandeja allí. Me tendió a mí el primer vaso.

—Jude, cada día te amo más —le dije, y él me sonrió solo a mí, no solamente con los labios, sino también con la mirada.

—Y yo te amo a ti.

—Y yo amo todas esas deliciosas calorías —intervino Pink, con voz cantarina.

Jude le pasó un vaso.

—Bueno, me alegra que te gusten. Teníamos que hacer algo a modo de despedida antes de que te vayas mañana a primera hora.

—¿A modo de despedida? ¿No hemos estado comiendo así durante los últimos diez días?

Jude le contestó que sí, mordiendo su sonrisa, balanceando su cabeza. Cogió el plato y se lo tendió a mi amigo, junto con un plato más pequeño para que se sirviera.

—¿Me permites ser el primero en elegir? Eres un jodido amor, Jude. No te haces una idea de cuánto te extrañaré cuando regrese a casa.

—Y yo te extrañaré a ti —le dije a Pink.

Jude rio y Pink aprovechó para pillar uno de sus dulces favoritos.

—Amor —me dijo, ofreciéndome los bollos a mí para, a continuación, pasarme un platito.

—Pink no será el único que regresará a casa con kilos de más.

—¿Qué kilos de más? Si estás cada día más estupenda.

—Te alimenta y además te dice que estás estupenda. Este hombre es único —soltó Pink, para, sin demora, hincar sus dientes en el azúcar glas y la crocante masa. Sobre el plato que sostenía por debajo de su barbilla cayó una cascada de azúcar y migas mientras él ponía una mueca orgásmica.

—Anda, es a modo de despedida para él y una celebración para nosotros, que ya no nos queda casi nada de trabajo.

Según lo planeado, nos quedaban por escribir dos capítulos y el epílogo; luego nos tomaríamos algunos días para descansar y pasear algo más, porque con Pink habíamos ido un día a Siena y otro a Florencia, pero queríamos recorrer aquellas ciudades un poco mejor.

Tomé una pieza y la coloqué en mi plato.

—Me malcrías y eso te pone en un problema. ¿Cómo haremos cuando regresemos a casa? A menos que conozcas una muy buena panadería italiana por los alrededores, tendrás que venir hasta aquí a buscarme de estos.

Llevé el cannoli hasta mis labios y le di un mordisco con todas mis ganas.

—Por ti, lo que sea —contestó.

—Si me pagas el pasaje de avión, yo vendré a comprarlos —se ofreció Pink.

Jude dejó la bandeja en la mesa y cogió su vaso pero no se sentó.

—¿Puedo proponer un brindis?

—¿Sin alcohol? —lo cuestionó Pink, con ambas cejas en alto.

—Luego te llevaremos a beber. Quiero brindar mientras estés sobrio.

—Ya me conoces, Jude. —Pink alzó su vaso en dirección a él.

—Y yo os conozco a los dos. Esta noche tendré que conducir.

—No les arruines la fiesta a los hombres de la casa —bromeó Pink, y yo lo increpé con una mirada.

—No, está bien, esta noche conduzco yo, que es su despedida.

—No, Jude, que yo quiero celebrarlo contigo — lloriqueó Pink.

—¿Perdón? ¿Amigo de quién eres tú?

—Le corté el cabello, tenemos un lazo especial.

—¿Y cuántas veces te lo he cortado yo a ti?, ¿cuántas te he teñido?

—Es cosa de hombres, Lizzy, no te ofendas.

—¿Cosa de hombres?

—Yo conduzco. Ahora sí, ¿puedo deciros lo que tenía pensado deciros?

—¿Lo tienes escrito? —le pregunté, y él inmediatamente sacó un papelito del bolsillo trasero de sus pantalones. Pink y yo estallamos en carcajadas mientras él se ruborizaba.

—Bueno, no soy bueno con estas cosas.

Bajó la vista y apretó su sonrisa, tímida, entre sus labios. Cuando tenía esos momentos, me provocaba abrazarlo y comérmelo a besos. Jude podía pretender que los sentimientos no lo tocaban, pero lo hacían, y cuando lo embargaban era más que obvio lo profundo que invadían sus fibras, lo intenso de su experiencia. Cuando se liberaba, sin pretender ser duro o demasiado inteligente para sentir, cosas hermosas salían de él.

En esos días acumulaba sobradas muestras de que su padre era un desgraciado por no hacerlo sentir querido y válido, y que todos los que creíamos conocerlo viéndolo de lejos, especulando sobre lo que él cargaba dentro, nos habíamos quedado cortos.

Yo no había tenido la imaginación suficiente como para deducir de sus libros o de sus acciones lo que él era, y quizá nadie debería usar la imaginación para intentar descifrar a una persona… sino la distancia, más precisamente acortar la distancia, hablar, acercarse todavía un poco más, escuchar… sentir y esperar por ese eco del otro. Vivir, nada mejor que eso para conocer a alguien, vivir y sentir.

—Lo que quería decir…

Noté que a su voz le fallaban las fuerzas mientras desplegaba el trozo de papel con su mano izquierda.

—Eres adorable, Jude. ¿De verdad has escrito un discurso?

—No, no es un discurso —comenzó a contestarle a Pink, con su vista saltando por todas partes en el salón para no mirarlo a él a los ojos.

Se topó con mi mirada.

Convirtió el papel en una bola.

—Lo que quería decir… —desvió sus ojos en dirección a Pink—, sé que viniste para visitar a Elizabeth, pero me gustaría que supieras que te estoy agradecido por haberme dado el espacio y la oportunidad de conocerte. Me consta que yo no soy…

—Eres una delicia, Stern. No tienes que ofrecerme un discurso, has acabado de convencerme de que eres una perfecta adición a nuestra familia al aparecer con esa bandeja. —Con el dulce que tenía en la mano, apuntó en dirección a la mesa.

—Gracias, Pink. —Jude sonrió—. Sé que tu estómago es vulnerable a los sobornos; sin embargo, de verdad quería darte las gracias por la oportunidad. Ha sido toda una aventura tenerte aquí.

—Para mí ha sido un placer visitaros. Vosotros dos sois adorables juntos, y… pese a que sois un tanto ruidosos por las noches… —reí y Jude no supo en qué dirección mirar—… quiero que sepáis que me encantaría que repitamos esto. Cuando queráis, viajamos juntos los tres otra vez.

—Claro. —Sonriendo, Jude desplegó el papel otra vez y le echó una mirada. Se aclaró la garganta—. Solamente quería que los dos supierais que esta ha sido una experiencia inimaginable para mí. Elizabeth, yo… gracias por la paciencia, la comprensión, por permitirme…

Lo vi apretar el papel en su puño otra vez y todo mi cuerpo deseó decirle que lo amaba; sin embargo, no lo interrumpí, porque entendí que él necesitaba sacar lo que llevaba dentro y que no le estaba resultando fácil.

Jude se relamió los labios y los apretó, para después alzar su vista de las cosas sobre la mesa a mis ojos.

—Gracias por considerarme, por hacerme sentir tenido en cuenta por quien soy. Por convencerme de que merecía la oportunidad de intentarlo, por ofrecerme el espacio y el tiempo para demostrarte que soy algo más que el imbécil que he sido contigo y con mucha gente durante muchos años. Tú eres…

—¿Le pedirás matrimonio? —soltó Pink, y el rostro de Jude estalló en morado.

Yo me atraganté con mi propia saliva.

—Bueno, yo… —Jude comenzó a remolonear sus palabras—. Yo no… Es un poco pronto para eso…

Me pareció notar que había algo de temor en su mirada cuando la busqué.

—Pink, ¿podrías darnos algo de tiempo? ¿Qué será lo próximo?, ¿pedirnos que te nombremos padrino de nuestro primogénito? Por favor, desacelera un poco.

—Bueno, os conocéis desde hace una eternidad —resopló Pink.

Salí en su rescate porque me dio la sensación de que a Jude iba a darle algo, y la verdad era que a mí también me incomodaba que nos apresurara. Hablar de matrimonio era demasiado, si bien yo lo quería todo con él. Ya era suficiente con que no me sofocara la idea de regresar a casa y tener planes para buscar un sitio en el que pudiésemos continuar viviendo igual que allí. Sabía que lo extrañaría horrores las noches que no durmiésemos juntos, que me faltaría no trabajar con él, porque realmente lo disfrutaba muchísimo.

—Pink, lo matarás de un susto. —Busqué la mirada de Jude—. Está bien, amor. No necesitas pedirme matrimonio ahora mismo.

A Jude se le escapó una risita nerviosa.

—Sabes que esto también me cuesta, respira tranquilo. Todo está bien, no me enfada que no tengas un anillo que darme en este instante.

—Quién me hubiese dicho que viviría para ver este momento, cuando por poco no te da algo cuando Santiago te propuso que vivieseis juntos.

Mi corazón se paró por un instante.

Jude me miró.

—Definitivamente este hombre ha podido contigo —continuó Pink, dirigiéndose a mí—. Sabes una cosa, Santiago me contó que una vez conversó contigo en una fiesta, ¿o fue en una entrega de premios? Me aseguró que no le habías caído tan mal —le contó a Jude.

Mi cerebro se demoró un par de segundos en procesar las palabras de Pink.

—¿Qué? —solté a media voz, todavía intentando asumir lo que había oído.

Jude pasó del morado al blanco papel y yo los miré a ambos intentando comprender.

—Bueno, Santi me lo explicó, pero no quiso decirte nada por miedo a que te enfadaras con él por conversar con Jude. Fue algo así como hace cuatro meses, una eternidad atrás. Me contó que el señor, aquí, se le acercó y se pusieron a charlar.

Miré a Jude.

—¿Qué? —le pregunté, porque no lo había mencionado y porque yo no hubiese esperado de él nada semejante. Si por aquel entonces…

¿Por qué se había acercado a Santiago?

Jude despegó los labios y todo fue silencio, uno que comenzó a tornar el ambiente más denso, como si de algún modo el aire que nos rodeaba empezara a solidificarse.

Mi corazón se aceleró y no me gustó el modo en que latía, tampoco que Jude no me hubiese dicho nada al respecto, porque, cuando hablamos de Santiago, él ni siquiera insinuó que ellos hubiesen conversado en algún momento. ¿Por qué no me había contado que había hablado con él?

—Jude le preguntó sobre ti.

—¡¿Cómo?! —Miré a Pink otra vez y él se percató de que lo que oía no me agradaba, porque dejó de sonreír al instante.

Pink no respondió.

—¿Jude? —De pronto no sabía cómo sentirme o qué pensar—. No me contaste que habías conversado con Santiago. ¿Qué le preguntase de mí?

Lentamente, Jude se inclinó sobre la mesa para posar su vaso sobre esta.

—Jude…

Que no dijera nada me daba mala espina.

—¿Qué te contó él sobre mí? ¿Qué fue lo que le preguntaste? ¿Por qué no me dijiste que habías hablado con él? ¿Cuatro meses atrás?

—Yo… —Cerró y abrió la boca un par de veces más, sin articular ni una palabra.

—No fue nada, Lizzy. Los chicos hablaron, nada más, y creo que él te dio un par de clases, ¿no es así? —Esto último se lo dijo a Jude, y a mí por poco no me da una vuelta entera el cerebro. ¡¿Santiago había entrenado a Jude?!

—¿Qué? —gemí, completamente incrédula—. Santiago no me dijo ni una sola palabra. —Miré a Jude y me dio la sensación de que no respiraba—. Pink, ¿por qué no me lo habías comentado antes?

—Porque la relación entre vosotros dos era un tanto tirante y… bueno, Santi me lo contó porque no sabía qué hacer. A mí no me pareció que fuese necesario explicártelo, porque Jude dejó de entrenar con Santiago y…

—¿Mi ex te entrenó?

—Yo… —Sus labios dudaron otra vez—. Sí —contestó por fin.

—¿Por qué no me lo contaste?

No respondió.

—Jude, ¿por qué no me lo contaste? ¿Cuántas veces os visteis?, ¿de qué hablasteis?

—Él…

—Él, ¿qué? ¿Por qué hablabas con mi novio? ¿Qué podrías tener que preguntarle de mí? ¿Por qué él habría de contarte algo de mí? —Esto último lo solté conteniendo la furia. Ya me oiría Santiago también; él sabía cuál era mi relación con Jude en ese momento y no me entraba en la cabeza que hubiese estado conversando de mí con él, a mis espaldas.

—Jude, necesito que digas algo. Te aseguro que en este momento el silencio no… no ayuda —articulé con dificultad, porque hiperventilaba.

—Lizzy, ya no tiene importancia. Los hombres también hablan —canturreó Pink, y comprendí que con su tono intentaba mitigar el enfado que yo sentía.

—Yo sé que los hombres hablan, pero él ni siquiera mencionó que conociera a Santiago. —Apunté con la mirada en dirección a Jude—. ¿Por qué no me comentaste nada?

—No quería…

—Hace cuatro meses tú ni siquiera mirabas en mi dirección.

—No, eso no es del todo cierto —soltó a toda prisa con un tono ansioso—. Yo…

—Si no es cierto, lo que sí es cierto es que nunca me lo hiciste saber. ¿Por qué te acercaste a hablarle a mi novio y no a mí? Si querías conocerme, deberías haber venir directamente a mí.

—No podía.

—Claro que podías.

—No creí que quisieses oír hablar de mí, menos que menos que…

—¿Llevas cuatro meses pensando en mí?

Vi su cuello ensancharse cuando tragó. Su mirada me rehuía.

—Jude, de verdad que necesito que hagas un esfuerzo y me expliques qué es lo que sucede aquí.

—Nada, no sucede nada. —Lo vi empeñarse en sonreírme, y eso añadió todavía más preocupación a mi estado.

—Tu cara, Jude. —Su mueca lo decía todo. Quería que la conversación acabara en ese instante. Además, no podía estarse quieto.

—No es nada, Elizabeth. Lo siento, fue una tontería no contarte que hablé con él.

—Y no contarme que te entrenó —añadí.

—Sí, bueno…

—¿De qué hablasteis? —Yo no podía dejar la conversación sin más.

—Elizabeth, por favor… —me rogó, y su tono angustiado me dio miedo.

—Pink, intentaré no enfurecerme contigo por no contarme esto. Dime si sabes de qué hablaron, si Santiago te lo explicó.

—Lizzy, no hagamos de esto un problema.

—Es un problema porque no me contaste nada, porque Santi me lo ocultó sabiendo cómo eran las cosas con él, y porque él —apunté con la cabeza en dirección a Jude— obvió mencionarme que lo conocía cuando hablamos de Santiago.

—No he debido decir nada —susurró Pink, poniéndose de pie.

—Mejor te sientas. —Eso no se había terminado todavía.

—Lizzy, no te enfades.

—Cómo no hacerlo si de pronto me entero de que los tres habéis mentido o, como mínimo, me habéis ocultado cosas.

—Lizzy…

—Elizabeth…

Giré la cabeza para enfrentar a Jude.

—¿Qué, Jude? Habla. Explícame por qué cuatro meses atrás te acercaste a mi novio para hablarle, para preguntarle sobre mí, cuando se suponía que creías que mi trabajo era…

—Ya te juré que yo nunca tuve la intención…

¿Nunca tuvo la intención?

—La intención, ¿de qué, Jude?

—Yo… —Lo vi apretar los puños, apartar la mirada.

—Será mejor que alguno de los dos comience a hablar o esto no acabará bien.

—Elizabeth, tienes que saber que yo… yo solamente… no creí que tú… En realidad creí que nunca querrías saber de mí y yo…

—Y tú, ¿qué?

Jude se pasó una mano por la frente; noté que le temblaba el pulso.

Definitivamente eso no era nada bueno.

—¿Pink?

Mi amigo le lanzó una mirada desesperada a Jude.

—Pink, que me mienta cualquiera, pero no tú —le advertí.

—No quería molestarte.

—Esto me molesta —jadeé, procurando no perder por completo la compostura—. Este instante comienza a sacarme de quicio. Pink, nosotros somos como hermanos.

Pink se removió, inquieto, sobre su sitio.

—No sé mucho… Santiago mencionó que le había dicho que tenía la idea de que quería llévate de viaje a algún sitio, que él le preguntó cuánto tiempo llevabais juntos y si teníais planes para el futuro. No sé mucho más.

—¿Santiago te contó que quería llevarme de viaje? —inquirí, y Jude no respondió—. ¿Te dijo cuándo o a dónde?

Jude continuó sin responder.

—¿Te contó o no los planes que tenía de llevarme a Grecia? —Mi tono ya no era amable, y su cara… Algo grande, Jude sin duda se estaba guardando algo grande. Las lágrimas presionaron mis lagrimales para invadir mis ojos.

—Al principio no sabía a dónde llevarte. —La voz apenas si le salió, y sus palabras fueron el principio de lo que no estaba muy segura de querer escuchar; de todas maneras, necesitaba la verdad o lo nuestro no tendría futuro.

—¿Qué es todo esto, Jude? —le pregunté con miedo—. ¿Cuándo te contó que me llevaría a Grecia?

—Un mes y medio antes de que saliésemos para aquí.

—¿Qué? —Apenas pude creer lo que mis oídos captaban—. ¿Cómo?

No respondió.

—¡¿Cómo?! —Casi no pude creerlo al oírme a mí misma gritarle de ese modo.

Ni con un exceso de imaginación habría logrado elucubrar una historia semejante y, cuando un rato antes apareció con las bebidas y los dulces, sin duda no esperaba que la tarde tomara ese camino.

Jude se quedó mirándome en silencio.

—¡Habla! —chillé, desesperada.

Ante mi segundo grito, pegó un respingo.

Su imagen comenzó a distorsionarse frente a mí. Me angustió volver a verlo del modo en que lo veía cuando nada de eso entre nosotros existía, cuando no estaba segura de si sus palabras en los libros que escribía eran reales, cuando no sabía si era él o ficción.

Jude Stern, aquel tipo que miraba a todo el mundo desde arriba, el sujeto que en verdad no veía a nadie más que a sí mismo, el que se había llenado la boca diciendo que mis libros no eran más que cursilerías…

—Explícame esto, Jude —le exigí, conteniendo en tono.

—Me contó… Él me contó que había contratado el viaje que quería realizar contigo, una escapada romántica. —Su voz sonó como la de ese Jude del pasado, solo que teñida de miedo.

—¿Y qué interés podías tener tú en eso por aquel entonces?

Silencio.

—Contesta —le urgí.

—Lo siento —me dijo, y no supe por qué me pedía disculpas—. De verdad que lo lamento.

—¿Qué es lo que lamentas? —Mi cerebro se puso a enlazar ideas.

Él volvió a tragar con dificultad.

—Sabías cuándo tenía Santiago planeado llevarme de viaje, ¿no es así? ¿Conocías la fecha? —Rogué para que me contestara que no.

No contestó nada.

—Responde, Jude. ¿Dime si sabías o no cuándo se suponía que Santi y yo íbamos a irnos de viaje?

De refilón noté la mueca en el rostro de Pink; en ese momento estaba arrepintiéndose de haber abierto la boca.

—Jude, tu silencio no augura nada bueno.

Me miró y lo sentí, el dolor atravesó mi corazón.

—Sí, lo sabía. —Los sonidos fueron lentos, demasiado demorados y dolorosos, por lo que estiraron el pesar. Él lo sabía, sabía de mí mucho más de lo que yo suponía. Eso no había comenzado cuando llegamos allí.

Me agarré del borde del almohadón, porque creí que caería al suelo, y tuve que apartar la vista de él, porque los ojos se me llenaron de lágrimas.

Necesité preguntárselo otra vez para que me contestara que no, que no tenía ni idea de cuándo Santiago pensaba llevarme de viaje, para que el tiempo volviera atrás, para no sentir ese miedo que no era el miedo agradable de atreverme a planear un futuro con él.

—Parte del trato de venir aquí para escribir el libro era que debía ser ahora o nunca —comenté ante su silencio, pues comprendí que, si no lo interrumpía, se haría eterno.

Su primera respuesta fue el impulso involuntario de apretar los labios, y así lo imaginé, deseando guardarse lo que escondía en su interior hasta ese momento.

—¿Querías evitar que fuera de viaje con él? ¿Qué era…? ¿Por qué tenía que ser ahora o nunca?

Jude fijó su mirada en mí un instante y dolió.

—No quería que fueras de viaje con él —articuló con su voz profunda—. Me explicó que te propondría que os fuerais a vivir juntos. Él mencionó que quería… que quería casarse contigo. Que vosotros… —Se detuvo—. Yo…

—Tú, ¿qué? —Las primeras lágrimas se me escaparon, pese a que me resistía a creerlo.

—No quería que fueras con él. Pensé… sabía que no le dirías que no a Warren.

—¡¿Qué?! —Eso se ponía cada vez peor.

—Le dije que quería escribir un libro contigo —continuó—. Le dije que era porque me pareció una buena idea para levantar un poco el concepto que el público tenía de mí. Charlotte se entusiasmó cuando se lo propuse y yo sabía que para ti esto también…

—¡No! —le grité, con mi corazón disparándose por completo—. Hiciste esto para evitar que me fuera de viaje con Santiago, para separarme de él, y quieres convencerme ahora de que esto también era en mi beneficio. No te atrevas a ponerlo en mis manos. No podía decirle que no a Warren, o a ti, es mi carrera. ¿Escribir un libro para levantar el concepto que el público tenía de ti? ¿De verdad, Jude? ¿En serio crees que la gente debe tener un mejor concepto de ti habiendo hecho lo que has hecho? —Decididamente nunca habría podido imaginar nada semejante—. Lo que hiciste lo hiciste por ti, ni por un segundo pensaste en mí; solamente querías que la gente dejara de verte como un hijo de puta y pretendías evitar que las cosas entre Santiago y yo… ¿Tan decidido estabas a arruinar mi relación con él? ¡Mierda! No puedo creerlo… No puedo creerlo. Todo esto… —gemí, experimentando con todo lujo de detalles el instante en el que mi corazón empezaba a hacerse pedazos—. Lo nuestro…, las cosas que hemos hecho, todo lo que has dicho…, todos estos días aquí juntos… —Nada de eso era real.

Una mentira. Había estado viviendo una mentira.

¿Cómo me había engañado a mí misma de ese modo? Él no me amaba.

Lo miré con lágrimas rodando sin control por mis mejillas.

—Solamente quería tener una oportunidad para que tú y yo… —se detuvo—, antes de que tú y él… Elizabeth, yo… Yo… No fue…

Con un ademán frenético, limpié las lágrimas que corrían por mi rostro.

—Has tenido tu oportunidad, obteniéndola del peor modo posible, y la has arruinado, Jude. —Volví a limpiarme el rostro, pero, contra el dolor en mi pecho, nada había que pudiera hacer. No podía creer que el Jude que pensaba que había descubierto al llegar allí realmente no existiera. Me había dejado engañar. Eso no había sido más que una ilusión—. La has arruinado del peor modo posible —lo acusé, para sentirme un poco menos estúpida. Mía era la responsabilidad de haberme dejado engañar—. ¿De verdad ibas a permitir que lo nuestro siguiera como si nada, sin contarme cómo comenzó o por qué comenzó? Yo me convencí de que simplemente había sido… —No pude seguir. Me permití soltarlo todo frente a él y allí, entre nosotros, no había más que mentiras—. Me obligaste a tomar una decisión —lo acusé otra vez, sintiéndome como una mierda.

—Elizabeth, tú en el fondo sabías que era lo mejor para tu carrera. Elegiste esto por encima de él. Entendiste que…

—¡No! —berreé, y mi grito se extendió por toda la casa.

—Lizzy…

—No digas nada, Pink. —El torrente de lágrimas no paraba.

—Lizzy, por favor.

—Elizabeth, escucha… Tú sabías que tú y yo podíamos hacerlo bien.

—No te atrevas a insinuar nada. Yo no podía decir que no. Sí, es cierto que quería hacer esto contigo, pero me engañaste. Podríamos haberlo hecho cuando yo regresara de viaje; sin embargo, no, a ti lo único que te interesaba era arruinar sus planes y los míos, evitar que nosotros… ¡¿En qué cabeza cabe hacer nada semejante?! —bramé, desgañitándome—. ¡¿Qué mierda sucede contigo?! —grité otra vez, en esa ocasión con el llanto quebrándome la voz.

—Te amo. —Su voz apenas si se oyó.

—¡Y una mierda! ¡Estás mal de la cabeza, Jude! —le chillé, y lo vi encogerse sobre sí mismo, lo cual me dolió como si aquello estuviesen gritándomelo a mí. No quería hacerle daño, no quería enfurecerme con él, pero… lo cierto era que no tenía ni idea de quién era él, ni la más remota.

—Elizabeth, estaba desesperado.

—¿Por levantar tu imagen? —¡Joder, todavía no podía creérmelo!

—No, por Dios, no —gimió.

—No era el modo, Jude. Ni para llegar a mí, ni para que la gente te viera de otra manera, ni para nada. Los problemas no se solucionan con engaños y mentiras, tampoco manipulando a las personas. Me dejaste creer que tú… —Tuve que detenerme.

—Elizabeth, lo siento —me susurró, con su rostro y su mirada descompuestos.

Negué con la cabeza, porque ya no era capaz de hablar.

—Lo siento, amor, no creí… Eso que sucede entre nosotros…

—Lo que sucede entre nosotros no es más que una mentira. Nada de esto es real.

—Sí lo es.

—No.

—Te amo.

—Quizá me ames, pero no es el amor que yo quiero para mí, Jude. Se terminó. Se terminó todo. No puedo seguir con esto. No quiero una mentira para mí. Yo creí que esto era… —Tragué un millar de lágrimas—. Creía que era real, importante. Esto… tú… lo que pensé que pasaba entre nosotros, lo que siento por ti. Estaba dispuesta a… Me mentiste. Me has mentido durante todo este tiempo. Mientes. —Lloré. Ya no podía continuar dejándome engañar.

—Te amo, Elizabeth, es real. Podemos…, todavía podemos hacerlo.

—No, no podemos. Se acabó. Se terminó lo nuestro, el libro. Se terminó, Jude —solté, sin poder alejarme del dolor en mi pecho. ¿Cómo era posible que eso sucediera? ¿Dónde me había metido cuando firmé el contrato? ¿En la cama de quién me había metido? La verdad era que no tenía ni la menor idea; creía que conocía a Jude y sin embargo….—. Se acabó. Me importa una mierda si arruino mi carrera. Yo no puedo seguir con una mentira así. Se terminó.

—Elizabeth, no, por favor, escúchame… —Lo vi rodear la mesa en un intento de llegar a mí y de inmediato me aparté. No podía permitir que se me acercara, mucho menos que me tocara; si lo hacía, mi determinación se caería a pedazos y yo también.

Se detuvo al verme huir.

En sus ojos vi el dolor, pero no pude hacer nada por evitar provocárselo. Además, era eso mismo lo que yo experimentaba en ese instante.

—Elizabeth… —Mi nombre fue sufrimiento puro en sus labios.

—No necesitas decir nada más. Nada de lo que digas cambiará esto.

—Elizabeth, te lo ruego. Escucha, yo… yo quería contártelo, no sabía cómo, pero quería contártelo.

—Sí, claro. —Aparté mis ojos de él para comenzar a recoger mis cosas.

—Tienes que creerme cuando te digo que te amo.

No pude ignorarlo, pero hice como que no lo oía.

—Elizabeth.

Cerré mi portátil y seguí juntando mis pertenencias.

—Elizabeth, el libro…

Alcé la cabeza, él se silenció con mi mirada.

—Me largo. —Tenía que irme de allí, no podía continuar compartiendo aquella casa con él, ni nada más.

—No, Elizabeth, por favor, no hagas una locura. Escucha…

—Ya he oído todo lo que necesitaba oír —le espeté, cortándolo, para a continuación apretar todas mis cosas contra mi pecho.

—Podemos terminar el libro al menos. Elizabeth… —Su voz se deshizo al final de mi nombre.

Negué con la cabeza, di media vuelta y rodeé la mesa para largarme de allí. No corrí, pero poca diferencia hubo entre el ritmo de mis pasos y lo que hacía cuando corría cada mañana y descubría que mi ritmo flaqueaba. Les ordené a mis piernas que me llevasen lejos, muy lejos.

Pink corrió tras de mí, llamándome sin parar.

Cerré la puerta detrás de mi amigo. Me dio la impresión, por la mueca en su rostro, que él hubiese jurado que lo dejaría fuera.

Pasé el cerrojo y me moví en dirección a la cama que llevaba semanas sin usar. Mis cosas ya no estaban allí, pero no podía ir al cuarto que compartíamos porque su perfume, su presencia, estaban allí, los recuerdos, cada puto momento de los que estaba segura que no lograría desprenderme jamás. Por primera vez en la vida me había atrevido a pensar en el futuro compartido con alguien, y ese era el resultado. Un desastre total y absoluto. Le había dicho que sí al peor panorama sin tener la menor idea; me había dejado llevar por lo sencillo que era todo entre nosotros, por la dulzura de cada segundo a su lado, por lo bien que sentía su piel contra la mía.

Debí sospechar que entre nosotros faltaba realidad, esa que existe para mantenerte alerta, para advertirte de que en cualquier instante el mundo puede derrumbarse sobre ti.

El mundo se derrumbó sobre mí y el dolor en mi pecho…

Alcancé la cama y me senté en el borde, llevándome ambas manos al pecho. Apenas si podía respirar y el llanto no cesaba; un constante fluir rodaba por mis mejillas, amenazando con secarme.

No quedaría nada por sentir, no quería sentir nada más. Había sido en extremo ilusa buscando la fantasía dentro de un libro de terror, porque realmente eso era terrorífico, lamentable.

Con la vista puesta en el paisaje al otro lado de la ventana más próxima, me sentí patética.

—Me he dejado engañar. —Las palabras eran más que nada para mí misma—. Le permití engañarme. ¿Cómo puede ser que creyera de verdad en él…? —Se me cortó la voz. ¿Cómo había cedido a creer que él podía enamorarse de mí? ¿Por qué había olvidado casi seis años de distancia y desprecio con tanta facilidad? ¿Por qué estúpida razón me había permitido convencerme a mí misma de que Jude Stern verdaderamente podía querer escribir un libro conmigo?

¿Por qué…?

Las lágrimas se convirtieron en un torrente de furia.

¿Por qué estaba permitiéndole a Jude que yo dudara de mí misma cuando el hijo de puta allí era él?

Lo que había hecho no tenía sentido, ninguno.

Sí, cierto, las personas desesperadas comenten locuras, sobre todo por amor, pero… me costaba creer que pudiese sentir algo por mí, al menos algo real o valedero.

Escribir un libro conmigo para remontar su imagen… Claro que la gente adoraría saber que los escritores se habían enamorado mientras escribían el libro juntos y, joder, que las fotografías de nosotros promocionando el libro mirándonos a los ojos, enamorados, tapizarían los medios.

Si no me hubiese mentido, si no se hubiera metido en mi vida del modo en el que lo había hecho… Podría haberse acercado a mí, habría bastado con que me dijera «hola»; ese habría sido el mejor comienzo, porque en el fondo mi corazón todavía insistía con seguir creyendo que nosotros dos podríamos haber acabado juntos de todas maneras, porque lo que él escribía continuaba sacudiendo mi alma, porque su modo tranquilo de amar me daba paz (o el que creí que era su modo de amar), porque durante semanas había sido jodidamente agradable saberlo a mi lado.

En ese momento el valor de todo lo compartido caía en picado, porque lo nuestro nacía de la duda, de mi duda, puesto que no sabía qué pensar del modo en el que él se había metido en mi vida.

Mi cerebro se lanzó a la carrera de volver a reprocharme a mí misma el haber escogido la carrera al amor incluso sabiendo que mi relación con Santiago no era un amor por el que pelear, porque yo no lo amaba así, porque yo no podía darle lo que él quería. Ese amor era de Jude y él creía que me había hecho un favor.

Se me escapó un quejido de dolor.

—Lizzy… —Pink se sentó a mi lado y rodeó mis hombros con sus brazos—. Lo siento. En ningún momento imaginé que se tratara de nada semejante. Cuando Santiago me contó que había hablado con Jude… Bueno, yo pensé que Stern solo quería curiosear en tu vida. Y cuando salió lo del viaje…, la verdad es que no lo relacioné. Jamás se me hubiese ocurrido pensar que él tenía estas intenciones. Sí, es cierto que cuando propuso aquello de que era ahora o nunca supuse que estaba siendo muy él, pero nada más, no se me pasó por la cabeza que… —Se detuvo y yo alcé la vista de mis temblorosas manos empapadas en lágrimas que ya no quería llorar, las cuales yacían sobre mi regazo como pájaros a los que se les ha quitado las alas, hasta sus ojos.

»No te conté nada de que Santi había hablado con él porque me dio la sensación… bueno, casi me pareció que Santiago lo necesitaba, porque siempre ha sabido del respeto y la devoción que has tenido para con el trabajo de Jude. Y como Jude se interesó por ti, por vosotros… No creí que fuese a provocar un daño, de verdad que lo siento, Lizzy. Lo dejé correr y no dije nada porque fue una satisfacción para él. Algo le faltaba y…

—Sí, perfecto, eso también es culpa mía.

—Lizzy, no.

—Sí, es real. Él se sentía inseguro y esa responsabilidad es solamente mía —hipé, sin poder controlarme.

—No, Lizzy. Mantener una pareja en pie no es responsabilidad de uno solo, y tú lo sabes.

—No lo amaba como correspondía.

—No te puedes obligar a sentir cosas que no sientes.

Ojalá pudiese obligarme a mí misma a dejar de sentir.

—De corazón lo lamento.

—No puedo creer que Santiago le contara lo del viaje, no puedo creer que Jude hiciese esto para que no viajara. Justificar esto como una ayuda para mi carrera, especular con que la gente lo vería mejor por publicar un libro conmigo… Es ridículo, absolutamente ridículo.

—Sí, supongo que en cierto modo lo es, y no digo que está bien; sin embargo…

Parpadeé para quitarme lágrimas de delante de la visión y lo miré.

—Evidentemente Jude ha estado cuatro meses intentando llegar a ti.

—Sí, ¿y por qué motivos? Podría haberme contado la verdad y no lo hizo. No quería que supiese la verdad. Esto que ha sucedido no es más… Es retorcido, no está bien. No es real —gemí, y lloré.

—Lizzy.

—Hablamos de Santi y ni siquiera admitió conocerlo, y ese otro desgraciado… No puedo creer que lo entrenara durante meses sin contarme una palabra —gruñí, incapaz de contener las lágrimas.

—Lizzy, olvídate de Santiago por un instante.

—No puedo. Lo asesinaré en cuanto regrese a casa.

—Lizzy, presta atención un momento. Entiendo que los modos de Jude… —Hizo una mueca—. Es evidente que él no tiene ni la más remota idea de cómo abordar a la persona que le gusta…

—No es que no tenga idea, es que está mal de la cabeza. —Me detuve en cuanto recordé el modo en que su padre lo había tratado y seguía haciéndolo, la forma en la que él se veía a sí mismo respecto del resto del mundo, sus miedos, sus ansiedades; nada de aquello podía ser una excusa para justificar el engaño. Y lo peor de todo era que en mí no quedaba espacio para otra cosa que no fuese la duda. La duda sofocaba todo lo demás—. Me dejó creer que todo esto había sido una afortunada casualidad, cuando en realidad lo tenía jodidamente planeado. ¿Y si yo hubiera estado realmente enamorada de Santiago? ¿Y si me hubiese herido al arruinar mi relación por esto? Cierto que Santi jamás debería haberme puesto en la situación de tener que elegir, pero eso tanto da ahora. Jude me manipuló, manipuló toda la situación, y eso es algo que no logro hacer a un lado. No puedo olvidarme de sus intenciones. ¿Cómo borrar que, después de hablar de mi trabajo, me quería a su lado para que la gente lo mirase con otros ojos?

—Yo solamente me remito a lo que veo. He compartido esta casa con vosotros durante diez días. No puedo creer que alguien sea capaz de sostener una mentira durante tanto tiempo. Es decir… ¿no notarías que alguien no te ama cuando dice amarte?

Sentí sus besos y sus caricias sobre mí, sus miradas cuando me enfrentaba con su cuerpo dentro el mío.

—Lleva cuatro meses mintiendo.

Pink comenzó a negar con la cabeza y yo me puse de pie de un salto.

—Lizzy.

—Necesito largarme de aquí. —La casa ya comenzaba a sofocarme.

—Lizzy…

—Llamaré a Tony para comunicarle que se acabó.

—El libro…

—¡A la mierda con el libro! Simplemente no puedo continuar trabajando con él. No quiero tener que volver a mirarlo a la cara. —Me moriría de la vergüenza y me sentiría estúpida, tan estúpida por haber creído que podía ser real…—. Quizá consiga un pasaje en tu vuelo.

—Lizzy, medítalo un instante.

—No tengo nada que meditar. Se terminó.

—Amas ese libro, lo amas a él.

Negué con la cabeza, porque aquello no podía negarlo en voz alta, no podía mentir.

—Lizzy…

—Recogeré mis cosas.

—Dale la oportunidad de explicarte…

—¿Qué más necesito escuchar de él? —Lloré a mares.

—No lo sé —lanzó, desesperado—, lo que él tenga para decirte. No es un hombre sencillo, lo sé. Es difícil entenderlo y no tomar sus silencios como desprecios. Lizzy, él te ha contado cosas que casi todo el mundo desconoce. No necesitaba contártelas si en verdad no… Se expuso frente a ti.

—Suena a que te pones de su parte —Y yo soné infantil, pero qué más podía hacer. La bonita fantasía que habíamos vivido acababa de estallarme en la cara.

—No, sabes que no es así. Estoy de tu parte, y si quieres regresar a casa… No creo que quieras regresar a casa, en realidad.

—No, la verdad es que no. —Limpié las lágrimas que no paraban de despeñarse por el contorno de mi mandíbula—. Hubiese preferido no tener que oír lo que he tenido que oír allí abajo. Habría dado cualquier cosa por poder seguir trabajado con él. Y así como estaba de asustada, me entusiasmaba la perspectiva de regresar a casa a su lado para que pudiésemos buscar un lugar para los dos. Quería que mis padres lo conocieran, me había jurado que convencería a Ana de que él no era tan malo como ella creía, y ahora resulta que tendré que darle la razón.

—Lizzy… —me susurró él.

—Solo quiero largarme de aquí —le dije, quebrándome.

Pink se quedó mirándome un momento y, al final, avanzó hasta mí para abrazarme otra vez.

—Lo siento. Está bien, si quieres que nos larguemos a casa, nos iremos a casa.