Tiré de la manija después de descorrer el cerrojo para encontrarme con una mueca poco feliz.
Finas arrugas poblaban la cara de Charlotte. Su rostro me pareció como una bonita taza de porcelana un tanto maltratada. Era yo el responsable del maltrato.
Bajó la vista hasta el vaso en mi mano.
—Sí, Charlotte, es whisky. ¿Te sirvo un vaso? He abierto una botella hace un rato. Es mejor que el que he terminado a mediodía.
—En tu aliento no se distingue si es bueno o malo. Supongo que en tu estómago se ha mezclado todo ya.
Retrocedí llevándome la puerta conmigo para darle acceso y que pudiese entrar.
—Pasa. También tengo vino, vodka, coñac, tequila, hay champagne en la nevera, creo que queda algo de Cointreau… y, si no me equivoco, unas cervezas frías también.
—¿Y comida?
—Restos de comida india que pedí anoche.
Charlotte me lanzó una mirada de pocos amigos y, quitándose la tira del bolso del hombro, entró.
Cerré la puerta y quedamos en penumbra, porque la lámpara sobre nuestra cabeza estaba apagada y el sol se encontraba ya demasiado bajo como para alumbrar mucho.
—Ponme un vaso de whisky, pediré de cenar.
—No tengo hambre, pero ya mismo te sirvo un vaso —le dije, girando en dirección al pasillo para ir directo a mi estudio; allí tenía la botella.
—¿Estás en plan ahorro de electricidad?
—No, es que no hay demasiado que ver.
—Si te faltan cosas que ver, puedo enseñarte cierto contrato que no te haría daño releer…, todo lo contrario. Visto lo que acaba de tratarse en la reunión que he mantenido con Warren y Marino, sería interesante que refrescaras sus términos dentro de tu cabeza.
—No necesito aprendérmelo de memoria.
—No, es cierto, pero deberías volver a leerlo, porque estás metiéndote en un problema descomunal. Jude, Warren no se lo ha tomado bien.
Entré en mi estudio y ella tras de mí, sin perderme pisada.
—Joder, Jude, en serio, enciende alguna luz. Esto es terriblemente deprimente.
Sin esperar a que yo obedeciera, fue directa a encender la lámpara situada sobre mi escritorio. Yo atravesé el espacio en línea recta a la mesa, sobre la que estaba la botella de whisky y los vasos.
—Jude, por favor, escucha lo que te digo. Warren nos ha pedido encarecidamente que hablemos con vosotros, que intentemos haceros entrar en razón.
—Yo ya entré en razón —le contesté, haciendo girar el tapón de la botella.
—Sí, se nota que estás por completo en tus cabales. La oscuridad, la bebida, el encierro. Tu decisión se basa en la claridad mental que reina en tu cabeza en la actualidad.
Vertí el perfumado líquido dorado en un vaso para ella y rellené el mío.
—Jude, tenéis que acabar el libro.
—No —negué antes de darme la vuelta.
—Jude, no seas terco.
—No soy terco. —Giré y le tendí el vaso—. ¿Le has comunicado a Warren que estoy decidido a hacerme cargo de las pérdidas o daños provocados por el hecho de que el libro no sea publicado?
—Jude…
—¿Se lo has explicado? —insistí, moviendo el vaso hacia ella porque no lo tomaba.
—Sí, y no quiere saber nada de eso. Warren quiere el libro, Jude.
Sin soltar palabra, le ofrecí el vaso por tercera vez y ella, al final, cedió y lo cogió. De inmediato me llevé el mío a los labios para beber un largo trago, casi la mitad del contenido. Me estremecí por dentro, porque la bebida era en extremo fuerte. Esa era una bebida para disfrutar a pequeños sorbos; yo la empujaba garganta abajo como si fuese agua y estuviese sediento. Ya no le notaba el sabor, no me importaba disfrutarlo; solamente pretendía llegar a la noche lo suficientemente entonado como para que, en cuanto pusiera la cabeza en la almohada, pudiese quedarme dormido sin tener que pasar penurias otra vez.
Comenzaba a odiar mi cama vacía, pese a que ella y yo jamás habíamos compartido esa cama. De cualquier modo, me faltaba. Su falta era desgarradora, sentía dentelladas en mi carne, con un dolor que alcanzaba mis huesos y mi cabeza.
El cráneo iba a estallarme. No soportaba más el tener que pensar, el no poder apagar mi cerebro del todo, porque hasta soñaba con ella, con lo que le había hecho. Todas mis estúpidas mentiras y mis secretos regresaban a mí cada noche para torturarme, y si bien lo merecía… estaba cansado, derrotado, angustiado.
—Jude, entra en razón. Debéis terminar la novela.
—No.
—Dijiste que amabas la historia, que llevabas mucho tiempo sin sentirte tan entusiasmado por…
—No.
—Jude, no podemos decirle que no a Warren. Él aceptó este trato porque tú lo pediste. Eres su niño adorado, lo sabes, pero su paciencia no es infinita. Tienes que terminar de escribir el libro con ella.
—No.
—Jude, son solo unos capítulos. Luego veremos qué hacer cuando llegue el momento de las correcciones. Seguro que tendrás un tiempo antes de que debas pensar en eso, tiempo que podrás utilizar para aclarar tu mente. Será más sencillo entonces.
No, no lo sería.
Seguí caminó al sillón, para derrumbarme sobre este, de espaldas a la ventana.
El escenario era casi el mismo que cuando ella leía mi último libro dos meses atrás. Yo allí en el sillón, con un vaso de whisky en la mano. Ella por aquel entonces estaba sentada a mi escritorio, no de pie delante de este, y entre sus manos tenía las hojas impresas con mis estúpidas palabras; en ese momento sostenía su bolso con una y, en la otra, el vaso que le había entregado y del cual todavía no había bebido.
—No, Charlotte, es una decisión tomada.
—Warren nos ha dado una semana. Piénsalo.
—No hay nada que pensar.
—Jude, si insistes en decir que no… —Con un gesto un tanto maníaco, alzó el vaso y bebió un buen trago. Se dio la vuelta, soltó su bolso sobre mi escritorio y vino hacia mí—. No tienes que contestarme esta noche, Jude. Warren está dándote una oportunidad de decir que sí, tómate unos días…
—Mi respuesta será la misma mañana.
—Tesoro, creo que no lo entiendes.
—Lo comprendo perfectamente. Me haré responsable. Charlotte, quizá debas buscarte otro cliente.
—Jude, no digas estupideces.
—Se acabó.
—No seas dramático. Sé que hoy estás dolido.
—No terminaré de escribir ese libro con ella.
—¿Por qué no? Es trabajo, Jude. Tú siempre has sido muy profesional.
No intentaba ser profesional en ese instante; no quería serlo, esa no era mi prioridad.
—No.
—Jude, llevas la situación a un extremo innecesario.
—No.
—Escúchame…
—No gastes saliva. Bebe tu whisky y aprecia la decadencia de este momento.
Ni en mis sueños más retorcidos hubiese podido imaginarla lanzándome el puñetazo que le tiró a mi hombro. El dolor me llegó hasta el hueso, chillé y en el proceso salpiqué la suficiente cantidad de whisky sobre mi pantalón como para comenzar a oler a borracho en un rato, cuando la bebida se secara y oxidara sobre la tela.
—Basta. No harás esto.
—Lo que hice ya está hecho.
—Lo estás empeorando.
—Intento evitar…
—¡Te escondes!
—Solamente procuro no empeorarlo todo.
—¡Pero si es exactamente eso lo que haces!
—No me grites.
—Es que no encuentro otra forma de conseguir llegar a tu cerebro. No puedes hacerte esto a ti mismo. Tienes que terminar el libro, Jude, y, por amor de Dios, habla con ella. Llámala. Puedes ser un gran imbécil a veces, pero tú no…
Negué con la cabeza, deteniéndola.
—Jude, te quiero, pero en este instante te mataría.
—Soy todo tuyo.
—¡Deja de dramatizar! Sí, cometiste una estupidez monumental y sinceramente no entiendo cómo te las ingeniaste para montar este desaguisado. Ha de ser porque tienes una truculenta cabeza de escritor. Explícate, dile que lo sientes. Dile que tú…
—No, Charlotte. No a todo. Como bien acabas de señalar, todo esto es mi responsabilidad, de modo que me haré cargo. Si Warren no quiere volver a publicar un libro mío, si acabo en la ruina…
—¿Qué harás si te demanda, si lo pierdes todo? ¿Te mudarás con tu madre? ¿O quizá le pedirás a tu padre que te aloje donde sea que se haya ido a vivir? ¿Le dirás «Hola, papá, tenías razón, soy un inútil; gané un Pulitzer, escribí libros que se tradujeron a cincuenta idiomas, pero aquí estoy, arruinado y con mi carrera acabada por una estupidez»?
—No es una estupidez. —La voz me tembló. Todo mi cuerpo temblaba—. Ella no es una estupidez.
Charlotte me observó con pena en la mirada.
—No, claro que no, ella no y lo que sientes tampoco.
—Yo no siento nada, yo… —Tuve que detenerme. Desde que había regresado, intentaba convencerme a mí mismo de que lo que sentía por ella no era real, que era un escape que me había inventado para tener algo, para no perderme en la angustia de continuar siendo yo mismo.
Lo que le había hecho y cómo lo había hecho no podía ser otra cosa que el resultado de una mente turbada, una mente y una persona que no tenían nada bueno para entregar. Mi padre, en el fondo, tenía razón; yo no tenía nada bueno para dar. La había utilizado, la lastimé. La enredé en mi insensatez, en mi patética existencia… sin derecho alguno, sin piedad y sin que me importase un carajo nadie más que yo mismo; la había empujado a eso que no tenía sentido.
Quería convencerme de que ese libro la ayudaría, que sería provechoso para su carrera, y aquello no era otra cosa que un modo de intentar disfrazar la verdad, que yo era un hijo de puta egoísta que la necesitaba un millón de veces más de lo que ella me necesitaba a mí. Bien, en realidad ella a mí no me necesitaba, ella iba por la vida construyendo, resolviendo, creando, ayudando y amando. Ella, a diferencia de mí, no necesitaba a alguien que hiciese todo aquello por ella.
Alcé el vaso hasta mis labios y bebí, con la vista empañándoseme.
Agradecí la penumbra.
Al menos podía devolverle su libertad, su vida, aunque no completamente, porque, antes de que yo me inmiscuyera en su existencia, ella tenía un novio. Cierto que me había dicho que lo que sentía por mí no lo había sentido por nadie, pero ni ella ni yo podíamos estar seguros de que, de haberse ido de viaje con él, las cosas no hubieran resultado maravillosamente bien para ambos.
—¿No sientes nada? Jude, por favor, ¿por quién me tomas? Lamento que no me contaras esto antes. Ojalá me hubiese percatado a tiempo de lo que sucedía, para… no sé, para echarte una mano, para aconsejarte, si bien soy un espanto en las relaciones de pareja. Lo más probable es que hubiese buscado una excusa tonta para empujarte hacia ella para que así tomaras la decisión de hablarle de una maldita vez. Con toda mi alma desearía haberlo notado. Me avergüenza no haberme dado cuenta de que tú… —Se detuvo y me miró directamente a los ojos por un instante—. Debí comprender que… siempre has sido tan independiente, tan solitario, que creí que… ¡Joder, que he leído lo que escribes y no lo vi! O no quise verlo.
Apreté los dientes para que no se me escaparan las lágrimas.
—No soy tu responsabilidad, Charlotte.
—No, pero era y es mi responsabilidad, como tu amiga, comprender cuándo necesitas más de lo que pides, de lo que te atreves a pedir.
Eso bastó para que la contención desbordara.
Las lágrimas se me escaparon.
—Habla con ella.
—Elizabeth no quiere volver a saber de mí y no puedo negar que tiene toda la razón, que lo más coherente es que se aleje de mí. Dejémosla en paz, Charlotte. Me haré cargo de lo que me toca y…
—Hazte cargo del amor que sientes.
Tragué el resto de mi bebida.
—Hablaré con mi abogado, que él se ocupe de todo. Si encontramos a alguien que quiera publicar mi libro, bien, y, si no, ya veré.
—Jude, no lo hagas, te lo suplico.
—Te pagaré por adelantado para que no te quedes sin… —Se me fue la voz—. Busca a alguien más a quien representar, Charlotte.
—Jude.
—Te mentí también a ti, deberías estar furiosa contigo.
—Me enfureceré contigo si de aquí a una semana no entras en razón.
—Ahórrate la espera. No tiene sentido.
—Jude…
Me levanté del sofá.
—¿Te pongo otro? —le ofrecí, señalando su vaso con el mío.
Ella apenas había tocado el suyo.
—No bebas más. Jude…
—Pide algo para cenar, yo invito.
—Por favor —me rogó.
—Lo que tú quieras estará bien.
—Jude…
Apresuré el paso hasta la mesa y rellené mi vaso.
A ese ritmo no llegaría consciente a la noche.
* * *
Apenas si lo conseguí.
Charlotte pidió comida y me obligó a sentarme a la mesa con ella. Casi no pude probar bocado. Pese a lo especiada que era la comida, a mí todo me supo a tierra y, además de eso, mi estómago, intoxicado de bebida, me advirtió de que no lo llenara.
Obligado a cenar con agua por Charlotte, alcancé la oscuridad más sobrio de lo recomendable.
En cuanto ella se fue, después de que prácticamente tuviese que obligarla a dejarme solo en casa, me largué directo a mi estudio para recuperar mi botella; la botella sin necesidad de un vaso. Así, con esta en mi mano, me desparramé en el sofá a beber hasta que la nube etílica, el cansancio y el estrés acabaron conmigo.