Algo sobre lo que escribir

—Tranquila. —Tony me puso una mano sobre la rodilla y solamente entonces me percaté de que el tacón de mi zapato repiqueteaba sobre el suelo de piedra del salón—. Sea lo que sea que suceda, saldrá bien.

Lo miré sin comprender cómo podía decir eso. Estaba en pánico; desde que había subido al coche, tenía el corazón atorado en la garganta. Mis nervios empeoraron cuando entramos en el edificio; me daba terror cruzarme con él. No podía verlo; si lo veía, me vendría abajo, y conmigo toda mi decisión. Llevaba una semana debatiéndome entre lo que pensaba y lo que sentía, entre ser profesional y mandarlo todo al demonio al permitir que mis sentimientos me gobernaran.

Warren nos había citado a los cuatro allí. No había aceptado la oferta de Tony de asistir él solo a la reunión, como la vez anterior; nos quería a Jude y a mí también allí.

No había podido decir que no.

Espié en dirección a los escritorios del asistente y de la secretaria personal de Warren; los dos estaban al teléfono desde hacía un rato y no nos prestaban atención. Se suponía que la reunión debía haber comenzado hacía cinco minutos, pero hasta ese momento ni Charlotte ni Jude habían dado señales de vida.

—Me siento como si estuviese esperando fuera de la oficina del director del colegio.

Tony me sonrió.

—Calma. Lo resolveremos.

—Y si…

—Lizzy, espera a que entremos. No especulemos con nada antes de tiempo. Lo hemos hablado un millar de veces, es lo mejor. Haremos lo correcto.

—Sí, pero…

—No le permitiré hacerte daño. Si abre la boca para dirigirse a ti directamente, lo mataré.

Supe que hablaba de Jude.

—No tienes que hacer eso.

—No, no es que tenga que, es que me sobran ganas, nada más. —En su voz percibí el enfado que sabía que sentía—. Me encantaría poder ajustar cuentas con él y con Santiago.

Sonreí.

—Y a mí me encantaría seguir teniendo a mi agente, así que mejor que no lo hagas. —Los dos lo doblaban en volumen.

Tony me sonrió y me guiñó un ojo.

Nos quedamos en silencio.

—¿Crees que no vendrán? —La hora pasaba y, de Jude y Charlotte, ni señales.

—No creo que puedan darse el lujo de no venir… o quizá sí. De todos modos, Lizzy, no es nuestro problema. Nosotros hemos llegado con una propuesta clara. Warren lo comprenderá.

—Sí, pero… —No podía evitar preocuparme y al mismo tiempo sabía que no debía. Muy probablemente, Charlotte lo había solucionado todo de antemano para Jude, porque, así como él consiguió convencer a todos de que me pusiesen a escribir un libro con él, probablemente también debió lograr desembarazarse de ese asunto sin más, pese al cabreo inicial de Warren.

Tal vez ni siquiera debíamos esperarlos para la reunión, porque que nosotros no estuviésemos al tanto no impedía que Charlotte y Jude ya se hubiesen librado de esa cita.

—Elizabeth, Tony.

Se me puso la piel de gallina al oír la voz de Warren.

Giré la cabeza para verlo de pie a la altura del escritorio de su secretaria. Ella ya no hablaba por teléfono y estaba atenta a su jefe.

Al instante identifiqué que sus facciones no dibujaban una mueca precisamente alegre.

Tony reaccionó primero, poniéndose de pie.

El café que había bebido durante la espera, el cual tan amablemente nos ofrecieron cuando llegamos, remontó camino por mi garganta.

Me levanté, tambaleándome un poco sobre mis tacones, porque de pronto sentí mis piernas como si no tuviesen huesos para sostenerlas.

Movida por Tony, avancé hasta Warren, quien nos recibió con cortesía pero sin el buen humor que solía fluir entre nosotros, pese a que yo le tenía un respeto supremo.

Intercambiamos saludos un tanto rígidos y luego él nos invitó a pasar a su despacho, pidiéndole antes a su secretaria que no fuésemos interrumpidos.

Con cada paso que daba de camino a la amplia entrada de su despacho, se fue cimentando en mí la seguridad de que de eso no saldría nada bueno. Yo no era Jude, yo era la que se había largado de su villa en la Toscana, abandonando el proyecto.

Para mi sorpresa. fue el propio Warren quien cerró la puerta detrás de nosotros.

—Pasad, por favor. Tomad asiento en los sillones.

Tony me miró y luego apuntó con la mirada en dirección a los sillones que formaban una sala de estar junto a los grandes ventanales que daban al exterior del edificio.

Los dos se lo agradecimos y fuimos a sentarnos. Warren nos siguió. Por un momento Tony y yo dudamos sobre dónde acomodarnos, pero la incomodidad acabó tirando de nuestros traseros hacia abajo en el sillón más próximo. Warren se sentó frente a nosotros, al otro lado de la mesa de café, en la que descansaba una bandeja de plata con una jarra de agua y varios vasos.

—Bien, supongo que podemos comenzar. No tiene sentido que nos andemos con rodeos, que nos conocemos hace tiempo y los hechos son claros.

Apreté los labios para no vomitar el café mezclado con jugos gástricos que trepó por mi garganta. Mis manos se pusieron a temblar; para intentar disimularlo, me agarré los muslos por encima de mi falda rosa.

—Elizabeth, Tony me explicó que estás dispuesta a terminar de escribir el libro con Jude, siempre que cada uno de vosotros podáis trabajar desde vuestros respectivos hogares. ¿Es eso así?

—Sí.

Mi voz fue un gemido pobre, patético. Sabía que me costaría horrores incluso el estar en contacto con él por videollamada o el medio que fuese que escogiésemos para seguir colaborando; lo cierto era que me daba pena dejar el libro sin terminar. Realmente habíamos hecho un buen trabajo y, además, tampoco pretendía que Jude se metiera en un problema por asumir toda la responsabilidad de lo sucedido. Sí, era un idiota que me había mentido y engañado, pero… Los dos debíamos ser responsables por igual frente al contrato que habíamos firmado, porque a mí nadie me había puesto un arma en la cabeza para obligarme a firmar; había sido mi elección, mi decisión.

—Bien. Me alegró saber que habías entrado en razón. Tu trabajo siempre me ha fascinado y no quisiera tener que perderme el final del libro. Sé que a muchos lectores les sucederá lo mismo.

Warren se detuvo y Tony y yo lo miramos, esperando algo más. ¿Qué sucedía con Jude? ¿Qué había dicho él al respecto de la propuesta que le habíamos presentado? ¿Dónde estaban Charlotte y él en ese momento?

Warren inspiró hondo, ensanchando el pecho bajo su camisa y su traje, que muy probablemente debían estar hechos a medida.

—Elizabeth, Jude se ha bajado del proyecto; insiste en no querer regresar a él.

Mi alma se escurrió por mi pecho, dejándome fría. La tibieza se deslizó de mis caderas a mis muslos, de mis muslos a mis pantorrillas y, de allí, al suelo a través de mis zapatos, para formar un charco a mis pies.

—¿Él…?

—He estado con él al teléfono hasta hace un instante nada más. Jude tomó su decisión, Elizabeth.

—Pero…

—Tony insinuó que podrías terminar el libro sola, sin que…

Giré la cabeza para mirar a Tony y por poco no me desnuco. Eso era algo que habíamos hablado entre nosotros y no creí que fuese a proponérselo antes de que supiésemos qué decisión iba a tomar Jude.

—Elizabeth…

Sin intención, Warren rescató a Tony de morir asesinado por mí.

—Elizabeth, quiero ese libro terminado. ¿Puedes hacerlo tú sola?

Moví mi cabeza hacia él.

—Sé que podrás hacerlo. Todo esto que ha sucedido… —Se detuvo, aflojando un poco la tensión en su frente—. Todavía no puedo acabar de creer lo que ha pasado, Jude me lo ha contado todo. De verdad que esto… Yo os aprecio muchísimo a ambos, pero esto es trabajo. No me interesa veros infelices a ninguno de los dos, pero los dos os comprometisteis. Solo quiero saber si estás dispuesta a terminarlo sin él.

—Jude…, él…

—Elizabeth, ya no contamos con Jude en este proyecto. No pienses en él. Lo que suceda con él queda entre él y yo. Solamente dime si puedo contar contigo o no. Admito que no resistiría otra decepción, pero si no quieres, pues…

—Está bien, lo haré. También quiero ver el libro publicado. Es solo que… él… —Con la voz yéndoseme por culpa de la angustia, me tomé un segundo para aclarármela—. No quiero que tenga un problema.

—Elizabeth, no es tu trabajo preocuparte por él. Tu trabajo es acabar el libro, nada más.

—¿Él está de acuerdo con eso?

—Elizabeth, ¿sí o no? —me urgió Warren.

A Tony poco le falto para que se le saltaran los ojos de las cuencas de la insistencia con la que me miró.

—Sí. —Mi respuesta no pudo ser más definitiva. Así quedaba rotundamente claro que lo nuestro estaba más que zanjado. A mí me había costado una semana de angustia terminar de entender que dejar el libro sin concluir sería empeorarlo todo. Haría de tripas corazón y acabaría de escribir el libro con él.

Evidentemente, para Jude la situación lucía de un modo muy diferente. A él, por lo visto, todo le daba igual e insistía en bajarse del proyecto.

Me angustió que tan poco valiesen para él las palabras que habíamos escrito juntos.

—Bien. Perfecto, entonces. —Warren se palmeó los muslos—. Admito que esto será un poco complicado, porque todavía no hemos acordado en qué condiciones se publicará, porque desde ya no es justo que tú termines lo que deberíais concluir juntos, pero, como le expliqué a Tony la semana pasada, no estaba dispuesto a desistir de esta novela. Supongo que, en este caso, como el libro quedará concluido, las consecuencias, sobre todo, serán más morales que económicas. De cualquier modo, tú no tienes de qué preocuparte.

Lo que acababa de mencionar me preocupó.

—Me alegra muchísimo que hayas entrado en razón, Elizabeth. Sé que el libro será estupendo y tengo muchísimas ganas de leerlo.

—Pero Jude…

—No perderemos más tiempo hablando de él. ¿Cuánto tiempo crees que necesitas para terminar de escribirlo?

Tony volvió a lanzarme una mirada de desesperación.

—Una semana, supongo —contesté con un hilo de voz.

—Perfecto, tomate dos si quieres.

Lo miré.

—Elizabeth, tendrás que hacerte cargo de las correcciones tú sola; pero quiero que sepas que cuentas con todo el apoyo del equipo de producción que esta casa tiene para ofrecerte. Si te hace falta ayuda extra, no tienes más que llamar y pedirla. Tony me contó que tienes notas de todo lo que faltaba por escribir.

—Sí.

—Perfecto. De todas maneras, si consideras que debes hacer alguna modificación, hazla. Lo que importa es que termines de escribirlo, luego llegará el momento de hacer cambios si es preciso. La verdad es que resulta un alivio que al menos tú hayas entrado en razón. Jamás esperé que esto terminase en nada semejante.

Ni yo.

—Lamento haberos hecho esperar.

—No, está bien. No ha sido nada. Nosotros queremos disculparnos por las complicaciones.

—Está bien, Tony, lo importante es que continuamos adelante. Seguiremos con el proyecto. —Warren movió su mirada hasta mis ojos—. Tener algo sobre lo que escribir es lo que hace al escritor, Elizabeth. De verdad lamento lo que ha sucedido entre vosotros. Lo lamento muchísimo, pero estoy convencido de que volver al trabajo ayuda a seguir adelante.

Los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Créeme cuando te digo que por un momento he querido mataros a ambos, que apenas si he podido creer… —Se detuvo exactamente en el mismo momento en el que una primera lágrima rodó por mi mejilla.

No pretendía echarme a llorar en una reunión de trabajo con Warren, pero…

Warren se deshizo de su enfado y me dedicó una media sonrisa con la que se compadecía de mí.

—Vosotros dos… No puedo creerlo. Sinceramente, no esperaba nada semejante de Jude.

—Él… Por favor, él… —Mi voz sonó tanto a ruego que me dio vergüenza.

—Él y yo volveremos a hablar, pero tú no te preocupes por eso. Tu trabajo es terminar ese libro dando lo mejor de ti. Haz que, cuando lo lea, pueda verte a ti en cada palabra; eso es lo único que necesitamos de nuestros autores, que se muestren, que nos dejen ver, que nos obliguen a ver más allá de lo que creíamos ser capaces de ver. Si hay un motivo por el que creí en este proyecto desde el principio fue porque siempre he pensado que los dos sois estupendos a la hora de transmitir más allá de las palabras, de tocar lo que no tiene materia. En apariencia Jude y tú sois muy diferentes, pero en el fondo… los dos poseéis un don único. Escribe, Elizabeth. Escribe para permitirnos ver. —Warren me sostuvo la mirada un momento y, al final, se levantó y fue a por una caja de pañuelos de papel que me tendió.

Desde mis pensamientos, los cuales no se apartaban de Jude, los oí hablar de cuestiones legales, de todo el proceso que vendría una vez acabado el libro.

Cuando terminaron, sobre mi falda se acumulaban más pañuelos empapados de los que hubiese soñado con llorar en el despacho del director del Grupo Warren.

Acercándose al trato que solía tener conmigo, Warren se despidió de mí y yo me largué a casa a intentar mentalizarme de que podía volver a pensar en el futuro, solo que sería un futuro distinto al que me había atrevido a imaginar que podría tener antes de él, uno que no había osado siquiera desear.

 

* * *

 

Lloré a mares durante una hora, frente al ordenador, antes de ser capaz de escribir la primera palabra sola sin él.

La escribí y las lágrimas fueron remitiendo, si bien la tristeza continuó presente.

La tristeza y el amor me acompañaron durante todo el camino al final del libro, al cual llegué cuatro días más tarde, para volver a llorar como una Magdalena al poner el punto final.

Había terminado nuestro libro sola, siguiendo nuestros planes, utilizando mis palabras y las que sabía que eran suyas, porque las conocía tan bien como sus caricias, sus besos y el tono de su voz.

Procuré ser fiel a lo que habíamos vivido, aunque no estuve segura de que, para él, aquello fuese el eco de lo que en realidad sentía.

Para mí había sido real, la conexión con la que escribimos fue real.

Tan pronto acabé, le pasé el libro a Tony y llamé a mis padres para avisarlos de que iba en camino a pasar la noche en su casa.