Eso sí que es admirable

Tony retorció el corcho y este salió volando en dirección a las macetas con cactus que estaban junto a la pared.

Pink soltó una exclamación de felicidad y Brian apareció con las primeras copas para poder servirlas.

Mi padre llegó desde la parrilla, todavía con las pinzas en la mano. En la brasa se asaban hamburguesas, salchichas, maíz y otras verduras, y el aire olía a tostado, a condimentos y a mantequilla.

El burbujeante líquido dorado se deslizó con brío dentro de la primera copa, que, en cuanto estuvo llena, mi padre me tendió.

—Para la luz de nuestros ojos, nuestro orgullo —me dijo Brian, liberando el pie de la copa a mis dedos.

—Gracias, papá.

Evan se detuvo a mi lado, intercambiamos una mirada y me rodeó los hombros con su brazo. Olía a humo y sonreía de oreja a oreja.

—Estamos orgullosos de ti, cielo.

—Gracias, papi.

Brian le pasó la siguiente copa.

La tercera fue para Pink, quien apenas si podía estarse quieto, ansioso por brindar.

La siguiente se la quedó él y la última se la entregó a Tony después de posar la botella de champagne sobre la mesa.

—¿Se me permiten unas palabras? —preguntó este último, mirándome a mí a los ojos.

—No necesitas decir nada, Tony, que ya somos viejos conocidos en esto. —No quería emocionarme, porque sabía que volvería a llorar. Habían pasado casi tres meses y todavía no podía dejarlo atrás, me era imposible dejarlo atrás. El recuerdo de Jude continuaba fresco en mí, no solo porque estuviese alternando trabajar en la primera tanda de correcciones del libro que habíamos escrito juntos con el libro que acababa de terminar de escribir justo el día anterior, sino porque el amor continuaba fresco en mí, más vivo que nunca.

Casi cada día efectuaba una autopsia a nuestros días en la Toscana y cada vez me costaba más creer que fuesen mentira; de ser así, que le diesen un premio al mejor embustero del mundo, porque el engaño todavía duraba, pese a la distancia de tiempo y espacio, pese a que básicamente él había desaparecido de la faz de la tierra. Ni Warren ni nadie de su entorno había accedido a contarnos a Tony o a mí en qué términos había quedado la discusión por su abandono del proyecto. Charlotte no había contestado ni los mensajes ni las llamadas de Tony y mías, y, si bien todavía quedaba mucho trabajo por delante antes de que el libro viese la luz, yo no tenía ni idea de si él participaría o no en la promoción, ni siquiera estaba segura de que su nombre fuese a figurar en el libro o, si lo hacía, en qué términos.

Con el correr de los días iba quedándome claro que él no quería saber nada de mí y, aun así, cuando regresaba de correr, esperaba verlo parado en la puerta de casa, aguardando por mí, y cada vez que sonaba mi teléfono… Nunca era él.

En dos eventos del medio a los que había asistido, lo confundí con otros hombres, ilusionándome inútilmente con tener la oportunidad de acercarme a él y hablarle.

Solo volví a reencontrarme con Jude en sus libros, los cuales entonces vivían sobre mi mesita de noche, o lo que quedaba de ellos, porque antes de dormir siempre leía un par de párrafos, encontrándome con sus sentimientos, sus pensamientos, con su forma de ser.

Costaba creer que el hombre que había escrito aquellas cosas fuese frío o insensible, que pudiera engañar sin piedad cuando incluso poniéndose en la piel de sus personajes era desgarradoramente sincero.

Los ojos se me llenaron de lágrimas, porque, además de todo eso, era mi cumpleaños y yo me ponía estúpidamente emocional en esa fecha.

Cuando estábamos en Italia lo imaginé celebrándolo conmigo; el inicio de una nueva década juntos, con mis ganas de apostar por él, a atreverme mucho más en esta vida.

Todavía lo amaba y el hecho de que se hubiese acercado a Santiago a mis espaldas ya no me molestaba tanto como cuando supe lo que había hecho.

Cierto que no me gustaba que se hubiese impuesto en mi vida empleando su título de niño de oro de la literatura moderna para obligarme a viajar con él, evitando así que me fuese con Santi, pero también era verdad que, de haber viajado con Santiago, aquello tarde o temprano hubiese terminado del mismo modo en que acabó.

Jude había cometido un error y yo tampoco estaba libre de estos.

Y su error, ahora, no pesaba más ni era más grande de lo que sentía por él.

El problema residía en que, evidentemente, Jude no sentía lo mismo por mí, porque jamás había intentado siquiera ponerse en contacto conmigo.

Su plan fue usarme para remontar su carrera.

Por esos días su carrera parecía no haber existido jamás.

—Claro que sí, Tony. Te escuchamos —le contestó Evan, apretando mi hombro.

—No será un discurso largo —me aseguró Tony con una sonrisa—, tranquila.

—Menos mal, esto se calienta —murmuró Pink, alzando su copa.

—No te preocupes, Pink, solamente quiero decir que estoy feliz de continuar formando parte de esta familia. Lizzy, gracias por todos estos años juntos, para mí es un placer y un honor acompañarte. Estoy orgulloso de ti, del modo en que has crecido, de lo aguerrida y responsable que eres en tu trabajo. Quería felicitarte por este nuevo contrato, te lo mereces. El libro es estupendo.

A mi cerebro todavía le costaba procesar que tenía un libro a meses de salir, que el que había escrito a cuatro manos con Jude estaba encaminado a su publicación también y que Warren había comprado el último libro que acababa de escribir. Era consciente de que tenía cantidades industriales de trabajo por delante; sin embargo, no podía estar más feliz en ese sentido.

—Cielo, creo que hablo por todos cuando digo que estamos orgullosos de ti, que te amamos y que eres una alegría en nuestras vidas. Te mereces toda la felicidad del mundo.

Intenté hacer que las lágrimas se quedaran dentro de mis ojos; no resultó.

—Te la mereces, Lizzy. Que en tu camino broten muchos y muy buenos proyectos y, que los que plantaste, florezcan.

—Te queremos, tesoro. —Mi padre me dio un beso en la sien y a Brian se le escaparon un par de lágrimas.

—Y yo os quiero a vosotros. Gracias por estar conmigo, por soportarme y acompañarme. Sé que en los últimos meses no he sido…

—Nada, Lizzy, que nosotros te queremos. —Pink llegó desde el otro lado y me abrazó con un solo brazo, porque en la mano del otro tenía su copa.

—Y yo a vosotros. Gracias otra vez por esta celebración. No hay nadie más en este mundo con quien yo quisiera pasar este día —les dije, y mis palabra dudaron un poco porque él no estaba allí, porque, tras seis años de conocernos, seis años de distancia entre ambos, era la primera vez que lo sentía verdaderamente lejos, perdido. Yo siempre, de un modo u otro, había sabido que él estaba allí, que él siempre estaría allí, al menos escribiendo palabras que en secreto pudiese leer y adorar. Había tenido la oportunidad de decirle que amaba lo que escribía, había tenido la oportunidad de decirle que lo amaba, y en ese momento… en ese momento no quedaba nada.

No me resistiría jamás a verlo desaparecer, a aceptar que nadie más pudiese tener esa parte tan fenomenal e intensa de él. Sin importar lo que su padre opinara de Jude, sin importar el modo en que el mundo lo juzgara, él podía llegar a quienes le abrían la puerta, dándole una oportunidad, de un modo único; a mí me constaba que había cambiado vidas, salvado algunas quizá también.

Que lo nuestro comenzara de un modo tan retorcido, que acabara tan mal, no tenía por qué ser su fin, no debía ser su fin.

Así, sin más, me entró una necesidad desesperante de buscarlo y decirle que yo no lo odiaba, que todavía lo quería y que tenía ganas de leer mucho más de él.

Pink me guiñó un ojo. Para mis padres yo comenzaba a dejar el pasado atrás; en cambio, mi amigo sabía lo que aún sentía por Jude.

—¡Feliz cumpleaños, Lizzy!

—Felicidades, amor. —Brian se me acercó para tocar su copa con la mía; besó mi mejilla.

—Gracias, papá.

—Feliz cumpleaños, tesoro. —Evan me dio otro apretón y otro beso y me soltó.

—Feliz cumpleaños, Lizzy. Continúas viéndote tan radiante y joven como un año atrás —bromeó Pink, chocando su copa con la mía.

—Gracias, Pink. Cuento contigo para que seas sincero y me avises cuando comience a arrugarme.

—Lo sé, preciosa. ¿Podemos brindar todos ya? Esto se calienta —dijo, haciendo referencia al champagne en su copa—. Y creo que algo en la parrilla se quema.

—Salud —intervino Tony, y sin darnos tiempo a brindar, Evan salió corriendo en dirección a la parrilla, sufriendo por las hamburguesas.

Pink chocó su copa con la de Tony, con la de Brian y bebió.

—Te ayudo —le ofrecí a mi padre desde mi posición, quien movía el carbón en el fondo de la parrilla para apagar el fuego.

—No, ya está, ya lo tengo bajo control. No ha sido nada serio.

—¡Menos mal! —exclamó Pink—, porque me muero de hambre y eso huele estupendamente. No he comido en todo el día para que me quedara espacio para darme un atracón ahora, que no hay nada como las hamburguesas caseras de tu padre. Y esa tarta… Evan, ¿es la preferida de Lizzy, la de chocolate de todos los años?

—¡Sí! —le contestó este desde la parrilla, removiendo ahora las hamburguesas.

—Genial. —Vació lo que le quedaba de bebida en su garganta y fue a por la botella.

Yo le sonreí a Tony y bebí. También me apetecían las hamburguesas de mi padre, que eran una tradición en mi cumpleaños desde pequeña, así como sus tartas y como los anocheceres en familia en el jardín, en ese mismo jardín que tanta vida había visto pasar.

Agradecí contar con ellos, tener la familia que tenía, haberme enamorado, tener un trabajo que amaba, estar donde estaba en aquel instante.

Tony bebió.

—Iré a ver si necesita ayuda —me dijo Brian, apuntando con su copa en dirección a la parrilla.

Un teléfono comenzó a sonar; al instante reconocí el tono del móvil de Tony.

Este me pidió disculpas y lo sacó. Vi el nombre de su secretaria en la pantalla.

—Hola, Jessie —la saludó al llevarse el aparato a la oreja, para quedarse escuchando luego lo que le decía.

Yo me decidí a vaciar mi copa a sorbos. Bebería, comería y lo celebraría; tenía motivos de sobra.

—¿Qué? —inquirió Tony, con el ceño fruncido—. ¿En qué canal? —Se quedó un momento en silencio, y por entre el sonido de la brisa, de los grillos, del chisporroteo de la parrilla y de la música suave que sonaba desde el interior de la casa, percibí el murmullo lejano de la voz al otro lado de la línea—. ¿Estás segura? —Esperó a que le contestaran—. Sí, gracias —dijo, todavía con cara de preocupación, y cortó la comunicación. Al instante su móvil volvió a sonar, pero no fue una llamada. Lo vi toquetear la pantalla.

—¿Pasa algo malo?

—Te contesto cuando lo vea. ¿Te importa si pongo un vídeo que me han mandado?

—¿Qué?, ¿por qué? —curioseó Pink por mí, regresando a nosotros con su copa llena.

—Tenemos que ver algo, ahora. —La prisa con la que soltó aquello me angustió.

—¿Qué sucede? ¿Se ha desatado la tercera guerra mundial? —bromeó Pink, y un vídeo comenzó a reproducirse en el móvil de Tony.

Cuando oí la voz de Jude, la garganta se me cerró y mi corazón dio una sacudida con la que amenazó con no volver a latir.

—¿Tienes todos sus libros? —preguntó una voz de mujer.

—Sí, todos —oí que le respondía Jude.

Tony se me acercó, con su móvil por delante.

—Y en varios idiomas, por lo que veo.

—Los colecciono. Tengo todas las ediciones en inglés. Me faltan un par de idiomas —contesto la voz de Jude.

—¿Qué? —jadeé, cogiendo el teléfono, porque sin las gafas no distinguía el rostro de Jude en lo que era la grabación de una pantalla de televisión en la que se lo mostraba a él en la que supuse que era su casa.

Me centré en la imagen y vi a Jude de pie junto a una enorme y preciosa biblioteca; lo acompañaba una mujer, la cual lo entrevistaba.

—Jude, sé que será una pregunta incómoda de responder, pero en una entrevista ante cámaras insinuaste que sus libros no eran más que…

—Ese día me comporté como un necio —contestó él, y de inmediato comprendí de qué hablaban.

Sin gafas, me costó reconocer los lomos de mis libros.

Tres largos estantes de ediciones en varios idiomas.

Mi corazón se disparó a toda velocidad.

Acerqué el móvil a mi nariz y detecté que algunos ejemplares mostraban signos de haber sido leídos más de una vez.

No lo podía creer.

Dejé de respirar.

—Fui un estúpido. Siempre la he admirado. Desde su primer libro me quedó claro que Elizabeth tiene una capacidad increíble para transmitir y conectar.

Pink se colgó de mi hombro para espiar hacia la pantalla del móvil.

—¿Jude? —gimió, con voz estrangulada.

—El mismo —le contestó Tony.

—¿Y de dónde ha salido eso?

—Es un programa que están emitiendo ahora. Mi secretaria se ha topado con este por casualidad y ha comenzado a grabarlo con su móvil en cuanto Jude ha mencionado a Elizabeth.

—Hay una frase de Mario Benedetti que dice así: «Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima, eso sí es admirable». Ella logra eso y mucho más. Elizabeth se expresa con la mente y el alma, y su sinceridad y su desparpajo al amar, la sinceridad con la que vive sus pasiones y la entrega con la que enfrenta la vida, son únicos. Tuve oportunidad de conocerla de cerca después de años de pretender que ignoraba su existencia o lo muy vulnerable que era a sus palabras. —Jude se detuvo para removerse, incómodo, en su sitio—. Tuve la oportunidad de escribir un libro con ella y lo arruiné. Lo arruiné desde el principio. Ella… —dudó, y el vídeo terminó.

—¡¿Qué?! —chillé, desesperada. Necesita saber qué había dicho a continuación. Jude tenía mis libros, los había leído todos; él…

Apenas si podía pensar, solamente sentir.

—¡El resto! —exclamé, exasperada, y mis padres me llamaron, preocupados.

—¿Qué sucede? —me preguntó Brian.

—Es Jude, está en la tele, tiene mis libros —jadeé—. Nunca me contó que los hubiese leído. ¡El resto, Tony! —Mi voz sonó a quejido desesperado.

—Lo están dando por la tele en este momento.

—¿En qué canal? —le demandó Pink por mí.

Tony le contestó y yo ni siquiera pude oírlo; solamente noté a Pink tirar de mi muñeca, la cual ni tan solo sabía que había agarrado, para arrastrarme al interior de la casa por la puerta de la cocina.

—¿Qué es lo que pasa con Jude? —quiso saber Brian, entrando en la cocina detrás de nosotros.

—Están entrevistando a Jude en la tele —le contestó Pink, pescando el mando a distancia del televisor de la cocina—. Está hablando de Elizabeth. Tiene estantes repletos de sus libros.

Mi padre me miró sin entender nada mientras Pink saltaba de canal en canal.

—En qué puto número de canal está aquí la CNN.

—¿Está en la CNN? —gemí.

Evan le dijo el número de canal y, al siguiente parpadeo, al otro lado de la mesa, frente a todos nosotros, apareció Jude, sentado en un sofá en la misma biblioteca que había visto en el móvil de Tony, que todavía estaba en mi mano, acompañado de la mujer que lo entrevistaba.

—Jude, háblame un poco más de ese libro.

Los periodistas jamás lo llamaban Jude. Jude era Stern para todo el mundo, o al menos solía serlo.

La mujer estiró la mano y le tocó el brazo, como dándole ánimo para hacerlo. Se notaba que era una charla íntima, porque sobre la mesa frente a ellos había dos tazas de café, muchos libros y papeles. Reconocí sus gafas, esas que tantas veces habían estado sobre mi nariz.

La saliva se me amargó, y no por el champagne, que era dulce, sino porque ella lo tocaba y lo llamaba Jude. ¿Habría algo entre ellos? Seguro que sí.

«Seguro que sí», repetí dentro de mi cabeza. Ella se lo comía con la mirada, y no era para menos. Jude se había dejado crecer la barba, que si bien no era mucho más que una sombra, lo hacía estar terriblemente sexy. Llevaba el cabello un poco más corto y, aunque con camisa y pantalón de traje, no vestía chaqueta, y su camisa tenía un par de botones abiertos. Tenía las mangas remangadas hasta los codos.

—¿Tenía ese tatuaje antes? —me preguntó Pink, girando en mi dirección.

Las rodillas me temblaron y por poco no me voy de culo al suelo.

Abrí la boca, pero la respuesta no salió.

No, Jude no tenía ningún tatuaje antes.

—Está distinto —comentó Brian—. Le sienta bien la barba.

Giré la cabeza y lo miré. Él me sonrió.

—Sobre la mesa tiene uno de tus libros —comentó Evan.

—Joder, necesito mis gafas —musité con un hilo de voz.

Pink rodeó la mesa y se acercó a la pantalla del televisor.

—Sí, es el último de tu trilogía, la de los elfos. Joder, que tiene todo el lomo destrozado. ¿Cuántas veces lo habrá leído? —me preguntó a mí, apartando el rostro de la pantalla—. Además, está todo marcado.

¿Jude había marcado uno de mis libros de fantasía?

—No creí que él leyese… —comenzó a susurrar Tony, que a continuación giró la cabeza hacia mí, buscando mi atención—. ¿Sabías algo de esto?

—No tenía ni la más remota idea. Yo le dije que tenía sus libros, pero él en ningún momento me contó que tuviera los míos.

—Tiene tus libros anotados —murmuró, girando el rostro hacia la pantalla otra vez.

Moví mi mirada con él.

—Lo escribiste a toda prisa —comentó la periodista.

—Sí, tenía una excelente motivación. —Jude amagó una muy tímida sonrisa y se ruborizó un poco.

Casi me derrito al ver que continuaba siendo él, el que yo había conocido, el que creía conocer.

—Cuéntanos cuál era esa motivación.

—Ella.

No estaba segura de que hablase de mí, porque había estado escuchando la entrevista a medias. De todos modos, me agarré de la mesa, porque mi cuerpo hizo acuse de recibo de sus palabras, si bien no tenía certeza alguna.

—¿Ella?

—Elizabeth Chang.

—¡Hostia! —chilló Pink, quedándose luego boquiabierto.

—¿Fue tu musa?

—Más que eso. Este libro es todo lo que he querido decirle y no he podido, es todo lo que tuve dentro de mí durante casi seis años. Ella es buena con la palabra escrita, y es buena hablando al tiempo que te mira a los ojos. Yo no. Tenía mucho que decirle y no pude… Yo… En realidad quería decirle tantas cosas, y lo poco que intenté para demostrarle todo lo que sentía salió espantosamente mal.

—¿Demostrarle lo que sentías?

Me pareció notar que la sonrisa sexy de la periodista flaqueaba un poco.

—Sí —le respondió Jude—. Lo que aún siento. Le rompí el corazón engañándola, mintiéndole, haciéndolo todo mal, pero la amé y todavía la amo. Es imposible no amarla, créeme; yo lo intenté y no lo conseguí. Ella me ganó, acabé perdidamente enamorado y la perdí. Soy un imbécil. La perdí, pero aun así… yo solamente quiero que ella sepa que era real. Sé que no me perdonará y no he escrito el libro para que me perdone, sino para que sepa que todavía puede y debe amar, si no es a mí, a otra persona. Fue ella la que me devolvió la confianza en que es posible ser querido, amado. Solo quiero que sepa… que entienda que debe arriesgarse otra vez. Tiene mucho para dar y ella es feliz dando. Mi única intención con este libro es que entienda que mi error no tiene por qué hacerla desconfiar de amar. El error fui yo, no ella. Ella sigue siendo el mismo estupendo ser humano de siempre, que está atenta a los que ama, que no falla a la hora de ser cordial, de dar cariño, de dejarse querer. Ella se hace querer con cada palabra que escribe. Solamente espero que un día encuentre a alguien que le haga sentir lo mismo.

—Jo-der —soltó Pink—. Esa es la declaración de amor más… —Giró la cabeza y espió en mi dirección por encima de su hombro—. Este hombre está muerto de amor por ti.

—Yo… —Me quedé sin aliento.

—Quiero leer ese libro —intervino Tony a mi lado—. Y me encantaría conseguir una copia autografiada. ¿Crees que estará en preventa ya?

—Tony… —balbucí, sin aliento.

—Te ha escrito un libro —me dijo él, como si yo no lo hubiese oído. De cualquier modo, me sentó genial la reafirmación, porque todavía no podía creerlo.

—¿Y qué puedes contarme de ese libro que comenzasteis a escribir juntos?

—Lo único que puedo decirte de esa novela es que no hubiese existido sin ella, que es su responsabilidad, su logro. Yo estaba completamente bloqueado, porque por aquel entonces mi padre estaba a punto de salir de la cárcel y mi relación con él siempre ha sido muy complicada. Pasaba por un momento anímico muy inestable, porque además acababa de terminar de escribir un libro muy personal. Realmente pensé que la escritura se había terminado para mí… y ella me trajo de regreso; no solo eso, me dio una nueva vida. Ese libro es su logro y estoy feliz y orgulloso por ella de que así sea.

—Jude, tu relación con ella… —La periodista se tomó su tiempo para darle forma a una dramática pausa—. ¿Cuál es la relación entre vosotros y cuál fue la que tuvisteis?

Jude meneó la cabeza, negando, con una sonrisa triste en los labios.

—Ella lo sabe, yo lo sé, es lo único que cuenta. Ella es importante para mí, por eso entendí que lo mejor era hacerme a un lado, apartarme; tenía que hacerlo. Cuando quieres ver a alguien feliz, comprendes que no puedes emperrarte en que sea contigo.

—Jude, tus palabras…

—Ella tiene al alcance de la mano todas las herramientas para ser feliz, sabe cómo ser feliz. Desde el alma le deseo que lo sea. Elizabeth se merece todo lo mejor. Cuando la conoces, no puedes evitar tener la certeza de que ella…

Vi a Jude detenerse, bajar el brazo del respaldo del sillón, juntar las manos y mirárselas como si buscase allí algo que no encontró, y aquello se le notó en la mueca que se formó en su rostro.

En ese instante mis manos se sintieron vacías y extrañaron el tacto de su piel, las caricias de sus largos y fuertes dedos.

—¿Tú todavía la amas?

—Y probablemente la amaré durante mucho tiempo más. Tengo la certeza de que siempre será importante para mí.

—Es la primera vez que el público tiene la oportunidad de oírte hablar en estos términos, Jude, y a todos nos sorprende y conmueve. Los que hemos leído tus libros hemos sabido siempre…

Con el corazón latiéndome en los oídos, dejé de escuchar a la periodista.

—¿Se hizo a un lado por mí? —le pregunté a Tony.

—Eso he entendido yo.

—Y todavía te ama —acotó Pink.

—Cielo, ¿no crees que deberías hablar con él? —Brian dejó su copa en la mesa.

—¿Están diciendo que se bajó del proyecto del libro y que soportó que Warren lo demandara para dejarte…? —Los ojos rasgados de papá se fijaron en mí—. ¿Hizo eso?

—Y le escribió un libro —le contestó Brian.

—Yo quiero un hombre así. Obviando que te dio prisas con lo de viajar a Italia y que te ocultó que había hablado con Santiago de ti… Bueno, tiene un modo muy retorcido de ser romántico, pero, que lo es, lo es —canturreó Pink.

Se me puso la piel de gallina y volví a buscarlo en la pantalla.

En voz alta y frente a las cámaras había mencionado los problemas que tenía con su padre, había dicho que me amaba y que lo había arruinado.

Aquel hombre, en la televisión, parecía permeable y vulnerable, accesible, tan sensible como aquel que quedaba plasmado en las páginas de sus libros.

—Tony, ¿sabes de cuándo es esto? ¿Te lo ha dicho Jessie?

—No, no creo que tenga ni idea. Me ha dicho que estaba cambiando de canal y que lo ha visto por casualidad y se ha quedado para escuchar qué decía… como ha estado desaparecido durante meses… Todos creíamos que se había retirado definitivamente. No esperaba verlo.

—Ni yo. —Volví a estremecerme en un arrebato de emoción.

—¿Cuáles son tus planes para el futuro, Jude?

—No tengo, planes. No sé qué será del futuro, lo único que espero es hacerle llegar el libro a ella y que lo lea. No pretendo mucho más.

—Pero ¿no piensas publicarlo?

—El libro es para ella.

—Estoy segura de que tus lectores desearán leerlo. Me consta que tus lectores están ávidos por saber más de ti.

—No puedo prometer nada ni puedo pretender demasiado.

—Sabemos que tienes problemas legales por resolver con el Grupo Warren.

—Sí, problemas que yo generé y de los que estoy haciéndome responsable.

—Pero ¿no volverás a publicar?

Jude le contestó con una sonrisa triste y mi corazón se encogió sobre sí mismo.

—Jude, ¿qué le dirías a ella si estuviese escuchándote en este instante?

Mis dos manos se lanzaron a mi pecho, para intentar atajar mi corazón. Todo mi cuerpo se reblandeció y lo necesité como nunca.

—Solamente puedo decirle que lo siento, que lo lamento muchísimo, que sé que lo hice todo mal y que espero que un día pueda perdonarme. Que puedo haber dicho muchas mentiras, pero que no mentía cuando le dije que la amaba, que no miento cuando le digo que todavía la amo.

—Jude, estoy segura de que ella…

—Mierda —gemí, alejando la vista de la pantalla.

—¿Vas sola o te acompaño? Puedo llevarte si quieres —me ofreció Pink.

—¿Qué? —balbucí como una idiota.

—¿Si te llevo a su casa o si puedes conducir?

No, definitivamente no estaba en condiciones de conducir.

—¿Os molestaría mucho demorar esas hamburguesas un rato? —les pregunté a mis padres—. Quizá podríais agregar unas más a la parrilla, pero no las hagáis demasiado, a Jude le gusta… —Se me fue la voz.

—Ve —me dijo Brian—. Aquí os esperamos—. Pink, ¿la llevas? Mi camioneta está en la entrada.

—Sí, por supuesto.

Papá fue a buscar las llaves del vehículo y yo me quedé en mi sitio, sin saber por dónde seguir.

En la tele, la entrevista finalizó y comenzaron los anuncios.

—¿Tienes su dirección?

—Sí, papá —le contesté a Evan.

—Bien.

—Gracias —le susurré, entendiendo que me daba su apoyo.

—Tráete una copia del manuscrito. Me gustaría leer ese libro.

Le sonreí a Tony.

Brian le lanzó las llaves de la camioneta a Pink.

—Andando, Lizzy. Vayamos a buscar a tu escritor.

De no ser porque Tony tiró de mí, no habría podido moverme. Estaba paralizada, apenas me lo podía creer. El imbécil me amaba y me había dejado partir sin más, y yo, imbécil de mí, me había rendido de buenas a primeras, herida y asustada, tan asustada por amarlo, tan obtusa por no ver que, igual que yo, él apenas si daba sus primeros pasos en eso… Los dos éramos unos estúpidos, unos cobardes que, ante la primera señal de dolor, nos habíamos retraído sobre nosotros mismos, procurando alejarnos del sufrimiento sin darnos cuenta de que también nos alejábamos de la posibilidad de ser felices.

Pink me cogió de la mano y tiró de mí. Solamente me soltó tras meterme en la cabina de la camioneta por la puerta del acompañante.

Le pasé la dirección de Jude, que todavía tenía en mi móvil, y así nos pusimos en marcha.

Pensé en llamarlo y me entró miedo.

Pensé en llamarlo otra vez y entendí que no quería hablar con él sin mirarlo a los ojos. Quería tener frente a mí al hombre que yo conocía para decirle que lo amaba, que no pensaba desperdiciar más tiempo sin él a mi lado si todavía me quería a su lado.

El trayecto hasta su casa se me hizo larguísimo, y cuando Pink detuvo el vehículo frente a la propiedad, no pude menos que sorprenderme, porque la casa…

Jamás hubiese imaginado aquel sitio de aquel modo, pese a que Jude me había hablado de su hogar.

Su casa era, en efecto, un hogar, una casa grande pero de aspecto increíblemente acogedor, rodeada de vegetación, que por ser verano era un despliegue de maravilloso color y perfume; eso último lo comprobé al bajar de la camioneta.

Dentro había luces encendidas; su brillo dorado se fundía con el color de la fachada, que poco a poco se oscurecía con la caída del sol, cambiando de tono.

—¿Esta es la dirección? —Pink, tan sorprendido como lo estaba yo, alzó la vista por la fachada. De alguna casa vecina llegaron risas de niños y los ladridos de un perro, y por allí también alguien había decidido que esa estupenda noche veraniega se merecía una buena parrillada.

Di unos pasos por el camino de piedra de la entrada. Desde allí pude ver, por el lateral de la casa, que sobre una pérgola crecían glicinias en una cascada lila que todavía rondaban algunas abejas.

—No parece la casa de un soltero, menos que menos la del Stern que se veía en la televisión o del que se leía en las entrevistas, y aún menos de ese Stern de las fiestas a las que los dos asistíais.

—Pero sí es la casa del Jude que comencé a conocer en Italia —le contesté, avanzando unos cuantos pasos más.

Llevábamos años conociéndonos y yo no lo conocía, y me equivoqué creyendo que había llegado a conocerlo el tiempo que convivimos en la Toscana.

De Jude me quedaba un mundo por descubrir y me moría por hacerlo, por enamorarme de él todavía más.

—Espérame aquí —le pedí a Pink, y él asintió con una sonrisa.

Seguí avanzando por el camino hacia la casa.

Unos metros más adelante, oí música; algo que sonaba como a un jazz suave y bastante melódico.

Sonreí al pensar en él allí en su casa, en esa bonita vivienda que parecía la de una enorme familia, escuchando música, siendo él.

Alcancé la puerta tras subir los tres escalones sobre los que se alzaba el porche. Llamé con los nervios retorciendo mis tripas, dificultándome la respiración.

No tenía ni idea de cómo haría eso.

No sabía ni qué decir.

Mucho menos qué hacer.

Lo que sí sabía era que no necesitaba que volviese a pedirme perdón. Solamente necesitaba de él que aceptase darnos una nueva oportunidad para que nos conociéramos, para que lo intentásemos otra vez.

Oí pasos y poco faltó para que me diese algo.

Me dio algo cuando abrió la puerta y su rostro, con aquella barba crecida, con sus profundos ojos azules, me enfrentaron con una expresión de sorpresa tal que por poco no salgo corriendo, temiendo que no quisiese verme, que lo de la entrevista fuese mentira, temiendo que hubiese logrado engañarme de nuevo.

—Elizabeth —jadeó con todas sus barreras derrumbándose, permitiendo que, ante mí, apareciese mi Jude.

—Hola —lo saludé con un hilo de voz, y solamente entonces me percaté de que cargaba en su brazo izquierdo un gatito blanco y negro que no podía tener más de dos meses.

Jude tenía un gato.

Sonreí.

Mi corazón no cabía dentro de mi pecho de la felicidad.

—Hola —me dijo, sonriendo.

—Hola —repetí, sin saber por dónde seguir.

—Feliz cumpleaños.

—Gracias —jadeé—. Te he visto en la tele.

Mordió la sonrisa en tus dientes.

—Perdona si te ha molestado; lo siento, yo solo quería que todos supiesen que tú… Iba a enviarte el libro mañana, no quería arruinarte el cumpleaños. En realidad la entrevista iba a emitirse en unos días, pero la han adelantado porque pasado mañana tenemos la mediación con Warren y como no sé qué sucederá… Solamente quería darte una disculpa más…, quería que supieras que lo lamento. Sé que fui un hijo de puta y lo lamento.

—Jude —le dije con la piel erizada.

—Perdón.

—Jude…

—De verdad, lo siento, lo lamento todo. Está bien, tenía que correr el riesgo de que te enfadaras todavía más por lo de la entrevista, pero no sabía… Así como hablé mal de tu trabajo una vez… la gente debía saber que el imbécil aquí soy yo, que he leído todos tus libros y que tu trilogía, la de los elfos, me encanta, ya no sé la cantidad de veces que la he leído; estoy en uno de esos grupos en los que vía online fantaseamos con que hagan una película.

—¿Qué? —Todo mi cuerpo dio una sacudía.

—Obviamente que con un pseudónimo, porque, si alguno de ellos supiese que soy yo el mismo que dijo que tu trabajo era basura, me lincharían.

—¿Por qué nunca me contaste que habías leído mis libros?

—¿Además de porque soy un estúpido? No sé, supongo que porque tenía miedo de lo que pudieses pensar de mí, porque tenía miedo de lo que todo el mundo pudiese pensar de mí, porque soy un cobarde.

—Jude…

—Llamé a Santiago para pedirle disculpas. Os las debía a ambos.

—No lo sabía, él y yo no hablamos. Tuvimos una discusión cuando llegué de Italia y… no acabamos muy bien. No soy muy buena en esto.

—Tampoco yo.

—¿De verdad has escrito un libro para mí?

—Mi primer libro de fantasía. Tengo en mi estudio el sobre con el manuscrito, si quieres leerlo… No puedo asegurarte que sea bueno, probablemente no lo sea, pero lo escribí… —se detuvo—. Probablemente no quieras leerlo.

—Sí quiero.

Lo vi espiar por encima de mi hombro.

—¿Estás con Pink?

—Sí, él me ha traído en la camioneta de mi padre, de Brian. Asábamos unas hamburguesas por mi cumpleaños cuando la secretaria de Tony lo ha llamado para avisarlo de que estabas en la televisión. Le ha pasado el vídeo de cuando mostrabas mis libros.

Lo vi ruborizarse.

—Jude…

—No tenía intención de arruinar tu cumpleaños.

—Jude…

—Y no quería… Lo lamento, te juro que lo lamento. No mentía cuando decía que te amaba.

—Jude…

—Yo todavía te amo.

Me quedé mirándolo, intentando hacerle saber con mis ojos que yo también lo amaba, porque no podía articular palabra.

—Te amo, Elizabeth, llevo mucho tiempo haciéndolo.

—Eres un imbécil, casi tan imbécil como yo.

Una sonrisa tembló en sus labios.

—Somos dos estúpidos. Yo también te amo y quiero leer ese libro, y definitivamente debí comprenderlo antes y hacerte entender que no quiero que te alejes de mi lado. Yo no quería terminar el libro sin ti e intenté serte fiel todo lo que pude hasta el final. Ojalá cuando lo leas… —Me detuve para tragar las lágrimas que se acumulaban en mí—. Todavía estamos a tiempo de arreglarlo juntos si no te gusta cómo ha quedado. Es todo lo que planeamos, pero bueno… como lo escribí yo sola. Jude, no tenías que alejarte. Quiero que regreses, te quiero en mi vida otra vez. Intentémoslo. Conozcámonos otra vez. Confío en que, a pesar de que somos dos idiotas, podremos hacerlo mejor esta vez. Dime que confías en que podemos hacerlo mejor.

—Yo… —Lo vi interrumpirse, con su mirada recorriendo mi rostro para detenerse en mis labios.

—No tienes que firmar ningún contrato, solamente darme tu palabra.

—Firmaría lo que me pidieses que firmara, Elizabeth —declaró con la voz quebrada, y por poco no muero de amor allí, frente a sus pies.

—Jude…

Fue él quien dio un paso adelante, saliendo de su casa para llegar a mí.

—Te amo, Elizabeth.

—Y yo a ti, Stern.

En sus labios se formó las más feliz, deliciosa y sexy de las sonrisas.

Extendió su mano derecha y, con una mirada, me pidió permiso, que yo le concedí con una sonrisa.

Su mano aterrizó con cuidado en mi nuca.

—No te haces una idea de lo que te he extrañado —susurró frente a mis labios, inclinándose sobre mí.

—Y yo a ti.

Jude sonrió antes de bajar sus labios a los míos.

Con una mano me prendí de su cuello; con la otra, de su hombro.

En cuanto su boca tocó la mía, me quedó clarísimo por qué lo amaba tanto, porque, sentirlo en su presencia y lejos de él, tenía el mismo sabor; Jude era una constante dentro de mí, era el miedo y la bravura a la vez, las dudas y todas las certezas, los riesgos que tomar, las seguridades, la esperanza, mi lugar seguro y el terreno repleto de minas que quería atravesar para llegar.

Me colgué de él profundizando nuestro beso y su mano se prendió todavía con más fuerza de mí.

Lo había extrañado todo de él. Lo había extrañado y necesitado tanto que tardaría una eternidad en recuperar el tiempo perdido entre nosotros.

Su beso me supo todavía mejor que la última vez, quizá porque eso era pura sinceridad entre nosotros.

—Jude… —jadeé dentro de su boca, alejándome un poco de él porque recordé que en sus brazos cargaba al pobre animal, al que poco le faltó que aplastara por la necesidad de pegarme a su pecho—… el gato —le dije con la poca voz que me quedaba.

—Gata. Se llama Manon, como la protagonista de tu trilogía.

—¿Le pusiste el nombre de…? —No pude seguir hablando de lo mucho que se ensanchó mi sonrisa.

—Bueno, es uno de mis libros favoritos; los fans fieles hacemos esas cosas.

—Jude… —Bajé mi mano de su hombro a la gatita, la cual se había acurrucado contra su pecho—. No sabía que te gustaran los gatos.

—Sí, siempre quise tener uno. No me había animado hasta ahora. Hace un mes me inscribí para adoptar en un refugio, me la entregaron anteayer. No duermo —me dijo riendo de los nervios—, temo que le pase algo si la pierdo de vista.

—Jude… —Definitivamente iba a morirme de amor por él.

—Sí, lo sé, soy un ridículo.

—No eres ridículo, eres adorable.

—¿De verdad me darás otra oportunidad?

—¿Me la darás tú a mí?

—Qué más podría pedir.

—Bueno, podrían antojársete unas estupendas hamburguesas, una cerveza y una porción de tarta de cumpleaños. Mis padres y Tony nos esperan en casa.

—Estoy intentando no beber —me dijo, bajando la vista, y entendí que me quedaban muchas cosas por saber de él.

—Coca-Cola, zumo, agua… ¿Vienes? Hay salchichas, maíz. El pan es casero, lo ha preparado mi padre, Evan. Anda, ven. Me gustaría presentártelos y me encantaría que estuvieras presente en la celebración de mi cumpleaños.

—Elizabeth…

—Solamente di que sí.

Fui testigo del modo esplendoroso en que su sonrisa se ensanchaba.

—¿Puedo llevarla? —Bajó la vista hasta la gata—. La llevaré en su bolso, no molesta. No me gustaría dejarla aquí sola.

—Claro —le dije, con una sonrisa tan grande como era mi amor por él.

Él me dedicó una sonrisa igual de ridículamente enorme de amor.

—¿Y crees que puedo tener mi libro?

Aquello amplió su sonrisa todavía más, superado todos los límites de lo imposible.

Unos minutos más tarde viajábamos los cuatro en el asiento delantero de la camioneta. Pink, al volante; yo, en el medio, con el sobre con el manuscrito sobre mis piernas y un brazo de Jude rodeándome, y él, a mi derecha, con Manon en su transportín sobre sus piernas.

—Entonces, Stern…, ¿cuándo le pedirás matrimonio a Lizzy?

Mi respuesta fue darle un codazo, por lo que él chilló de dolor.

Jude fue más amable, le sonrió y me miró.

Jude no necesitaba pedirme nada, lo tenía todo de mí.

—Te amo —le dije.

—Te amo —me dijo.