Epílogo

Presioné en mi teclado la letra efe, luego le tocó el turno a la i y, por último, la letra ene, apartando mi dedo con una floritura aparatosa.

Con la vista fija en la palabra «fin» en la pantalla de mi portátil, me retiré hasta que mi espalda tocó el respaldo, y entonces empujé, con mis pies descalzos, la silla hacia atrás, tomando distancia del larguísimo escritorio.

Las ruedecitas se deslizaron con facilidad, quizá porque yo no pesaba nada, o al menos esa sensación me dio en ese instante. Me sentía completamente incorpórea, una nube, la cosa más etérea, y sin duda más feliz, de toda la creación.

Le permití a la sonrisa estúpida que floreció en mis labios tomar cuenta de mi rostro, deformando mis facciones hasta el punto de que alzó tanto mis mejillas que mi campo visual se encogió a una línea que solamente abarcaba el «fin», la satisfacción absoluta.

—¿Fin? —Jude empujó su silla hacia atrás también, viajando hasta donde me encontraba yo. Sonreía del mismo modo que yo y sus mejillas en alto alzaban sus gafas, tapando sus expresivas cejas.

—Sí, es el fin.

—No, claro que no —se quejó, sonriéndome.

—Pero ¿qué más quieres escribir? Se ha terminado, es el final. Creía que era el final. —Concentré mi mirada en él—. ¿Jude? ¿Has cambiado de idea? Acordamos que… —Me detuve—. Hasta hace cinco minutos teníamos convenido que este era el fin.

—Pero no es el fin. Es solamente un nuevo comienzo. Nosotros los dejamos aquí, pero para ellos la historia comienza justo ahora, tienen todo el futuro por delante… sin nosotros en medio, por suerte para ellos.

Entendí que hablaba de los personajes.

—No hemos sido tan malos esta vez —le dije medio a la defensiva, con mis labios emulando la sonrisa de los suyos.

Se quitó las gafas y con una ceja en alto…

—¿No? —me preguntó, y su picardía afloró en su mueca. Conmigo no podía contenerse, no le funcionaba; de un modo u otro se le escapaba lo que sentía.

—Bueno, un poquito, pero no demasiado —acepté—. Además, les hemos dado un estupendo final. Lo tuvieron difícil, pero ahora están juntos. Ha valido la pena. Seguro que ellos nos dan la razón.

—Sí, por eso, ahora están juntos y tienen toda la vida por delante sin nosotros complicándosela.

Sonriéndole, muerta de amor como estaba por él, viajé con mi silla hasta la suya, impulsándome de puntillas.

La mueca sexy en sus labios llamó a mis brazos a rodear su cuello, y eso hice.

—No hemos sido tan malos —insistí.

—Nuestros personajes deben temernos —susurró sobre mi boca.

—Eso no es cierto. Nuestros personajes nos adoran, son nuestros fans y consideran que es un orgullo ser nuestra creación.

—¿Orgullosos de ser nuestra creación? —Rio suave sobre mis labios—. Alguien que yo sé tiene el ego por las nubes. Si ganas, ¿me abandonarás por otro escritor más famoso?

—¿Dejarte por otro escritor más famoso? —Me acomodé sobre su pecho y ajusté el agarre alrededor de su cuello—. No lo creo —respondí, mirándolo a los ojos—. Tal vez por otro más sexy.

—¿Perdón? ¿Más sexy que yo? —Sus cejas se dispararon a la estratosfera y sus ojos azules cobraron profundidad. Jude tenía ese modo de mirar que me hacía sentir a punto de caer en el Maelstrom. El riesgo no era ahogarme, sino perder la cabeza, pero no importaba; nada mejor que perder la cabeza a su lado.

Jude, como nadie, sabía qué decir, qué tocar para hacerme sentir especial; incluso sin tocarme ejecutaba aquella magia suya que me tendría enamorada hasta el fin de los tiempos, y ese año juntos daba la impresión de haber pasado en un suspiro. Un suspiro cargado de sensaciones, de momentos felices y otros un tanto complicados, porque quedaba claro para ambos que era mejor que fuésemos difíciles de amar que fáciles de dejar.

Cuando él propuso aquello, me di cuenta de que era lo justo, lo que debía ser una relación duradera. Lo sencillo usualmente se evapora pronto; en cambio, nosotros dos éramos densos y complicados, cada uno con sus manías, con sus modos de dar luz.

Había sido un año de cambios, de tomar riesgos, de poner las piezas en su sitio, y nos acompañamos el uno al otro mientras lo hacíamos, él superando lo mucho que todavía le pesaba cada palabra de reproche de su padre, yo asumiendo poco a poco que me daba miedo terminar de madurar, pero que no tenía por qué temer apostar por algo más duradero que un proyecto de dos meses para escribir un libro.

Había sido un año de escribir otros dos libros más, uno de ellos el que acabábamos de terminar, y publicar por separado, con planes de que el libro que habíamos escrito juntos viera la luz en menos de un mes y que el suyo, el que había escrito para mí, aquella belleza que era una oda al amor, a la alegría y a arriesgarse por la vida, hubiese sido adquirido por el grupo editorial de Warren; un año de haber sido nominada a tres premios por mi último libro de fantasía publicado. Un año de mudarme a su casa y comenzar con remodelaciones, de adoptar dos gatos más y un perro, un año de vivir en familia, de viajar.

Un año aprovechado al máximo a su lado.

Estudié su rostro como sabía que jamás me cansaría de hacerlo.

Ese Jude era el Jude que creí frío a la distancia más allá de las palabras que leía en sus libros; el Jude que necesitaba que me aceptara cuando él, en el fondo, pese a lo que hubiese dicho, ni siquiera se atrevía a juzgarme; el mismo Jude que escribía desde el fondo del corazón en carne viva; el Jude que iba por su tercer tatuaje (el último, en su espada, que todavía le faltaba cicatrizar); el mismo que, cuando no encontraba sus gafas, se ponía las mías, sin que le importara lo más mínimo verse ridículamente adorable; el mismo que con mis gafas sobre su nariz había atendido tantas veces la puerta para recoger el correo o algún pedido. El Jude que se ponía guantes para teñir de rosa el pelo de Pink cuando yo estaba ocupada; el mismo que le había presentado a quien entonces era su novio; el Jude que había participado en un evento de beneficencia del parque de bomberos de mi padre, sometiéndose a pruebas con las que se puso en ridículo, pero con las que se divirtió hasta llorar de la risa. El mismo que, de la nada, en cualquier momento, sin que hubiese más motivo que respirar, llegaba a mi lado y me decía que me amaba; el mismo Jude que podía aparecer con una taza de té o café, o con un vaso de zumo, cuando yo más lo necesitaba; aquel que soportaba mis gritos cuando yo me sacaba de quicio, esperando, sin alejarse de mi lado, a que yo me calmara; aquel mismo hombre maravilloso que quince días atrás me había pedido matrimonio con el increíble anillo de compromiso que estaba en el dedo de mi mano durante una parrillada en casa de mis padres, rodeados de familia y amigos; el mismo con el que podía hablar horas y horas de sus historias, de mis historias y de los libros que leíamos por separado.

—Puedo buscar a alguien más sexy —le aseguré, y mentí; nadie más sexy, más dulce y maravilloso que él.

—No.

—Claro que sí.

Jude arrojó sus gafas sobre el escritorio que compartíamos y me enfrentó, perforando mi cráneo con su insondable mirada azul.

—No. —Su profundo y sexy vozarrón fue un trueno que sacudió mis cimientos.

—Sí. Si no, recuerda tan solo al tipo ese… el noruego rubio que sacó su primera novela este año. ¿Cómo se llama?

Sus dedos aparecieron delante de mi nariz; me quitó las gafas.

—No —zanjó.

—Pero acaso no lo viste, es…

Mis gafas volaron y aterrizaron muy cerca de las suyas.

—No.

Su voz estremeció mi carne otra vez.

—Pero si además dicen que será el próximo ganador del…

—Que gane lo que quiera, tú eres mía y yo soy tuyo.

—Qué engreído. ¿Volviendo a tu viejo yo?

Su frente, la que se había alzado antes, se relajó, y en sus labios reapareció una sonrisa dulce, mansa.

—Yo solamente te amo. ¿Puedo demostrártelo?

¡Joder, que no podía amarlo más!

—Humm…, no sé. Pensaba aprovechar que todavía es temprano para salir a correr y…

Sus dedos cogieron mi barbilla para aproximar mis labios a los suyos; el tacto fue ínfimo, pero, aun así, sobrecargó todos mis sentidos.

—No saldrás a correr ahora —susurró entre mis labios.

—Pero…

—No. —Su voz acarició mi piel y, a continuación, sus labios tomaron los míos despacio, con cuidado, recordándome el estupendo sabor de su boca.

Jude rodeó mi cintura con sus brazos e, inspirando hondo sobre mí, me apretó todavía más contra su cuerpo.

Su lengua comenzó a confundir mis ideas, así como a veces me desconcentraba su perfume mientras escribíamos o mientras intentaba leer en la cama con él a mi lado.

Profundicé el beso, procurando guardar dentro de mí lo máximo posible de él, aquello que en realidad ya estaba en mí.

Sus dedos encontraron la cintura de mi blusa, de la cual comenzó a tirar hacia arriba. Sonriendo de gusto, alcé los brazos, permitiéndole desvestirme, feliz de que quisiera desnudarme una vez más.

Su mirada me sonrió y me dijo que me amaba.

Bajé los brazos, toqué sus labios. Las yemas de mis dedos se deslizaron por su cuello hasta encontrar el primer botón de su camisa, que solté, así como el siguiente y todos los demás, hasta que descubrí su pecho con el tatuaje sobre su pectoral izquierdo, sobre su corazón.

Con gusto, aparté la camisa de sus hombros, los cuales estaban en perfecta forma.

Deslicé la camisa por sus brazos y él volvió a besarme, a buscar con sus manos mis pechos, más precisamente mis piercings, después de quitarme el sujetador.

Mi cuerpo lo esperaba con ansias y, cuando él me alzó, empujándome hacia arriba por la cintura para encontrar mis pezones, mi cuerpo ya se estremecía de placer.

Abracé su cabeza contra mí mientras su boca me rodeaba, disfrutando del tacto y del perfume de su cabello.

Me besó una y un millón de veces, y al fin me soltó; aquello no fue más que una tregua. Poniéndose de pie, me empujó en dirección al escritorio para subir mi falda y buscar mis bragas, de las cuales tiró hacia abajo al tiempo que me empujaba hacia atrás para sentarme sobre el escritorio entre los dos portátiles. Alzó mis piernas y me despojó de las bragas.

En cuanto regresó a mí, lo atrapé con mis piernas y busqué la hebilla de su cinturón, el botón del pantalón y la cremallera, la cual bajé mientras besaba sus labios mirándolo a los ojos.

—Te amo —fue su declaración una vez más.

—Y yo a ti. Mucho. Te amo. —Lo busqué y lo acaricié, disfrutando de su cuerpo. Lo guie hasta mí, atrayéndolo con mis piernas.

—Te amo. —Nunca me cansaría de oírselo decir.

Sonreí debajo de la sonrisa de su boca, a la luz de la sonrisa de su mirada.

Jude me tomó por el cuello y comenzó a inclinarse hacia delante sobre mí, guiándome despacio hasta que mi espalda tocó el escritorio.

—Los portátiles —jadeé dentro de su boca.

—Chist… —susurró, sexy, sonriéndome con picardía.

—Pero…

—Chist… —repitió, mirándome fijamente, derritiéndome de amor y de pasión.

—Ok, está bien —cedí y, en cuanto aparté mi mano, despacio, terminó de deslizarse dentro de mí.

—No es el fin, es otro principio —me dijo después de echarle un fugaz vistazo a mi portátil—. Es el comienzo, otra vez —repitió, mirándome a los ojos.

»Te amo, Elizabeth.

—Y yo a ti, Stern.

Rio suave y volvió a besarme, y ya no paró, y yo perdí la cabeza, comprendiendo que sí, que ese no era más que un nuevo comienzo, uno espectacular, uno al que ninguna palabra de ningún idioma podría hacerle justicia.