13

A las cinco y cuarto de la tarde del sábado Porta recibió una llamada telefónica de Zack, que confirmaba lo que ya se esperaba: que estaba en la comisaría de policía a la espera de alguna ayuda económica. Ella le dijo que iría enseguida, colgó el teléfono y entonces le hizo aguardar hasta que la galería cerró a la seis (y después ella se tomó un tentempié) antes de ir a pagarle la fianza.

La prudencia nunca se movía demasiado rápido, y menos cuando se trataba de hijos recalcitrantes. Se había mantenido a un lado durante el drama de aquella tarde, porque no había necesidad de que nadie supiera de su conexión con el tonto que había chocado contra el establecimiento de su vecino. A menos que tuviera suerte, los medios desenterrarían aquello muy pronto.

Sin embargo, últimamente sí había tenido suerte. Sus oraciones a los hados no habían quedado desatendidas. Ellos habían visto sus esfuerzos para bendecir a la humanidad con el don de la vida, y su encuentro con Promesa sería su recompensa. Cuando Porta vio a la muchacha levantarse de la acera con un brazo ensangrentado como única lesión, lo supo sin necesidad de que la Ameretat de jade lo confirmase: ella era la elegida.

Por supuesto, tendría que confirmarlo a pesar de todo. Mientras tanto, sin embargo, su tarea consistiría en ganarse la confianza de la chica.

¡La chica! Como si Promesa Dayton fuera una debilucha. Porta tendría que aprender a pensar en ella como la diosa que era. Lo raro era que Promesa parecía desconocer su propio estado.

Cuando salió de la galería, Porta cerró la puerta y lanzó una mirada cautelosa sobre el chiquillo metálico. ¿Tendría una profecía revisada que ofrecerle ahora que los dioses le habían entregado a Promesa? Lo dudaba. Aun así, no podía explicar por qué los demonios habían operado en secreto para atormentarla, o con quién. A la luz de lo que había estado descubriendo de su hijo, era evidente que él no tenía seso para llevar a cabo algo semejante. Deseaba que él lo tuviera, porque aquella pregunta sin respuesta la perseguía.

Había pasado una semana desde que la estatua la había amenazado por primera vez. Era difícil ignorarlo.

Porta hizo una discreta parada en el hospital para asegurarse de que Promesa no sufría ningún daño serio, y después deambuló hasta la comisaría para recoger a su hijo. Hizo que Zack regresase con ella a la galería. Sin coche y con un monstruoso dolor de cabeza, era inevitable que él dejara que ella se saliera con la suya. Porta lo hizo porque su sexto sentido le decía que la chica, que sentía una obvia debilidad por los fracasados, iría a buscar a Zack.

Él se negó a entrar en la sala privada de la galería. Se hundió en la silla de su escritorio y bajó la cabeza hasta sus rodillas.

—Has encontrado a la única —dijo Porta.

—¿Qué única?

—Qué estúpido. Tu mente es una neblina. La única a la que he estado buscando. La única que es inmortal.

Zack levantó la cabeza y se rió a carcajadas.

—Fue un accidente. No le des tanta importancia.

—No existen los accidentes, Zack. Tú lo sabes.

—No me digas lo que tengo que creer, vieja bruja.

—¡Muéstrale más respeto a tu madre!

Zack bajó los ojos.

—Hemos pasado la vida buscando a una chica como Promesa.

—escupió Zack—. Tu vida.

—Esa niña tiene conexión con los dioses. Porta las llaves y ni siquiera lo sabe. No sabría qué hacer con ellas si lo supiera.

—Solo es una chica propensa a los accidentes.

—Eso no fue lo que me contaste la primera vez que posaste los ojos sobre ella.

Zack hizo un puchero.

—Entonces no la conocía.

Porta rodeó lentamente a su chico, que le había nacido tan tarde que creía incluso entonces que él jugaría un importante papel en sus últimos logros. Sería el Isaac que le nació a la vieja Sara cuando ella ya pasaba de los noventa: una esperanza, una meta. Posó una mano sobre su hombro, arrullándolo, siempre. Aquel niño testarudo necesitaba mucho de aquello incluso de adulto.

—¿Cuándo vas a aprender a confiar en tus propios dones? —le preguntó ella dulcemente—. ¿Cuándo vas a comprender que yo no soy la única en esta familia que puede ver?

—Promesa se muere de una enfermedad terminal. Es un desecho humano. Eso es todo lo que veo.

—Habla tu culpabilidad, hijo. No le has hecho ningún mal.

—Tampoco ningún bien.

—Ya veo. No te sientes culpable. Es pena. Te gusta.

—No tienes ni idea de lo que siento.

—La amas, entonces. ¿Recuerdas cómo me la describiste la primavera pasada cuando hizo de modelo en tu clase por primera vez?

Zack se cruzó de brazos. Sus párpados eran pesadas cortinas sobre sus pensamientos.

—Dijiste que era la criatura viva más hermosa. Demasiado hermosa para estar limitada por unos lápices y un papel que nunca le harían justicia. Deberías probar a hacer poesía.

Él levantó los ojos lo justo para lanzarle una mirada.

—Lo que viste en esa mujer no fue solamente belleza, Zack, sino vida. Te lo dije cuando estuvimos en su casa, ¿verdad? «Tenías razón acerca de ella», te dije. ¿No quieres aceptarlo?

—No tiene importancia.

—¿Por qué no?

—Porque tú vas a sobrevivirla.

—Ella tiene el favor de los hados. Quizá nosotras dos vivamos para siempre. —Ella le miró—. Quizá los tres.

—No hay ninguna posibilidad de eso.

Porta toqueteó el brazalete de su muñeca izquierda. La trenza de lana peinada de cordero, teñida de negro, nunca había sido tocada por unas tijeras. Llevaba aquel brazalete en desafío a Átropos, el hado que cortaba los hilos de la vida a su antojo y a menudo injustamente. La divinidad había cortado a la madre de Porta del mundo unas pocas horas después de que Porta naciese. Consciente de su condición y enfurecida por la injusticia, la mujer había elevado un insulto viviente hacia el hado llamando a su hija Porta, una inversión acortada de Átropos.

Aquel suceso había dado forma para siempre al viaje espiritual de Porta.

—Tenemos que mostrarle a Promesa la verdad acerca de su don —dijo Porta.

—¿De qué don estamos hablando ahora?

—Ella es inmortal.

—No, ¡no lo es!

Porta alzó las cejas.

—Si no se hace consciente de ello no podrá alcanzar su máximo potencial. Debe conocer su poder o los hados tratarán de robárselo.

Zack sacudió la cabeza.

—Tú eres una de esas locas.

Porta se cruzó de brazos y se inclinó hasta el nivel de sus ojos. Sus pulseras negras esmaltadas tintinearon.

—Tengo la mente más clara que tú, Zack, hoy y todos los días. Estás echando a perder tu energía espiritual. Mis años de sabiduría te sobrepasan, y deberías estar agradecido, porque hoy la bruja tiene ojos para ver que has entrado en un periodo de búsqueda espiritual y transformación. No tiene por qué terminar en muerte. La rueda de la vida gira en ti, como lo hace en todos nosotros.

La risa de Zack fue más amarga.

—Claro. Por eso he intentado hacer entrar mi coche en tu tienda. Es gracioso cómo eso no te afecta en absoluto.

—Ella estaba allí. —Porta tomó la cara de su hijo entre sus lánguidas manos—. Los hados te llevaron a ella aunque tú tuvieras otros planes.

—Cállate. La cabeza me está matando.

Porta le dio la espalda a su hijo. Podía ser paciente. Él estaba doliéndose con la vergüenza de haber fallado a la hora de suicidarse. Aquella preocupación por la muerte era una maldición de su herencia. Pero Zack estaría bien. Su atracción hacia la chica a quien la muerte no podía tocar hizo que Porta se sintiera segura. Él viviría. Él viviría mucho y bien, quizá para siempre.

Aquel era el mayor deseo que una mujer podía sentir hacia su hijo, por muy indigno que este fuera.

Porta dijo:

—Es hora de que tenga una hija.

Zack levantó ahora los ojos hacia ella. Las toxinas que persistían en su sangre los hacían parecer más grandes y blancos de lo normal. Pero ella sabía que no podrían evitar que él la entendiese.

—Es tu trabajo ocuparte de que ella se convierta en una más de nuestra familia —dijo Porta—, una de nosotros. Y en su momento llegarás a ver que no hay otra explicación posible de por qué continúa viva.

—Cállate —dijo él—. Tan solo cállate.