19

El sábado siguiente Chase salió de la casa de Morris Street sin lapiceros ni dibujos. En la esquina, paró enfrente de la tienda de la heladería de Marlene y esperó a que Chelsea le abriese la puerta. Él pidió un cucurucho de helado de chocolate con chispas de chocolate y salió con él en una mano.

Chelsea se sentía inundada de alivio. Tomó aire según se aproximaban a ART(e)FACTOS y no lo soltó hasta que Chase pasó de largo. Ella siguió, permitiéndose una rápida mirada a través de la ventana. La escultura del niño seguía mirando hacia arriba, hacia el soleado toldo amarillo, y ella se sentía irracionalmente alegre de que la pieza no se hubiera vendido.

La zona exterior del bar irlandés aún seguía rodeada de cinta amarilla de precaución allá donde la barandilla se había derrumbado y esperaba reparación. Chase ni siquiera lo miró. Pasaron la tienda de tabaco en la siguiente puerta y después una tienda de regalos que vendía vestidos de seda cosidos por mujeres empresarias nepalíes que eran financiadas por una subvención. Había una tienda de música que vendía salterios tallados a mano, un café conocido por sus tortillas de queso de cabra y una tienda de ropa infantil que se llamaba La Pícara Cigüeña. La tienda de ropa de caballero de Reed estaba tres bloques más abajo.

Una pareja se les aproximaba en dirección opuesta. Él era de mediana edad y llevaba unos lujosos zapatos de piel. Ella se colgaba de su brazo y caminaba con la cabeza agachada. El hombre llevaba una gran hoja de papel negro de forma descuidada, con el borde arrugado entre su puño. Chelsea los reconoció, tomando nota de los detalles reveladores al mismo tiempo: los zapatos de punta abierta de la mujer, que dejaban ver su pedicura, su pelo indomable, su pequeña nariz, el pañuelo que probablemente le cubría la cicatriz de la garganta.

Parecía que habían visto a Chase antes de que Chelsea les hubiera visto a ellos: los ojos de la mujer se abrieron y se agarró al brazo de su pareja, apretándolo. Él alargó el paso lo suficiente para ponerse por delante de ella, protector, pensó Chelsea.

Ella le imitó, anticipando un conflicto. El papel negro la avisó.

—¿Qué es esto? —reclamó el hombre, sujetando el dibujo que Chase le había dado a la mujer en su primera aventura en ART(e)FACTOS, la mujer que era un roble salvaje con un nido de pájaros en la garganta.

Chelsea imitó su tono.

—Es un dibujo.

—¿Te resulta gracioso? ¿Piensas que hemos venido aquí para entretenerte?

—¿Qué?

—¿Crees que no somos humanos, con sentimientos y emociones de verdad?

Si la pregunta hubiera sido una acusación en vez de más bien una súplica, Chelsea hubiera empotrado su helado en la camisa de diseño informal del hombre. Pero los hombros de él estaban quietos. El dibujo arrugado de Chase estaba mustio entre sus dedos, y Chelsea vio los bordes rotos, ablandados por la manipulación excesiva, y las manchas en las líneas de carboncillo de Chase.

Ella dijo con suavidad:

—No estoy segura de lo que hemos hecho para ofenderles.

El sonido que salió de su boca fue mitad sarcasmo y mitad disgusto.

—Ustedes se aprovechan de la gente, tú y ese timador. Tenía que haberme dado cuenta antes de haber puesto siquiera un pie en aquella galería.

—Le aseguro que no estamos asociados de ninguna manera con la propietaria. El día que les vimos fue la primera vez que pisamos aquel lugar.

—¡Aquel era su primer día abierto!

—Señor, sigo muy confusa acerca de por qué está usted enfadado.

—¿Cómo supieron de mi mujer?

Los ojos de Chelsea se lanzaron contra la mujer.

—Les digo que...

—Tú dibujaste esto antes de sentarte con nosotros. —Ahora el hombre alzaba el dibujo más allá de Chelsea. El papel pinchó el antebrazo de Chase. Su hermano se examinó la piel al descubierto—. ¿Estaban allí escondidos en alguna habitación o algo? ¿Estaban escuchando a aquella mujer mientras escarbaba en nuestra triste historia y nos hacía todo tipo de promesas acerca de cómo podía aliviar nuestro dolor? ¿Es que llevaba un micrófono oculto, o algo? ¿Es así como funciona?

¿Qué?

—Quizá si ustedes... —Chelsea se aclaró la garganta—. ¿Qué es... ? Quiero decir, ¿qué es tan personal en esta imagen? ¿Cuál es la conexión con ustedes?

—Ella no puede hablar —dijo Chase. Estaba frotándose la piel del brazo donde el papel le había pinchado.

Al no protestar la pareja, Chelsea se giró para mirarle a él.

—¿Cómo sabes tú eso?

—Él lo sabe porque se lo contamos a aquella mujer —dijo el hombre—. La propietaria. Ella lo sabía. Ella dijo: «Algo aquí les hablará. Algo consolará su alma y llenará su corazón con música de nuevo». Tal vez fuéramos nosotros los tontos, pero necesitábamos algo. Estoy avergonzado de admitirlo ahora. Necesitábamos algo que nos ayudara a pasar por esto. Y luego él entró tan campante —el hombre le atizó de nuevo—, como una respuesta a nuestras plegarias.

—¿Ustedes piensan que el arte responde sus plegarias?

—¡Ya no!

—Lo siento —dijo Chelsea—. Realmente, lo siento. Pero solo es un dibujo. Mi hermano lleva toda la vida dibujando.

El hombre le frunció el ceño.

—Lo menos que pueden hacer es tratarnos con sinceridad. —Él levantó la imagen en ángulo recto de tal modo que Chelsea pudiera verla de frente y derecha por primera vez. El pequeño pájaro cantor que estaba en mitad del precioso y salvaje árbol cantaba a pleno pulmón y con el pico muy abierto—. ¿Qué sería para ti «solo un dibujo» si fueras una cantante que pierde su voz por culpa del cuchillo de un chico que necesitaba los tres dólares de su monedero?

Chelsea no sabía qué decir. Su helado se deshacía vergonzosamente en la copa. Miró a Chase y vio que tenía los bordes de los ojos rebosantes de lágrimas.

—Ella cantará de nuevo —dijo Chase.

—Chase, tú no puedes saberlo.

—Es verdad.

—¿Cuándo? —preguntó el hombre—. Hemos estado esperando un milagro estas dos semanas, pacientemente, ¡como prisioneros de guerra!

Y cada día es peor que el anterior. No voy a tolerar nada más. Hubiéramos estado mejor si nunca hubiéramos pisado aquella galería. Así que dime, si es verdad: ¿cuándo cantará? ¿Y cómo?

—No me es dado decir el tiempo.

—¿En serio? ¿Y la respuesta a eso cuánto nos va a costar? ¿Algo más que este señuelo gratuito de un amateur? ¿La próxima vez tendremos que gastarnos siete u ocho de los grandes en más aceite de serpiente? ¿Es así como funciona?

Chelsea dudaba de que ni siquiera diez veces esa cantidad consiguiera hacer un agujero en las riquezas netas de aquel hombre. No pudo evitar decir:

—¿No pagaría cualquier precio por su mujer?

—¡Esto es una estafa! ¿Saben cuánto dinero se llevó aquella mujer antes de que la hicieran salir corriendo de su última ciudad? Diez millones. Diez alucinantes millones en corazones y almas.

Ahora Chelsea tuvo que dejar la boca cerrada. Si Porta Cerreto era una delincuente, las autoridades la encontrarían bien pronto, y entonces quedaría claro que Chase no estaba compinchado con ella. Aquel hombre era un misil buscador de calor que se había quedado sin blanco, y Chelsea no veía ninguna necesidad de ponerse en su camino. No había ninguna discusión capaz de vencer el dolor.

—Nadie tiene derecho a meterse con las esperanzas de otra persona —dijo el hombre—. Ni siquiera las buenas intenciones pueden ser respuesta para un desastre causado por tal arrogancia.

Él alargó la mano hacia su mujer de un modo que contradecía su frustración, tomándole la mano como si fuera un ala rota. La mujer estaba observando a Chase, cuya sombría expresión hablaba de su tristeza por ella.

—Solo dije la verdad —le dijo Chase a la mujer mientras la pareja se alejaba de ellos—. Te quiero.

—Monstruo.

El marido apartó a su mujer de allí.

Chase empezó a seguirles.

—Chase. Deja que se vayan.

—Deja que venga —dijo el hombre—. Pondremos en evidencia esta farsa.

—Chase, por favor.

Él ignoró a su hermana. El helado había perdido la batalla contra el sol. Ella se desvió hasta la papelera más cercana, tiró aquella cosa y después corrió tras él. ¿Esto era a lo que se reduciría la relación con su hermano a partir de ahora? ¿Siempre corriendo, pero nunca alcanzándole?

En segundos llegaron de nuevo a la galería. El hombre irrumpió dentro tal como lo hacían los ricos: sin hacer ruido y con un control completo de su cuerpo, solo con sus ojos gritando. Después de que su mujer entrase delante de él, él dejó que la puerta se cerrase delante de Chase, que la agarró, entró y dejó que se cerrase para Chelsea. Ella permitió que se cerrase por los dos segundos que le ofrecía para serenarse, y después empleó tres largos segundos en un solo suspiro. El chico del escaparate parecía animarla a entrar.

Porta Cerreto se había fijado en el hombre antes de que Chelsea entrase. La propietaria se disculpó con una joven que estaba examinando un jarrón y cruzó la alfombra de color verde mar como una gaviota planeando.

—Señor Bell —dijo ella—. Qué amable de su parte que usted y su mujer nos honren con su presencia en la galería otra vez.

Ella se percató del dibujo de Chase y después de su artista con solo un ligero movimiento de su mandíbula, sonriendo todo el tiempo.

—Tenemos que hablar, por favor.

Porta extendió una mano, señalando el escritorio de la parte trasera.

—¿Cómo puedo serles de ayuda?

—Tal vez en algún lugar privado —dijo el señor Bell. La cortesía era en honor a su mujer, pensó Chelsea, una promesa hecha antes de salir de casa.

—Por supuesto. La sala de exposición está desocupada. No nos distraerán allí.

Ella lideró el camino. El dibujo de Chase se combó entre los dedos del señor Bell e hizo un sonido de estallido cuando él se giró para reunir a su mujer con él. La señora Bell estaba distraída con una imagen en la pared contigua. Aquella fotografía de la persona cayendo por el barranco.

—Querida —dijo él dulcemente. Ella levantó su mano derecha hacia él, elegante y con largos dedos. Espera.

Porta paró.

—¿Les gustaría mirar esto más de cerca? Sería un placer traerlo...

—No nos gastaremos ningún dinero aquí —dijo el señor Bell. Sus yemas rozaron el codo de su esposa. Ella giró la cabeza hacia él y en esta ocasión movió los labios articulando la palabra que Chelsea había deducido: Espera. Su marido obedeció.

La señora Bell levantó su elegante mano hacia las suelas de los zapatos que caían, los pies que Chase había besado. Sin tocar la superficie, siguió las piernas hasta el lugar donde desaparecían detrás del acantilado, y entonces siguió el rastro de la cerca rota.

—No entiendo por qué lo ves interesante —dijo el señor Bell—. No se parece en nada a algo que nosotros...

—No es para ti —dijo Chase. Sacudía su cabeza adelante y atrás—. No es para ti.

Chelsea le silenció con una mano en su antebrazo: un movimiento invasivo y estúpido. Él se la sacudió.

—No hemos preguntado tu opinión —dijo el señor Bell.

—Es la misma que la suya —murmuró Chelsea.

El señor Bell ignoró el intercambio. Ella se estaba comunicando con su marido en un lenguaje íntimo que compartían los enamorados que podían leer los gestos más pequeños del otro.

—Le aseguro —dijo Porta—que obtendrá un juicio más objetivo de las cualidades de este trabajo una vez que pase algo de tiempo a solas con él. La mujer que cayó (es una amiga cercana a la familia) sobrevivió. Le aseguro que no es nada morboso. Solo milagroso.

La señora Bell miró a Porta por primera vez desde que entraron en ART(e)FACTOS.

—Recuerda por qué hemos venido —le dijo el señor Bell a su mujer.

—Señor Bell, por favor. Como ya les expliqué en su primera visita, el poder de la experiencia que uno vive con una pieza de arte difícilmente puede ser comprendida por el simple intelecto. Es una experiencia emocional, una experiencia poderosa que puede despertar dentro de nosotros cosas que habían muerto.

La señora Bell le indicó a Porta que la foto debía ser llevada a la sala de exposición.

—Es una charlatana, cariño. Sería capaz de venderle un ramo de tulipanes a un danés. Aquí no hay nada útil.

—¡Señor Bell, de verdad! —exclamó Porta. Chelsea notó que las orejas del resto de clientes se giraron en su dirección—. ¿Cómo podría yo maquinar algo tan complicado como una experiencia emocional personal?

Ella quitó la fotografía de la pared.

—No —dijo Chase. Alzó la voz—. ¡No!

Chelsea no sabía qué hacer. La señora Bell se encaminaba hacia la sala de exposición. El señor Bell suspiró.

—Si eso es lo que ella quiere, echemos un vistazo.

—No es para ti —insistió Chase llamando a la señora Bell. Había un tono en su voz que era nuevo para Chelsea y que le causaba cierta alarma—. No es para ti.

—No espero que te lo vayas a comprar tú —dijo Porta por lo bajo.

—No es para ti.

El señor Bell extendió el papel negro hacia Chase.

—Esto tampoco es para ella. Suerte que no pagamos nada por tus promesas.

—¡No eran promesas! —dijo Chelsea—. ¡Era un regalo!

—Tómalo o tíralo —le dijo el señor Bell a Chase—. Somos demasiado mayores para falsas esperanzas.