22

Chelsea estaba en su oficina el lunes, mirando una entrevista por Internet con el analista de mercados Clifton Savage, cuando Rena llamó. Eran las 16:50. La NSYE había cerrado hacía horas y el día tocaba a su fin.

—Chelsea, es tu hermano. Me temo que se ha marchado.

—¿Qué quieres decir con que se ha marchado?

—Se ha ido de la casa. Está muy disgustado.

Chelsea se levantó de la mesa y empezó a recoger sus cosas.

—¿Qué le disgustó?

—No tengo ni idea. Le estaba haciendo un burrito para la cena.

Estaban puestas las noticias en el comedor. Él vino por agua. Todo normal.

—¿Y entonces sencillamente se largó?

—Algo le puso nervioso, pero no podía decírmelo. ¿Quizá algo de la televisión? Es lo único que se me ocurre, pero, sinceramente, no le estaba prestando atención. Subió a su habitación, bajó unos minutos después y salió derecho por la puerta.

Chelsea salió de la oficina con el bolso en el hombro, entonces dio media vuelta y regresó por el portátil que se había dejado abierto sobre el escritorio. Lo cerró sin apagarlo y lo empujó dentro del bolso.

—¿Dijo adónde iba?

—No. Pero se dirigía hacia el centro.

—¿Hace cuánto que se ha ido?

—Hace uno o dos minutos. Te llamé directamente. ¿Debería tratar de encontrarle?

—No, quédate ahí por si acaso vuelve.

De nuevo en el pasillo, Chelsea se acordó de sus llaves. Volvió a la oficina. Descansaban en un vaso vacío de poliestireno, donde las había dejado caer por la mañana.

—¿Dónde está Wes? —le preguntó a Rena.

—Se fue a las cuatro, como siempre.

Bien. Ella lo sabía.

—De acuerdo. Quédate ahí. Yo ya estoy yendo.

A Chelsea le tomaría menos de media hora llegar desde el corazón de la ciudad hasta la Ribera. Aun así, una vez que el coche enfiló la autopista llamó a Wes.

—¿Crees que ha ido a la galería? —le preguntó.

—Depende de lo que le provocase.

—Si ha estado solo en algún sitio durante la pasada década, lo ha mantenido en secreto. Ya sea la heladería, o la galería, o cualquier otro lugar del universo.

—Te sorprenderías.

—¿Qué quieres decir?

—Paré para tomar un café con un amigo cuando volvía a casa, así que no estoy muy lejos de ART(e)FACTOS —dijo Wes—. Puedo estar allí en diez minutos.

—Wes, ¿qué es lo que no me estás contando?

—Lo encontraremos. No te preocupes.

—Siento haber interrumpido tu cita.

Wes se rió con fuerza.

—Es mi pastor. Lo entenderá.

—Entonces dile que se lo agradezco. Y llámame.

—Por descontado.

Pero Wes no llamó, y cuando Chelsea se metió en el aparcamiento de pago que había enfrente de la galería veinte minutos más tarde, él la esperaba en la acera.

—¿Comprobaste dentro?

—La propietaria no lo ha visto. «Y si lo hubiera visto, lo habría echado fuera» —la imitó Wes.

Chelsea se puso una mano en la cabeza y otra en la cintura. Añoraba sus zapatillas de deporte en vez de aquellos tacones sobre los que estaba. Miró calle arriba, hacia su casa. Miró al escaparate de la galería. La escultura del niño (su hermano, ella misma) sonreía al sol que nunca dejaba de brillar encima de su cabeza.

—¿Cuándo llamaste a Rena por última vez? —preguntó Wes.

—Hace dos minutos. No ha regresado aún.

—¿Habrá ido a buscar a Promesa?

—¿Por qué?

—Un chaval enamorado...

—Pero Rena dijo que estaba disgustado.

—Solo por preguntar. ¿Dónde buscaría él?

Chelsea cerró los ojos y trató de recordar.

—Ella dijo algo acerca de clases de dibujo en la universidad.

—El autobús va por allí.

—¿Le has enseñado a montar en autobús?

Wes la miró.

—Lleva tres años subiendo al autobús.

—¿Qué? ¿Por qué?

Wes la agarró suavemente del hombro, y después la condujo hasta el coche de él.

—Si no estuvieras tan enfermizamente preocupada, la respuesta te resultaría obvia. Vayamos a ver lo que podemos averiguar en el campus.

—Mi coche...

—El vigilante del aparcamiento se va a las cinco. Está bien.

—Necesito mis zapatillas de correr.

—Chelsea. —Él le abrió la puerta del pasajero, aún sujetándole el codo, manteniéndola anclada—. Tu hermano no es un incompetente, ni está perdido, ni ha sido cazado por unos asesinos.

—Me necesita —dijo ella.

—Todos nos necesitamos los unos a los otros. Estoy seguro de que Chase sabe exactamente dónde está, aunque no le haya dicho a nadie adónde iba. Confía en él. Confía en mí. Por favor.

Chelsea se dejó caer en el asiento delantero, nada segura de cómo confiar en nadie.