25

Promesa condujo directa hacia el hospital, sin estar segura de si sería capaz de ver a Zack o de si realmente quería. Lo que quería saber era si su presencia en sus tres roces con la muerte era genuinamente accidental. Una coincidencia tan terrible sería imposible de explicar. Siguió lanzándoles miradas a sus yemas rojas, que no había sentido doloridas hasta que Chase las señaló.

Casi prefería la idea de que Zack fuese malicioso. Emocionalmente sería más fácil lidiar con ello.

En el aparcamiento, llamó a su madre por tercera vez desde que consiguió recuperar de las autoridades su teléfono móvil y su ropa de calle. Cuando recogió el teléfono, tenía veintisiete llamadas perdidas y veintitrés eran de su madre. Cuando por fin Promesa se puso en contacto con ella, ambas rompieron a llorar y Promesa decidió no contarle lo de las luces que cayeron sobre el agua en la que estaban Chris y ella. En vez de eso, accedió a mantenerse en contacto al menos cada hora hasta que llegara sana y salva a casa.

—Tu padre y yo vamos a bajar esta noche —había dicho su madre—. Ya hemos hecho la maleta.

Promesa no se opuso. Le explicó sus planes de visitar a un amigo en el hospital.

Si se encontraba con alguien que preguntase, diría que estaba allí para ver a Michelle.

Realmente necesitaba ver a Michelle. De hecho, una de las llamadas perdidas era de su teléfono. Probablemente habría visto las noticias y estaría preocupada. Promesa tomó una nota mental: después de Zack, Michelle. Con la locura de la semana anterior solamente se había dejado caer por allí dos veces: era una auténtica piltrafa de amiga. Pero estaba tan ocupada que también tendría que ajustar los horarios de su régimen de terapia.

Promesa levantó la capota de su coche, se quitó las botas y se puso unas chanclas, se introdujo por la cabeza una sudadera de la universidad y después se guardó su larga melena en la capucha. No era exactamente un disfraz, pero tampoco era su look habitual. No había ninguna intención en anunciarle a nadie que ella estaba allí.

Un voluntario en el mostrador de información le dijo a Promesa que Zack seguía en la sala de emergencias. Le llevó unos cuantos giros erróneos encontrar la sala y pasar por seguridad. Para entonces, estaba tan desorientada que no vio a Porta Cerreto hasta que la dueña de la galería levantó su mano y le tocó el hombro.

—Promesa, cariño.

—Porta, no esperaba verla.

—Es el deber de una madre.

—Una madre... ¿usted... ?

—Lo sé, lo sé. Mucha gente se sorprende cuando se lo digo. Esperé muchos años para mi único hijo.

—¿Por qué él la presentó como una amiga? Y ustedes dos tienen diferentes apellidos.

Las preguntas asomaron antes de que pensara que eran demasiado personales.

Porta posó su mano en el brazo de Promesa del modo en que lo haría una novia. Las yemas de sus dedos estaban frías y enviaron ondas a Promesa que le erizaron la piel. Apartó a Promesa de la sala de emergencias y la condujo hacia una cafetería en el vestíbulo. El aroma de granos de café recién molidos las rodeó.

—Digamos que tenemos más de una brecha generacional entre nosotros ahora mismo. Nada que no se pueda cerrar, querida. Es muy amable de tu parte que vengas a ver a Zack. Se pondrá muy contento.

—¿Está bien?

—Posiblemente tiene una conmoción cerebral y una cara poco atractiva, pero se pondrá bien. ¿Puedes creer que no le rompieran ningún hueso?

—Es un alivio.

Promesa pensó que su cortesía debía aparentar tan cargada de tensión como ella la sentía.

—Por supuesto que él no tenía intención de herir a nadie.

—Espero que no.

—Oh, harán que le visite un batallón de terapeutas, puedes estar segura. Salí por un café mientras esperábamos. Únete a mí.

—¿Le van a visitar los terapeutas en emergencias?

—No, no. Dicen que van a ponerle en libertad, pero puede llevar horas, ya sabes.

—¿No le van a arrestar?

—¿Por qué motivo? Me gustaría saberlo. Deberían estar arrestando a los chicos que le atacaron. ¿Qué hay de esa ley de gritar «fuego» en un teatro abarrotado?

—¿Puedo ver a Zack?

—Muy pronto. Pero rápido, antes de aguantar las interrupciones de Zack, quiero escuchar tu versión de lo que pasó. No me fío de las noticias, y mucho menos de mi hijo.

—¿Qué le contó él?

—Que unos granujas que buscaban sus quince minutos de fama decidieron que podían llamarle terrorista y convertirse en superhéroes.

Promesa esperó.

—Eso es todo —dijo Porta—. Es hombre de pocas palabras.

—No estoy segura de confiar en mis propias impresiones algunas veces —dijo Promesa.

Pero entonces (tal vez porque estaba sentada en una mesa pequeña e íntima con la madre de Zack, que era compasiva sin ser asustadiza como su propia madre, o quizá porque Porta parecía ser una mujer con una mente abierta y poco crítica) Promesa le contó lo que había visto y experimentado. Empezó por los comentarios críticos de Adam antes de la clase y terminó con cuando sacó a Chris del agua electrificada. Porta escuchó sin interrupciones.

—Todo pasó muy rápido. En menos de un minuto. Probablemente me imaginé la mitad.

—Es asombroso. Sencillamente asombroso.

—Supongo que no es tan importante, comparado con lo que le ha pasado a Zack.

—No, no.

—Tengo un montón de preguntas para él acerca de las cosas que me han estado ocurriendo cuando... cuando él está cerca de mí.

Promesa hizo un ademán para salir de la cafetería.

Porta le sujetó la mano.

—Tú y yo tenemos que hablar primero, cariño.

—¿Sobre qué?

—Tuve un comprador para tu fotografía este fin de semana.

—¿Mi fotografía?

—La de tu caída.

—¿La vendió? Le pedí que ni siquiera la colgase.

—Sí, sí, sí. Pero no volvamos por caminos trillados. Escucha: quiero que sepas lo que la gente tiene que decir del cuadro.

—No estoy muy interesada en saberlo. Zack...

—Los simples curiosos se pasan el tiempo preguntando, como pensaste que harían, si es una composición, una fotografía ilustrada. Pero los verdaderamente interesados ni siquiera preguntan. Ven que no lo es, o no les importa. Señalan el clima, el manto de color naranja brillante volando en libertad, la sensación de caer. Se identifican con ello a un nivel metafórico.

—¿Por qué sigue ignorándome?

Porta dijo:

—Cuando les digo que sobreviviste a la caída, dejan de decirme lo que sienten. Ese es un momento privado entre una persona y el arte, y yo he aprendido a respetarlo.

—¡Porta! ¿Por qué les habla de mí? Eso es irrelevante.

Promesa miró fijamente a Porta, sintiéndose usada.

—¿Irrelevante el qué? ¿Su experiencia con la imagen? No es verdad.

Tú tienes mucho que ver en eso, Promesa. ¿Crees que es accidental que la muerte haya jugado contigo todos estos años y que aún sigas indemne?

Todos estamos muriendo, como dijiste la noche en que nos conocimos...

¿pero por qué tú no? ¿Por qué no aún? Ese misterio me sigue intrigando.

En el momento en que posé los ojos sobre esa fotografía supe que había algo acerca de ti que el mundo necesitaba escuchar. Algo digno de inmortalizar. ¿Me sigues, Promesa?

Eran ideas seductoras, lindas palabras. Palabras que eclipsaban la realidad de la frustración de Promesa.

Porta bajó la voz.

—Tu habilidad para engañar a la muerte puede inspirar grandes obras de arte y a mucha gente. Puedes salvar a quien tú quieras, igual que salvaste al chico del agua.

—¿Se refiere a Chris? Yo no le salvé.

Las cejas de la vieja mujer le lanzaron un desafío a esa afirmación y provocaron que Promesa dudase. ¿Había ella evitado que alguien muriese?

—La propia vida se alzará y se dará cuenta de ti. Tal vez yo pueda hacer que te intereses en explorar cómo funciona.

La oferta la atravesó como una tentación, la sugerencia de embarcarse en una especie de aventura ilegal de la que sacar provecho. Promesa sintió que verlo de aquella manera era poco razonable y, de algún modo, injusto para Porta, así que dijo:

—Tengo en la cabeza la idea de una carrera más tradicional.

La madre de Zack rió.

—¿Crees que cantar para un par de personas un par de meses te va a dar aquello que andas persiguiendo? —Alzó la mano de finos huesos hacia el otro lado de la mesa y la posó sobre el brazo de Promesa—.

Algunas vidas son más extraordinarias que otras. Son dignas de ser salvadas. Otra gente pasa por su existencia sin prestar atención. Pero tú... siento que tú quieres algo más de tu experiencia, ¿verdad? ¿No has visto cómo destacas?

—No. No, no lo hago. —Pero era una posibilidad maravillosa—. No sé qué quiere decir.

—Tú tienes un don, niña.

—Yo solo tengo... suerte. Es una locura. —Las palabras de Chase sonaron en su cabeza. Tú nunca podrías ser una loca—. Si tuviera un don, lo sabría.

—No necesariamente. Yo ya soy vieja, chica. Sé cosas con las que tú nunca has soñado. Puedo enseñarte, Promesa.

Promesa dudó.

—¿Enseñarme qué?

—Cómo utilizar tu poder. Hoy tu don no solo te ha salvado a ti, también ha salvado otra vida. ¿No es maravilloso? Imagina lo que podrías hacer con eso.

Imaginar. Oh, Promesa podía imaginarse apaleando a aquella Parca que la había ensombrecido desde la infancia. Podía imaginarse salvando amigos. Podía imaginarse siendo deseada y poderosa y buscada. En realidad, ¿y si... ?

¿Y si maravilloso no era la palabra correcta, sino una descripción criminal para el hecho de escapar mediante una atroz violación de la ley... un quebrantamiento metafísico de la ley natural? Aquella era una forma descabellada de hablar.

—Por supuesto que no. —Promesa se puso en pie. Necesitaba hablar con Zack. Él la haría volver a poner los pies sobre la tierra—. Hágale las preguntas a otro. «¿Por qué no has muerto? ¿Por qué no todavía?». Pregúntele a cualquiera menos a mí.

Una nueva voz arrastró las orejas de Promesa hacia una mesa cercana.

—¿Perdone, señorita Dayton?

Promesa vio a una mujer de unos cuarenta años rubia y con gafas que las miraba a ella y a Porta. La montura de sus gafas era gruesa y de un color rojo fuerte, como el de los arándanos, y estaban decoradas con imitación de piedras preciosas. Tenía enfrente de ella un bloc de notas de espiral y una taza de plástico con café.

—Veo que conoce a la madre de Zack Eddy.

Porta dijo «Lo siento, ¿usted es... ?» al mismo tiempo que Promesa decía sin pensar: «Sí».

—¿Es usted la madre de Zack Eddy? —dijo la mujer, que parecía que necesitaba verificar lo que simplemente sospechaba.

—Estoy a punto de convertirme en la peor pesadilla de su editor —dijo Porta mirando el cuaderno de notas.

—Lo que conllevaría un gran drama, ya que soy su escritora favorita. Danielle Dean, del First World. —Extendió la mano, cosa que Porta ignoró—. Señorita Dayton, no tengo intención de entretenerla mucho.

Pero me preguntaba acerca de la relación que tiene con la madre del señor Eddy a la luz de sus afirmaciones de que ustedes dos apenas se conocen.

—Ella está aquí por cortesía, porque es una persona mucho más amable de lo normal —dijo Porta.

—Tú eres la única estudiante que ha venido a hacerle una visita —dijo Danielle—. ¿Lo sabías?

Promesa seguía esperando a que su primera respuesta audible le regresara a la boca. Se mordió el labio.

—Una fuente me ha dicho que usted hizo una llamada telefónica solo unos momentos antes del incidente en el cual el señor Eddy le golpeó con el coche. ¿Puedo preguntarle a quién llamó?

Porta dijo:

—No.

—¿Por casualidad no realizaría una llamada al señor Eddy informándole de que, en ese momento, la acera estaba libre de testigos?

La sugerencia de Danielle pasó por encima de Promesa como un camión.

—¿Pero a usted qué le pasa?

—Obtener los registros de teléfono hoy en día es más una cuestión de buenos contactos que de órdenes judiciales —dijo Danielle—. Será una tarea fácil...

—Por favor, hágalo —dijo Promesa—. No encontrará ninguna llamada mía a Zack.

No ese día, al menos. ¿Cuándo se habían llamado para organizar la sesión en el acantilado? Los días corrían uno detrás de otro como una escalofriante neblina. ¿Y si... ?

—¿Es consciente de que sus vídeos musicales en Internet han triplicado sus visitas desde que salió a la luz que él había intentado matarla? ¿Dos veces?

—Mi hijo no ha intentado matar a nadie —el tono de Porta era extrañamente sereno.

De lo que tomó nota Promesa fue de la parte de la triplicación de visitas.

—No lo sabía...

—¿Cómo explica la presencia de él en cada uno de sus... ?

—Mi hijo tiene el derecho de estar donde él quiera cuando él quiera —dijo Porta.

—... accidentes que podrían haber acabado en muerte, pero que le costaron poco más que una tirita?

—No es eso —dijo Promesa.

—¿Y qué es?

—Zack Eddy ha estado acosándome —soltó de repente ella deseando no haberlo hecho.

Porta reaccionó a su afirmación poniéndose frente a Danielle y evitando los ojos de Promesa.

—Él me asusta. Necesita ayuda.

Promesa odió su impulso de mentir, despreció aquel reflejo que salía de su instinto de supervivencia.

—Puede ver por qué me puse en contacto con la señorita Dayton —le dijo Porta a la reportera.

Promesa la miró fijamente, incrédula ante el apoyo de Porta.

—Estoy muy interesada en cualquier información que pudiera ayudarme a ayudar a mi hijo. Váyase. Asegúrele a la gente que el mundo es un lugar más seguro ahora que se ha garantizado que Zack Eddy recibirá el mejor cuidado psicológico posible.

—¿Y qué hay de la señorita Dayton? ¿Está segura de que no necesita la misma atención?

—Estoy más segura de lo que usted lo está de sus habilidades para escribir.

—¿Podría... ?

—Váyase. O llamaré a seguridad.

Danielle Dean hizo un espectáculo a cámara lenta a la hora de guardar su cuaderno de notas y su bolígrafo, manteniendo los ojos fijos en Promesa mientras se levantaba de la mesa de la cafetería. Los pies de Promesa eran carámbanos en sus zapatillas. Tembló, pero no de frío.

¿Qué había hecho?