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Aunque Chase le había pedido a Promesa que regresase cuando se encontraron la primera vez, ella no regresó. Aunque él le había dado un regalo, ella no le correspondió. Aunque él le había dicho que la amaba, ella no aceptó su amor.

Permaneció en su mesa de dibujo enfrente de la ventana de su estudio y esperó a que ella hiciese aparecer su bello BMW descapotable por el bordillo y caminase el sendero que se abría por su pequeño patio delantero. Esperó durante muchos días después de encontrársela en el Salón de Bellas Artes F. Samson Davis, y durante ese tiempo ignoró los deseos de Wes de que estudiase, o leyese, o saliese a caminar. Chase no habló con nadie. Comió poco. No dibujó ni siquiera un garabato, y después decidió que ya había esperado suficiente.

Árbol de vida es el deseo cumplido. Ella era su deseo.

Era hora de ir a encontrar a Promesa Dayton y recordarle su amor y lo bonita que era ella, y el hecho de que no tenía que morir.

Él llegó a aquella conclusión a las 11:36 de la mañana de un sábado, y al mismo tiempo tomó la decisión de no esperar a Chelsea para que caminase junto a él a las 14:15. Se apartó de la ventana y bajó las escaleras, se sentó en el banco y se ató los zapatos mientras recitaba un pasaje de la carta del apóstol Pablo a los Romanos. Se colocó su gorra de béisbol en la cabeza y deslizó sus brazos dentro de una chaqueta ligera que repelería la lluvia.

Escuchó a su hermana hablando por teléfono en su habitación.

Chase dejó la casa y caminó hacia la galería de Porta Cerreto, que era su conexión más inmediata con Promesa. Miraba hacia delante y se movía con rapidez. Sentía las manos extrañamente desocupadas porque no tenía sus lapiceros ni su portafolio. Sin embargo, no tenía que haber sido tan incómodo, porque había empezado a llevarlos con él solamente hacía un mes, y durante años antes de eso él y su hermana habían caminado casi siempre con las manos vacías, excepto por el helado.

Dejó que sus brazos le colgaran a los lados. Algunas gotas de lluvia goteaban desde las resbaladizas mangas y le hacían cosquillas en los dedos desnudos.

Chase llegó a ART(e)FACTOS, se acercó a la puerta de roble y cristal, colocó la mano sobre el pomo, lo giró y empujó.

La galería estaba cerrada.

Chase lo intentó de nuevo. Como el pomo no giraba, dio un paso atrás. El agua caía por los bordes festoneados del toldo amarillo. El viento había liberado uno de los lados del cartel de GRAN APERTURA de tal modo que la lona empapada se había doblado por la mitad y colgaba desgarbada de la esquina.

No había nadie dentro, y la luz del sol no atravesaba las nubes ni el techo abovedado. La escultura del niño que su padre había hecho continuaba caminando bajo un verano perpetuo.

Se acercó a la puerta y presionó la cara contra el cristal, explorando la pared. La fotografía de Promesa cayendo había sido reemplazada por una imagen muy recortada de un crisantemo blanco. Su respiración ocultó el DESENTIERRA TU VERDAD durante dos segundos, y entonces desapareció. Respiró de nuevo, observando cómo el vaho se pegaba y se desvanecía de nuevo. Lo hizo varias veces y después despegó la frente de la puerta.

Chase trajo a la memoria la información que tenía en su cabeza sobre Porta Cerreto y la revisó, pasando por los detalles del mismo modo que pasaba las páginas de sus muchos libros, mirando las fotografías.

Vio el hacha en el zumaque falso.

Vio a Porta susurrando en el oído de Chelsea mientras la mujer miraba la escultura del niño.

Vio a Promesa cayendo por un precipicio en la pared de Porta.

Vio a Promesa adentrándose en el sendero de su puerta delantera.

Y el árbol de vida de Promesa.

El ficus estrangulador matando el árbol de vida.

La fotografía del ficus estrangulador, ese tal Zack Eddy, en las noticias cuando Promesa se estaba quemando.

Vio a Promesa de pie en su porche delantero, preguntando si Zack Eddy vivía allí.

Si aquella casa era la casa de Porta Cerreto.

Los labios de Zack Eddy y los labios de Porta Cerreto tenían la misma forma hacia abajo.

Los zumaques falsos y los ficus estranguladores eran los dos plantas invasivas.

Chase vio a Promesa dar un paso atrás y mirar el número de su casa, el 2310 de la calle Morris.

Vio a su hermana diciendo Es un error fácil de cometer.

Vio un mapa de la ciudad que él había memorizado cuando Wes empezó a enseñarle cómo tomar el autobús.

Chase se alejó de la galería vacía y empezó a caminar hacia el 2310 de Norris Lane. Porta Cerreto o Zack Eddy le dirían dónde estaba Promesa.

* El viaje le llevó a Chase dos horas. Sus zapatos estaban fangosos y el sonido era regular mientras caminaba. La cadena de la luz golpeando la pantalla del ventilador de techo de su padre también era regular. Un ritmo para moverse. Mientras se desplazaba a la dirección, el aroma a sal oceánica se iba haciendo más fuerte que el olor a tierra húmeda.

La casa en el número 2310 de Norris Lane se asentaba al final de un camino de tierra en una propiedad muy grande en el borde de una enorme vista hacia el mar. La estructura era grande y vieja, y estaba separada de los vecinos, de modo que no era necesario compartir la vista de los acantilados y las olas. Una gran variedad de árboles nativos protegían la casa: píceas de Sitka, tuyas gigantes y tejos del Pacífico. Muchos, muchos tejos del Pacífico. Taxus brevifolia. Los doctores amaban y odiaban aquellos árboles perennes. El tronco de color canela estaba cubierto de una corteza desconchada que a Chase le recordaba a virutas de chocolate. El tejo contenía Taxol, que se extraía de su taxina venenosa natural, y era un valioso componente de muchas quimioterapias para el cáncer.

El tejo del Pacífico podía curar. También podía matar. La taxina estaba presente en las hojas, la corteza y en las semillas del interior de los granos rojos del Taxus. Muchos caballos y niños habían resultado dañados por el seductor aspecto del árbol.

Como nadie contestó en la puerta delantera, Chase descendió del porche y rodeó la casa hasta la parte de atrás. El patio, en la parte alta de un acantilado, era arenoso y estaba decorado con arbustos, no césped. Había pocos árboles aquí comparado con el lado de la calle.

Una estructura separada de la casa necesitaba una nueva mano de pintura. El viento levantaba copos de látex que se desconchaban como la corteza del tejo, y la lluvia había arrastrado algunas de aquellas lascas hasta un borde en el suelo que rodeaba la pequeña construcción.

Una cortina en la ventana delantera se movió. Chase fue hasta la puerta.

Las escasas gotas de lluvia dieron paso a un diluvio.

Chase se colocó cerca de la entrada, que no tenía cubierta, y esperó a que la persona que le había visto abriera la puerta. Esperó durante un largo rato. La cortina se movió de nuevo.

—Estoy buscando a Promesa Dayton —declaró Chase a la ventana—. ¿Está ella aquí?

Dentro, una tabla del suelo crujió.

—Si no está aquí, por favor, dime dónde está.

Una voz atravesó la puerta.

—No tengo ni idea.

—La gente que vive aquí conoce a Promesa Dayton y sabe dónde puedo encontrarla. ¿Vives aquí o eres un visitante?

La lluvia resbaló desde el sombrero de Chase hasta el cuello de su chaqueta. Sintió ríos en su espalda.

La puerta se abrió unos centímetros y los ojos oscuros que Chase había visto en las noticias de la TV aparecieron entre los bordes. Los ojos de Zack Eddy. El ficus estrangulador.

—Te puedo asegurar que yo no vivo aquí.

—¿Sabías que no todos los ficus estranguladores crecen de forma epifita? —preguntó Chase.

—¿Qué?

—Se pueden cultivar. Pueden enraizar en su propio espacio en la tierra y crecer sin necesidad de un huésped. Averigüé que el Ficus macrophylla es uno de los árboles más bellos del mundo. El más grande de Estados Unidos está a pocos cientos de kilómetros de aquí, bajando la costa, en el 201 de State Street en Santa Bárbara, California. Se le suele...

—¿Cómo conoces a Promesa?

—... conocer como higuera de Bahía Moreton. Todos los Ficus macrophylla se llaman así, no solamente ese de Santa Bárbara.

—¿La estás acosando?

—La higuera de Bahía Moreton proporciona protección a los humanos del sol, y fruta a muchas especies de pájaros, y es un sitio de apareamiento esencial para avispas. Mucha gente no aprecia del todo a las avispas.

—¿Por qué no me dices qué quieres de Promesa?

—Quiero salvarle la vida. Se está muriendo. Tú no deberías matarla.

Los ojos de Zack Eddy se abrieron un poquito.

—Yo nunca le haría daño. Lo que hice... estaba enfadado, pero no podría hacerle daño. Físicamente.

—El ficus estrangulador mata a sus huéspedes por asfixia. Promesa es un árbol de la vida. Su llamado es a vivir.

—Bueno, yo no seré el único en asfixiarla. Parece que su cuerpo está dispuesto a hacerlo por sí mismo.

—No hablo de lo que su cuerpo hará, sino de lo que harás tú.

—Yo no voy a matarla.

La inquietud finalmente abandonó a Chase. Respiró larga y lentamente mientras mantenía sus ojos fijos en las lascas de pintura desparramadas por el suelo a sus pies. La lluvia hacía que saltasen.

—Eso es bueno. Eso es lo que quiero.

—¿Vas a donarle tus pulmones o algo?

—No. Pero hice un dibujo de un pulmón para ella. Ese era mi regalo.

Zack abrió la puerta un poco más. El agua corría por la visera de la gorra de béisbol de Chase hacia la derecha y la izquierda de sus ojos. La lluvia sonaba como hojas de árbol bajo un fuerte viento.

—Vi ese dibujo —dijo Zack.

—La amo.

Zack no contestó.

—¿Dónde está Promesa?

—No podría decirte.

—¿Por qué no?

Zack se rió de un modo ilógico, porque no estaba hablando de nada gracioso.

—Porque no sé dónde está, Einstein.

—Me llamo Chase Ellis. ¿Sabes dónde está Porta Cerreto?

—No.

La lluvia empezaba a atravesar la puerta de Zack y salpicaba la vieja alfombra de allí dentro. La estancia olía a moho.

—Buscaré a Promesa en otro lugar —dijo Chase.

—Bien.

—Pero si ella viene aquí, dile por favor que la estoy buscando.

—Dudo que hablemos.

—No tienes que evitar hablar con alguien para evitar matarle.

—Lo tendré en cuenta.

—Podrías ser un árbol deslumbrante —dijo Chase.

—Y tú podrías ser una buena atracción de circo.

Una imagen vino a la mente de Chase, no de un circo.

—Si tuviera que dibujarte, dibujaría una higuera de Bahía Moreton que es más grande que la de Santa Bárbara, California. Estaría plagada de pájaros y rodeada de un precioso parque que gente de todo el mundo vendría a ver. ¿Te gustaría un dibujo?

La puerta se cerró con tanta fuerza que algunas gotitas de agua de lluvia salieron despedidas de la superficie y golpearon a Chase en los ojos.

Pero Chase ya no debía preocuparse por Zack Eddy.