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Promesa se despertó jadeando en busca de aire. Había caído al océano por un acantilado y se estaba ahogando; sus pulmones se le llenaban de agua y se hundía, incapaz de nadar. Sus miembros estaban inmóviles y pesaban. Estaban esculpidos en jade.

La ventana descubierta de la habitación mostraba un cielo negro sin estrellas. Rodó por la cama y se quedó a cuatro patas, vomitando agua que no existía, tosiendo nada, respirando apenas el aire suficiente para permanecer consciente.

Se preguntó lo que Michelle había sentido cuando sus pulmones finalmente dejaron de trabajar.

La lluvia había cesado. La vieja casa de Porta estaba en calma, silenciosa excepto por la tos seca de Promesa. Se había removido el polvo del cuarto cuando pusieron sábanas sobre la cama la noche anterior, y ahora sentía los pulmones pesados. Necesitaba su oxígeno, sus inhaladores, su chaleco de terapia. ¿Cuánto tiempo había pasado sin tomar su medicación? ¿Por qué había parado? Promesa no podía recordarlo. Tal vez debiera volver a casa.

Si lo hacía, no podría regresar allí. Sus padres estaban esperándola, preocupados. Ella les había llamado desde la casa de Porta para explicar que había ido al funeral. Dijo que necesitaba pasar tiempo sola y accedió a llamar todos los días, y después colgó el teléfono. Cuando ellos intentaron devolver la llamada, ignoró el timbre. Promesa sabía que su madre no dejaría el apartamento hasta que ella regresase, aunque su padre volviese al trabajo.

Cuando su respiración finalmente se serenó, decidió bajar al sótano al recordar que el aire allí estaba extrañamente limpio y claro, igual que el de la montaña.

Se levantó despacio y no se encontró mareada. Se movió sin hacer ruido para no molestar el descanso de Porta. La vieja mujer había sido amable con ella. Promesa dejó los dormitorios y bajó las escaleras en un silencioso susurro. Llevaba una ropa vieja de Porta que olía como una colonia antigua, pero estaba limpia y era suave y exactamente de su talla. Llegó al descansillo y dobló la esquina hacia el largo pasillo que atravesaba el centro de la casa hacia la cocina. El viejo suelo de madera noble le resultaba áspero a sus pies desnudos. Alcanzó las escaleras del sótano y encendió la luz.

Tosió varias veces más antes de empezar a descender. La falta de oxígeno la había debilitado hasta ese conocido estado de sentirse un poco inestable. Habían pasado unas cuantas semanas desde la última vez que se sintió así. ¿Cuánto tiempo exactamente? Sus doctores querrían saberlo. La última vez, de hecho, fue el día que ascendió la colina para hacer de modelo para el cuadro de Zack.

Un destello azul era la única luz que guiaba sus pies. La luz provenía de un círculo electrónico que Porta le había mostrado cómo proyectar la noche anterior. Era como un holograma, y Porta había decidido que lo mantendría iluminado después de terminar el ritual de purificación para permitir que las energías se quedasen dentro después de que las mujeres cortasen y cerrasen la puerta del círculo, para que de tal modo la curación de la estatua pudiera tener el efecto completo.

Al pie de las escaleras Promesa tomó aliento. El aire estaba más limpio, pero sus pulmones no funcionaban con más facilidad. Subir las escaleras para regresar a la cocina en aquel momento estaba totalmente descartado. Cayó de rodillas sobre la gruesa alfombra.

El procedimiento de consagración de Porta había rozado lo tenebroso, pero Promesa se encontraba lo suficientemente dispuesta para seguir las instrucciones de la vieja mujer con la esperanza de que esa pequeña estatua verde fuera capaz de decirles lo que se suponía que debía decirles.

Se preguntaba cómo se había roto. Se preguntaba qué se suponía que hacía.

La sacudió otro ataque de tos.

Su repentino retorno a la enfermedad le hizo pensar en aquel dibujo de la salud que le había dibujado Chase. Qué tipo tan extraño. Se preguntaba dónde estaba y qué estaría dibujando ahora y si (por extraño que pareciera) él sería la clase de persona que la llamaría amiga incluso después de lo que el resto del mundo pensaba que había hecho.

Esperaba que los conjuros que Porta había lanzado sobre la estatua fueran eficaces. Ahora más que nunca, no quería morir. No en aquel humillante lugar de fracaso, soledad y vergüenza.

El círculo de luz azul parpadeó una vez y entonces volvió a quedarse fijo. Un trozo de jade del tiesto de la Ameretat se desprendió de un lado y aterrizó sobre la alfombra sin hacer ningún sonido.

* Temprano el lunes por la mañana, en el escritorio de su habitación, Chelsea contestaba un último correo electrónico, con la mente solamente concentrada a medias en el contenido. Estaba decidida: después de haberse dado el fin de semana para tomar una decisión final, estaba dispuesta a enfrentarse a Porta aquella tarde acerca de la estatua del escaparate de su galería. Alegaría que la había creado su padre y entonces, esperando que Porta se sintiera descortés e impasible por la historia, le ofrecería un precio justo para recuperarla.

Chelsea cerró la cuenta de correo y regresó a su página de inicio para comprobar los titulares locales antes de desconectarse y dirigirse a la oficina. Uno de ellos le atrajo toda la atención: UNA FOTO CULPABLE DEL SUICIDIO DE UNA CANTANTE.

Hizo clic en el enlace, lo leyó rápidamente e imprimió el artículo, y luego fue a buscar a Chase. Lo encontró en la cocina, comiendo arándanos. Una pequeña pila de sus dibujos descansaba en mitad de la mesa. Rena estaba en la mesa de carnicero cortando verduras para el almuerzo y la cena.

—Chase, ocurrió algo triste el fin de semana —dijo ella colocando lo que había impreso y su bolso en una silla vacía.

—Lo sé.

—¿Sabes que la señora Bell ha muerto?

Chase bajó la cuchara al cuenco y miró por la ventana.

—No, no lo sabía.

—¿Ha ocurrido alguna otra cosa triste? —Chelsea se sirvió un vaso de zumo de naranja.

—Sí.

—¿El qué? ¿Es sobre el sábado, cuando saliste bajo la lluvia?

—Es sobre todo. Háblame de la señora Bell.

Chelsea colocó el zumo en la mesa y agarró el artículo. Empujó la silla y se sentó junto a su hermano. Leyó:

El cuerpo de la mujer encontrada a primera hora del domingo en la base de los acantilados de Vista Park ha sido identificado como la ex cantante de música folk Brandy Bell, de cincuenta y tres años. Donald Rand, asistente del forense del condado, afirma que la muerte es un posible suicidio. Está pendiente la autopsia completa. Harlan Bell, el marido de Bell durante veintidós años, comentó que ella sufría una depresión crónica causada por la agresión física de un pandillero neófito que le arrebató la voz hace casi cinco años.

El señor Bell dice que interpondrá una demanda contra Porta Cerreto, propietaria de la galería ART(e)FACTOS de Main Street, por venderle a su mujer la fotografía de una persona saltando desde el mismo punto donde se cree que Bell se quitó la vida.

La marchante de arte tiene demandas pendientes por causas indeterminadas en California, Texas y Nueva York. Las autoridades han tomado un interés adicional en el caso porque Cerreto es la madre de Zack Eddy, recientemente acusado de trama terrorista y actualmente bajo investigación. Se rumorea que la fotografía comprada por Bell involucra a la presunta cómplice de Eddy, Promesa Dayton, pero los investigadores federales de este caso han declarado que no hay pruebas suficientes hasta el momento para proceder al arresto. Ninguna de las partes ha estado disponible este fin de semana para hacer comentarios.

La señora Bell compuso siete álbumes en el trascurso de su carrera, el último de ellos, Painting My Peonies, ganó un premio Grammy.

Los arándanos habían dejado un reguero de jugo violeta a los lados del cuenco blanco de Chase.

Chelsea dijo:

—Había olvidado ese álbum hasta ahora. Había una canción en él que realmente me gustaba.

—«Auburn Leaves» —proporcionó Rena.

Chelsea se giró en la silla.

—Sí, era esa. Sobre el fin del verano. ¿Cómo lo has sabido?

—A todo el mundo le gustaba esa —dijo Rena—. Aunque sobre gustos, ya se sabe...

—Es muy triste. —Chelsea dejó el artículo impreso sobre la mesa y lo empujó hacia Chase—. Pensé que querrías saberlo, por el dibujo que hiciste para ella.

—La muerte siempre conduce a más muerte —dijo Chase.

Hubo una breve pausa en el ritmo de cortar de Rena. Después continuó.

—¿A qué te refieres? —preguntó Chelsea.

—Hay tejos del Pacífico en el patio de Porta Cerreto.

—¿Has estado en su casa?

—Esos árboles son altamente venenosos.

—¿Cuándo fuiste... es ahí donde estuviste el sábado?

—Todo el mundo va a esa casa.

—Todo el mundo. ¿Como lo de que a todo el mundo le gusta Auburn Leaves? No vayas allí, ¿de acuerdo? Todo el mundo puede ir excepto tú.

Chelsea se terminó el zumo de naranja y llevó el vaso vacío al fregadero, después se colocó su bolso en el hombro.

—Encontré la casa de Promesa el domingo. Pero ella no estaba allí.

—¿Por qué no te quedas aquí hoy? Wes y tú pueden ver el concierto de la PBS que grabamos la semana pasada.

Chase no reaccionó ante la sugerencia.

—Hasta que la gente averigüe qué ocurre realmente con esos tres, tú deberías quitarte de su camino. Quédate aquí. No sumes más muerte a la muerte, o lo que sea. —Deseó haberse guardado la noticia y miró la pila de dibujos. Más árboles—. ¿Qué vas a dibujar hoy?

—La señora Bell no tenía que morir —dijo Chase. Alejó el cuenco de él.

Chelsea suspiró.

—Es posible elegir vivir. «Les he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia».

—Sé que esto es duro para ti.

—Es posible elegir ser un ficus cultivado en vez de uno estrangulador, y ser una madre en vez de una bruja.

—Chase, tengo que irme a trabajar ahora.

—Adiós.

Chelsea dudó antes de marcharse. Chase no se estaba comportando de modo anormal, y aun así no era él mismo. En el pasillo, sacó la chaqueta de verano del armario y la envolvió sobre su brazo. Vio a su hermano agarrar los dibujos de la mesa y examinar el que se encontraba encima de todo.

—Ese es tu mejor dibujo hasta ahora —escuchó decir a Rena desde su posición dentro de la cocina.

—El pino de conos erizados dibujó este —dijo Chase—. Por eso es el mejor.

—Dime de qué trata. Me gustan estos árboles tuyos.

—Tengo que ir a trabajar ahora —dijo Chase.

—Entonces, me lo contarás más tarde, ¿vale, Chase?

Él dejó su desayuno en la mesa y salió de la cocina pasando por delante de Chelsea, subiendo las escaleras hasta sus habitaciones.