39

Chelsea abandonó una reunión con un cliente de nivel medio e infringió los límites de velocidad para llegar a casa después de que Wes, que le había dejado tres mensajes urgentes en su teléfono móvil, hiciera que la recepcionista la interrumpiera con noticias de una emergencia familiar.

Chase se había ido otra vez, pero en esta ocasión Wes no le había dicho a Chelsea que todo iría bien. En vez de eso, le dijo que tenía que ver una cosa. Ahora. No quiso contarle lo que era.

—No puedo describirlo, pero es importante —fue todo lo que dijo.

Deseó una y otra vez haberse quedado con Chase a desayunar y no haberse marchado.

Wes se encontró con ella en el camino de entrada.

—¿Por qué tardaste tanto en llamarme? —le acusó.

—Pensé que podría encontrarle.

Ella entró precipitadamente en la casa.

—¿Dónde has mirado?

—En el pueblo. La tienda de dulces, la biblioteca, la tienda de ropa.

—¿La galería?

—Está cerrada.

Ella dejó caer el bolso sobre el suelo de la cocina.

—Estaba disgustado por lo de la señora Bell. ¿Puede haber ido a los acantilados de Vista Park? Nunca tendría que haberle hablado de ello.

—Chels, debes ver su estudio.

Cayó en la cuenta entonces de que Wes no había pronunciado una sola palabra de su optimismo y su confianza habituales en las habilidades de Chase. Ella no podía leer sus ojos.

Chelsea se agarró al pasamanos para evitar tropezar mientras corría escaleras arriba.

En la habitación de Chase las aspas giratorias del ventilador del techo desbrozaban el calor. Ella les dio la espalda y entró en el estudio al otro lado del corto pasillo. La puerta enmarcaba un paisaje artístico del amplio escritorio frente a la ventana, las estanterías de obra a cada lado, las interminables hileras de contenedores cuidadosamente colocados, sin haber dos iguales, en cada balda. Pinceles, lapiceros, tizas y difuminos sobresalían de los portalapiceros que no tenían tapa.

Todo parecía como siempre. Sintió que Wes se detenía en la puerta y se giró. Entonces se dio cuenta.

—¿Dónde están sus dibujos? —preguntó.

Las paredes, que habían estado empapeladas desde el techo hasta el zócalo con sus hojas negras y sus dibujos minuciosamente detallados, estaban desnudas. Los diminutos puntos de los cientos y cientos de agujeros de chinchetas parecían más una textura creativa que pinchazos.

—¿Se los ha llevado alguien? ¿Él? ¿Por qué?

—Están en su escritorio.

Allí estaban. Apilados en varios centímetros de espesor como bloques de obsidiana. Había una tarjeta con un índice en lo alto de aquella pila, sujetada por un pisapapeles. Chelsea la agarró. En la minuciosa letra de Chase, sobre la tarjeta se podía leer LOS DESEOS.

—¿Por qué haría esto? ¿Dónde está su portafolio?

—Creo que esto lo explicará un poco.

Wes le enseñó a Chelsea un cuaderno de bosquejos en espiral a la izquierda del escritorio. La tarjeta blanca en lo alto decía: PARA MI HERMANA.

Chelsea abrió la cubierta. Una hoja de papel traslúcido cubría cada una de las hojas negras. Con suavidad levantó la primera y reveló un retrato de sus padres besándose. La ternura de la imagen pilló a Chelsea con la guardia baja. Nunca supo que Chase pensaba en sus padres (ni en cualquiera) de aquel modo. Pero Chase debía haber imaginado aquella escena, porque no había ninguna otra explicación para el hecho de que fueran mayores, más ancianos incluso de lo que serían hoy en día, si estuvieran aquí. En casa. Juntos. Debajo de la pareja había una etiqueta:

GRAN PINO LONGEVO DE CONOS ERIZADOS, Pinus longaeva PLANTA DE ALTEA, Hibiscus syriacus.

—¿Revisaste esto? —le preguntó a Wes.

—Sí. Pensé que quizá había dejado un mensaje acerca de dónde se había ido.

Estaba bien que Wes hubiera visto ya los dibujos. Si no lo hubiera hecho, ella le habría pedido que los vieran juntos. Él se quedó de pie junto a la puerta mientras ella pasaba las páginas.

—Nunca había dibujado personas —dijo ella—. Que yo sepa.

—Yo tampoco lo sabía. No son malos. No tan buenos como los árboles, pero no están mal.

Había un retrato de ella en donde se parecía mucho a Chase, casi tanto como cuando eran niños. Con tiza blanca bajo la imagen había escrito: CEDRO ROJO DEL PACÍFICO, Thuja plicata ÁRBOL DE VIDA ES EL DESEO CUMPLIDO.

Sujetó el retrato en alto para que Wes lo viera.

—¿Sabes lo que significa?

—No el significado que tú estás buscando. Pero leí un montón de cosas de árboles con Chase. El nombre común de la Thuja es arborvitae.

Árboles de la vida. Perennes.

—¿Yo soy un árbol de la vida? —preguntó ella.

—Eso haría que Chase también lo fuese, ¿no?

En la siguiente página estaba Promesa, la mujer que había conquistado la mente y el corazón de Chase tan velozmente que Chelsea había sentido celos de ella una vez. Por extraño que pareciese, la interpretación de ella que Chase había hecho tenía de todo menos afecto por la chica. Estaba sentada con los pies descalzos sobre las grandes raíces de un enorme árbol frondoso, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra el grueso tronco. Tenía unos auriculares como los que se llevan en los estudios de grabación cubriéndole las orejas, y los dedos de Promesa los presionaban a ambos lados de su cabeza. Parecía estar cantando.

Bajo aquella imagen estaba el subtítulo: DIBUJA EL DESEO, PORQUE EL TIEMPO ES BREVE.

—¿Así que crees que estos dibujos nos ayudarán a encontrar a Chase? —preguntó ella pasando a la siguiente imagen.

—No —dijo Wes.

—¿Entonces por qué... ?

El cuarto dibujo era un altar de boda. En el fondo, una ventana iluminada brillaba detrás de un arco enrejado cubierto de rosas. En primer plano, Chelsea miraba a Wes con un elegante vestido blanco.

Chelsea se rezagó en la idea de aquella escena, sin sentirse avergonzada, extrañamente, de que Wes la hubiera visto antes que ella.

LLENA EL CORAZÓN, PORQUE LOS DÍAS ESTÁN LLENOS.

—Entonces, Chase piensa que nosotros deberíamos permanecer juntos —dijo ella.

—Eso parece.

Quería mirarle, pero no pudo.

—Creo que tú le has animado a hacer esto —bromeó ella.

—La verdad es que ha estado insistiéndome con eso durante mucho tiempo.

—Pero tú eres muy testarudo.

—Oh, yo no soy el testarudo en esta ecuación.

Pasó la siguiente página, la última que estaba dibujada. Aquí Chase había pintado la escultura del niño que estaba al frente de la galería ART(e) FACTOS. Había tomado una perspectiva aérea, de tal modo que la cara girada hacia el cielo miraba directamente a la página y era el punto focal.

La belleza de aquel dibujo era misteriosa y singular. Por un lado, la cara era claramente la de Chase. Poseía sus gestos modestos y su expresión abierta que invitaba a la gente a confiar en él. Era maduro e infantil al mismo tiempo.

Y, por el otro lado, a diferencia de la escultura, los ojos de esta imagen estaban abiertos. Y miraban directamente a Chelsea.

TE QUIERO, decía el título, acompañado por el contacto visual que Chelsea había estado anhelando toda su vida, tan real como si fuera su propio hermano el que estaba ahí en el papel.

Acarició la luz blanca que le daba forma a su cara, sin importarle que la tonalidad del papel se le transfiriera a los dedos.

—¿Por qué haría esto? —murmuró ella—. Es como si no planease regresar.

Sintió cómo Wes le colocaba su mano estabilizadora en la parte baja de la espalda para que pudiera apoyarse en él con delicadeza, como si se hubieran consolado el uno al otro así durante años.

—¿Por qué se iría? No puede sencillamente agarrar e irse. Tenemos que encontrarle.

—Pongámonos en marcha.