PARA ANTES DEL OLVIDO (1987)

La idea de Para antes del olvido me llegó cuando la familia de mi tío Alfonso González me pasó sus diarios. El amor trunco entre Alfonso y Josefina era una historia familiar que yo venía oyendo desde que tenía memoria, e incluso desde antes de tener memoria. Con los diarios, que están muy incompletos y tienen lagunas tan grandes como las del olvido, la idea se cristalizó: iba a ser una novela sobre el proceso de erosión de la memoria. Le puse el título antes de empezar a escribirla, para que me sirviera de guía durante el trabajo. Poco antes de publicar Primero estaba el mar, a finales del 83, me fui para Miami y empecé a escribir Para antes del olvido. En el 86, tan pronto la terminé, nos fuimos Dora, nuestro hijo Lucas y yo para Nueva York.

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A diferencia de mi primera novela, Para antes del olvido requirió un trabajo exhaustivo de armado o composición. El tema lo exigía, pues había que utilizar los vacíos de la memoria como elemento dinámico de la narración. Era la cuadratura del círculo, pues debía lograr que aquello que no se sabía fuera tan importante como lo que se sabía, en términos narrativos. Para eso tracé un mapa temporal, tan minucioso como pude, de lo que debía ir ocurriendo año por año y me ceñí a él. También me di cuenta de que el sistema de capítulos muy cortos era lo que convenía.

El diario de mi tío es tan detallado que lo que falta se siente mucho, tiene mucha densidad y realidad. La parte de Bélgica de 1914 estaba completa; a lo de Bogotá de 1913 casi no tuve que ponerle nada mío. Aquí me pasó algo parecido a lo que ocurrió con Primero estaba el mar: ahora no logro distinguir demasiado bien lo que puse yo y lo que saqué de los diarios.

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El libro de fotografías de Melitón se me desbarató de mucho mirarlo. Tanto miré la fotografía de los estudiantes de medicina con el cadáver que León consulta en la biblioteca, que sentí como si hubiera entrado a ese salón de autopsias de 1913. Para Abraham entre bandidos la foto que más miré fue la del grupo de Chispas que aparece en el libro La violencia en Colombia. Encontrárselos por ahí debió ser como para orinarse de miedo, y, sin embargo, me produce compasión la humanidad que aparece en la foto de esos bandidos tan sanguinarios. Son niños, en cierto modo.

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Los poetas que aparecen en el libro fueron los que se encontró Alfonso en Bogotá en 1913 y menciona en el diario. Me parece que solo el poeta del Castillo es creación mía —entendiendo por «creación» el proceso de extrapolación y composición de personajes que te mencionaba antes—.

Me he retratado en dos de los personajes de mis libros: León y David. León quedó desarrollado en Para antes del olvido y a David he venido desarrollándolo en todas las otras, y muy en particular en La luz difícil. Con los dos comparto la extrema desconfianza y el relativo desinterés por la fama y por lo que llaman «la gloria». Soy más bien tímido, como ellos, y anarquista hasta cierto punto. La timidez no es más que la sensibilidad extrema hacia el ridículo, y por eso sé que la mayoría de las personas empiezan a hacerlo cuando logran algo de fama. Casi nadie se salva de las poses o de las imbéciles gafas oscuras. Jóvenes y viejos hacen el ridículo por igual.

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La historia de León es todo lo que me he acercado al género de la ciencia ficción, pues vi claro que lanzar naves espaciales desde Envigado o Bello no dejaba de tener sus problemas. En este momento se me ocurre que con la plata del pobre diablo de Pablo Escobar —mi coterráneo, mi contemporáneo— hubiera sido posible lanzar una de las más pequeñas. Con ese tema se lograría una llamativa mezcla entre la sicaresca y la ciencia ficción.