MANGLARES (1997)

He escrito poesía toda la vida. Fue lo primero que escribí, como les ha ocurrido a muchos otros narradores. Pero la poesía es un género particularmente difícil. Incluso los poetas más grandes de la humanidad alcanzan muy, muy pocas veces la calidad máxima, la vivencia máxima. Para mí el mejor poeta del universo es García Lorca y, sin embargo, muchos de sus poemas no me llegan o no me gustan. Lo mismo me pasa con Montale, que para mí es el segundo mejor. O con Baudelaire, Vallejo y Octavio Paz, que tampoco eran unos tullidos para eso de la poesía. Ahora bien, teniendo en cuenta lo anterior resolví, como estrategia, que mi obra poética se desarrollara a muy largo plazo, al máximo plazo posible, y que fuera una especie de testamento de mi vida. Decidí que iba a escribir un solo libro, y que ese libro iba a estar inconcluso mientras yo viviera y solo lo terminaría cuando la muerte lo concluyera. Y ahí estoy. Voy a modificar algunos poemas, a quitar algunos, a incluir poemas nuevos y tal vez a publicar una tercera versión.

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Para escribir poesía me quedo más bien inmóvil y atento, mirando como de reojo, por si acaso llega la idea o la imagen que podría dar nacimiento a un poema; otras veces, como una especie de cazador, recorro mi vida tratando de ubicar las experiencias notables. Así encontré el poema de la tortuga. En los dos casos la atención está despierta, pero es una atención más bien pasiva, no como en narrativa, donde uno interviene más. Nunca he llevado diarios. Creo que aquello que se queda en la memoria es lo que merecía quedarse.

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Al zen llegué por la poesía. En una época leí poesía china y japonesa, y muchos de los poetas que me gustaron eran monjes o practicantes de la vía del zen. De leer al poeta a interesarme en la práctica del zen no hubo más que un paso. La filosofía budista del zen y la del taoísmo se ajustaban a mi modo de ver el mundo —y al modo de los kogui de ver el mundo, dicho sea de paso— y llenaron el vacío espiritual que me había dejado, o que en realidad nunca había llenado, la religión católica.

El método de zen que practico consiste en sentarse a «solo ser», de forma que uno pueda unirse al universo y perder los límites del Yo. Es sentarse en flor de loto a eso: solo respirar y ser, sin ninguna idea de utilidad o provecho. Suena sencillo, pero como todas las cosas profundamente sencillas, es dificilísimo. Para la escritura a veces utilizo la postura del zen (zazén) y mientras estoy en flor de loto le doy vueltas al texto en que estoy trabajando. Esto me ha resultado muy provechoso, pues me ha ayudado a avanzar y a resolver problemas, así como a mantener una visión de conjunto del trabajo. Pero eso no es zen, en realidad, justamente por el componente de provecho o utilidad que tiene. En resumen: a veces hago solo zazén y a veces lo utilizo para resolver problemas de escritura u otros problemas.

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A veces tomo fragmentos de mis obras de narrativa y los convierto en poemas, a veces hago lo contrario: utilizo poemas en la narración. En las dos direcciones funciona bien, me parece, y además le da más cohesión a la obra toda. Claro que también lo hago por jugar. Al fin de cuentas todo esto de las artes y las artesanías no es más que juego. Un juego muy complejo y serio, como el de los niños.

Generalmente cuando escribo narrativa no puedo escribir poesía. La longitud de onda es muy distinta: la poesía es más simultánea, como la pintura; en cambio la narrativa tiene como materia prima el tiempo mismo.