La funda del ordenador portátil de papá ya estaba en el recibidor cuando llegué a casa. Me senté en la banqueta y escudriñé la caja de bombones, que parecía el cofre de un tesoro en miniatura. La abrí, saqué con cautela el chocolate y lo examiné desde todos los ángulos. Era una obra de arte, embellecido con vides minúsculas y diminutas flores púrpura glaseadas y cubierto de un polvo dorado resplandeciente. Pero ¿estaría delicioso? «Espero que papá no sea muy quisquilloso con su sabor», pensé mientras volvía a meter el chocolate y lo espolvoreaba con el polvo dorado que se me había pegado a los dedos. Deseaba participar en el concurso y no quería que una presentación menos que perfecta arruinara la opinión de papá sobre el Café de las Horas. Cerré la tapa con un ruido seco.
Dejé la caja a mi lado al oír unos pasos que bajaban pesadamente las escaleras.
—¡Papi! —exclamé dando un salto.
—¡Mimi Mouse! Me estaba preguntando dónde se había metido todo el mundo.
Papá soltó sus zapatillas de correr y me levantó en un abrazo. Inhalé el aroma familiar del champú de pepino en su pelo rubio dorado.
—¿Qué tal en Houston? —le pregunté cuando me dejó en el suelo.
Los cálidos ojos castaños de papá se arrugaron con su sonrisa.
—Mucho calor. Pero la comida estaba muy buena y tengo mucho sobre lo que escribir.
—¿Cuál ha sido tu plato favorito? —le pregunté.
—¿Salado o dulce? —preguntó sonriendo.
—Primero salado y luego dulce —dije sonriendo a mi vez.
—Pues comí un lacón increíble con una salsa barbacoa de azúcar moreno y tamarindo. Era la combinación agridulce perfecta.
Papá tiene un paladar sorprendente; sabe decirte si la nuez moscada de una sopa está recién rallada o no.
—Suena delicioso. ¿Y el mejor postre?
—Definitivamente, una porción de tarta de nueces. Me recordó a ti. Tomé apuntes: los condimentos eran vaina de vainilla y ron de canela. Pero apuesto a que a ti te saldría mejor.
—Ooh —dije—. ¿A lo mejor con polvo de cinco especias? Creo que eso les iría muy bien a las nueces dulces.
—Esa es mi chica, la maestra de la combinación de sabores inusuales. —Me agitó el pelo.
—Sobre todo cuando tú me ayudas.
Papá se sentó en la banqueta y me dejé caer a su lado.
—Me moría de ganas de que volvieras. Ha pasado de todo mientras estabas fuera.
—Cuenta.
—Pues verás, hay una cafetería nueva en el centro.
Él sonrió y enarcó las cejas.
—Apuesto a que ya has ido a echar un vistazo. ¿Está a la altura de Mimi?
Hice una pausa.
—Pues mira, van a hacer un…
—Hola, papá. —Henry, sudado y polvoriento, apareció por la puerta.
Papá se puso de pie y lo abrazó.
—Hola, muchachote. ¿De dónde vienes?
—Estaba en casa de los vecinos, ayudándoles con la mudanza.
—Vaya, qué generoso por tu parte. —Papá le dio una palmada en el hombro—. ¿Son majos?
—Sí. El chico, Cole, va a pasar a tercero en otoño, como Riya. Es muy simpático.
—¿Dónde están mamá y las chicas?
—Están ensayando hasta las seis por lo menos, creo —dijo Henry.
Papá miró su reloj.
—Pues entonces tengo un hueco para salir a correr antes de la cena. ¡Tengo que rebajar toda la comida del viaje!
Adiós a mi oportunidad de poder hablar a solas con papá.
—Voy a lavarme —dijo Henry—. Tengo que repasar mi papel para el ensayo de mañana—. Voy, voy; vuelo más rápido que la flecha disparada del arco del Tártaro.
Subió las escaleras de dos en dos.
Yo no podía aguantarme todo lo que quería contarle a papá. La canción. El pájaro. ¡El concurso! Pero me senté en silencio y lo observé mientras se ataba los cordones de las zapatillas. Siempre estaba de un humor excelente después de salir a correr. A lo mejor ese sería el momento ideal para hablarle del Café de las Horas y pedirle ayuda para prepararme para el concurso.
—No tardaré mucho —dijo—. He pasado demasiado tiempo sentado en aviones últimamente. —Vio la caja de bombones en la banqueta y la cogió—. Qué bonita. ¿Es tuya?
—Es para ti. La he traído del centro.
—Sabía que tendrías algo para mí. —Abrió la cajita, se metió el chocolate en la boca e hizo una mueca—. ¡Oh! Está amargo. Debe de ser cacao puro. Pero el relleno es muy dulce y sabe a almendras y a miel y a… —Chasqueó los labios—. Algo floral.
Me alegré de no habérmelo comido yo. Detestaba el chocolate amargo si no era para adornar.
—Te quiero, papá. Que disfrutes del paseo.
Papá balanceó la cabeza como para aclarársela.
—Yo también te quiero, Mimi Mouse. No tardaré.
Me dio un beso en la frente y se fue hacia el jardín haciendo running.
Yo fui a la cocina a hacer un poco de investigación culinaria.
Más tarde, me había encaramado en el columpio del porche con tres libros de cocina diferentes abiertos, cuando oí unas pisadas conocidas.
—¡Qué rápido! —dije—. ¿Qué tal ha ido la carrera?
—Ha sido justo lo que necesitaba.
Papá se puso a hacer estiramientos.
—¡PAPÁ!
Jules fue corriendo hacia él desde la vereda y casi lo tira al suelo cuando lo agarró en un abrazo furioso.
—¡Uau! Con cuidado —dijo él con una risa—. ¿Cómo está mi estrella de fútbol?
—¡Genial! ¿Qué tal el festival en Texas? —preguntó Jules.
—¡Ah, sí! El Festival de cerveza y barbacoa de Dallas, con los mejores chefs de la región. Ha sido excelente, realmente excelente.
—Fantástico, papá. Voy a poner la mesa para la cena. ¡Estoy hambrienta! —Jules me dio un beso fugaz en la mejilla y entró corriendo en casa, arrastrando sus bolsas de deporte hasta el recibidor.
Me volví hacia papá.
—Creí que habías ido a Houston.
—¿Sí?
—Acabas de decir Dallas.
—Yo… —Papá me miró fijamente—. En cualquier caso, estaba en Texas y había un montón de manjares, y voy a escribirlo todo con pelos y señales. —Se rascó el cuello—. Voy a ir deshaciendo la maleta.
Permaneció quieto un momento, con expresión confusa. Riya se deslizó por el jardín, llegó flotando hasta papá y le ofreció la coronilla para que se la besara sin molestarse en quitarse los auriculares.
—¡Paul! —dijo mamá, que llevaba la larga cabellera negra recogida en un moño crespo y hacía equilibrios con una pila de cajas de pizza y varias bolsas de la tienda de comestibles—. Qué contenta estoy de que ya estés en casa.
—No más contenta que yo, cielo. —Papá le cogió las bolsas y la besó.
Mamá sonrió.
—He ido de cabeza todo el día, he llevado a estas dos a fútbol y a danza y he conseguido hacer algunas compras antes de recogerlas otra vez. Estoy deseando que cenemos.
—Yo también estoy hambriento —dijo papá.
—Pues vamos a entrar y cenamos ya —dijo mamá, y entró en casa.
Recogí mis libros de cocina y sostuve la puerta abierta para papá.
Todo el mundo estuvo distraído durante la cena. Henry no dejaba de mirar el guion en su regazo y de murmurar sus frases. Riya no dejaba de toquetear su teléfono y Jules no dejaba de fulminar a Riya con la mirada.
—Sangita —le pidió papá a mamá—, ¿puedes pasarme otro trozo?
Ya iba por su cuarta porción de pizza, y yo ni siquiera me había comido la mitad de mi primer trozo.
Mamá se inclinó hacia delante para servirle a papá más pizza de pepperoni en el plato, pero no sin mirar antes su teléfono, que vibraba constantemente con emails del trabajo.
—¿Cómo ha ido tu viaje? —preguntó.
Papá dejó de atiborrarse por un segundo.
—Ha estado muy bien, pero estoy muy contento de haber vuelto a casa. ¿Qué me contáis vosotros?
Se embutió el resto de pizza en la boca y alargó el brazo para coger otro trozo. Normalmente solo comía dos.
Yo quería contarle a papá todo lo del Café de las Horas.
—Yo he ido…
—Tengo que aprenderme todos los diálogos de aquí a mañana —dijo Henry.
—Sueño de una noche de verano, ¿verdad? —preguntó papá—. Es mi obra preferida de Shakespeare. Que se haya deslizado exenta de borrascas la corriente del amor verdadero, etcétera. ¿Qué papel interpretas?
—Soy Puck. —Henry enarcó las cejas—. ¿No lo recuerdas? Lo supe antes de que te fueras de viaje.
—Ah, claro.
—Mañana tengo que poner en forma a las otras chicas para el gran número —dijo Riya, y sus ojos almendrados se hicieron más expresivos—. Tenemos que estar perfectamente sincronizadas o quedaremos fatal. Y he de trabajar las caderas para mi número en solitario.
Solo quedaban dos semanas para el gran espectáculo de danza de Riya.
—Y yo tengo más entrenamientos de fútbol —dijo Jules—. Estamos preparándonos para el partido contra Bridgeton. Esta vez tenemos que ganarles.
Mis hermanos parloteaban sobre sus planes mientras yo masticaba lentamente mi trozo de pizza. «Hay una cafetería nueva en el centro —ensayaba en mi cabeza—. Y hay un concurso…»
Mamá se volvió hacia mí.
—¿Y tú, Mimi? No quiero que te aburras mañana. ¿Quieres invitar a alguna amiguita a casa? ¿A Maddy? ¿Y Victoria?
Negué con la cabeza.
—Maddy se ha ido de vacaciones al oeste y Victoria está un mes de campamento.
—Me encontré a Carmela Jones el otro día y me dijo que a Kiera le encantaría que fueras a verla.
Me quedé helada. Eso no sonaba a nada que hubiera salido de la boca de Kiera, desde luego. Y tampoco sonaba a algo que a mí me apeteciera hacer, para nada. Yo no tenía ganas de pasar tiempo con alguien que decía que mi pelo parecía un nido de pájaros y se burlaba de mis zapatillas violetas y negras favoritas. Sobre todo si no tenía a Emma cerca para defenderme.
—No sé —dije, esperando que mamá se olvidara del asunto.
—Nuestros nuevos vecinos ya se han mudado —interrumpió Jules—. Cole es muy dulce.
—Sí, es dulce —dijo Riya—. La próxima vez no lo eches todo a perder con tu estúpido balón. E intenta ponerte un poco de maquillaje por una vez en tu vida.
—Como si quisieras ayudarme, claro. —Jules la fulminó con la mirada—. Siempre te las apañas para clavarle las garras a todo el mundo.
—Cole no me gusta —dijo Riya levantando la barbilla—. No como tú piensas.
Jules cerró los puños.
—Y yo voy y me lo creo. ¿Ya está mandándote mensajes al móvil?
—Chicas, por favor —dijo mamá.
A lo mejor podía darle a la señora T. mi inscripción sin que nadie más tuviera que saberlo. Pero la verdad es que quería compartir mi emoción.
Papá nos miró.
—¿Ya se han mudado los vecinos nuevos?
¿Acaso Henry y Jules no acababan de decírselo?
Mamá asintió.
—Isabelle Clark y su hijo Cole. —Se dirigió a todos—. Chicos, mañana tengo que trabajar todo el día, aunque sea domingo. Falta poco para el lanzamiento de la página web y no podré relajarme hasta julio. —Revisó los mensajes de su teléfono y lo dejó en la mesa.
Esto ya había pasado antes. Mamá era consultora de software y tenía que trabajar día y noche para cumplir plazos importantes.
—Lo sabemos —dijo Henry—. Podemos ayudar con la colada y las comidas.
—Puedo hacer los postres todas las noches —me ofrecí voluntaria. Sería una buena práctica para el concurso.
—Si haces eso, creo que voy a pedir plazos de entrega más a menudo —dijo mamá con una sonrisa.
—Entre el trabajo y los ensayos, no me quedará mucho tiempo para ayudar —dijo Riya—. Necesitaré descansar de vez en cuando para bailar mejor. ¡Corren rumores de que un profesor del Colegio de Artes Escénicas de Nueva York vendrá al recital!
—No intentes librarte de ayudar. —Jules miró a Riya con el ceño fruncido—. Este verano estoy centrada al cien por cien para no perder mi racha de penaltis sin fallar. Pero aun así puedo ayudar a doblar la colada.
Jules dio golpecitos en la mesa con un ritmo complicado. Además de ser una estrella de fútbol, tocaba toda clase de instrumentos de percusión, desde la batería hasta la tabla e incluso tambores africanos.
—La pequeña doña Perfecta —se mofó Riya.
—¡Mira quién habla! —dijo Jules.
—Chicas, por favor —dijo mamá con exasperación antes de volver a echarle un vistazo a su teléfono.
Riya y Jules callaron por un momento, avergonzadas, y yo aproveché finalmente la oportunidad para contarles mis planes a todos.
—Pues yo he ido a la nueva pastelería que hay en el centro, el Café de las Horas —dejé escapar.
—Qué buen nombre. ¿Y qué te ha parecido? —preguntó papá, que dejó caer otro trozo de pizza en su plato. ¿De verdad iba a comerse el sexto trozo de pizza? ¿O ya iba por el séptimo?
—Me ha gustado —dije. El corazón me latía tan fuerte que estaba segura de que todos podían oírlo—. Y he conocido a la dueña. Están… están organizando un concurso de repostería infantil para este verano.
—Eso suena divertido —dijo mamá.
—Tienes todas las de ganar, Mimi Mouse —dijo Henry.
—No sé —dijo Riya poniendo su voz de hermana mayor—, la repostería está súper de moda entre los niños últimamente.
—No le hagas ni caso. A Cole también le encantaron tus brownies —dijo Jules mientras Riya ponía los ojos en blanco—. ¿Cuándo es el concurso?
Tragué saliva.
—Los participantes tienen unas semanas para llevar algo de casa, y los mejores ganan una Hoja de Oro y pasan a la segunda ronda.
—¿Cuántos niños ganarán una Hoja de Oro? —preguntó Riya.
—No lo sé —reconocí—. ¡Ni siquiera lo he preguntado!
—¿Y luego qué pasa? —preguntó Henry mientras levantaba las tapas de todas las cajas de pizza vacías—. ¡Oye! ¿Quién se ha comido toda la pizza? Solo me he comido dos trozos, sigo teniendo hambre.
Todo el mundo se quedó perplejo. Papá ni siquiera pestañeó mientras terminaba los últimos bocados.
—Ponte más ensalada —dijo mamá pasándole la ensaladera.
—Las segunda y la tercera ronda del concurso serán en… ha dicho la señora T. que serán… ¿cuándo es la Noche del Solsticio?
—El veintitrés de junio —dijo Henry—. Esa noche es el estreno de mi obra. En tiempos antiguos la gente creía que en la Noche del Solsticio salían toda clase de criaturas mágicas, así que es el momento perfecto para una obra de hadas.
—¿Tu obra es de hadas? —preguntó Jules.
—Algo así. Es sobre una pelea entre el rey y la reina de las hadas, y sobre los estragos que causa entre un puñado de mortales inocentes.
—Uno de nuestros números es un baile de hadas —dijo Riya batiendo los brazos como si fueran alas—. No os imagináis lo bonitos que son los trajes.
Yo no tenía nada contra las hadas, pero estaba hablando de repostería.
—Mamá. El concurso. ¿Puedo participar?
El teléfono de mamá volvió a vibrar.
—No veo por qué no —dijo distraídamente.
—Papá, ¿me ayudarás a crear una receta nueva que deje boquiabierto a todo el mundo?
—Por supuesto —dijo papá mientras cogía las cortezas sobrantes del plato de Riya y masticaba una—. Es más, ¿por qué no empiezas ahora?
Me puse en pie.
—¿Quieres ayudarme?
Podría contárselo todo mientras horneáramos: lo de la canción misteriosa, el extraño pájaro, la peculiar camarera y el cupcake de uva.
—Ahora no, Mimi Mouse. Quiero ir a ducharme. Pero estaré encantado de darte mi opinión sobre el producto acabado. —Se levantó y se estiró—. Estoy hambriento, y algo dulce me vendrá de perlas.
Me pregunté cómo era posible que papá siguiera hambriento después de haberse comido una pizza casi entera él solo.
Durante una milésima de segundo, la cara de papá me pareció extraña. Tenía algo que ver con sus ojos, pero no acertaba a adivinar qué era. Pestañeé y volví a mirarle. Sus ojos eran normales; de un castaño cálido, del color del buen café de tueste medio, como siempre le gustaba decir. Como los míos.
Fui a la cocina y horneé sesenta galletas de mantequilla de cacahuete con sal marina.
Cuando acabó la noche, papá se había comido cuarenta y nueve.