Al cabo de unos minutos, papá dijo que había recuperado la normalidad.
—¿Seguro que te encuentras bien? —pregunté.
—Sí. Vosotros disfrutad del resto de la noche. Insisto —dijo asintiendo—. Voy a subir a ducharme.
Los demás recogimos la mesa. Usé una servilleta de papel para coger la bola de pan y pollo del suelo junto a la silla de papá. Había un montón de comida; no era raro que se hubiera atragantado. A papá le pasaba algo en serio. Él solía saborear las comidas, pero ahora se dedicaba a engullirlas.
Mamá subió a ver cómo estaba papá. Los demás fuimos al jardín trasero, donde el sol colgaba bajo en el cielo como una naranja sanguina en llamas.
—Oye, Riya, ¿puedes pensar en qué te he pedido? —dijo Cole, agachando la cabeza en un esfuerzo por conseguir que ella levantara la vista.
Riya asintió ausente mientras se cogía un pie y lo estiraba al tiempo que seguía mirando su teléfono.
Jules encontró el balón de fútbol y lo chutó hacia Cole.
—Vamos a darle al balón —dijo.
—Claro. —Cole se secó las manos en los pantalones cortos—. Aunque no soy muy bueno.
—Me apunto —dijo Henry.
—Yo también —dijo Vik—. ¿Y tú, Mimi?
Cogió el balón, regateó unos pasos y me lo lanzó. Saqué el pie y conseguí, milagrosamente, detener el balón.
—Me apunto —dije.
Jules sonrió de oreja a oreja.
—¿Alguien más?
—Yo estoy bien aquí —dijo Fletcher mirando a Riya, que era todo un espectáculo alzándose lentamente sobre las puntas de sus pies con los brazos extendidos con gracia.
—Pásalo —dijo Vik.
—Será mejor que te eches atrás —rio Jules—. Mimi no controla su fuerza a veces.
«Golpe bajo, Jules», pensé.
Vik se rio y me miró.
«Puedo hacerlo», pensé. Al menos no había platos a la vista que pudiera romper.
Contuve el aliento y chuté en dirección a Vik. El balón permaneció a ras de suelo, no avanzó ni muy rápido ni muy despacio, y llegó a unos sesenta centímetros de donde había intentado enviarlo.
A lo mejor no era tan mala después de todo.
Vik le pasó el balón a Jules, que dio un paso atrás y se preparó para lanzárselo a Cole.
—¡Postre! —gritó mamá desde el porche. Mamá cruzó el jardín con una fuente de sandía y la bandeja de galletas de madreselva. Los chicos mayores se arremolinaron a su alrededor mientras Vik y yo cerrábamos la marcha.
—¿Papá está bien? —pregunté.
Mamá asintió.
—Sí. Me ha pedido postre, pero le he dicho que había tenido suficiente comida por hoy.
Asentí.
—Esto huele de maravilla. —Cole olisqueó una galleta—. ¿De qué son?
—De canela y miel con un toque diferente —dije—. Vik y yo hemos añadido madreselva que encontramos en el bosque.
—Doselado completamente por olorosas madreselvas, por fragantes rosas de almizcle y lindos escaramujos —dijo Henry mientras cogía un par.
—¿Es saludable? —preguntó Riya con suspicacia—. No, gracias, paso.
Se sentó a la mesa del jardín y se ensimismó con su teléfono otra vez mientras Fletcher cogía unas galletas.
—¡Chicos! Hala, vamos a jugar —dijo Jules, que seguía en el césped con el balón de fútbol.
—¿Y tú, Vik? ¿Mimi? —preguntó mamá.
Cuando iba a coger una galleta, noté que alguien me rozaba el hombro al pasar y se abalanzaba sobre la fuente.
—Es lo más delicioso que he probado en mi vida —dijo Cole cogiendo más galletas.
—¡Deja algo para los demás! —Fletcher me apartó de su camino de un codazo y arrambló con lo que quedaba.
Y así, en un pispás, se esfumaron las galletas. Fruncí el ceño; ni siquiera había tenido la ocasión de probar el producto final. Bueno, sí, al menos había probado la masa.
—Vaya —dijo mamá, moviendo la cabeza con desconcierto—. Dejo aquí la sandía. Estoy dentro si me necesitáis.
Dejó la fuente en la mesa del jardín con algunas servilletas y entró en casa.
—Qué buena pinta, Mimi —dijo Henry. Le vibró el teléfono—. Es Lily. Le sabe mal no haber podido venir esta noche. Voy a enseñarle lo que se está perdiendo. —Se puso el teléfono delante de la cara y le dio al disparador mientras daba un mordisco.
—Vamos a jugar, venga.
Vik ladeó la cabeza hacia Jules y yo lo seguí a regañadientes.
—¡Uau!
Cole señaló con la greñuda cabeza a Jules, que se pasaba el balón de una rodilla a la otra con destreza.
—¿Uau, qué? —dijo Jules, rebotando el balón con el talón.
—Eres una jugadora de fútbol buenísima.
—Gracias, Cole —dijo Jules, que se sonrojó e hizo rebotar el balón más deprisa.
—Entró en el equipo del colegio en el primer año, ¿sabes? —dijo Fletcher, alisándose el pelo detrás de la oreja y moviéndose para ponerse entre Jules y Cole—. Y no ha fallado ni un solo penalti en todo el año. Es la jugadora con más talento que el colegio ha tenido en años.
—¡Fletcher! No sabía que estabas al tanto de eso —dijo Jules, dando un cabezazo al balón y luego parándolo con el talón.
—Estoy al tanto de todo lo que haces, Jules —dijo Fletcher. Volvió a apartarse el pelo de los ojos.
Jules dejó caer el balón al suelo y apoyó la mano en la cintura.
—Ya, claro.
Jules tenía motivos para ser escéptica. ¿Desde cuándo le prestaba atención Fletcher?
—No te conozco desde hace tanto, pero me fijo en todo lo que haces, Jules —dijo Cole acercándose a ella—. Como tu forma de sonreír un poco torcida cuando estás pensativa y cómo te brilla el pelo a la luz. ¿Me dejas?
Alargó la mano y tocó la coleta oscura de Jules, y ella se lo tomó como si le hubiera hecho un regalo de cumpleaños.
—Manos fuera, intruso. Yo la vi primero —declaró Fletcher.
Claramente, Jules no sabía cómo reaccionar ante esto, y yo tampoco. «¿Intruso?»
—Tu familia es la mar de entretenida —me susurró Vik—. Esto es mejor que cualquier cosa de la tele.
—Ja —dije con desgana.
Cole y Fletcher empezaron a tirar de Jules cada uno de una mano, como si fuera la cuerda de un juego de tira y afloja. Ella desviaba la mirada del uno al otro mientras le hablaban con adoración.
Cuando Fletcher la llamó «mi cielo», Jules miró a Riya, que seguía sentada a la mesa del jardín pero ahora se agachaba hacia un lado, estirándose. Jules se zafó de los chicos.
—A ti Riya te ha tenido siempre en un puño —dijo, mirando ferozmente a Fletcher—, pero tú —dijo volviéndose hacia Cole—, ¿cómo te atreves?
Cole dio un paso atrás y abrió las manos.
—¿Cómo me atrevo a qué?
—¿Cómo te atreves a burlarte así de mí?
—Pero si no me estoy burlando de ti. ¡Oh, Jules, eres perfecta, divina! —Cole le cogió de nuevo la mano con ternura.
—Desde que nos conocemos solo te has dedicado a comerte con los ojos a Riya, ¿y ahora se supone que tengo que creer que te parezco divina?
—Solo la miraba porque tenía miedo —dijo Cole—. Miedo de que, si te miraba a ti, pudieras ver directamente en mi corazón lo que sentía.
¡Uau! Eso era una explicación apasionada. Pero ¿era verdad? ¿Por qué había esperado tanto tiempo a decírselo?
—¡Basta! —dijo Fletcher—. Conozco a la dama desde hace más tiempo, así que su mano es mía.
—¡No, no lo es! Puedes quedarte con esa enana bruja de ahí.
Cole señaló a Riya, que terminó el estiramiento del otro lado y sonrió a Fletcher.
Jules soltó una risita, pero luego pareció de nuevo enfadada y perpleja. Chutó el balón al otro lado del jardín en dirección a Riya y le tiró el teléfono de la mano.
—Alucinante —susurró Vik.
—¡Oye! ¡Ten cuidado! —Riya se agachó debajo de la mesa para rescatar su teléfono.
—¿Cómo lo has hecho? ¿Y por qué?
Jules se alejó hecha una furia de los chicos y arremetió contra Riya, pero tropezó y se dio un trompazo espectacular contra el suelo.
Riya puso los ojos en blanco y se atusó la melena mientras miraba a Jules en el suelo.
—¿De qué me estás acusando ahora?
Cole y Fletcher corrieron a ayudar a Jules. La levantaron cuidadosamente de los codos mientras se fulminaban con la mirada.
—¡Jules! Mi joya —dijo Fletcher.
—¿Estás bien, mi diosa, mi ninfa? —preguntó Cole, con grandes ojos de preocupación.
«¿Ninfa?», pensé. Ni siquiera estaba segura de que eso fuera un piropo.
Jules volvió a zafarse de los chicos y miró con desdén a Riya.
—¿Así es como te gusta burlarte de mí?
—¿Tienes el cerebro dañado de darle tanto al balón con la cabeza? No sé de qué estás hablando. —Riya cruzó los brazos—. Venga, Fletcher, vámonos de aquí.
Fletcher negó con la cabeza.
—No, después de ver que no has ayudado a tu hermana a levantarse del suelo. ¿Y por qué habría de irse aquel a quien el amor impulsa a quedarse?
¡Uau! Nadie había hablado jamás a Riya de esta manera. Especialmente los chicos.
—Vamos a jugar al fútbol —supliqué. Fui trotando de la mesa a nuestro jardín cubierto de maleza. El balón había aterrizado en una mata de tomillo. Inhalé el aroma boscoso y una bombilla se encendió en mi cabeza. Volví trotando adonde estaba Vik, aturdida.
Riya seguía hablando con Fletcher.
—Jules está bien. Y siempre me está acusando de esto o de aquello.
—Será porque lo mereces —dijo Fletcher—. Mi Jules es tan hermosa de espíritu como de rostro. Hermosa Jules, este astro que ilumina la noche con una luz más viva que todos los globos en llamas, que todos los ojos de luz que resplandecen en lo alto.
«¿Globos en llamas? ¿Ojos de luz?» ¿Por qué Fletcher y Cole hablaban de pronto como en la obra de Henry?
—¿Se puede saber qué te pasa? —espetó Riya a Fletcher.
—¡Riya, vamos, diles que paren! —gritó Jules, soltándose del brazo de Cole.
—Podrías cobrar entrada para ver esto —dijo Vik.
—Esta es una discusión espectacular, incluso tratándose de ellos —susurré—, pero se me acaba de ocurrir una idea…
—Jules, te ruego que me concedas el honor de salir de aquí conmigo esta noche —suplicó Cole.
—¡Desiste! ¡Suelta la mano de la hermosa doncella!
Fletcher cogió a Cole de la camiseta, y este lo apartó de un empujón.
—¡Deja de echarme la culpa de todos tus estúpidos problemas! Me voy adentro.
Riya se fue con paso airado hacia la casa.
—¡Esto es cosa tuya! ¡Me has tendido una trampa!
Jules corrió detrás de Riya e intentó encararse con ella, pero Riya se escurrió deprisa hacia el porche y se agachó detrás del balancín. Vik me miró y yo meneé la cabeza, confusa. ¿Qué le pasaba a todo el mundo?
—¡Yo no he hecho nada! ¿Por qué no les preguntas a ellos? —Riya señaló a los chicos, que estaban enzarzados en una especie de combate de lucha libre vertical.
—¿Por qué me haces esto? —La voz de Jules se espesó—. ¿Tanto me odias?
—¡Pues claro que no! Y, además, intentaba… déjalo —dijo Riya, que parecía a punto de llorar ella también. Dio un giro y entró pitando en casa, dando un portazo con la mosquitera.
Fletcher apartó a Cole de un empujón y sonrió satisfecho cuando Cole aterrizó de culo.
—Por fin nos hemos deshecho de la arpía —dijo. Se volvió hacia Jules—. ¡Mi amor, mi vida, mi alma! ¡Vayamos!
—He dicho que yo te amo más de lo que él puede amarte.
Cole se puso en pie con dificultad y se acercó lo bastante como para que Fletcher tuviera que ladear la cabeza hacia atrás para mirarle.
—Si eso afirmas, ven aquí y demuéstralo —dijo Fletcher—. Jules no tiene interés en semejante pazguatería.
—Calla —dijo Cole.
—De entre tú y yo, salgo yo ganando claramente. Aparta, cabo de hombre, desecho de alforfón, abalorio, bellota.
—¡He dicho que achantes! —gritó Cole.
Intenté hacerles entrar en razón.
—Chicos, vamos, tranquilizaos…
Fletcher le dio un puñetazo a Cole en el estómago.
—¡Uf! —Cole se encorvó. Jules chilló y se tapó la boca.
¡Uau! Había creído que Fletcher solo hablaba como un esbirro. No había pensado que recurriría a la violencia en serio.
Entonces, más rápido de lo que hubiera esperado, Cole golpeó a Fletcher en la cara.
¡Teníamos que detenerles!
—¡Henry, ayuda! —grité.
Pero Henry estaba en medio del jardín, mirando su teléfono.
—¡Parad de una vez, los dos! —dijo Jules, corriendo a separarlos—. ¿Te encuentras bien? —preguntó a Fletcher.
—Lo estaré, hermosa Jules —dijo Fletcher, con sangre goteando entre sus manos ahuecadas.
Cogí un puñado de servilletas de la mesa y se las di a Fletcher, intentando no mirarle la nariz que se le hinchaba rápidamente. Me las cogió sin mediar palabra y procuró restañar la hemorragia.
—Quiero que os vayáis. Los dos. ¡Ahora! —dijo Jules con voz trémula. Se enjugó las lágrimas y entró corriendo en casa sin esperar a ver si le hacían caso.
Con una servilleta ensangrentada todavía pegada a su nariz, Fletcher se dirigió al camino de entrada a la casa.
—No voy a olvidar esto, Calvin —dijo mientras entraba en su descapotable.
Cole miró con anhelo la puerta trasera, pero no había señales de Jules.
—Volveré mañana a cortejar a la hermosa doncella —dijo a nadie en particular. Dio media vuelta y se adentró en su propio jardín.
—Verdaderamente increíble —dijo Vik—. ¿Es así todas las noches?
Le lancé una mirada desesperada. ¡Esta noche había sido un desastre!
—Normalmente no tenemos a chicos peleándose por mis hermanas. Al menos no por Jules —dije—. ¿Verdad, Henry?
Este, que seguía extraordinariamente silencioso a pesar de toda la exaltación, estaba sentado en las escaleras del porche mirando su teléfono.
—¿Dónde estabas? ¿Por qué no has parado la pelea? —le pregunté—. ¿Crees que Cole le ha roto la nariz a Fletcher? Y nunca había visto a Jules y a Riya tan furiosas.
No respondió. Seguía enganchado a su teléfono.
—¿Henry? ¿Qué pasa?
No estaba acostumbrada a verlo tan obsesionado con el teléfono como Riya,
—¡Oh, no! —dijo.
—¿Qué? —¿Qué más podía ir mal?
Henry se tocó justo debajo del ojo derecho.
—¿Ves…? No, no es nada, no pasa nada.
—¿Qué estás farfullando? —Miré de reojo la pantalla. Reflejaba su rostro; estaba usando el teléfono de espejo.
—Me había parecido ver el principio de una arruga, pero ha sido un efecto de luz —dijo Henry—. Pues buenas noches, joven Mimi. Tengo que subir a dormir mi sueño reparador.
Subió al porche de un salto y desapareció dentro de casa. ¿Sueño reparador? El sol apenas se había puesto. ¿Y desde cuándo le preocupaban las arrugas?
Me puse en pie y me aparté el pelo de los ojos.
—Ha sido la cena más rara de mi vida. ¿Qué le ha dado a todo el mundo esta noche?
—Puede que sea un poco de magia de una noche de verano. —Vik sonrió de oreja a oreja y luego bizqueó bajo el sol que planeaba sobre el horizonte—. Se está haciendo tarde. Será mejor que vuelva.
—¿Quieres que te acerquemos? Puedo pedírselo a mamá —dije.
—Puedo ir andando. Solo estoy al otro lado del bosque.
—¿Estás seguro? ¿Y el jabalí qué?
—No pasará nada —dijo Vik.
—¿Te apetece que demos una vuelta mañana? Podemos ir al bosque y a lo mejor preparar algo otra vez. Ten… tengo una idea de qué hacer para el concurso y me encantaría saber tu opinión. —Contuve el aliento.
—Genial —dijo Vik.
Dejé salir la respiración.
—¿Te llamo? —le pregunté.
—¿Y si nos vemos en el baniano, como hoy? Tú silba la melodía, ¿recuerdas? Mi canción.
—Bien… como una contraseña secreta.
—Exacto. Estaré allí a primera hora de la mañana.
—Genial. Y Vik… gracias por el día de hoy. Por ayudarme a escapar del jabalí y hacer galletas conmigo y salvarle la vida a papá.
Vik sonrió.
—Eres la primera amiga que hago aquí. Y me encanta hornear contigo. Y en cuanto a tu padre…
—¿Sí?
—He hecho lo que tenía que hacer. Sé lo que es perder a un padre.
Y después de decir esto, se alejó y desapareció hacia el interior del bosque.