Kiera Jones era la última de mis preocupaciones. En casa, la situación llegaba cada día al borde del desastre. Jules y Riya llenaban la casa de tanto silencio que deseé que se gritaran la una a la otra como antes. Jules apagó su teléfono de forma permanente y empezó a morderse las uñas otra vez. Dejó de ir al jardín a practicar su juego de piernas después de que Cole la arrinconara y le declarara su amor durante tres días seguidos.
Riya pasaba todo su tiempo libre en el estudio de danza. Cuando estaba en casa, apenas hablaba con nadie y una nube de tristeza la seguía adonde fuera.
Fletcher (cuya nariz había recuperado su tamaño normal) venía todas las tardes preguntando por Jules. Después de dos días de ver a Jules deshacerse en lágrimas mientras luchaba por ahuyentar a Fletcher, me senté ante la ventana para vigilarlo y, si venía, apresurarme a repelerlo. Cada vez era más difícil de ahuyentar, hasta que un día, en un arrebato de desesperación, le derramé un vaso de jugo de arándanos encima y tuvo que irse a su casa a cambiarse. Me daba algo de pena, pero no podía dejar que se acercara a mis hermanas. Ya era bastante malo ver llorar a Jules, pero yo intuía que Riya sería capaz de pegarle, o al menos de darle una patada en las espinillas.
Henry admiraba constantemente su propio perfil en la superficie reflectante más cercana. Se pasaba horas practicando ejercicios de voz y haciendo muecas a la cámara de su teléfono móvil. No probaba bocado de nada de lo que yo horneara, alegando que estaba «controlando su figura juvenil».
Papá, por otra parte, consiguió hacer lo que yo no pensaba que fuera posible: se atiborraba más que antes y picoteaba de tal manera que me quitaba las ganas de comer para siempre. Por suerte, las horas que pasaba corriendo en el bosque seguían evitando, de alguna forma, que ganara peso. Yo evitaba mirarle a los ojos para no asustarme cuando veía los destellos púrpura, cada vez más frecuentes. Traté de hablar del comportamiento inquietante de papá, pero mis hermanas se sentían demasiado deprimidas como para escucharme, con Henry apenas lograba meter baza y no quería molestar a mamá, cuyo horario de trabajo la agotaba.
A juzgar por el número de cajitas de chocolate esparcidas por toda la casa, papá visitaba el Café de las Horas con frecuencia. Seguía insistiéndome para que lo acompañara, pero yo no quería que me avergonzara delante de la señora T. (y Kiera) otra vez. Un día que pasé por delante de la cafetería, vi que habían actualizado el cartel del concurso:
¡A todos los reposteros de 8 a 13 años!
¡Apuntaos al Concurso de pastelería estival del Café de las Horas!
Primera ronda: ¡Trae tu MEJOR repostería
para ganar la Hoja de Oro!
Segunda ronda: La Noche del Solsticio, el 23 de junio,
los ganadores de la Hoja de Oro traerán más dulces horneados ante los jueces y se seleccionarán TRES,
que competirán inmediatamente en la
Tercera ronda: ¡Una competición en directo!
¡Puedes ganar maravillosos premios
con tus delicias culinarias!
Gran Premio: ¡Pasa tres días en Nueva York horneando
con el invitado de honor y juez,
el célebre chef pastelero Trufi Fru!
No pude respirar. ¡Trufi Fru! ¡El Maestro de las Magdalenas, el Sultán de los Suflés, el Rey de las Lionesas de trufa de Comity!
El mayor de mis sueños hecho realidad: hornearía para mi ídolo culinario. ¡Y podía ganar la oportunidad de trabajar con él en Nueva York!
Mis dulces tenían que ser más que excelentes. Tenían que ser perfectos.
Pensé en si ir a hablar con la señora T., pero la cola daba la vuelta a la manzana y vi a Kiera recibiendo a los clientes en la puerta. Aunque me enfurecía imaginarme a Kiera ganándose el corazón de la señora T., decidí esperar al 23 de junio para sorprender a la señora T. y a Trufi Fru juntos.
Iba al bosque todos los días para reunirme con Vik y escapar de la barahúnda en casa. Era prácticamente como tener a Emma de vuelta. Yo seguía la canción de Vik y lo encontraba en el baniano. Paseábamos por el estanque, o nos bañábamos en él, trepábamos a los árboles y explorábamos otras zonas del bosque que yo no había visto antes. Vik leía más cuentos de El Libro sobre el bosque y la Reina de los Bosques. Me pregunté de dónde salía El Libro. Busqué libros de cocina y manuales de hierbas en la biblioteca, y también en Internet, pero no encontré ni rastro de un libro como el mío. Era como si el propio bosque hubiera decidido que lo necesitaba.
Vik y yo hablábamos de Trufi Fru y del concurso de repostería durante horas enteras, y Vik me ayudaba a prepararme. Cometí algunos errores: las barras de limón me salieron un poco ácidas y los pasteles de chocolate fundido no rezumaban. Pero luego hice crocantes de almendra y pimienta negra («pasmosos», en palabras de Vik), obleas de menta y chocolate («vigorizantes») y pasteles de salvia y manzana («estimulantes»). Vik me ayudaba a pensar en la manera de mejorarlos. Hablábamos de hierbas, especias y sabores, y yo le enseñé a Vik las mil maneras milagrosas de utilizar los huevos, así como una forma chula de hacer hierbas y flores espolvoreadas de azúcar con merengue en polvo. A poco más de una semana del concurso, me sentía razonablemente optimista sobre mis posibilidades.
Pero había algo más, algo sobre lo que había estado preguntándome desde el día en que oí las primeras notas que vinieron flotando hasta mí en el patio. Revolví en el fondo de mi armario y saqué algo que llevaba casi dos años sin tocar.
Le hice la pregunta a Vik en una tarde clara, después de haber estado picoteando unas tartaletas de almendra y estragón.
—¿Querrías enseñarme tu canción, la que usamos como señal? He traído mi viejo clarinete.
Lo saqué de mi mochila. Vik me miró con sorpresa, pero encantado.
—Lo puedo intentar, claro. Se llama «Ven conmigo».
—Vale, estoy preparada. Toca la primera nota.
Vik la tocó y yo fui probando hasta dar con la misma nota en mi clarinete. Luego la escribí en mi cuaderno sobre un pentagrama improvisado.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy transcribiendo las notas para poder tocar la canción después.
Vik tocó la hoja.
—¿Sabes escribir música?
—Sí. ¿Tú no?
—No. Solo he aprendido de oído.
—Eres como Henry, que oye algo una vez y luego es capaz de tocarlo.
—Pero, Mimi, poder leer y escribir música es muy útil. Puedes aprender cosas mucho más fácilmente y puedes compartir música sin tener que tocarla. Es como darle a alguien una receta en vez de repartir comida solamente.
Me encogí de hombros.
—A veces las notas son un estorbo. Henry dice que la música está hecha de notas, pero que lo que hace de verdad es contar una historia. Y yo hago lo mismo con la repostería.
Vik asintió.
—Henry es muy sabio.
Suspiré. Lo era antes de quedarse pegado a los espejos.
Seguimos reconociendo la melodía en el clarinete y yo iba transcribiéndola sobre la marcha.
—¿Y ahora por qué no intentas tocarla?
—Vale, pero no te rías.
Vik puso lo que pensó que sería un semblante serio, pero en vez de eso parecía que estaba intentando peinarse la raya del pelo con las cejas. Solté una risita.
Intenté tocar la melodía una vez; estaba oxidada, pero no me salió ningún gallo.
—No está mal —dije.
—No está nada mal —dijo Vik—. El ritmo en la segunda parte debería ir más así.
Tocó esa sección para mí y, milagrosamente, fui capaz de imitarla.
—¡Eso es! Ahora vuelve a tocarla y yo tocaré otra cosa por encima, ¿vale?
Toqué la canción, y Vik hizo una armonía en su flauta, un contrapunto que divagaba como una parra en torno a la melodía principal.
—La canción tiene letra. ¿Quieres oírla?
Asentí.
—Tú tocas y yo canto esta vez.
Me puse a tocar y Vik cantó dulcemente:
Ven conmigo. Va a salir el sol en nuestro rincón. Va a pintar el mundo de rosa y dorado.
Porque tú y yo nos conocimos bajo el baniano. Tú y yo juntos para siempre.
Anda, ven conmigo. Anda, ven conmigo. Anda, ven conmigo. Anda, ven conmigo.
Su voz era triste y feliz. La canción era un recuerdo y una invitación.
—Mi madre me enseñó esta canción —dijo Vik—. Siempre me la recuerda.
Apoyé la espalda en el árbol.
—Cuando tenía cinco años, mis hermanos dieron un concierto en el jardín una noche de verano después de cenar. Henry, Riya y Jules habían montado una banda; Henry a la guitarra, Jules a la percusión y Riya al canto. Eran brillantes, incluso cuando eran más pequeños. Tocaron una canción preciosa. Para mí era la canción más encantadora del mundo y no quería que pararan de tocarla nunca. Di vueltas en círculos y les pedí que la tocaran una y otra vez. Papá me dijo que un día sería como ellos.
Vik sonrió.
—Nunca sucedió. No pasa nada, Vik —dije cuando empezó a protestar—. Nunca he sido capaz de tocar con ellos, de ser parte de la música que hacen. Pero tu canción… me recuerda a aquella. Es mágica. Y ahora puedo tocarla.
Miró hacia el estanque.
—¿Quieres intentarlo otra vez?
Y tocamos juntos la canción, una y otra vez, hasta que noté que la música llenaba mi corazón, como si siempre hubiera anidado allí.
Me puse en pie y me quité las briznas con la mano.
—Mañana es un día importante para mis hermanas —dije—. Jules tiene un partido de fútbol contra el mayor rival de su equipo y Riya tiene su recital de danza. Quiero preparar algo especial para ella y sus amigos.
Vik rio entre dientes.
—¿Siempre haces dulces para todo el mundo en tu familia? Suena agotador.
—Como te he dicho, han tenido una semana dura. —Guardé mi clarinete en su funda—. Y a veces la comida es la mejor forma de demostrarle a alguien que lo quieres.
—Está claro —dijo Vik. Me miró con curiosidad—. Mimi, este fin de semana me voy fuera.
—¿Te vas de viaje? ¿Con la tía Tanya?
—Sí. Vamos a… visitar a otros parientes. No muy lejos de aquí. Ojalá no tuviera que irme, pero… ya sabes.
Me encogí de hombros.
—No te preocupes, habré vuelto con tiempo de sobra para el concurso.
Sonrió, y yo pestañeé ante la luz del sol que se reflejaba en sus ojos. Me había acostumbrado a tener un amigo del alma otra vez. Cuando estaba con Vik, la ausencia de Emma se difuminaba en un dolor leve y durante horas enteras me olvidaba de lo extraño que era todo en casa. ¿Cómo iba a sobrevivir sin su compañía? ¿Sin su ayuda?
—Gracias por el día de hoy —dije. Esbocé una sonrisa mientras me alejaba.
Cuando llegué a casa, dejé con cuidado mi clarinete en la mesa junto al piano.
Fui a la cocina y reuní ingredientes. Pasara lo que pasara este fin de semana, iba a tener que encararlo yo sola.