18 Una reseña para recordar

Pasé varios días estupefacta, pero aprecié algunas cosas que me inquietaron incluso más. Mientras que Henry, Jules y Riya iban por ahí felizmente, ocupados con sus trabajos, ejercicios y ensayos, y salían con sus amigos, no se podía decir lo mismo de mamá y papá.

Mamá trabajaba todo el día hasta bien entrada la noche. Como Henry había prometido, procuramos ayudarla con la cocina, la colada y otras tareas, pero papá no ponía nada de su parte, salvo cuando se trataba de comer. Pillé a mamá molesta, farfullando algo entre dientes, cuando una balda entera de sobras desapareció en una hora.

A papá no parecía incomodarle la creciente irritación de mamá. Pero su persistente jovialidad me hizo sospechar que estaba viviendo en un lugar imaginario en su cabeza, en un lugar que no nos incluía a nosotros. Intenté hablar con él, pero nunca tenía tiempo para mí. Yo llevaba encima la tarjeta de embarque como un talismán de la mala suerte, pero nunca encontraba el momento oportuno para preguntarle sobre ella. A una parte de mí le aterrorizaba descubrir la verdad.

Vik y yo nos veíamos todos los días, y yo le confiaba mis inquietudes mientras él trataba de convencerme de que todo iba a salir bien. Hice lo posible por concentrarme en preparar algo con raíces para el concurso del Café de las Horas, que cada día estaba más cerca, pero no le ponía todo el corazón. Ni siquiera por Trufi Fru. Estaba demasiado preocupada por lo que Vik me había dicho. «Los abandonó.»

A última hora de la tarde del jueves, dos días antes del concurso, llegaron dos cosas a nuestra casa: El Diario de Comity y un volante para el concurso del Café de las Horas.

Los saqué del buzón y corrí a la cocina. Primero, el volante del Café de las Horas:

¡Felicidades, ganadora de una Hoja de Oro! ¡Solo quedan dos días para el Concurso de Repostería del Café de las Horas! ¡Trae tus deliciosos productos horneados a las 9:00 la Noche del Solsticio, cuando se elegirán solo TRES ganadores de las Hojas de Oro, que competirán de inmediato en un concurso en directo! Gran Premio: ¡Pasa tres días en Nueva York horneando con nuestro Juez e Invitado de Honor, el célebre chef pastelero Trufi Fru!*

*¡Además de unas prácticas obligatorias en el Café de las Horas!

Temblé de la emoción. ¡No solo podía ganar un fin de semana horneando con Trufi Fru, sino también unas prácticas en el Café de las Horas! No sabía muy bien por qué tenían que hacerse «obligatorias» las prácticas; ¿a quién no le gustaría trabajar allí? Doblé el volante y me lo metí en el bolsillo.

Lo siguiente, la reseña de papá. No sabía a qué atenerme. ¿Pondría verde al Café de las Horas? ¿Me odiaría para siempre la señora T. por ser la hija de quien había arruinado su reputación? ¿O sería una reseña brillante que ayudaría a lanzar el Café de las Horas como toda una institución en Comity? Hojeé el pequeño diario por el final y lo encontré en la sección de reportajes:

UNA RESEÑA DE LAS HORAS

La Pastelería y Café de las Horas, una encantadora incorporación a nuestra adorada ciudad, se encuentra en la calle Mayor y une la zona del centro urbano con el bosque. ¡Y qué incorporación tan bienvenida!

¡Hacen un montón de comida! ¡La mayoría sale de sus hornos! Allí he comido un montón de cosas de rechupete este verano, ¡y ustedes también deberían hacerlo!

¡Tienes pasteles, empanadas, galletas y muchos otros productos horneados! ¿Y he dicho ya que están de rechupete?

Las camareras a veces son gruñonas, pero eso no debería disuadirles de ir. La propietaria, la señora T., es todo lo adorable y refinada que se puede llegar a ser.

¡Ah! Y habrá un concurso para niños el 23 de junio. Mi hija, Mimi Mouse, aspira a ganarlo, ¡así que vamos a animarla todos!

¡Estoy seguro de que toda la comida del concurso estará de rechupete!

Permanezcan atentos: ¡La próxima semana haré una reseña de la tienda de golosinas donde todo parece de rechupete, El Salero!

El periódico se me cayó de los entumecidos dedos. A papá le pasaba algo muy malo. Esta debía de ser la peor reseña que había leído jamás. ¿Qué clase de crítico decía «¡Hacen un montón de comida! ¡La mayoría sale de sus hornos!»? Cuántas veces podía usar alguien la palabra «rechupete»? Y encima colaba un poco de información sobre El Salero, la mayor competencia del Café de las Horas. ¡La señora T. se pondría furiosa! ¿Y por qué me mencionaba a mí? ¡Me llamaba Mimi Mouse! No se lo perdonaría jamás. Volví a doblar el periódico y lo metí debajo de la pila de correo para esconderlo de mamá, que había entrado en la cocina. Estaba metiendo cucharadas de hojas de té en una pequeña tetera y puso el hervidor al fuego.

Sonó el teléfono y mamá contestó.

—Hola… Oh, sí, Charlie, ¿cómo estás?… No, no está en casa ahora mismo, pero no creo que tarde… ¿Hay algún problema?… Lo haré… Vale, gracias. Adiós.

Papá entró por la puerta trasera, con la respiración pesada de su carrera vespertina.

—Paul —dijo mamá—, acaba de llamar Charlie y parecía disgustado. Quiere que lo llames lo antes posible.

Papá movió la mano en el aire.

—Bah, que espere.

Abrió el frigorífico y empezó a sacar recipientes.

—Bueno, como es tu jefe, a lo mejor no deberías hacerle esperar mucho —dijo mamá.

—Ya sé por qué llama. Le he dejado un mensaje esta mañana diciéndole que dejo el trabajo.

Se me encogió el estómago.

—¿Qué has hecho qué? —Mamá dejó su taza de té con un golpe—. ¿Se puede saber por qué has dejado el trabajo?

—Estoy cansado de ese trabajo, Sangita. Estoy harto de viajar y de escribir lo que otras personas quieren que escriba. Quiero… bueno, quiero comerme esto, para empezar.

Sacó una tartera para llevar y preparó su tenedor.

—Pero ¡ni siquiera me lo has consultado! —dijo mamá. Me miró a mí y luego otra vez a papá—. Tenemos un montón de facturas pendientes —dijo en voz baja.

Papá empezó a devorar fideos lo mein.

—Oh, ya nos apañaremos, no te preocupes —dijo entre sorbidos.

—¿Que no me preocupe? ¡No puedo creer que seas tan despreocupado! —gritó mamá—. ¿Cómo has podido hacernos esto?

Me mordí un mechón de pelo. Me hubiera gustado decir algo, cualquier cosa para arreglar la situación, pero no pude.

—No entiendo por qué estás tan disgustada —dijo papá.

—Porque estamos hablando de nuestra familia —dijo mamá. Parecía a punto de echarse a llorar—. He trabajado muy duro, y no puedo creer que tú… que tú…

El hervidor silbó. Mamá apagó el fuego pero no se movió para llenar la tetera.

—¿Qué pasa? —dijo Henry, que entraba por la puerta trasera con Jules y Riya—. ¿Por qué estáis gritando?

—Yo no estoy gritando —dijo papá—, pero tu madre…

—¡Estoy furiosa y tengo derecho a estarlo!

—A ver, Sangita, tranquilízate…

—¡No pienso tranquilizarme! ¡No hasta que me des una explicación!

Yo evitaba mirar directamente a mis padres. Discutían de vez en cuando, pero no recordaba ninguna vez que se hubieran gritado así. Esto daba más miedo que la cobra y era peor que el hecho de que Emma se hubiera ido a vivir a la otra punta del mundo.

Me saqué la tarjeta de embarque del bolsillo y la tiré en la encimera delante de papá.

—¿Papá, por qué fuiste a Chicago? —pregunté.

Nadie dijo nada. Papá me miró como si le sorprendiera verme, pero siguió sorbiendo del recipiente. Apuró rápidamente los fideos y atacó un trozo de pizza fría.

Mamá cogió la arrugada tarjeta de embarque. Estaba pálida y le temblaba la voz.

—¿Y bien, Paul? ¿Cómo explicas esto?

Mi peor miedo se estaba haciendo realidad. Papá levantó un dedo mientras terminaba de masticar un enorme bocado. Yo estaba petrificada por lo que pudiera decir, pero también necesitaba saberlo.

—Solo fue una conexión —dijo papá mientras le daba la vuelta a la porción de pizza y empezaba a comerse la corteza—. Quería un vuelo más temprano desde Houston y por eso tuve que pasar por Chicago en vez de tomar un vuelo directo. Puedo enseñarte la confirmación de mi vuelo si quieres. —Rio entre dientes y se volvió hacia mí—. ¿De dónde la has sacado, Mimi? ¿Has estado fisgando en mis cosas?

La culpabilidad tuvo que leerse en mi cara.

—Oh, Mimi —dijo mamá—. ¿De verdad?

—¡Se está portando muy raro! —dije levantando la voz—. ¡Lo único que hace es correr y comer!

Los ojos me escocían y pestañeé.

Todo el mundo me miraba boquiabierto en silencio mientras papá se terminaba la pizza y se sacaba algo del bolsillo: una de las chocolatinas de la señora T. del Café de las Horas. Se la metió en la boca e inmediatamente se puso a desenvolver otra.

—Pero lo que de verdad me interesa —dijo mamá— es saber por qué has dejado tu trabajo.

—Yo… —Papá se terminó la chocolatina y cogió una tercera.

—Un momento, ¿papá ha dejado su trabajo? —preguntó Henry.

—Estoy esperando, Paul, y tus hijos también.

Mamá puso los brazos en jarras.

—Yo…

—Papá, ¿te encuentras bien? —preguntó Riya—. Mamá, ¿no le ves la cara colorada?

—¿Se está ahogando otra vez? —preguntó Jules, que sonó aterrorizada.

—Estoy bien.

Papá le quitó el envoltorio a la cuarta chocolatina y la masticó ruidosamente mientras sus ojos emanaban un destello púrpura.

—¿Nadie ha visto eso? —grité.

—¿El qué? —preguntó Henry.

—Sí que tienes las mejillas rojas —dijo mamá—. ¿Te has quemado al sol? —Mamá puso una mano en la cara de papá y la apartó como si fuera un fogón—. ¡Estás ardiendo!

—He dicho que estoy bien. —Papá sacó otra chocolatina.

Entonces puso los ojos en blanco y se desplomó en el suelo.