Chicharrillo estaba junto a la mesa con todos los platos del concurso. Impostó la voz y se dirigió a toda la sala.
—Les agradecemos humildemente su presencia. Les damos la bienvenida de corazón en este día tan encantador. El solsticio de verano solo ocurre una vez al año. ¡Así que saluden conmigo al chef Trufi Fru, háganme el favor!
El café atronó con vítores y aplausos mientras Trufi Fru y yo avanzábamos hacia la mesa expuesta.
—Gracias a todos —dijo Trufi—. ¡Estoy tan feliz de estar en casa para conocer a los chefs del mañana!
Saludó e inclinó la cabeza mientras la gente seguía aplaudiendo.
En cuanto llegamos a la mesa, Trufi Fru se puso a trabajar.
—¿Cuáles son los tuyos, Mimi?
—Estos de aquí.
—Lionesas, ¿eh? —Enarcó una ceja.
Tragué saliva.
—Me encantó verte ganar el Torneo de Masa Dorada con tus lionesas de calabaza perfectas. Y he hecho tu masa choux especiada y tu crema pastelera de calabaza montones de veces.
Trufi Fru asintió enérgicamente.
—Pues sí que has memorizado mi libro —dijo—. Pero estas lionesas no parecen de calabaza.
—No. Quería ofrecerte algo original. Me sentí inspirada por uno de mis postres favoritos. Y, claro, como tenía que utilizar una raíz, pues…
—No me lo digas. Deja que lo pruebe y adivine —dijo Trufi Fru.
Cogió una lionesa, ponderó su peso y la olisqueó. La colocó en un platillo blanco y la examinó desde todos los ángulos. La cortó con un tenedor, solo un trocito. La masticó, frunció el ceño y escribió algo en su pequeño cuaderno.
Yo no podía respirar. «¿Le habrá gustado? ¿Habrá notado el sabor de la especia que he puesto en la masa? ¿La textura es la adecuada? ¿Está lo bastante esponjosa?»
A continuación, probó el relleno. Se relamió los labios y probó otro bocado más grande. Apuntó algo más en el cuaderno.
«¿Habrá notado el jengibre en la crema o el pistacho lo anula con su sabor? ¿Y conocerá el postre que me ha inspirado? ¿Pensará que hay demasiados sabores?»
Finalmente, cortó un trozo más grande que contenía tanto la masa como el relleno. Lo masticó un buen rato y pareció darle vueltas en la boca. Tomó más apuntes.
Tuve que morderme la lengua para no preguntarle qué pensaba. «¿Combinan bien los sabores? ¿Las lionesas tienen el hueco suficiente para dar cabida al relleno? ¿Está todo bien armonizado?» En casa me habían parecido buenas, pero ahora ya no estaba tan segura.
—Gracias, Mimi —dijo. Dio un sorbo de agua y se secó los labios con una servilleta.
Y eso fue todo.
Me alejé un paso de la mesa y observé cómo Trufi Fru examinaba a su manera metódicamente las dos docenas de postres. Era difícil adivinar qué le gustaba y qué no, aunque probó un solo bocado del pastel de patata y caqui antes de pasar al siguiente.
Papá se me acercó.
—¿Cómo va la cosa? —preguntó.
—Creo que bien. ¡He conocido a Trufi Fru!
—Ya lo he visto… ¡Has entrado en la sala con él! ¿Qué piensa de tu comida?
—Ha tomado notas de todo tipo, pero no ha dicho nada.
—Estoy seguro de que le ha encantado. ¿Puedo probar una?
Asentí. Una vez que los platos habían pasado por el juez, todo el mundo tenía permiso para probarlos.
Papá dio un mordisco a una lionesa.
—Mimi, esto es genial. No sé cómo has comprimido todos estos sabores en un solo bocado: jengibre, pistacho y cardamomo. ¡Y son tan ligeros y etéreos! —Se terminó la lionesa lentamente, degustando cada bocado—. Siento tanto no haber podido ayudarte…
¡Papá había recuperado su paladar! Yo había echado de menos hablar de comida en profundidad con la única persona de mi familia a la que le gustaba tanto como a mí.
—Yo también lo siento… ¡Podría haberte pedido ayuda! Pero mamá ha sido una catadora estupenda. Y esta mañana se me ha ocurrido la brillante idea de preparar este relleno, inspirado en el kulfi de mamá —dije.
—Creo que te has superado —dijo papá—. Y no estoy diciéndolo solo porque te quiero.
Paseamos alrededor de la mesa, probando platos y hablando con los niños reunidos cerca de sus dulces. Al final nos encontramos mirando con ojos desorbitados el pastel de zanahoria con aspecto profesional de Kiera.
Papá lo probó.
—Mmm. Glaseado de crema de piña y queso… ¡delicioso! Es muy ligero y eso es muy difícil de conseguir en un pastel de zanahoria. Me recuerda al que sirven en el Sucre et Sel, la pastelería francesa de Boston. Hice una reseña hace un par de años. —Miró al otro lado de la cafetería—. Mamá me está haciendo señas, creo que quiere presentarme a alguien. Será mejor que vaya, cielo. ¿Vienes?
—No, voy a quedarme por aquí, por si Trufi Fru vuelve.
Papá se alejó.
Volví a mirar el precioso pastel de Kiera y percibí algo irregular en la base del glaseado.
Sutil e inconfundible, había una S doble.
S doble. Me quedé boquiabierta. ¡Sucre et Sel! ¿Había comprado Kiera este pastel en la pastelería? ¡Por eso parecía tan profesional! Por muy disgustada que estuviera, me alivió ligeramente que Kiera no fuera la autora del maravilloso pastel.
Me aparté el pelo de la cara. No podía acusarla sin pruebas, y no podía probar que lo había comprado, a menos que hubiese traído la caja de la pastelería o un recibo o algo de eso. Miré rápidamente a mi alrededor. Nadie parecía mirar en mi dirección, de modo que me agaché y desaparecí debajo de la mesa de exposición. Oculta bajo el mantel verde, avancé a gatas a lo largo de la mesa. Había unas cuantas cajas y bolsas de papel, pero ninguna de Sucre et Sel, y definitivamente ninguna con un recibo. Salí de debajo de la mesa y me enderecé, desempolvándome las rodillas.
—Qué ilusión verte aquí, mi querida, querida Mimi.
La señora T. había salido de la nada y parecía más etérea que nunca con un delicado vestido rosa de capas. Se había encajado una rosa de pétalos sueltos detrás de la oreja y su perfume era tan delicioso —floral y acre de una forma misteriosa— que de hecho me descubrí olfateando el aire.
—Señora T. —dije. Me puse de lado para que no pudiera verme las rodillas rojas y llenas de polvo—. Muchas gracias por haber traído a Trufi Fru. Incluso si no llego a la final, esto ya es un sueño hecho realidad.
—Vaya, Mimi, querida. No seas tan pesimista. Sé que llegarás lejos.
Sus ojos esmeralda relucieron.
—Eso espero, pero incluso si no lo consigo, ha sido muy emocionante que Trufi Fru en persona probara mi dulce.
—¿El chef Fru ya ha juzgado tu plato? —La señora T. pareció aturdida—. He estado ocupada, preparando… la cerveza y… mis chocolates. ¿Dónde están tus dulces?
—Aquí mismo: las lionesas de jengibre y pistacho —dije—. Y he añadido…
—¿Qué ha dicho el chef Fru? —La señora T. me cogió del brazo.
—No mucho. Se ha tomado su tiempo probándolos…
—Cariño, ¡tendrías que habérmelos traído a mí primero! —La señora T. levantó una de mis lionesas—. Es preciosa, Mimi. —Dio un mordisco y sonrió—. Muy sabrosa también. —La terminó y se lamió los dedos con elegancia—. Ah, jengibre. ¡La más sublime de las raíces! ¡Promotor de confianza y energía! Y cardamomo para la alegría. —Inclinó la cabeza con gracia—. Y ahora debo encontrar al chef Fru y decirle… —Lo buscó por toda la sala—. ¡Ah! Allí está. ¡Chef Fru! ¡Trufi! —Se alejó deprisa.
Suspiré. No estaba segura de que mis lionesas pudieran competir con el pastel de zanahoria, pero no tenía pruebas de que no lo había hecho Kiera. Trufi Fru era un experto, y hablaba con todos los concursantes. A lo mejor ya se había percatado de lo que yo sospechaba.
Fui junto a mis hermanos, que comían más dulces de fuentes de madera y bebían más tazas de cerveza de jengibre dorada y refrigerada. Intenté no mirar hacia la mesa de los jueces, donde Trufi Fru tomaba más notas y comentaba los platos con la señora T.
Le había dicho la verdad a la señora T. Conocer a Trufi Fru era un sueño hecho realidad.
Pero tenía que reconocer que quería algo más. Quería ser la mejor en algo por una vez en mi vida; y no solo en cualquier cosa, sino en lo que más me gustaba del mundo. Quería que mi ídolo culinario reconociera que yo tenía talento y me ayudara a desarrollarlo. Quería que mi familia me viera destacar.
Quería ganar.
Papá se me acercó cuando faltaban diez minutos para las once.
—Están a punto de anunciar a los tres finalistas —dijo apretándome la mano.
—¿Sí? —Apenas me salían las palabras.
Papá asintió.
—He tenido el placer de conocer al chef Fru, quien, para mi asombro, conoce mis artículos de periódico y le gustan. Es un muchacho estupendo, y está tan chiflado por la repostería como nosotros. Pasó un año en la India, ¿sabes? Y adora los sabores indios.
—¡Atención, por favor! —exclamó la señora T., poniéndose delante de la mesa de exhibición con Trufi Fru—. Queridos clientes y amigos, el chef Fru ya tiene su veredicto. Ha sido difícil, ¡porque hay mucho talento en esta ciudad! Una ronda de aplausos para todos los concursantes. ¡Habéis hecho un trabajo estupendo!
La sala irrumpió en aplausos y vítores. Mamá, papá, Henry, Riya, Jules e incluso Lily, Fletcher y Cole me sonrieron. Papá silbó con los dedos.
No pude evitar sonreír. Los vítores sentaban bien y sentí que los merecía. Había horneado algo verdaderamente especial.
Pero ¿y si no pasaba a la final? «He conocido a un montón de niños que son mucho mejor reposteros que tú», susurró la voz de Vik en mi cabeza.
Eso borró la sonrisa de mi cara.
—Ahora estamos listos para anunciar los nombres de los tres reposteros más destacados —dijo la señora T.
Trufi Fru miró el reloj en su muñeca y luego se dirigió a la sala.
—Esta talentosa joven pastelera ha preparado un exquisito pastel de zanahoria con un aspecto y un sabor que podrían haber salido perfectamente de una pastelería de París.
El estómago se me removió.
—La primera concursante de la final es: ¡Kiera Jones! Kiera, acércate, por favor —dijo Trufi.
Kiera se contoneó hasta Trufi Fru y le dio un apretón de manos triunfal ante el aplauso general del público.
Respiré hondo. Puede que un pastel comprado en una tienda hubiera traído a Kiera a este punto, pero ¿cómo pensaba fingir en el concurso en directo?
—El segundo concursante ha horneado un pastel de café de cúrcuma y coco, potenciado con nuez moscada y cardamomo. Me recuerda a un pequeño dulce sabroso que probé una vez en Goa —dijo Trufi.
¿Alguien más había usado cardamomo en su plato? ¿Y le recordaba un postre indio a Trufi Fru? Me entraron sudores.
—¡Guy Smith! Acércate, por favor.
Un chico con gafas de sol, un gorro de béisbol y una capucha que le tapaba por completo la cabeza se acercó encorvado a Trufi Fru. En vez de darle un apretón de manos, el niño saludó vagamente y se colocó al otro lado de Kiera, haciéndose pequeño como si quisiera fundirse con el entorno.
Y yo que pensaba que tenía problemas para actuar en público.
Trufi Fru y la señora T. bajaron la voz y hablaron entre ellos un momento.
«No vas a ganar. No hagas el ridículo.»
Miré a mi alrededor, a toda la gente apiñada en la cafetería. Daba la impresión de que había venido el pueblo entero. Quizás fuera un alivio no tener que elaborar pasteles delante de todos.
—Lo tengo, señora T., sé lo que he decidido —se oyó la voz de Trufi. Luego dijo en voz más alta—: Por último, pero no menos importante, nuestra tercera concursante para la final. Esta joven ha tenido la audacia de hacer mi postre emblemático, pero con su toque personal. Ha horneado las lionesas de jengibre y pistacho más exquisitas, reforzadas por el uso sutil del cardamomo, que, si no me equivoco, se inspiran en el helado indio conocido como kulfi. ¡Mimi Mackson, acércate, por favor!
¡No podía creérmelo! Mi familia prorrumpió en una ovación enorme. Mamá me dio un beso fugaz en la mejilla y papá me despeinó con la mano, diciendo: «¡Lo sabía!». Henry chocó los cinco en alto, Jules daba brincos y Riya me abrazó muy fuerte y no me soltaba hasta que Jules la obligó.
Fui flotando hasta Trufi Fru y le di un apretón de manos. «¡Trufi Fru piensa que uno de los tres mejores postres es el mío! ¡Entre docenas de platos!» La vergüenza por las galletas de vainilla y porque Kiera me llamara Mimi Mouse se esfumaron. «Te equivocabas, Vik.»
La señora T. inclinó la cabeza y me sonrió triunfal. ¡Iba a competir en el concurso en directo!